Presentación del libro “Fragmentos para una literatura desbordada” de Pavella Coppola P.
Editorial Cuarto Propio, 19 de mayo 2010, Biblioteca Nacional, Sala Ercilla.
Por Dr. Luis Risco Neira
1.- Inteligir.
Intus Leyere, “leer dentro de”. A leer dentro de, a leer debajo de lo aparente, de lo que se muestra a los ojos desnudos, es a lo que se referían los romanos cuando hablaban de Inteligir. La tarea de Inteligir estaba orientada a reconocer los movimientos debajo de lo que se dejaba ver, las leyes que movían una determinada porción de realidad, el mecanismo desde el que brotaba el movimiento y el orden de las cosas. Inteligir venía a ser una mínima manera de mirar el orden del mundo, quizás el deseo de observar al menos algunas manifestaciones de las leyes del cosmos, y por esa vía, de acumular apuntes que, unidos a los otros y a intuiciones y a alucinaciones proféticas, pudiesen llegar a saciar el deseo de alcanzar una suerte de revelación de la gracias original o de al menos un jirón de la voluntad de los dioses.
Para nosotros en la actualidad Inteligir viene a ser algo así como tratar de desentrañar aquello que está en el centro de lo que se estudia, el núcleo conceptual u ontológico o físico desde el cual puede comprenderse la totalidad de lo que se intenta aprehender. La tarea de Inteligir algo, o acerca de algo, corresponde al esfuerzo por extraer lo último, lo más esencial que mueve y determina a todo lo demás. Suele haber al menos dos métodos para llevar esto a cabo: el intuitivo y el propio de la reflexión.
Quizás nos hayamos engañando un poco al respecto. Pensamos que intuición y reflexión son las dos puntas de un contínuo, o dos caminos independientes, y que cada una tiene sus propios orígenes diferentes unos de otros, y que por tanto la tarea reflexiva debe prescindir del material intuitivo, si se practica con entero purismo, y viceversa. La investigación neurobiológica , sin embargo, ha mostrado que la reflexión ocurre a posteriori del surgimiento de la emoción. Para que tenga lugar el proceso de reflexión ha de haber primero un evento emocional, cuya proximidad con lo intuitivo no es necesario recabar. La investigación ha mostrado que el proceso reflexivo a ser algo así como un poner en términos dialógicos el material intuitivo y emocional que de otra manera quedaría enteramente reducido al ámbito subjetivo y unipersonal. De manera que quizás, a la luz de estos hallazgos, no sería inapropiado plantearse que para discurrir con precisión acerca de algo es necesario integrar momento a momento lo reflexivo y lo intuitivo, en una recursividad que se retroalimenta y que, en su spin, en su infinito girar, va desentrañando lo que pretende aprehender.
Creemos que una comprensión de ésta índole es particularmente atingente a la conversación que sostendremos ahora a propósito del libro ” Fragmentos para una literatura desbordada” en al menos dos órdenes de análisis: el que se refiere a la forma del discurso del libro y el que se refiere a la búsqueda de lo que hay debajo de las proposiciones esenciales que contiene , y que quizás puedan eventualmente remitir a la manera cómo una persona específica, una brillante escritora, ha decidido “ pararse en el mundo” o al menos “ pararse” en el ámbito del quehacer que la define, que es el de la escritura.
