Nicanor Parra

 
 

 



Nicanor Parra:

Antipoesía o poesía integral

Por Enrique Lihn
[En el diario El Siglo, Stgo., 9 de junio de 1963]

 


Mientras más modestos debieran ser ciertos lectores, mayor es la tentación de implacabilidad a la que no se resisten si sucumben a la de sentirse críticos autorizados. Los extremos de la detractación y la alabanza se tocan en una misma inocencia: falta de objetividad que los hace sospechosos de responder a móviles extraliterarios. La pequeña historia de nuestra literatura registra opiniones muy divertidas, en que el panegírico agota los recursos del delirio y la censura colinda en la injuria y en la calumnia cuando no las sobrepasa ampliamente.

La necesidad y la casualidad decidieron que se operara un cambio en nuestra realidad poética. A la necesidad de un nuevo golpe a la tradición establecida en nuestro medio por las grandes individualidades "geniales" se unió la casualidad encarnada en el autor de Poemas y antipoemas y Versos de salón. Y el cambio se produjo, aunque convengo en que muchos no lo admitan por razones obvias. En cierto modo, el hecho mismo de que en el nivel más bajo de la "afición" se "levanten" gritos de protesta en contra suya, habla en favor de Nicanor Parra. No sé de ningún buen poeta que no se haya atraído la desestimación de sus colegas o la ira de los opinantes. Elemento catalizador, precipita las más encontradas y enconadas reacciones, y uno de sus méritos reside en que, para justipreciarlo o juzgarlo a mata caballo, se precisa razonar o disparatear en torno al sentido de la poesía.

El antipoeta ha levantado una polvareda de "definiciones" entre las cuales, como era de prever, se han reanimado, por obra y gracia de la indignación, algunos fósiles sagrados. En nombre de la ética (la poesía sirvienta de una cierta moral) se han arrojado sus versos al canasto del infierno. Y, aunque parezca raro, hay quienes opinan por boca de la Belleza, ese ganso atravesado, durante siglos, en el camino de la comprensión histórico-artística.

Este poeta agnóstico, como diría Jorge Elliott, humorista consumado que presenta al mundo y a nuestra existencia en él como algo sin pies ni cabeza, enteramente intrascendente "... capaz de reírse a costa de sí mismo", ha logrado hacer perder, la cabeza a más de un lector malhumorado y desprevenido, mientras que, para el verdadero hombre de letras ha constituido algo así como una pieza de caza mayor en el bosque de la poesía, un desafío a la puntería intuitiva, al cuchillo analítico: Elliott en Chile, Benedetti en el Uruguay, Femando Alegría en Estados Unidos, donde una traducción de Poemas y antipoemas que cumplió su tercera edición asoció el nombre de Parra al de poetas como Ferlinghetti y Allen Ginsberg bajo el signo de una misma vocación de practicismo, combatividad y "frescura" expresivas propios de la auténtica poesía de vanguardia.

Vuelvo al grano para determinar la posición que ocupa Parra en la "geografía poética de Chile", expresión ésta que repito pensando en cómo se ha mistificado en torno a las "altas cumbres" y de qué manera, en materia de símiles geográficos, conviene tener presente, antes que la altitud de las tierra de que se habla, su valor como hábitat.

Ante todo, podría invocar la influencia que incuestionablemente han ejercido los Poemas y antipoemas sobre la producción de la nueva poesía chilena. Se ha dicho: "los poetas aprenden de los poetas" —verdad parcial— y, así como Parra reconoce, entre otras, sus deudas inglesas-norteamericanas (Whitman, T. S. Eliot, etc.), fuera de aquellas, más complejas y misteriosas, "extra literarias". Una por así decirlo patriótica, entrañable con Pablo Neruda; así como Parra reconoce estas deudas, unos cuantos poetas jóvenes (aún) no podemos defendemos de la acusación de parristas, aunque se trate justamente de una acusación, sin pecar de ingratos y farsantes.

Fuera de que un amplio sector incipiente de la poesía chilena no ha transformado en sustancia propia las sugestiones parrianas, tomándolas al pie de la letra que no del espíritu, con lo cual los antipoetas de segundo y tercer orden forman legión, a la manera de los siempre versificantes nerudianos de bolsillo. El estilo epigonal puede halagar la vanidad de un poeta creador pero, por lo general, trae una época oscura para la poesía y hasta una corriente contraria, de cansancio y fastidio, contra el padre de esa pegajosa modalidad expresiva. Por lo demás, si ha de tomarse como medida del valor de una dicción su contagiosidad, conviene tener presente, entre nosotros, el caso de una Gabriela Mistral que, por razones atendibles, no dejó discípulos ni imitadores para bien de la poesía.

