«El tono menor del deseo», de Pía Barros Santiago: Editorial Asterión, 2013.160, págs. Por Sebastián Salinas
Universidad de Playa Ancha Publicado en Nueva Revista del Pacífico, agosto 2013
El discurso feminista tiene sus orígenes en la lucha social por la igualdad de derechos en una sociedad forjada por la mano dura del patriarcado. Así, los movimientos feministas han tenido su auge y desarrollo desde los inicios del siglo XX. La búsqueda de una igualdad social, el derecho a voto, el ingreso a las universidades, etc., han desatado una serie de nuevos grupos pro-feministas que se han enfrentado a las fuerzas patriarcales. Pasando por el popular "Democracia en el país y en la casa" hasta el nuevo "Si la mujer dice no, es NO" el feminismo no ha dado señales de debilidad. Desde la década de 1980, el discurso feminista adopta otra faceta: la denuncia desde la marginalidad. desde la diáspora. La política de la minoría comenzaba a cobrar fuerza y las manifestaciones se masificaron. Sin embargo, el régimen represivo de Pinochet no daba muestras de menguar. Las feministas comenzaron una organización que no sólo se regía por los ideales políticos, sino que también participaron activamente de la denuncia a través de la literatura y de la crítica, ya que estos grupos minoritarios aparte de sufrir la opresión del poder debían sobrellevar el dilema de la pobreza editorial.
La narrativa de Pía Barros muestra esta deslenguada crítica hacia la imposición. la censura y la marginalidad. Desde la publicación de Miedos transitorios (de a uno, de a dos, de a todos) en 1986, las escritoras se arriesgan contar más sobre lo que está ocurriendo, desde la mirada del Otro femenino.
La primera novela de Pía Barros, El tono menor del deseo, publicada originalmente en 1990, da cuenta de una maduración a partir de las tendencias escriturales de la autora durante los ochenta. Durante esta década la enunciación tiene objetivos definidos: dar cuenta de la Historia silenciada a través de la denuncia y la crítica irreverente, transgredir las normas impuestas mediante la escritura y, en cuanto al sujeto femenino, señalar las diferencias. En esta novela. se suman otros temas relevantes que dan cuenta de esta maduración: la transgresión de los tabúes y el sexo carnal. Estos temas entran en comunión con la práctica escritural que venía desarrollando Barros. Por lo tanto, la nueva tendencia es relacionar sexualidad y política para dar cuenta del descubrimiento del cuerpo femenino que lucha contra el aprisionamiento de la figura patriarcal. Señala Barros en el texto:
Toda escritura de mujeres atraviesa por la búsqueda de la propia sexualidad. Cuando uno puede descubrir miles de formas de la sexualidad. uno se descubre como distinta y eso es una forma de lucha contra el poder. La idea real de las
feministas no es suplantar un poder masculino por uno femenino, sino luchar contra el poder que destruye al ser humano y pone en tela de juicio a la sociedad. (54)
En El tono menor del deseo encontramos tres figuras femeninas, tan parecidas en sus diferencias: Catalina, Melva y una mujer. La diégesis que da cuenta de cada una de las historias se presenta a modo de montaje narrativo. Estas historias muestran la relación que se establece entre sexualidad y poder, generando en cada sujeto femenino la abyección de su propia existencia, sometidos a las torturas y vejaciones soportables e insoportables a las que una mujer puede verse enfrentada.
Catalina sufre la tortura simbólica del desamor por parte de un esposo que dejó de quererla hace treinta años. Este sujeto se ha visto sometido a la soledad. a la automatización del cuerpo cuya finalidad ha sido parir hijos que la han olvidado. El cuerpo yermo de Catalina no ha sido tocado por manos que ofrezcan el placer carnal y después de sus sesenta años las pasiones y deseos ya han sido suprimidos y están negados a la piel, a su piel. Catalina reside en su casa rodeada de sombras que se muestran hostiles y egoístas. Jaime ha sido el motivo de su existencia que la ha mantenido sometida y atada a una figura mayor, fuerte y poderosa de la cual no ha podido desprenderse. La agonía y muerte de Jaime la acercan a una liberación también simbólica que termina por su adhesión posterior a un grupo izquierdista militante, ya que le resulta inútil —y casi absurdo— intentar retomar aquella sensualidad/sexualidad que alguna vez le perteneció.