Como primer apunte debiéramos decir que este libro está escrito siguiendo puntillosamente el método que acabamos de enunciar, de mixturar y poner en un solo registro lo intuitivo y lo reflexivo, y aún más, lo lleva de manera radical a un extremo. Resulta sencillamente sorprendente notar como una miríada de visiones enteramente propias y que podrían perfectamente ponerse sobre un horizonte hecho de inefabilidad ( recordemos que lo inefables aquello para lo cual no hay palabra alguna con la cual referirse) terminan quedando absolutamente accesibles para el lector , dejándolo con una prístina sensación de comprender algo respecto de lo cual apenas podría emprender algunos balbuceos a modo de explicación si es que se las pidieran. Quizás alguien podría sonreír al pensar que tal vez es lo mismo que podría decirse esencialmente acerca de la poesía, y no estaría lejos de lo cierto. Pero aunque en el libro entero la poesía se entrevera como una asistente traviesa que quisiera meter su cola de rato en rato , no hay un agotarse de la visón en la visión sino que siempre hay un resumen , una hipótesis , una postura , que trae al ámbito de lo analítico y dialógico el material que contiene. Con estos planteamientos como supuestos básicos permítasenos adentrarnos en un análisis del texto utilizando un método absolutamente impreciso para estos efectos, cual es el de desenhebrar las visiones , una por una, y hacerlas flamear para ver si de entre aquello que se desprende nos pudiera quedar al menos un atisbo de lo que se ha querido decir de manera intencionada, aunque sin dejar de pensar que tal vez también hayan cosas significativas que se han dicho de manera no necesariamente intencionada. Escogeremos de modo plenamente arbitrario tres nociones que pensamos que están encadenadas y que forman una sucesión que apunta integralmente en un solo sentido: la tríada desgarro-desborde-imprecación.
2.- Desgarro.
No sería inapropiado decir que este libro está centrado esencialmente en una exploración del desgarro. De hecho, se plantea así de manera manifiesta. La experiencia del desgarro, común a todos los seres humanos , está constituida no tan solo por sus elementos semiológicos más evidentes, el sufrimiento y el dolor, sino que más profundamente , por sus determinantes espirituales, las experiencias de fragmentación y de injusticia. Todo clínico especialista en el tema de la mente y, por qué no decirlo, del alma, se ha visto en la situación de tener al frente a un ser humano desgarrado, en el cual se puede apreciar que, más allá del acuciante dolor, la sensación lacerante de que un pedazo de ser, o incluso el ser completo, se ha perdido por un golpe demoledor que de una u otra manera ha fragmentado. Recordamos las sucesivas veces en que hemos contribuido a procesar un duelo, una pérdida personal importante, en el cual, antes o después, aparece el sentimiento de que lo acontecido tiene visos claramente injustos. Por ejemplo, muchas personas, sienten rabia con el deudo que ha muerto, y no se la pueden explicar. Esta rabia es un sentimiento difícil de reconocer incluso frente a sí mismo, y remite a una sensación básica de que en la partida hay necesariamente algo injusto, sea venido desde el propio fallecido o bien desde las leyes de la naturaleza o de los designios de la divinidad. La fragmentación, el acabamiento, siempre terminan remitiendo a la experiencia de lo justo y lo injusto, más temprano o más tarde, aún cuando esto pueda parecer irracional. Es por ello, que el desgarro, como lo sostiene abiertamente Pavella Coppola, tiene una insoslayable dimensión ontológica cuya naturaleza es imposible de descifrar.
El desgarro, por cierto, puede vivenciarse de múltiples maneras, sobre las cuales influyen la personalidad, la situación y la biografía y sus acontecimientos. Puede adquirir diversos formatos, sin dejar de ser desgarro. “Podríamos sostener que el desgarro del que hablamos devenga dislocadas manías, dislocados estados anímicos, dislocados subterfugios psíquicos, dislocados tormentos para augurar la melancolía” nos señala lúcidamente Coppola. Nos habla del”desgarro, la iracundia, la herida, el sangramiento” como experiencias magnéticamente vinculadas. Y luego, sanciona con sencillez: “la obra literaria del desborde se construye desde el desgarro”.
3.- Desborde.
“Desbordarse es desenfrenarse, desencadenarse, desmandarse” nos dice Pavella. Desbordarse no es tan solo perder el límite, expandirse sin medida, agregaríamos nosotros. Desbordarse es también quedarse de cierta manera sin el propio yo. El Yo necesita de una especie de consistencia para mantenerse como tal, requiere de una cierta tensión interna, aún cuando se le pueda reconocer una especie de elasticidad. Los clínicos hablan de una “fuerza” o “debilidad” íntima del Yo. Esta tensión interna aumenta en algunos períodos , y las personas que pasan por estos períodos dicen que sus decisiones les resultan más pacificadoras , aunque sean tomadas a contrapelo de lo que el sentido común aconsejaría en una determinada situación. Por el de inhabilidad para que las propias decisiones resuenen en el centro del alma. La radical experiencia del desborde va en esta dirección. El desbordarse, cuando está originado en el dolor o la desesperación, vulnera esta consistencia interna, y deja a la persona en una especie de territorio vacío, una especie de páramo en el que se vaga con poca dirección , como una hoja llevada por el viento. Entonces el desborde no es tan sólo una dispersión de los límites. También supone una suerte de fragmentación, un doloroso sinsentido.” No hay desborde si no existe la experiencia de un primer desgarro”, nos dice Coppola. Y no hay ser humano si es que alguna vez no hemos transitado por ese páramo desierto que nos interpela y nos dice que existir significa en todo momento una lucha por el ser, agregamos nosotros. Aquí Pavella toma posición: “la palabra desbordada se puede comprender como la angustiada rituálica de la súplica original”.
