Mientras más
modestos debieran ser ciertos lectores, mayor es la tentación de
implacabilidad a la que no se resisten si sucumben a la de sentirse
críticos autorizados. Los extremos de la detractación y la alabanza se
tocan en una misma inocencia: falta de objetividad que los hace sospechosos de responder a móviles extraliterarios. La
pequeña historia de nuestra literatura registra opiniones muy
divertidas, en que el panegírico agota los recursos del delirio y la
censura colinda en la injuria y en la calumnia cuando no las sobrepasa
ampliamente.
La necesidad y la casualidad decidieron que se
operara un cambio en nuestra realidad poética. A la necesidad de un
nuevo golpe a la tradición establecida en nuestro medio por las
grandes individualidades "geniales" se unió la casualidad encarnada en
el autor de Poemas y antipoemas y Versos de salón. Y el
cambio se produjo, aunque convengo en que muchos no lo admitan por
razones obvias. En cierto modo, el hecho mismo de que en el nivel más
bajo de la "afición" se "levanten" gritos de protesta en contra suya,
habla en favor de Nicanor Parra. No sé de ningún buen poeta que no se
haya atraído la desestimación de sus colegas o la ira de los
opinantes. Elemento catalizador, precipita las más encontradas y
enconadas reacciones, y uno de sus méritos reside en que, para
justipreciarlo o juzgarlo a mata caballo, se precisa razonar o
disparatear en torno al sentido de la poesía.
El antipoeta ha
levantado una polvareda de "definiciones" entre las cuales, como era
de prever, se han reanimado, por obra y gracia de la indignación,
algunos fósiles sagrados. En nombre de la ética (la poesía sirvienta
de una cierta moral) se han arrojado sus versos al canasto del
infierno. Y, aunque parezca raro, hay quienes opinan por boca de la
Belleza, ese ganso atravesado, durante siglos, en el camino de la
comprensión histórico-artística.
Este poeta agnóstico, como
diría Jorge Elliott, humorista consumado que presenta al mundo y a
nuestra existencia en él como algo sin pies ni cabeza, enteramente
intrascendente "... capaz de reírse a costa de sí mismo", ha logrado
hacer perder, la cabeza a más de un lector malhumorado y desprevenido,
mientras que, para el verdadero hombre de letras ha constituido algo
así como una pieza de caza mayor en el bosque de la poesía, un desafío
a la puntería intuitiva, al cuchillo analítico: Elliott en Chile,
Benedetti en el Uruguay, Femando Alegría en Estados Unidos, donde una
traducción de Poemas y antipoemas que cumplió su tercera
edición asoció el nombre de Parra al de poetas como Ferlinghetti y
Allen Ginsberg bajo el signo de una misma vocación de practicismo,
combatividad y "frescura" expresivas propios de la auténtica poesía de
vanguardia.
Vuelvo al grano para determinar la posición que
ocupa Parra en la "geografía poética de Chile", expresión ésta que
repito pensando en cómo se ha mistificado en torno a las "altas
cumbres" y de qué manera, en materia de símiles geográficos, conviene
tener presente, antes que la altitud de las tierra de que se habla, su
valor como hábitat.
Ante todo, podría invocar la influencia
que incuestionablemente han ejercido los Poemas y antipoemas
sobre la producción de la nueva poesía chilena. Se ha dicho: "los
poetas aprenden de los poetas" —verdad parcial— y, así como Parra
reconoce, entre otras, sus deudas inglesas-norteamericanas (Whitman,
T. S. Eliot, etc.), fuera de aquellas, más complejas y misteriosas,
"extra literarias". Una por así decirlo patriótica, entrañable con
Pablo Neruda; así como Parra reconoce estas deudas, unos cuantos
poetas jóvenes (aún) no podemos defendemos de la acusación de
parristas, aunque se trate justamente de una acusación, sin pecar de
ingratos y farsantes.
Fuera de que un amplio sector incipiente
de la poesía chilena no ha transformado en sustancia propia las
sugestiones parrianas, tomándolas al pie de la letra que no del
espíritu, con lo cual los antipoetas de segundo y tercer orden forman
legión, a la manera de los siempre versificantes nerudianos de
bolsillo. El estilo epigonal puede halagar la vanidad de un poeta
creador pero, por lo general, trae una época oscura para la poesía y
hasta una corriente contraria, de cansancio y fastidio, contra el
padre de esa pegajosa modalidad expresiva. Por lo demás, si ha de
tomarse como medida del valor de una dicción su contagiosidad,
conviene tener presente, entre nosotros, el caso de una Gabriela
Mistral que, por razones atendibles, no dejó discípulos ni imitadores
para bien de la poesía.