Que Nicanor Parra haya hecho escuela no me parece tan interesante como el porqué de su virtual y real maestría en el doble sentido de esta palabra. Escritores tan buenos como él no tienen la misma excelente acústica. Un poeta no hace el verano de su generación. Quiero decir que el éxito de Parra, débese, en buena medida, a su ingeniosa y lúcida aptitud para sintonizar con los tiempos que corren y dar forma, por cierto que a su modo (y en esto actúa sobre ellos) a esa particular necesidad de expresión que flota en el aire de los mismos. Es falso que la poesía cree la necesidad que satisfacer. Esa necesidad precede el poeta, pertenece al orden del tiempo en que a éste le toca vivir, lo sobrepasa, —al poeta— cuando no logra darle satisfacción.

En Versos de salón hay unos graciosos e impertinentes que dicen: "Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne / hasta que vine yo/ y me instalé con mi montaña rusa / suban si les parece / claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices".

Si alguien se siente ofendido por estas expresiones juzgándolas de una pretensión exagerada, es que reacciona ingenuamente negándole al autor de ellas, el derecho al énfasis, a la hipérbole y también ¿por qué no? a la expansión lúdica y al sano egotismo, ingredientes que siempre se encontrarán en las salsas que preparan los poetas para condimentar la realidad a la que apuntan. En última instancia, la poesía entera es una imagen, un "discurso simbólico" que se resiste, en muchos aspectos, a la lectura literal, al pie de la letra.

También Parra ha expresado en su vena popular (que irriga todo el cuerpo de su poesía), con todo respeto, la conciencia de su oposición a la poesía de las altas cumbres: "... será porque soy tan leso, / que no entiendo a los poetas / de esos que componen versos / y prosas a la moderna".

De Poemas y antipoemas es esta expresión, más densa y filosofante, del estado de espíritu subversivo: "Y la poesía reside en las cosas o es simplemente un espejismo del espíritu".

Si yo tuviera que emplear una sola palabra para catalogar a Parra y señalar la novedad y la fuerza de expansión de su carácter poético, tendría que echar mano al más provocativo de los conceptos: el de realismo. Puedo exponer mi punto de vista.

Realismo que significa, en este caso, una operación en todos los planos de la creación poética cuya causa final sería la de expresar al hombre integral, haciendo del poema un terreno de cultivo del mismo, una zona abierta, por iguales partes a la naturaleza y al espíritu, un sistema intuitivo de coordenadas, un modo y un receptor de conocimiento multilateral, embebido de emotividad indiscriminada en cuanto al valor convencional de los sentimientos: "Un ojo en blanco no me dice nada".

La vastedad ambiciosa de este proyecto ideal desalienta cualquiera pretensión de sentirse dueño de la situación que él plantea. El poeta no es un "pequeño Dios" ni mucho menos: presencia el crepúsculo de los fetiches. Debe esforzarse —como la naturaleza misma del proyecto lo exige— por realizarlo fragmentariamente: "El arte nunca ha sido un intento de aprehender la realidad como un todo", (Herbert Read). A la más alta exigencia abstracta se debe responder con el trabajo de la hormiga y el canto de la cigarra. El antipoeta no sólo se siente el igual de todos. A este sano unanimismo puede conjugarse, para usar una expresión típica de Parra, "la más completa sensación de fracaso".

El mundo absurdo de este humorista lo habita la cuasi caricatura de un individuo, el poeta, que es de por sí una metáfora de la insignificancia humana y este personaje vive inmerso en un cúmulo de proliferantes circunstancias cuyo heterogéneo conjunto parece figurar el dominio de la casualidad, más bien del azar en la alienación del hombre y del mundo que toma/ este último, el aspecto de ese rompecabezas que hay que solucionar antes de morir". Este aspecto pesimista de la obra de Parra —sensible sobre todo en los antipoemas— no sólo se completa con una imagen constructiva de las cosas, con una liviana y generosa visión del mundo sino que yo diría forma parte, es un ingrediente dialéctico de ésta. En ningún caso hay que olvidar al poeta progresista.