El problema del desborde gozoso, a lo Whitman, el desborde próximo al éxtasis de los místicos o el desborde dionisíaco dejémoslos como materia para otra ocasión.
4.- Imprecación.
El desborde originado en el desgarro sume en principio en una especie de mudez. Algunos la llaman shock. Cuando esta etapa ha pasado comienza la expresión. Entresaco, a propósito de ello, algunas notas del texto que reflejan apropiadamente en nuestra opinión el punto de vista de la autora al respecto: “la iracundia acontece como acicate de la necesidad de expansión expresiva”.” Decirlo todo sin importar nada”, como una evidente manifestación de la sensación de injusticia. La imprecación, de alguna manera , busca “ la reparación de un bien perdido injustamente”, y en ese sentido, “ la iracundia actúa como unidad primordial del desgarro”.
He aquí una agudísima precepción acerca de la naturaleza de la condición humana. La imprecación, la iracundia, no son solo la expresión del desgarro doloroso sino que más bien su materia misma.Como contraposición a la resignación- la experiencia de hundirse aceptando lo injusto como aciaga fatalidad-, la imprecación y la iracundia constituyen actos que surgen desde lo más profundo del ser desgarrado y desbordado no como un intento de destruir aquello que no se puede soportar, “la iracundia no tiene por finalidad la destrucción de los ciclos naturales, sino más bien apunta a restablecer ese ciclo natural que se advierte injustamente quebrantado”. Es por ello que se puede comprender e interpretar “la palabra imprecativa como un cúmulo de gotas sanadoras para cubrirlo todo”, y en otras ocasiones, “ cayendo como torrencial aguacero de lo implacable”.
Hay , por cierto , una muy interesante anotación acerca del carácter que ha devenido la imprecación en la cultura judeo-cristiana , que la autora aclara con precisión para distinguir con claridad el tono de la palabra imprecatoria a efectos de que ésta alcance la propiedad de expresión del desgarro y el desborde necesarios para la reparación de la injusticia original. “ La imprecación griega- nos dice- implicaba deseos o maldiciones”. La imprecación primordial era portadora de un intenso y prístino deseo de destino para el otro. Con posterioridad, el cristianismo habría ahogado este sentido primordial de la imprecación envolviéndola en significaciones morales. “ La imprecación será asfixiada de maldad” nos dice la autora, y con ello, se la despoja de su poder configurador de destino y de vehículo de deseo. “ Nos interesa , entonces, como aclaración del término, plegarnos al primer sentido, al momento en que la palabra imprecativa aún se ligaba al mito, a la primera exploración de significados virginales , fuera del cálculo moral. De lo que se trata en la Estética del desborde, es justamente de hacer resonar el primer aullido del desgarro”. Hecha esta importante aclaración, se aboga por la “ imprecación dionisiaca: bramido, queja, plegaria, denuncia, blasfemia” como verdadera expresión del desgarro, y en esa misma dirección y a modo de conclusión hipotética, se advierte que “ la literatura del desborde presume indicaciones literarias trágicas , imprecativas”.
5.- Estética del desborde.
