Parque Zoológico
Sólo podíamos dirigirnos al plato de agua que nos daba el cuidador,
o al maní de los niños, según el orden de los días;
el resto para nosotros significaba únicamente cuatro costados de barras
gruesas aprisionando el corazón y todo intento de fuga.
Los domingos, sin embargo, con sus molinos de papel, la fruta,
con sus globos de colores y la concha soberbia que sustentan las mujeres,
apretada contra el último barrote de la celda
nos abría un nuevo impulso hacia la vida.
Y así, machacando en el olvido las avellanas rotas, en el ensueño
trascendíamos las lejanas puertas de la boletería y el inspector.
Los ejemplos más ilustres del amor indiscutido enseñábamos
a nuestros visitantes, a los buenos padres de familia,
a las niñas de lollypops y trenzas rubias, así fornicábamos
en público enseñando los dientes, metidas las formas menos toscas
de esta mano en las diminutas lengüetas húmedas.
Yo veía entonces, por sobre la espalda de mi compañera,
el cuello vecino confusamente jaspeado de verano de la jirafa torpe
llorando en su altura y las bocas apretadas de las señoras, mirándonos.
Bajábamos de las ramas a saltos pequeños, nos colgábamos de las barras
como trapecistas peludos y reíamos agitando un par de brazos.
Tan reales éramos en nuestra soledad, en nuestro mundo sin memoria,
que la gente se iba buscando de reojo otra jaula:
las tortugas, los pájaros, el león eunuco en su trono oxidado.
Quedábamos solos: pata contra pata, ojo contra ojo, rama contra rama,
cola contra cola en un único eslabón de historia derretido por el suelo.
Sí; no nos habla la conciencia, nada reconocemos a primera vista
en esta jaula sabiamente construida y consumida
por nosotros.
Aquí estuvo la pregunta del hombre madurando en su eje,
la síntesis de las vidas intencionalmente hermosas,
el espiral de los sueños deshaciéndose cada vez más en las noches.
Sí; aquí yo parodio, tu parodias, nosotros parodiamos
con magnífica autenticidad la apariencia humana de los monos,
rígidos en sus colas de puente, extraviados en las ramas desnudas,
de barrote en barrote, riéndonos del plátano,
mostrando el traste rojo del nacimiento
al mundo que nos atraviesa, nutridos de toda su completa y amorosa oscuridad.
Los 28 Días del Árbol
Siento tu fondo todo entero vivo y menstruando,
en silencio mascando mi carne
y arriba te muerdo los ojos, cogote, boca y demás,
como si en esta oscuridad fuera permisible
mi erótica servidumbre. Vamos
en busca de la guagua innominada, dormida
y no nuestra, todavía pensamiento, por hoy pensamiento,
la guagua-consuelo que fluye en la sangre
de la cópula nuestra, tu sagrada menstruación
consumando el engaño:
todo es destituir, o quizá retener; mi marca obstinada
te obsequia el resuello, la restregadura
de mis partes fijas en ti y en ti. Simuladamente
digo un nombre pequeño, apto
para un ser pequeño, y acabo boca arriba a tu lado
lo que boca abajo comencé tan en silencio.
EI Dorso de la Mano
Me das y yo te cojo en movimiento,
redondas, suaves, balanceándose como un columpio
blanco, todo lleno de misterio, en tanto
que la partidura se convierte en ángulo profundo
y yo comienzo a cavar mi sueño.
Así y con Todo
La gallina canta como el gallo.
Amor mío, amor mío, escúchame, no os precipitéis.
Esta trágica libertad liliputiense que me permite amarte
me limpia de polvo y paja el corazón aftoso.
La infidelidad se pasea como el Marqués de Sade frente
a un cabaret -el número 13 de la Rue Central.
Cuando hacía mal tiempo algo semejante ocurría en la calle
Lastarria de Santiago de Chile, donde éramos 2
limpiándonos la sangre bajo la lluvia. Allí adoptábamos
las posturas de Gilles de Rais, demasiado felices
para allá y para acá sobre los techos, y sin embargo
practicando las torturas de veras.