Que Nicanor Parra haya hecho escuela no
me parece tan interesante como el porqué de su virtual y real maestría
en el doble sentido de esta palabra. Escritores tan buenos como él no
tienen la misma excelente acústica. Un poeta no hace el verano de su
generación. Quiero decir que el éxito de Parra, débese, en
buena medida, a su ingeniosa y lúcida aptitud para sintonizar con
los tiempos que corren y dar forma, por cierto que a su modo (y en
esto actúa sobre ellos) a esa particular necesidad de expresión que
flota en el aire de los mismos. Es falso que la poesía cree la
necesidad que satisfacer. Esa necesidad precede el poeta, pertenece al
orden del tiempo en que a éste le toca vivir, lo sobrepasa, —al poeta—
cuando no logra darle satisfacción.
En Versos de salón
hay unos graciosos e impertinentes que dicen: "Durante medio siglo /
la poesía fue / el paraíso del tonto solemne / hasta que vine yo/ y me
instalé con mi montaña rusa / suban si les parece / claro que yo no
respondo si bajan / echando sangre por boca y narices".
Si
alguien se siente ofendido por estas expresiones juzgándolas de una
pretensión exagerada, es que reacciona ingenuamente negándole al autor
de ellas, el derecho al énfasis, a la hipérbole y también ¿por qué no?
a la expansión lúdica y al sano egotismo, ingredientes que siempre se
encontrarán en las salsas que preparan los poetas para condimentar la
realidad a la que apuntan. En última instancia, la poesía entera es
una imagen, un "discurso simbólico" que se resiste, en muchos
aspectos, a la lectura literal, al pie de la letra.
También
Parra ha expresado en su vena popular (que irriga todo el cuerpo de su
poesía), con todo respeto, la conciencia de su oposición a la poesía
de las altas cumbres: "... será porque soy tan leso, / que no entiendo
a los poetas / de esos que componen versos / y prosas a la
moderna".
De Poemas y antipoemas es esta expresión, más
densa y filosofante, del estado de espíritu subversivo: "Y la poesía
reside en las cosas o es simplemente un espejismo del
espíritu".
Si yo tuviera que emplear una sola palabra para
catalogar a Parra y señalar la novedad y la fuerza de expansión de su
carácter poético, tendría que echar mano al más provocativo de los
conceptos: el de realismo. Puedo exponer mi punto de
vista.
Realismo que significa, en este caso, una operación en
todos los planos de la creación poética cuya causa final sería la de
expresar al hombre integral, haciendo del poema un terreno de cultivo
del mismo, una zona abierta, por iguales partes a la naturaleza y al
espíritu, un sistema intuitivo de coordenadas, un modo y un receptor
de conocimiento multilateral, embebido de emotividad indiscriminada en
cuanto al valor convencional de los sentimientos: "Un ojo en blanco no
me dice nada".
La vastedad ambiciosa de este proyecto ideal
desalienta cualquiera pretensión de sentirse dueño de la situación que
él plantea. El poeta no es un "pequeño Dios" ni mucho menos: presencia
el crepúsculo de los fetiches. Debe esforzarse —como la naturaleza
misma del proyecto lo exige— por realizarlo fragmentariamente: "El
arte nunca ha sido un intento de aprehender la realidad como un todo",
(Herbert Read). A la más alta exigencia abstracta se debe responder
con el trabajo de la hormiga y el canto de la cigarra. El antipoeta no
sólo se siente el igual de todos. A este sano unanimismo puede
conjugarse, para usar una expresión típica de Parra, "la más completa
sensación de fracaso".
El mundo absurdo de este humorista lo
habita la cuasi caricatura de un individuo, el poeta, que es de por sí
una metáfora de la insignificancia humana y este personaje vive
inmerso en un cúmulo de proliferantes circunstancias cuyo heterogéneo
conjunto parece figurar el dominio de la casualidad, más bien del azar
en la alienación del hombre y del mundo que toma/ este último, el
aspecto de ese rompecabezas que hay que solucionar antes de morir".
Este aspecto pesimista de la obra de Parra —sensible sobre todo en los
antipoemas— no sólo se completa con una imagen constructiva de las
cosas, con una liviana y generosa visión del mundo sino que yo diría
forma parte, es un ingrediente dialéctico de ésta. En ningún caso hay
que olvidar al poeta progresista.