L atarea central del libro tiene que ver con delimitar una articulación estética de la tríada desgarro-desborde- imprecación. Necesariamente , como ya lo hemos señalado, se requiere de una exploración del carácter de la iracundia y del carácter del desgarro, cuestión llevada a cabo con precisión y agudeza a través del análisis de los textos de diversos notables autores. Y aunque es llamativa la perspicacia con la cual se realiza este análisis, llama aún más atención la perspicacia del resultado. La autora plantea que la resolución del problema de la articulación estética del desborde es a través de la construcción de “ una protomemoria, siempre dirigida a restablecer el sentido de lo justo, siempre tendiente a la reparación, enrostrando a viva garganta el engaño”, “una suerte de metáfora que implora comportarse como algo similar a lo que llamamos destino”. Por supuesto, huelgan las explicaciones. Apenas podría uno hacer anotaciones que suponen una vaporosa vaguedad. Protomemoria, memoria primordial, memoria colectiva, memoria de la evolución y de la historia. Engaño, pérdida, silencio, apostillamiento de lo injusto. Reparación, ánimo, mañana. Destino, silencio, amor, imprecación, silencio.
6.- Trasluz.
Continúa siendo una controversia, que aparece lejos de estar próxima a cerrarse , el tema de si la identidad y la propia historia determinan el texto propiamente literario, como una suerte de floración, o si éste, más allá de que el material con que se construye sea biográfico, tiene una especie de vida propia. No estamos en condición de participar en semejante controversia, ni siquiera en alguno de sus múltiples vericuetos. Tan solo podemos decir, aquello que tenemos en suerte de conocer a Pavella Coppola , que es difícil en este caso hacer una distinción entre texto y autora o entre autora y texto. No son tantos los seres humanos que mantienen la capacidad de desbordarse y de integrar esa capacidad a su proyecto biográfico de manera profunda y creadora. Quizás en una sociedad que ha hecho del culto al yo una especie de credo, el desborde tenga un rango semejante al que s ele confiere a la muerte, algo de lo que se debe huir y que se debe negar. Vivimos de espaldas al desborde y a la muerte , y por lo mismo, tal vez sea difícil al vivir en una sociedad así poder distinguir entre lo importante y lo baladí, entre lo que construye a la persona y aquello que solo la adorna, entre aquello que alcanzar la plenitud y aquello que tan solo proporciona placer. El tema del desborde y de su estética nos parece extremadamente central en los tiempos que corren, no sólo en el ámbito de la literatura. Por eso personas que conocen el desborde y tienen una familiaridad con él, son imprescindibles. En ese mismo sentido, creemos que “Fragmentos para una literatura desbordada” constituye material para una reflexión que va harto más allá que la puramente literaria. Y celebramos, con suma satisfacción, que un libro de esta índole sea publicado. Y aún más, que exista gente como Pavella Coppola que nos pueda recordar que los páramos sobre los que puede correr una hoja llevada por el viento también son parte de nuestra condición, y que esos páramos son necesarios de recorrer para que lo bello de la existencia, el amor, tenga lugar, porque esos páramos y esas bellezas no podrían aparecer sin el desborde y la reparación.
7.- Inteligir.
Para terminar, intentemos cerrar el asunto que nos propusimos al comienzo: Inteligir qué hay debajo de lo aparente en “Fragmentos para una literatura desbordada”, habiendo ya desenhebrado la tríada desgarro-desborde- imprecación y habiéndola hecho flamear dentro de nuestras limitadas posibilidades. No es necesario demasiado trabajo. Entre las líneas del texto está explícitamente mencionado lo que intentamos Inteligir. A propósito del análisis de la poesía sobre los desaparecidos de Raúl Zurita, Pavella nos dice:” Es tan inmenso , tan infinito, tan deslizante y generoso el amor del desaparecido que será capaz de atravesar la boca y la palabra del poeta vivo para incrustarlo mediante la escritura en la médula del accidente geográfico”. Lo que hay en este texto, más allá de las reflexiones acerca de una determinada estética, es un agitarse de la vida contra la muerte, expresado como “una subjetividad del estremecimiento”. La proposición definitiva, y lo que ha hecho, no sé si intencionadamente o no, que este libro se haya escrito, es la de “embellecernos con el desgarro”, embellecernos con la muerte, embellecernos con el silencio, la desaparición y el sinsentido. No sé si alguna vez he oído acerca de una proposición más generosa, más lúcida, más profunda y más amorosa que la he creído Inteligir en este libro.