Soy un hombre estrangulado, harto e intoxicado de tu leche
nutricia, queriéndola a más no poder en la hambruna:
sentimiento de mí mismo, crees haberme cohabitado y tienes razón.
Te quiero, mierda, y puedes decirme esclavo.
La Cosecha
Debo colgarme de un árbol -cual fruta extraña-
y esperar a que madure o caerme de podrido.
Aria para un alquimista
Con mi triste mierda, con mi lengua roja
y la esperanza en el olfato, destapé tus sostenes
como quien descuelga un teléfono para hablarte.
La comunicación, aló te amo, y fuimos
tan solos entonces, tan desnudos mirándonos
de pie a cada lado de la cama, recordando los secretos
deseos de arrancarnos los ojos.
En la estabilidad de mis 4 patas avanzo,
eres preñable con todo y con esto que te muestro,
lamiendo las frazadas, el portaligas,
y la piel blanca como el azúcar en mi gran lengua roja.
Me has de cobijar en tu ranura, lo sabes cierto,
las dulces poluciones tenidas juntos,
la caricia en la nalga cortada por la gillette,
los latigazos a medianoche, yo te amo y hemos de ser
amados por la misma mano del castigo,
a plena luz disfrazándonos de risa y tú tararearás
alguna pavana del Renacimiento,
meneando las caderas para que yo me asuste.
Acabado el juego, seremos por una sola vez, tan viejos
y roncos, con dientes aislados pariendo la muerte.
El pez de oro
Crees tú que volverá a sentarse entre nosotros
algún día, aunque fuera a la sombra de tu parrón,
con esa mirada tan extrañamente cicuta,
pensando en el mejor modo de destaparse los sesos?
Sanctasanctorum
Recibe mi rostro estúpido, mi idiotez total,
mis sustanciosos suspiros perfumados de albahaca,
como la lengua de las vacas recién ordeñadas.
Entre bosta y bosta que voy dejando caer por el camino
hay algo de humano que sobrevive:
un susurro de tristeza, una astuta amargura escondida
en alguna costura del corazón puesto de perfil.
Pergeñando voy de las cosas y de su sentido incógnito
redundo en la insensatez de hablar por boca de la ignorancia.
Estoy, por supuesto, satisfecho de la vida,
por eso, repito, recibe, tú mi rostro estúpido, mi idiotez
total, mi amor sancochado
del más mortal de los hombres
que te miran e intentan caminar al lado tuyo.
Lengua
Vas creciendo -cruel- y tiemblo a tu enganche
seguro de tus dientes en mi pantorrilla.
Ah,
si pudieras asirte
a mis blancos calcetines
y morderme el talón, jugosa serías, de veras
jugosa y total como tu melena en pena.
Te vas alejando -cruel- y te vienes acercando:
de tumbo en tumbo reboto en tus tres senos
y pienso, claro, que alguien distingue las cosas.
Seré yo quien te abra los dulces zapatos
y llenos de azúcar, como de arena, lameré, mi cruel, lameré.
La Romana
La tierna, con sus 55 kilos entre mis brazos
y sus senos afiebrados, me habla
otra vez del odio y de la edad: a qué el amor
entonces con esta cara oscura si después de todo
me dices que cojeo a tu lado.
Retiras con dulzura la baba de mi boca: eres la cruel
quitando de la buena casa mis intenciones de avestruz, mi
vidita hecha que consiste mas que nada en desear,
esperar, demasiado claramente: a que el amor entonces,
mi tierna, si tus 55 kilos acostados niegan
y exigen mi soledad. Palabras para descubrirnos y nombrar
esto después en los años como algo propio que conserva
su sabiduría, aún como un oleaje débil, si lo
quisieras, sería suficiente para que perdonaras, severa,
sin cerrar los ojos: te mordiste el puño,
tus 55 kilos sobre mí, aplastando, ahogándome al fondo
de la cama, tal como el deseo de lento
y mi debilidad, perdona.