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Un Poeta antes del Invierno
Reflexiones sobre Detrás de las Ventanas de Paolo Astorga

Por Héctor Ñaupari

El interesante libro de poesía Detrás de las ventanas de Paolo Astorga, llega de imprevisto, pero con culpa, como al pecador a quien el cielo se le derrumba por los pecados cometidos: sabemos que el castigo – o, en este caso, el poemario – llegará, pero no sabemos cuándo.

Arriba, pues, de manera imprevisible, igual que la poesía peruana, que es también la última hija de esa madre pobre que son nuestras letras: a la que menos le toca en esa mesa desprovista. Más aún, nuestra poesía ha sido el reino con más guerras intestinas, intrigas florentinas y conspiraciones asesinas o umbrías, según venga al caso.

Parafraseando al Leviatán de Thomas Hobbes, en el Perú el poeta es lobo para el poeta. La poesía peruana ha vivido los últimos cuarenta años en un estado de naturaleza permanente, donde sus habitantes, guiados por el instinto de supervivencia, un egoísmo perverso y mal entendido, y, por la ley del más fuerte, nos hallamos inmersos en una guerra de todos contra todos, que hace imposible el establecimiento de una sociedad y una cultura poéticas organizadas en torno a objetivos claros y metas comunes.

¿Porqué Astorga viene, cual enfebrecido profeta, hirviendo en revelaciones, con su voz nueva y fresca, con el alma vieja y cargada de recuerdos y pesadillas, a tocar las puertas de esta orgía sin freno que es nuestra poesía, desarreglo perpetuo que, como el Perú, nadie quiere ni se atreve a componer, sino únicamente a empeorar? Porque – eso estimo, al menos – para Astorga hacer poesía es un acto serio.

Este joven poeta asume que hay un atisbo de verdad en el verso de Vallejo, en su Himno a los voluntarios de la República, donde “todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él”, y entiende que la poesía es para el poeta un mandato ineludible, un llamado incontrastable a la acción, una tarea impostergable, un espina en el costado que nos duele y debemos sacarnos para vivir.

En las páginas de Detrás de las ventanas hay un emplazamiento directo: Astorga sostiene en cada uno de sus poemas que si la poesía es creación, inventemos. Si la poesía es una agonía absoluta frente a la página en blanco, salgamos victoriosos de ese combate. En su libro dota a la creación literaria de un mástil o palo mayor donde ésta puede ondear más alto. Astorga nos recuerda que los poetas seguiremos siendo, como se refería Octavio Paz al hombre que es otro, unas “criaturas imprevisibles”, como imprevisible, para bien, es en su quehacer este joven vate.

¿Y cómo lo hace? En una interesante conciliación de los contrarios, dando brillo a la oscuridad. Compañía a la desolación. Muchedumbre – sus lectores – a la soledad que le atenaza en cada verso. También metamorfoseándose, como los antiguos dioses griegos, en cuervos, búhos, inviernos, lluvias, pájaros fantásticos y feroces, crepúsculos, nieblas, silencios. Así, todo lo que significa solitario para un ser humano se reúne en el concierto de su obra.

Para muestra, un botón: el cuervo de Astorga, como en el poema Mi cuervo de Raymond Carver, “No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway. Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca. Tampoco era uno de los cuervos de Homero, impregnados de sangre coagulada tras la batalla”. El suyo es un ave enardecida que cercena sus sueños. Y así.

Trémulo, lúgubre, la precisa lectura para dar valor al suicida, Detrás de las ventanas es también el poemario del amor perdido y jamás recuperado. En su evocación romántica y naturalista, gótica a ratos, se expresa sutilmente el día siguiente de quien tiene quebrada el alma al verse abandonado por el ser amado.

En Detrás de las ventanas la noche es más oscura, el llanto más nítido, el nihilismo de quien vela su romance muerto y arrancado de su corazón es una declaración de guerra, un manifiesto revolucionario. Por eso mismo debe ser leído, para quien se sepa extraviado por el dolor, encuentre una hoja de ruta para internarse en ese laberinto sin salir jamás de él, igual que los personajes de Arthur Conan Doyle o Edgar Allan Poe, luego de cometer sus crímenes.

