PARA ROMPER LA CAMISA DE FUERZA  (TERRITORIAL) DE LA POESÍA  
        En torno a  "Tecnopacha" (Ed. Zignos, 2008) de Oscar Saavedra Villarroel 
          
            Por Róger  Santiváñez
        
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          Cuando visité Santiago de Chile en julio de 2006 –realizando el trabajo de  campo para mi tesis sobre Enrique Lihn- conocí al joven poeta Oscar Saavedra  Villarroel. Envuelto en una gruesa bufanda, gorra negra y cuadrados lentes de  carey del mismo color, me llamó la atención su conversación chispeante y su  mirada de inteligencia avizora. Pocos  días después del primer encuentro –junto  a otros muchachos de la más reciente generación de poetas chilenos-, tuve la  ocasión de escuchar su poesía, por él mismo leída, en un evento escenificado en  la SECH. El impacto fue rotundo en mi fuero interno y en el del público  asistente, retumbó la fuerza atávica de un canto que evocaba la historia y  dejaba percibir una nueva tonalidad épica en su desencadenamiento rítmico.
días después del primer encuentro –junto  a otros muchachos de la más reciente generación de poetas chilenos-, tuve la  ocasión de escuchar su poesía, por él mismo leída, en un evento escenificado en  la SECH. El impacto fue rotundo en mi fuero interno y en el del público  asistente, retumbó la fuerza atávica de un canto que evocaba la historia y  dejaba percibir una nueva tonalidad épica en su desencadenamiento rítmico.
          
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  En efecto, distintos momentos históricos eran tomados por esta poesía, para  configurar un corpus verbalis que desde una perspectiva posmoderna, nos ponía  en situación de trance y crítica contra todo el orden establecido. Tras la  lectura, en la terraza de un bar en Bellavista, Oscar Saavedra me mostró los  originales de su libro, entonces denominado dOPING hISTÓRICO. Celebramos  –siempre con su mancha generacional- hasta altas horas de la madrugada. Así  pasaron los meses y en abril de 2007 volví a la capital chilena para un  Congreso Peruanista, y esta vez nos las ingeniamos para entrar con toda la  mancha (que no tenía invitación) a la Embajada del Perú en Santiago donde se  efectuó una rociada recepción. Aquella noche Oscar Saavedra volvió a leerme  nuevos fragmentos de su libro en proceso de escritura.
  
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          Y finalmente aquí está la obra terminada. Su título actual es Tecnopacha y se  nos presenta como el primer capítulo de dOPING hISTÓRICO, que ya queda entonces  como el membrete general de una creación mayor. Entremos entonces al análisis  de este libro. 
          
          Lo primero que podemos decir es que con Tecnopacha vuelve la poesía-discurso,  de singular tradición en la poesía chilena. Baste recordar a Pablo Neruda y a  Raúl Zurita. Estamos ante una especie de gran manifiesto construido en verso,  aunque de vez en cuando nos encontramos con viñetas de prosa poética. La voz  aural está encarnada en la primera persona, la cual provista de rotunda ironía  va confeccionando un hilo discursivo sintetizado en reminiscencias vanguardistas  que van desde el creacionismo hasta el movimiento beatnik, en un afán  totalizador e integrador –una especie de inmenso retrato del capitalismo  postmoderno y contemporáneo desde Chile- como si se quisieran agotar todos los  temas de esta posibilidad.
          
          El discurso  sazonado de refrescante coloquialismo, apela a una particular adjetivación (me  presenté como burguesía cordillera), haciendo estallar lo calificativo mediante  dos sustantivos puestos en extraño contacto. Reivindica lo indio andino con la  denominación Pachas (tierra en kechua), término que alude al pueblo o a todo  ser humano. Un innominado personaje –especie de alter ego del poeta- que puede  ser femenino y/o masculino emprende un alucinado viaje (tradición huidobriana)  por la historia y sobre todo sudamereando (en rumbo por Sudamérica en este  neologismo saavedriano), sintetizándolo en estos versos: mi lenguaje podía ser  / la emoción mundial de los pueblos, o también: aluciné con la tierra prometida  de mis textos. Al final uno se queda con la impresión de que el poeta aquí es  un testigo privilegiado del Apocalipsis del capitalismo trans-nacional de  nuestros días. Esto se plasma en imágenes de notable riqueza plástica como por  ejemplo: Mirándome como a una puta de San Camilo / de puro rouge en su ansiedad.
          
