Proyecto Patrimonio - 2023 | index |
Oliver Welden | Autores |

 









«ANHISTA», de Oliver Welden. (Poemas 1962-1964)

Santiago; Arancibia Hnos., 1965

[Breve selección de poemas
del primer libro publicado por el autor]

Por LMS


.. .. .. .. ..

A N H I S T A

Sólo oro hay ahora en el mar.
Un camina dorado invita al horizonte.
Arenas plateadas, corcovados átomos
de playa que espera.
Acantilados de instantes; siniestros;
por siglos mudos
y en los años venideros, quizas...

¡Mar!
Por siempre majestuoso.
Finísima felpa esmeralda, gris, azul.
Dragón incomprensible, furioso, avasallador.
Magnánimo.
Oceano sin limites.
Contenido de continentes.
Monstruo babeante que anhela extinguir.
Amigo eterno, incomprendido.
Senda de muerte.
Lecho de amor.

El sol es tragado por el añil.
La noche cae sigilosa.
Todo es silencio.
Todo es muerte.

Revientan las olas con sordo eco en la playa.
Son lágrimas de amor...
Las rocas, en la obscuridad,
dan testimonio del llanto.

Sin embargo, no hay ruido.
Pureza de eter.

La luna, palidez y ojeras,
logra vencer las nubes.
Sus raquiticos rayos
le descubren la maldad al que sueña.

El velero ha soltado su nudo insensible.
La playa lanza gritos de amante olvidada.
Lo llama.
Lo llama evocando todos aquellos recuerdos
de gloria.
El velero prosigue su marcha.
Un nuevo amor espera.

La luna no se impacienta.
Sabe que él llegará.

Mástiles de promesas.
Velamen, de corazón.
Felicidad de quilla,
casco y timón.

Comienza a bailar.
Círculos de amor
se dibujan en las aguas.
El velamen se inclina majestuoso.
Voluptuosidad hay en su danza.

La luna delira.
Densos nubarrones la ciegan.

El velero allá va...
Frenesí... Agonía...
Locura de la separacion.

Encanto de estrellas.

El océano se retuerce;
nudo de víboras.
Su amada lo traiciona;
corazón enloquecido...
La sangre recorre todo su cuerpo,
golpeando paredes,
hasta que sus olas monstruosas
arrollan arenas de inocencia.
Quisiera perecer.
Desearía que un soplo de sol
se alzara por entre los luceros
y comenzara a secarlo, de a poco.
Que un huracán lo llevara hacia los cielos
para lamer con furia el estéril cuerpo
de la que fue suya.

Pero no:
las vísceras crepitan en lo hondo,
bullendo sin cesar...

Medusas y aguas muertas
comienzan su ajetreo.
Sirenas y tritones
escupen las ruinas abisales.
Galápagos,
noctilucas y arañas
horadan con perversidad.
Peces,
entre corales multiformes,
se extrañan.
Los minerales,
en las arenas,
permanecen hiperestesiados.
Calvario de placentas,
glóbulos y sueros,
dibujan una Negra Biblia
en la pleamar de la noche.
Bandadas de albatros
y gaviotas,
forman el halo lúcido
del mito de la resaca.
Celulas,
fibras,
plankton antropofágico,
aguas convulsionadas
en rictus salobre,
conchas, rocas, mareas,
Biblia Blanca de las crestas flameantes,
cetáceos que braman,
todo,
todo aquello,
en un momento se rebela
e incita a la venganza...

El velero está hecho jirones.
Caen los mástiles
y el crujido todavía permanece.
Su amada lo ha abandonado.
El timón perfora la agitada superficie.
Ahora navega...
Sin rumbo.
Sin dirección. ¡Ya qué importa!

El mar está quieto.
Los instintos acechan.
Las crestas se tornan navajas
mordiendo la quilla y el casco.
Gritos de agonía perforan la atmósfera.

El Océano rasga su entraña.
El Velero se mantiene por siglos suspendido.
El tiempo se rebela
y las aguas no esperan más.
Aúlla su jadeo final el adúltero.

Burbujear de vida sólo queda ahora...