Demás está decir que el
supuesto de la poesía de Parra, a fuerza de realista es su
comunicabilidad sobre la cual él ha cargado el acento hasta postular a
una literatura poética "a base de hechos y no de combinaciones o
figuras literarias" en que el idioma, estrictamente funcional, sea
apenas el "simple vehículo" de la expresión. Sería bueno discutir este
punto de vista. Lo importante, es señalar ahora la repugnancia del
poeta por "la forma afectada del lenguaje tradicional poético". La
reacción en contra de éste no puede reducirse a una diferencia de
palabras. Se cifra en la voluntad de hacer una poesía integral,
despojada de cualquier exclusivismo, uno de los cuales remata en la
poesía —objeto— creación pura, impenetrable cultivada, entre nosotros,
por el creacionismo (exclusivismo de la imaginación sostenido en el
poder de las palabras) y por el surrealismo del grupo Mandrágora
que se engolfó en la elaboración de una poesía criptográfica,
superliteraria, sobresaturada de referencias librescas.
Para
Nicanor Parra —como escribió en un "Arte poética" de
circunstancias —se trataba de superar el exclusivismo romántico (del
sentimiento, de la música de las palabras, etc.), consciente de que
del exceso de la fantasía subjetiva de sus grandes predecesores,
"idealistas emotivos" los llama Elliott —al absurdo de la poesía—,
no hay más que un paso del que han adjurado en beneficio de la
"claridad" excelentes poetas mandragóricos como Braulio Arenas. Por
exclusivismo romántico, debió entender también Parra, según supongo,
el misticismo mistraliano, el cristianismo panteísta y la alienación
pasional de la "Divina Gabriela".
Así, pues, los flagrantes o
encubiertos excedentes del romanticismo y del modernismo se liquidan,
después de Parra, a precios muy bajos. A los titanes, a los místicos,
a las "grandes figuras" de la poesía, se les recuerda la diferencia
que puede y debe haber entre ésta y la autoglorificación o el ritual
que postula a la eternidad con gestos y actitudes pretendidamente
extra temporales.
Los poetas cultistas, por su parte, los
poetas de la poesía, pueden pensar, con el ejemplo de Nicanor Parra,
en estas sabias palabras de Antonio Gramsci: "la poesía no genera
poesía, aquí no hay partenogénesis, se requiere la intervención del
elemento fecundante, de aquello que es real, pasional, práctico,
moral".
La solemnidad exagerada del tono no cuadra con este
nuevo huésped de la Casa de la Poesía, que experimenta, indaga, se
abre a todas las posibilidades de la expresión, restablece entre las
distintas facultades e intereses culturales la natural,necesaria
interrelación y correlación llevando a todos los campos su búsqueda de
la palabra exacta, de la imagen lúcida, del "verso
suelto".
Nada de lo que interesa al hombre puede desligarse de
algún género de la emoción que mueve al poeta, salvo las abstracciones
vacías o, acaso, las especializaciones del pensamiento. Y es el hombre
concreto con sus "correspondientes notas antropológicas" (C. Astrada),
el objeto y sujeto del antipoema, despojado o, más bien, despejado de
atributos demiúrgicos que mistifiquen su realidad o la alejen del
común denominador humano que el realismo, ante todo, trata de
definir.
El autor de La cueca larga no ha sido
aventajado, en ningún caso, en cuanto a poesía popular, el más
auténtico de cuantos han incorporado o tratado de incorporar desde
adentro a su obra de dicción a los cantores del pueblo. Esto puede
tomarse como una connotación más del concepto de realismo aplicado al
caso particular de Nicanor Parra.
Estas notas sueltas sobre la
antipoesía terminan con la invitación a leer Poemas y
antipoemas, Versos de salón, con tanta atención como
beligerancia.
En su último libro. Parra ha exaltado (junto al
color local) el tono humorístico, puede que hasta la exageración; pero
este divertimento de sus medios expresivos, de los elementos de su
estilo, constituye un buen espectáculo. Entre los fogonazos de los
"versos sueltos", la imaginación llega a su plenitud arrojándose sobre
la realidad briosamente, poniéndola al desnudo sin contemplaciones. Es
un juego muy libre pero no gratuito de asociaciones. La autocrítica y
la crítica individual y social se entremezclan con los simples
transportes vitales o con el paroxismo de humor negro en que cae el
poeta como consecuencia de una visita al cementerio.