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El amor es tensión
Apuntes sobre Luz de estrellas muertas (Editorial Bogavantes, 2022), de Claudia Jara Bruzzone

Por Pablo Ayenao


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Claudia Jara Bruzzone (Valdivia, 1986), creció y realizó  sus primeros estudios en Chaitén, región de Los Lagos. Es profesora de Castellano y Comunicación por la Universidad de la Frontera. El año 2015 publica la plaquette Cartografía de la ausencia (Ediciones Venérea Violenta). Posteriormente, el año 2018, aparece el poemario Desove (Cagtén Ediciones). Luz de estrellas muertas (Editorial Bogavantes, 2022) corresponde, en sentido estricto,  a su segundo libro.

Luz de estrellas muertas prosigue el itinerario trazado en Desove, en donde el follaje amoroso, la obstinación cotidiana y una nublada nostalgia se despliegan con rotunda severidad. Sin embargo, existe una importante bifurcación en el camino. Aunque, quizás, es solo la expansión del tranco ya detallado. Así, advertimos nítidamente en Luz de estrellas muertas una exploración hacia la captura (imagen) del signo mujer, además de la uso de un impecable imaginario cinematográfico.

Sobre este último punto es imperioso detenerse, puesto que las cintas de celuloide y su progreso en la gran pantalla transmutan en perentoria majestuosidad y elegida razón. El código cinematográfico, entonces, cristaliza la estructura del poemario. De esta manera, Luz de estrellas muertas se encuentra dividido en tres apartados. Hablamos de plano objetual, plano subjetivo y plano voyeur. Cada uno de estos planos despliega un artificio, puesto que soportan poemas que versan sobre inolvidables luminarias de Hollywood. Algunas con mayor alcance que otras. Así, lo objetual es el momento del momento, recortes vistos siempre al trasluz. Lo subjetivo corresponde al exacto argot, aquello particular de cada actriz, su propia constancia. Por último, lo voyeur es la aprehensión de una imagen por parte de la cámara fotográfica, puesto que aquí irrumpen en escena los inefables paparazzi.

Algunas actrices son retratadas por el plano objetual. Otras actrices son retratadas por el plano subjetivo. Ninguna se escapa del plano voyeur.

Dentro el plano objetual tropezamos con poemas dedicados a cuatro actrices: Ava Gardner, Marilyn Monroe, Audrey Hepburn y Grace Kelly. Cabe señalar que se extienden tres poemas por actriz, textos que abarcan importantes fragmentos de sus experiencias vitales (y más que eso, el destello de una supervivencia). Por tanto, se puede mirar a las celebridades tridimensionalmente, hurgar en sus perdurables tristezas, urgentes afanes e implacables destierros. Aparece una Ava Gardner envuelta en silencios, provocaciones, desamores y siempre trasegada por una magnífica soledad de bestia. Con Audrey Hepburn hallamos la guerra como dispositivo inquebrantable, la identidad como un temblor del cielo y una encantadora y vital perspicacia. Marilyn Monroe es una esfinge y con ella nos empapamos de estrategias de salvataje, anhelo nunca acabado y orfandad en estado primigenio. Finalmente, el maltrato infantil, la obediencia plástica y las ataduras del cuerpo mujer se convierten en avidez y motivo a través de la mítica Grace Kelly. Todas estas divinidades nos instan, nos conminan; inscribiendo una huella que se proyecta siempre en la hondonada.

En el plano subjetivo encontramos seis poemas. Ahora son las actrices las que hablan, leemos directamente sus señales. Una luminaria, una hablante. Aquello provoca un alcance lirico entrañable, puesto que el requerimiento se hace más decisivo, más apremiante. Vemos, entonces, a Hattie Mc Danield y con ella el apartheid y la racialización de un cuerpo que es memoria de una  inagotable violencia. En Linda Lovelace confluyen el vibrante sueño dorado y la explotación (a punta de pistola) del sino mujer en la industria pornográfica. Candy Darling aúna la ruptura de un cuerpo otro, el atrevimiento sublime, la signada lucidez y la despiadada enfermedad. Con Dorothy Dandridge irrumpe el prodigioso talento, la escasez perpetua y el racismo sempiterno. Edie Sedgwick eterniza la tormentosa inmolación, una maldita niña de sociedad que, deudora de una exquisita brillantez, se ahoga en espléndidos excesos. Por último, Valerie Solanas nos expone el desborde de una luminaria no tan luminaria, puesto que su performance se asienta irascible en materialidad y eficacia, deviniendo en un prematuro  órgano/organismo signado desde la venganza y la condena.

Por último, en el plano voyeur concurren todas las actrices a través de una captura, análisis iconográfico de una imagen. Así, actúa siempre la inmortalidad. O dicho de otro modo, el pasado y el futuro de las estrellas muertas desfila frente a nuestros ojos gracias a un caprichoso obturador. Y en esa doble conquista se establecen elocuentes sentencias. Es menester indicar que este apartado se encuentra escrito en su totalidad en prosa, lo que produce un inquietante efecto mítico. Ciertamente, las marcas corresponden a distintos fotógrafos, encargados de congelar los movimientos. Como resultado advertimos que sus cavilaciones, clarividencias y deseos van más allá de la cuadratura. El hablante se transforma en un cuerpo que asalta y sospecha, lo que genera el poderoso extrañamiento, un desasosiego amurallado y subrepticio.

Resumiendo, Claudia Jara Bruzzone en su poemario Luz de estrellas muertas nos presenta, a través de diversas tácticas y procedencias, tópicos nunca agotados y nunca totalmente definidos. De esta manera, se cuestiona la absorción del signo mujer por la globalidad del sistema. Pero dicho corsé se conecta, intersecta, inevitable con otros planos: segregación, acometidas militares, pobreza, discriminación, soledad, barbarie, mercantilización, amor/desamor. Todo aquello encuentra su armadura en las ondas que se inscriben y superponen desde las diversas órbitas. Por tanto, estamos frente a un poemario que recupera una fábula, puliéndola en sus complejas esquirlas. Luz de estrellas muertas es un libro bello y doliente, que reverbera a través de una musicalidad rigurosa y que despunta por su repujada arquitectura. Aquí la letra, extremadamente graduada, emociona con su sosegado arrojo; produciendo una estela luz que, invariable, nos cobijará mucho tiempo después de sobrepasar el no siempre ingrato signo final.



 



 

 

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Apuntes sobre "Luz de estrellas muertas" (Editorial Bogavantes, 2022), de Claudia Jara Bruzzone.
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