Osvaldo Sauma: sinónimo de poesía
Por Zingonia Zingone
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Decir Osvaldo Sauma, es decir poesía: una vida entregada al verso y una búsqueda de sí mismo en el rigor armónico de la palabra que expresa “ilusión y desencanto”, límites vitales del hombre soñador, que al final, ineludiblemente, lame en silencio/ la costra de sus batallas.
Este sinónimo, desde los años 80, ha hecho de Osvaldo Sauma un ícono de la poesía costarricense: un bohemio aferrado con coherencia a la aparente incoherencia de la poesía, de esa indisciplina que obliga a la confrontación con el papel en blanco, con el espejo de las profundidades.
Es un sinónimo incómodo. Si bien es cierto que Sauma hace gala de su libertad, desde un inicio se reconoce en la figura del exiliado del mundo de los sueños. Y es la poesía misma su medio de comunicación con ese mundo, su manera de cantar asombros y poner reclamos, su trámite para exorcizar las zancadillas de la vida real.
El camino de Osvaldo comienza recorriendo Las huellas del desencanto. Andando a solas percibe la voz de alguna musa: A la intemperie./ Invocando una desconocida luz/ una voz sin titubeos./ Palabras que crezcan esbeltas/ como árboles sobre la montaña/ clarificadas como el pan… y se atreve a darle escucha. Es una voz lírica, nostálgica, sutilmente “kaváfica”, que nombra las cosas, los hechos y el transcurrir del tiempo como si pertenecieran a una vida pasada, como si existieran suspendidos en una nube que mira el mundo, y sigue fluctuando. La lluvia es una visitadora que arrastra/ penas y dichas de otros predios./ Se entra en ella hacia atrás,/ se permanece en ella sin que medie el tiempo./ Resurgen enloquecidas presencias de viento y sombra;/ restaurados instantes/ que la luna y sus pájaros desbordan/ lunas idas…
Entre las huellas hay sombras errantes que le recuerdan al poeta que la vida terrenal es tan sólo una etapa. Lluvia, viento, luna, estrellas, palomas: todo parece decirle lo mismo. Sin embargo, el hombre vive con los pies en esta tierra, con la necesidad de palpar su destino y no puede solo arrogarse el derecho de creerse Lázaro: Pero debemos levantarnos/ y seguir viviendo sin señales/ que develar pueden el incierto destino.// Nuestro corazón se nutre/ en el duro oleaje de los días/ calladamente,/ casi sin esperanza.
El viaje sigue. Entrada en madurez: el poeta intenta la vía de la tranquilidad familiar. Logra su Retrato en familia desde una ventana imaginaria: yo he creado esta ventana/ donde al noreste el sol/ despliega sus plumas al hombre/ que entre el insomnio/ aguarda el día ofuscado// yo he creado esta ventana/ donde la luna llena desata/ esa necesidad de la mujer. Retratando, afirma su voz en el poemario que le adjudicará el premio del Certamen Literario Latinoamericano, EDUCA 1985.
En este compendio, Sauma parece haber cortado todo vocablo excedente, alcanzando una poesía “pegada al hueso”. Como Ezra Pound, se aleja de las costas de occidente, rumbo al extremo oriente. El sol de Confucio deja poco a poco en la sombra a sus amados poetas de la Generación del 27. Es parte del viaje. Es parte de este oficio/ que nadie entiende/ que tanto cuesta.
Osvaldo nos habla de su oficio en numerosos poemas, quizá tratando de explicarse a sí mismo lo inexplicable: El lenguaje crece de manera honrada/ y muchos no entienden/ por qué la noche vierte los verbos/ y se obstina en su evocación/ con furor generoso// no saben que somos un río/ que persigue a un río/ y canta sus esguinces// no saben que la palabra/ es un pájaro imperioso/ que hace audible su dictado/ al filo mismo de la sed/ que cultiva su incisión en la mañana.
Hay otros tópicos que inquietan al poeta: la injusticia, el abuso, la indecencia. Concluye que son tiempos duros. Desde sus entrañas sale un grito de denuncia: trataron de envilecer a Roque Dalton, asesinaron a Roberto Castellanos Braña por estar más vivo que cien pájaros; la rabia del poeta se sabe urgente y necesaria// artífice de una nueva pureza.
¿Acaso la vida en familia amortigua el desencanto? Sauma cae en razón: Aprendí del río/ el fundamento de nuestra verdad/ y entre el aire confuso de las ciudades/ me supe entre los hombres.
