Las nociones que fijó el Primer Congreso Nacional de la Educación y la Cultura de La Habana con respecto a ciertas labores específicas son bastantes conocidas. No es necesario, por lo tanto, volver sobre ellas. Baste señalar que en ese Congreso se elaboraron con absoluta ortodoxia los caminos que posibilitan o abren una ancha vía hacia un l stalinismo cultural de nuevo ropaje, pero que conserva en su esencia los mismos vicios y las mismas manías que hicieron tristemente popular al señor Andrei Zhdanov, cuyos consejos estéticos pueden encontrarse reunidos en su célebre opúsculo que tituló El papel del Partido en el dominio de la literatura.
No tiene sentido ni oportunidad poner al día tales pobrezas. Las teorías estéticas del marxismo, que se abren en cierta forma con Marx y Engels, se cierran con Zhdanov, puntual comisario de las corrientes artísticas que pugnaron para hacerse válidas en la era staliniana, pero que fueron reprimidas, consecuentemente, por los férreos lineamientos del Consejo Nacional de Cultura de la URSS, cuya misión fundamental era "orientar" la producción literaria y artística en su conjunto.
En Cuba, pues de casi 12 años de revolución, se crea el Congreso Nacional de Educación y Cultura que tiene una una finalidad parecida y que incurre en el error voluntario de calificar groseramente a un grupo de escritores europeos y latinoamericanos, aduciendo que conforman una maffia o son representantes de las putrefacciones de las mas corrompidas sociedades occidentales.
El lenguaje, desde luego, pone de manifiesto sólidos maniqueísmo. Vivir en Occidente es ser putrefacto o estar corrompido. Se olvidan las contradicciones del mundo moderno y veladamente se acusa a Sartre, por ejemplo, de ser un perro guardián del sionismo, omitiéndose que Sartre no sólo fue un defensor permanente de la Revolución cubana, sino que sus actitudes políticas y personales sobrepasan cualquier valoración burda que quiera hacer sobre su vida y su obra.
Además, no hay consecuencia en lo que se decía ayer y lo que se afirma hoy.
Esa inconsecuencia es la que abruma y la que nos hace, en cierto sentido, ponernos a cubierto de que los hechos se encadenen y repercutan dolorosamente en nuestro país. Se dan casos en que faltan los artistas y sobran los comisarios.
La adhesión obsecuente, esclerótica y balbuceante a cualquier proceso revolucionario, unidimensionalmente, permite, en el fondo, aceptar cualquier tipo de aberración. Y estamos conscientes de que toda obsecuencia es un paso para que los manipuladores de conciencias conjuguen un sólo verbo: el de la obediencia claudicante.
El socialismo puede y debe ser la liberación autentica del ser humano, por una liberación que borre o lime las alienaciones, que permita el ejercicio pleno, desmistificado, de la conciencia, que es en último término el baluarte mas concreto por el cual el hombre se realiza.
De otra manera-y es algo terrible decirlo-los sueños de Marx, genio indiscutido de la humanidad, concluirán en esa mínima instancia.
Sólo los mediocres, los fatuos, los resentidos, pueden estar felices por el actual proceso cultural cubano: encuentran un modelo para encauzarse.
Se llega al facilismo de señalar en las conclusiones del Congreso Nacional de la Educación y la Cultura que todo intelectual de occidente está "enfermo y contagioso". Eso se rechaza por sí mismo: Marx, Engels, Lenin, Che Guevara, habrían sido enfermos y contagiosos. A lo mejor es cierto: inocularon el virus de la plenitud humana. Y resulta que ahora, esa plenitud está en contradicción con los burócratas del socialismo.
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