Melva se caracteriza por su sino trágico. El poder del verbo masculino ha arruinado su imagen y su intimidad, sus relaciones interpersonales y sociales, su vida y su sexo. Melva pierde toda identidad propia y no le queda más que adoptar aquella que la sociedad del prejuicio y de la intimidación ha decidido que le corresponde. El hombre/ los hombres y las mujeres que aceptan la subordinación (su "madreyhermana") bajo la perspectiva dogmática, social y patriarcal, son quienes señalan a Melva como la mujer pecadora, sucia, que incitarla al demonio negando la figura que guiaría sus buenos pasos ("santajoaquina") mediante la enseñanza de paradigmas estrictos durante su niñez. Melva es sinónimo de estigma. Es reconocida y recordada en el barrio como la mujer de malos pasos que guiaba a los hombres al abismo y que entregaba sin miramientos su sexo a los jóvenes de la escuela, a los adultos de la cuadra, a los hombres que cruzaban su camino. El sino trágico, injusto quizá, lleva a Melva a tropezarse con agentes de la dictadura que, siguiendo la ruta del sexo de Melva (una ruta imaginaria que ya supone real) la hacen desaparecer mediante después de sufrir la violación y la tortura. Melva ya no siente. ya no piensa, es un envoltorio vacío, como lo fue siempre, en cada momento en que el deseo de purgación por errores no cometidos se desvanecía instantáneamente.
La mujer, tercer sujeto, pasa sus horas frente al espejo obsesionada con la imagen irreal que éste proyecta. El deseo de recobrar aquella figura se sustenta en la posibilidad que le permitiría recuperar al hombre que alguna vez la deseó. Los actos de desear, palpar, lamer y amar son anhelos que requieren de un cuerpo que permita concretizar tales acciones. ¿Cuál es el cuerpo que le pertenece? ¿Aquel anhelante y sugerente o el que se muestra abultado, gastado y lejano? El deseo está subordinado a la presencia y necesidad de aquel hombre que ya no es capaz de reconocer en ella nula imagen distinta y valorar lo pasado. La imagen irreal del espejo le permite satisfacer sus anhelos y sensaciones de juventud. El roce de su boca, de los pechos, el recuerdo de su miedo a la primera vez, a la penetración de aquel joven, todo vuelve a ser vivido, una vez más, gracias a las remembranzas de la juventud, la inocencia y el deseo.
El montaje narrativo presente en la novela tiene su punto de encuentro en la visión y la experiencia de los sujetos, acorralados por la tortura, la dictadura, el miedo, el deseo y el dolor. Cada historia fragmentada de la novela se configura como un retazo de una historia mayor que se ha repetido tradicionalmente en el imaginario social. La escritura que presenta Pia Barros da cuenta de cómo la lucha contra el poder, desde la mirada del Otro, es ardua y se presenta, muchas veces, casi incombatible. Catalina está vacía, Melva fue un recipiente transitorio y la mujer vivía en constante pugna entre lo real y lo irreal. El deseo de cada sujeto se presenta en tonos menores casi imperceptibles que se van apagando gracias a que el individuo masculino siempre tiene una vía para sobreponerse a los deseos del sujeto femenino.
La contextualización de los temas tratados en la novela de Barros puede situarse no sólo en los años finales de la dictadura y en los albores de la democracia. La lucha del feminismo, sea cualquiera su ideal, demuestra su vigencia de manera constante. ¿Actualidad de la novela? Absolutamente. La reedición de la primera novela de Pía Barros se transforma en un recordatorio que nos demuestra que la sociedad, después de cuarenta años, aún tiene deudas pendientes.
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Santiago: Editorial Asterión, 2013.160, págs.
Por Sebastián Salinas
Universidad de Playa Ancha
Publicado en Nueva Revista del Pacífico, agosto 2013