Y es entre los hombres donde brota su soledad. De nuevo solos/ soledad/ al frente:/ el vórtice del camino/ la noche abierta/ y la herida ancestral…
Es tiempo de emprender otro viaje, de buscar las raíces lejanas. Quizá la cuna de los sueños se encuentre en el lejano y desconocido Líbano, patria del abuelo paterno, de Gibrán Jalil Gibrán, de la estirpe que vive en su sangre. Se ampara a la segunda ley de Asabis: “la solidaridad de la sangre que une entre sí a los miembros de un clan, como si fueran un mismo cuerpo”. Impulsado también por la memoria de una temporada en el sur de España y en el norte de Marruecos, Sauma “viaja en un camello de sueños y brinda con Harum-Al Rachid, Hikmet y Jalid Saif Alha en el oasis de la palabra”, como dice el argentino Jorge Boccanera acerca de este tercer poemario. Ya que “la poesía es el oro de los árabes” (G. Virgil Georghiu), éste es un terreno que le permite expresarse libremente, distanciándose de su Costa Rica natal que tanto lo hiere.
Mis detractores ignoran/ que la memoria espía/ el itinerario de los abuelos/ no advierten/ que el esplendor de los desiertos/ impide que me arrebaten/ el oro de los versos/ y la fuerza de la sangre/ inútiles resultarán/ sus maledicencias/ esta raíz ancestral/ me entrelaza/ a la legendaria feria de Ukaz/ en el tiempo de la Tregua de Dios/ donde los poemas victoriosos/ se transcribían en seda negra/ y un año duraban/ proclamando entre los vientos/ la tesitura del más noble de los árabes/ el que bajaba la hija del ojo al corazón/ o esculpía una flor entre los labios.
Este viaje de la sangre es un ir y venir entre el amor y el desamor, el recuerdo y el anhelo, la dura realidad y el imaginario dorado. Hay luz de tercer ojo, hay anotaciones al margen, hay una habitante inconclusa y apuntes para una autobiografía. El poeta no corta el vínculo con el hilo misterioso que lo jala por la vida, pero a cada tropiezo se vuelve menos indulgente, siempre menos dispuesto a poner la otra mejilla.
En Asabis conviven la indulgencia y la resignación. Se destacan las heridas de un amor, del único verdadero amor: Suplicabas a la vida una tregua/ y te acaricié del modo más tierno/ mientras tus lágrimas dejaban/ sal querida en mi pecho/ mientras crecías levemente/ hacia los goces del asombro// después miraste de soslayo/ cuando te descubrí/ alimentando tus palomas migratorias// y pensar/ que me sabía sin muros ni ataduras/ amándote más allá de las pertenencias.
Los afilados cuchillos del presente.
El poeta confirma que ha sido un iluso y relata en su Bitácora la humillación que sufre el pasajero que transita por la vida, la sombra que emana el espejismo del amor, esa Eva maga que él ama por estar ausente/ por ser inaccesible/ porque me permite/ inventarla conmigo en el futuro. Se encierra en su buhardilla y cada día trata de parecerse más a sí mismo, de alejarse del mundo que tiene motivo de criticar ásperamente. Encuentra refugio en los libros, en los hermanos que desde las sombras/ celebran con nosotros/ en silencio. Nos dice: aquí/ ni siquiera/ hace falta la música/ nos bastan/ la palabra y el aguardiente/ el humo sagrado/ y otras comunes pertenencias…
El silencio es un espacio místico. Un espacio donde dialogar con el más allá. Osvaldo le pregunta “sotto voce” al padre de todos los hombres quién eras/ antes de Eva/ Adán… Padre hermano mío/ cómo se puede vivir en su ausencia/ cómo hay que amar/ en estas desdiosadas afueras del Edén.
Un espacio para reflexionar sobre las enseñanzas de aquél que vino del más allá para librarnos de nuestros pecados. Si Cristo, látigo en mano, echó del templo a los vendedores de palomas y a los cambistas, el poeta se pregunta, dando en el blanco, que si este planeta errante/ es el templo el santuario/ la casa del Padre/ no se nos hará necesario/ látigo en mano/ echar de nuevo a esos viejos mercaderes/ ahora reinstalados/ entre las alzas y bajas de Wall Street.
La retorcida naturaleza del hombre. Osvaldo, amparado a la complicidad de sus ángeles, decide en estas páginas desahogar sus ganas de “ojo por ojo y diente por diente”: Este es un poema/ que nace de mi rabia… nadie detiene su feroz cabalgata/ como un quinto jinete/ levanta el polvo estelar/ sobre las mezquindades de la historia… espanta las palomas de la discordia/ y alfanje en mano/ vierte su odio/ sobre las cabezas de los dirigidores// este es un poema/ arrastrado por ángeles furiosos…
La ira deja al hombre sin energía. La desilusión es la antesala de la abulia: no quiero mover un dedo/ me abandono/ me ensimismo/ me fugo del devenir y del progreso/ me oculto en los armarios de la infancia/ en la cueva del autista… no es mentira esta abulia/ estoy cansado de mí y de los otros/ de los muertos del día/ de los impuestos que suben/ de los salarios que no alcanzan/ de la impunidad que siempre/ protege a los políticos/ de no ser yo/ de no poder vivir como en mis sueños.