¡Mar anhista...
esclerótico,
has vencido!

La luna, ondulada reposa.
Palidez de vómito en sus mejillas.
Locura en su semblante...

Y el mar, una vez más, solo...

 

 

M A D R E

Rasga la noche un cometa,
y se hace la luz.
Las tinieblas ya no son,
y aunque fueron,
la figura siempre está allí.
Bendita figura.
Cuerpo que esculpe en el granito.
Cuerpo que fecunda lo estéril.
Alma en cuerpo que detiene el tiempo.

¡Llora! ¡Ríe!
Para mí serás siempre igual.
Si lloras, te comprendo.
Te comprendo porque yo también lloro.
Si ríes, río contigo.
Porque a veces, también río.
Madre, no llores, no rías,
escucha... escucha lo que
de lo que tú creaste se vierte.

Y no emana otra cosa
que tus sabias palabras,
que tus dulces acciones,
que el alivio de tu dolor,
que la sal de tus lágrimas,
que la juventud de tu vida.

Me has dado los ojos,
tus cristales de melancolía,
luceros de tristeza,
ascuas de alegría.
Me has dado las orejas,
pabellón de carne,
laberinto de ecos,
templo de tus llamadas.
Me has dado la boca
y con ella puedo decir:
¡madre!
Me has dado las manos
y con ellas puedo escribir:
¡madre!
Me has dado las piernas,
columnas que pronto seran de oro
al sostenerte.
Me has dado los brazos,
candelabros de plata,
diez velas en sus huecos
que podrán estrecharte.
Y me has dado el cuerpo.
¡Madre, me has dado un cuerpo!
Quimera de tu silueta
con el cual seré padre.

Serás un símbolo
en la punta de los mástiles.
En las velas de mi barco
se verá tu faz de amor,
y tu mirada
que trozará en cubos el horizonte.

Surcarán las goletas
los siete mares bravíos,
la proa tronchando la espuma,
el casco sumergido en azul...
y tú, como estrella en la mesana.

Pasará una eternidad de siglos
de plata y oro.
Pasara una tempestad
de velas y helechos,
hasta que desgarrando
el aire de la noche
oiras un grito que te llamará...

¡Madre...!

Y junto con él
las estrellas te guiñaran felices,
próximas a la luna.
Y el mar te susurrará con cariño...
estrechándote
entre la cordillera
y sus espumosos labios
de paz y quietud y amor...

 

 

P E N S A M I E N T O

Cráneo que estorba.
Huesos que pesan.
Más bien serían
las cuencas solas.
Oreja sin pabellón.
Boca sin boca.
Poder palpar poemas.
Halo de palabras.
Giro de versos.
Cuerpo decapitado.
Se estaría mejor.

 

 

F U G A

¿Saben los juncos del río
que ella tal vez no vendrá?
¿Saben las piedras del río
que la espuma la vio huir?
¿Conoce el viento las penas
que por ella silenció?
¿Conoce el viento del alba
al que hoy la mira venir?
¿Llorará ausencias la noche
en su estrellado confin?
¿Las llorará quien ahora
confiado ve el sol salir?

 

 

A M I G A . M Í A

Al verte, amiga mía,
corriendo por la hierba,
tus senos siempre ocultos
parecían mariposas.

Te seguí, amiga mía,
por la misma hierba tuya,
y al acercarme a tu rostro,
tus ojos acariciaban lágrimas.

No comprendí, amiga mía,
por qué la tristeza de tu llanto,
por qué el aliento salado
de tus labios agridulces.

Me incliné, amiga mía,
y un beso fresco y joven
tiñó tu palida boca
de un rojo de rosa blanca.

Y ahora, amiga mía,
al verte oculta en las sombras,
tus senos casi míos
son sólo mariposas muertas.


 

 

Oliver Welden
(c. 1970)

 

 

  . . .



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2023
A Página Principal
| A Archivo Oliver Welden | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
«ANHISTA», de Oliver Welden. (Poemas 1962-1964).
Santiago; Arancibia Hnos., 1965.
[Breve selección de poemas del primer libro publicado por el autor]
Por LMS