Demás está decir que el supuesto de la poesía de Parra, a fuerza de realista es su comunicabilidad sobre la cual él ha cargado el acento hasta postular a una literatura poética "a base de hechos y no de combinaciones o figuras literarias" en que el idioma, estrictamente funcional, sea apenas el "simple vehículo" de la expresión. Sería bueno discutir este punto de vista. Lo importante, es señalar ahora la repugnancia del poeta por "la forma afectada del lenguaje tradicional poético". La reacción en contra de éste no puede reducirse a una diferencia de palabras. Se cifra en la voluntad de hacer una poesía integral, despojada de cualquier exclusivismo, uno de los cuales remata en la poesía —objeto— creación pura, impenetrable cultivada, entre nosotros, por el creacionismo (exclusivismo de la imaginación sostenido en el poder de las palabras) y por el surrealismo del grupo Mandrágora que se engolfó en la elaboración de una poesía criptográfica, superliteraria, sobresaturada de referencias librescas.

Para Nicanor Parra —como escribió en un "Arte poética" de circunstancias —se trataba de superar el exclusivismo romántico (del sentimiento, de la música de las palabras, etc.), consciente de que del exceso de la fantasía subjetiva de sus grandes predecesores, "idealistas emotivos" los llama Elliott —al absurdo de la poesía—, no hay más que un paso del que han adjurado en beneficio de la "claridad" excelentes poetas mandragóricos como Braulio Arenas. Por exclusivismo romántico, debió entender también Parra, según supongo, el misticismo mistraliano, el cristianismo panteísta y la alienación pasional de la "Divina Gabriela".

Así, pues, los flagrantes o encubiertos excedentes del romanticismo y del modernismo se liquidan, después de Parra, a precios muy bajos. A los titanes, a los místicos, a las "grandes figuras" de la poesía, se les recuerda la diferencia que puede y debe haber entre ésta y la autoglorificación o el ritual que postula a la eternidad con gestos y actitudes pretendidamente extra temporales.

Los poetas cultistas, por su parte, los poetas de la poesía, pueden pensar, con el ejemplo de Nicanor Parra, en estas sabias palabras de Antonio Gramsci: "la poesía no genera poesía, aquí no hay partenogénesis, se requiere la intervención del elemento fecundante, de aquello que es real, pasional, práctico, moral".

La solemnidad exagerada del tono no cuadra con este nuevo huésped de la Casa de la Poesía, que experimenta, indaga, se abre a todas las posibilidades de la expresión, restablece entre las distintas facultades e intereses culturales la natural,necesaria interrelación y correlación llevando a todos los campos su búsqueda de la palabra exacta, de la imagen lúcida, del "verso suelto".

Nada de lo que interesa al hombre puede desligarse de algún género de la emoción que mueve al poeta, salvo las abstracciones vacías o, acaso, las especializaciones del pensamiento. Y es el hombre concreto con sus "correspondientes notas antropológicas" (C. Astrada), el objeto y sujeto del antipoema, despojado o, más bien, despejado de atributos demiúrgicos que mistifiquen su realidad o la alejen del común denominador humano que el realismo, ante todo, trata de definir.

El autor de La cueca larga no ha sido aventajado, en ningún caso, en cuanto a poesía popular, el más auténtico de cuantos han incorporado o tratado de incorporar desde adentro a su obra de dicción a los cantores del pueblo. Esto puede tomarse como una connotación más del concepto de realismo aplicado al caso particular de Nicanor Parra.

Estas notas sueltas sobre la antipoesía terminan con la invitación a leer Poemas y antipoemas, Versos de salón, con tanta atención como beligerancia.

En su último libro. Parra ha exaltado (junto al color local) el tono humorístico, puede que hasta la exageración; pero este divertimento de sus medios expresivos, de los elementos de su estilo, constituye un buen espectáculo. Entre los fogonazos de los "versos sueltos", la imaginación llega a su plenitud arrojándose sobre la realidad briosamente, poniéndola al desnudo sin contemplaciones. Es un juego muy libre pero no gratuito de asociaciones. La autocrítica y la crítica individual y social se entremezclan con los simples transportes vitales o con el paroxismo de humor negro en que cae el poeta como consecuencia de una visita al cementerio.






 

 
 

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