El tiempo se congela en el desasosiego y el destino hunde otro cuchillo en su pecho, llevándose a su padre sin darle el tiempo de despedirse con un abrazo, de decirle que Dios perdona a todos/ los que apuestan a la vida por la vida/ los que improvisan/ con el coraje del corazón/ la ruta de la existencia y sus azares. ¿Qué es lo que salva al poeta? La esperanza de una vida después de esta vida, la fe ciega en el Paraíso que sea: no temás/ no bien traspasés el túnel de la luz/ las Huríes te devolverán tu corazón de niño/ jugarás de nuevo entre el sol de los muertos/ y le daré a mi Padre/ el abrazo que en su muerte no pude darle/ a mi Padre que yace ahora/ abandonado en Puerto Padre. Desgarradora, emocionante y dulce despedida al viejo niño padre mío.
La Bitácora del iluso es el monólogo de una soledad. Soledad que añora el amor.
Terca soledad que quiere desmentir los designios del cielo y creer nuevamente en un amor que lo traiciona. Así surge El libro del Adiós, el punto final de una pasión desbordante y sufrida: la noche fue un abismo/ que construimos juntos/ una caída/ en los desiertos de la nada/ una fuga/ entre los bosques del delirio/ alguna siempreviva/ que el mar no revivió… Pero decir adiós no es fácil: no volveré a hacer el amor/ como lo hacía con vos// nuestros cuerpos/ siempre fueron/ más allá de nuestras almas// si a alguien le debemos algo/ es a ellos/ que se amaron como locos/ a pesar de nuestras diferencias.
El poeta se despide y el santo de los descarriados/ o el Divino niño llega a su rescate. Hace a un lado los 33 epigramas para una amante difunta, y le entrega la memoria del deseo: Muchacha furtiva/ en vos se resumen/ las mujeres de mi pasado/ se concilian Eva y Lilith/ Beatriz y Perséfone/ y todos los ríos mozárabes/ que llevo dentro/ llegan hasta tus playas/ fervorosos. El poeta se siente como Paul Gauguin en Tahití, pintando de nuevo el Paraíso en el ojo de los hombres.
Pero, como escribió Charles Bukowski, “estoy feliz cuando oigo sus tacones/acercándose a la puerta/ y estoy feliz cuando esos tacones/ se pierden en la noche”. Para Osvaldo Sauma, esta soledad no se canjea. Le dice adiós a esta ilusión enfermiza que llaman amor, y regresar a emborracharse a solas con sus ángeles.
El camino sigue y el poeta afina su pluma. En sus textos inéditos se escucha fuerte su llamada a conciencia: que nadie se vaya impune de esta fiesta… que no se salve nadie si no nos salvamos todos. Pero también la esperanza en el amor: yo vine aquí/ para amar a una mujer… vine porque sus besos/ me protegen del mal de ojo/ y redimen con fuego mis cenizas. Es el mismo de siempre -a veces una tristeza/ de orangután enjaulado/ se me adentra por los ojos- con sus sueños y sus desencantos.
Lanza las monedas del I Ching: “lleva cierto tiempo labrarse una vía despejada”.
Osvaldo Sauma, no sólo es, como dice de él Raúl Zurita, “una voz conmocionante”, y una de las más significativas voces latinas contemporáneas, sino que tiene el gran mérito de haber abierto las fronteras de Costa Rica a la poesía hispanoamericana, trayendo al país desde los años 90 a Juan Gelman, Álvaro Mutis, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines, Blanca Varela, Gonzalo Rojas, Claribel Alegría, Piedad Bonnett, Jorge Bustamante y William Ospina, entre otros. Y tiene el crédito de haber formado a muchos jóvenes en la poesía, algunos de los cuales hoy destacan a nivel internacional, como es el caso de Luis Chávez y María Montero.
Podemos afirmar en voz alta, que Osvaldo Sauma es sinónimo de poesía.
Zingonia Zingone
Roma, 12 de Marzo del 2012
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Zingonia Zingone. Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Vive en Roma. Poemarios en español: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), L’equilibrista dell’oblio (Raffaelli Editore, 2011), The Acrobat of Oblivion (Poetrywala, 2011), Equilibrista del olvido (Editorial Germinal, 2012), Marethu Hoda Dombarake (Aharnishi Prakashana, 2012). Novela en Italiano: Il velo (Elephanta Press, 2000).
Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y ha sido traducida al inglés, al chino, al hindi, al kannada, al marathi y al malayalam.
Compiladora y traductora del inglés al español, del poemario Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012), del poeta marathi Hemant Divate.
Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India) y responsable de la sección de poesía latinoamericana para el festival intercontinental de las artes “Mediterránea” (Italia). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Europa y Asia.