Y de este modo, como los caballeros medievales que buscan expiar sus pecados, y van a la batalla con el hábito del monje debajo de la armadura, así va Paolo Astorga con Detrás de las ventanas: espada en mano, frente a sus enemigos; o esperando con certeza el invierno de descontento, desolación y muerte que le arriba. Eso es poesía.

Y la poesía se encuentra en textos sublimes por su tenebrosidad, semejante al pensamiento del último hombre sobre un mundo devastado, como los oscuros veleros retornaron al cielo y a ti te abandonaron, donde dice “Sólo el océano mora por su indeleble pañuelo de sangre / párpados / que ya no recorrerán este desierto / iluminado de escombros y piel abandonada”.

El amor se vuelve masoquista para el poeta, en el poema letanía, que dice “Sé que ha nacido un corazón crucificado. Sin embargo / el alba aún habrá tocado mis labios / el instante congelado / decapitando una sonrisa”.

Y sube el tono en angustia natural, al revelarnos que “la piel sesgada ya no retiene las caricias / otra vez el sol que me espera de rodillas”. En su clímax, el joven poeta Astorga vuelve al eros, tánatos; al amor, muerte, y las dos se abrazan en el poema la esfinge se ha estremecido en su destierro, “donde todo se desnuda agonizando / ya muero, ya muero / qué dulce luz sin verbo, sin más brillo / que un ojo cobarde / añadiéndose al silencio”.

Por otra parte, como Isaías, el Príncipe de los Profetas, sus versos son revelaciones, sobre las difíciles horas que vivirá nuestro país, cuando nos dice, en el poema un muchacho antes del invierno, “pocas cosas han quedado impunes a la mirada funesta de los cuervos”.

El futuro de desolación y desasosiego que también han vivido nuestros padres y los padres de ellos queda patente en el poema un lugar imposible, donde señala que “No importará ya / que la máscara / se haga memoria en mi rostro”.

Y nos anticipa nuestro comportamiento en este reino invadido de escombros que será el Perú, en su poema cementerio, al disponer que “Quizás ya nadie / quiera dejar sus ojos / en esta gigantesca hoguera de sueños enlutados”, o como en el sol verdadero, que nos dice “Hoy despertaré condenado / a jugar con mi verdugo”, además, dejando  entrever el muro de lamentos en que nos convertiremos, en el texto rumores del camino, donde el poeta expresa “Otra vez será muy tarde para limpiar la ceniza / que se ha desbordado en nuestros ojos”.

Por eso mismo, habrá que recordarles, de modo permanente, a estos dos aspirantes de dictadores, uno de los cuales nos gobernará, para nuestra desgracia, el verso límpido de Heberto Padilla, Para escribir en el álbum de un tirano:

“Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan–el–gago, Pedro–el–mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres”.

Y, a nosotros mismos, para entender nuestra singular condición, el magnífico poema Todo esto es mi país, de Sebastián Salazar Bondy, que les leo a continuación:

“Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;
mi país es una intensa pasión, un triste piélago, un incansable manantial de razas y mitos que fermentan;
mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras, de muchedumbres quejumbrosas y altas sombras heladas;
Mi país es un corazón clavado a martillazos”.

Con Salazar Bondy, creo, sin embargo, que hay esperanza, que se nos devela para Paolo Astorga en el poema Orilla, cuando dice “y soñar bajo la lluvia calcinada de invierno / que existe un paraíso al final de este precipicio que te nombra lentamente / hasta devorar todas las hojas, la luz empozada en las gargantas”.

Cuando la democracia vuelva, Paolo Astorga, y muchos otros, regresaremos con los prisioneros, con los despojados, con las blancas mujeres dolientes, con los ateridos por los estragos de una larga espera. Con ellos nos pondremos la piel arrasada, los sacos sin recelo, el perdurable ímpetu. Seremos la primavera, la alegría, la ola libre azul que pese a irse vuelve siempre.

Y entonces, serán nuevas todas las cosas, el aire, la luz, la libertad, mi amor heredado, este hermoso poemario Detrás de las ventanas, y sobre todo el mañana, que se extenderá como el cielo en la línea febril del horizonte.

Muchas gracias.
Santiago de Surco, 23 de febrero de 2011


 

 

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