          Pero lo que salva  al imaginario viajero-poeta es su Bolchevique Emotion. Es decir, el corazón  bien a la izquierda, especie de argamasa que va conectando los ladrillos de su  estructura poética. Porque ya sabemos que esta historia está dopada, manoseada /  desde siempre como se nos anuncia desde el principio, el poeta se propone  Reconstruir una memoria. Y para eso el vuelo, el viaje, este libro. De la  manera más inesperada: Ascendí entonces en un ascensor o sencillamente: me subí  a un micro. Después de su búsqueda, el poeta llega a decir supe que la  identidad no era sino un puñado de / polvo en las manos. Entonces sigue su  camino y afirma: con mi armazón retro escalerié el Monte Santa Utopía. Aquí  está funcionado la bolchevique emotion a pesar de que la única realidad con que  podemos contar es la Revolución consumista y la Creatividad mall o fusiones  raras, producto de la alienación y/o el mestizaje: Como se ve a una madona  mapocho / lucir su cabellera nórdica.
          
          Estamos ante una  realidad usaísta vitrina como la califica el poeta. Es decir, bajo el imperio  del gran capital de los Estados Unidos de América (USA). De ahí usaísta, uno  más de los abundantes neologismos de Saavedra. Pero él se define así: Yo,  Bolchevique Emotion; Yo, el Sr. Sudaca. Por eso comprendemos el tono de su  caprichosa adjetivación: El sol salía Kremlin cada mañana. Mas no se piense en  una poesía panfletaria ni menos complaciente. Aquí el poeta -épico de raigambre  nueva- vive (y sobrevive) en constante confrontación con la realidad y con los  demás. Esto se plantea poéticamente de la siguiente forma:
        
           estaba tan ola/playa que cuando los vi
            mis ojos/sol fueron hielo sangre de mi
            estrella nativa
        
         Muy sutilmente  Chile presente, Saavedra se las ingenia para lograr una cálida representación  de su pueblo: pude salvarme como todo un Rodríguez.
          
          En resumidas  cuentas lo que Tecnopacha busca en tanto libro, es la consecución del poema  capitalista que como tópico aparece una y otra vez entre sus versos. La ironía  está en que pese a su feroz crítica contra el Capital, nuestro poeta parece ser  el único capaz de lograr ese poema. Y ésa es la contradicción que siempre  entraña la buena poesía: en el remolino verbal de su cuestionamiento radical,  Saavedra construye su libro (y el poema capitalista) con las propias armas que  proyectan y realizan su destrucción.
          
          En esquinas  mundializadas y echando mano a toda la Contracultura el poeta se declara un  autoruta posmo y observa: La tribu me aplaudía; aunque poco después –en  reminiscencia de El Paseo Ahumada de Enrique Lihn- lo quieran expulsar de la  ciudad. Entonces el poeta se va, prendiendo fuego al poema capitalista. Somos  notificados que partirá a bolcheviquear o pachamandar. Pero nos deja este  canto, este bello libro de rabia, ardor y esperanza que depositará las palabras  en sus oídos talados desde antes que naciera el Ecuador, con lo cual la  certidumbre metafísica de esta poesía está dada –viajando hasta el origen  ontológico del ser y del universo- y además entroncándose con el célebre  Ecuatorial (1918) de Vicente Huidobro (prístina manifestación de la vanguardia  hispanoamericana). Como no podía dejar de ser, el viaje (el libro) concluye con  una partitura musical (en la línea maestra de Ezra Pound), sólo; que en vez de  notas, junto a la clave de sol hay Pachas. O sea, nosotros. Nuestra música,  nuestra Pacha. Sin duda, somos el sonido del nuevo mundo. O por lo menos, en el  visionario magín del poeta Oscar Saavedra Villarroel. Salud!