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        RAHUE, IMAGINARIO SUR
          Paola Andrade-Cantero (Compilación)
        Por Edmundo  Moure
          
        
          
        
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          Lugar de greda gris, según interpretación de su toponimia. Es un río que  divide Osorno en dos espacios antitéticos, Rahue, comarca mapuche-huilliche que  aún conserva mucho de su origen, y Osorno, la ciudad de los alemanes del sur de  Chile, con su rémora de colonia “moderna” y germana, con ese curioso monumento  al toro, símbolo de la producción lechera de la zona, en el que la vaca ha sido  desplazada por el macho bruto y colérico que la fecunda. Mala metáfora, como  tantas de nuestra precariedad identitaria, que busca paradigmas europeos para  no sentirnos “indios” o “indígenas”.
          En esta bella edición de Editorial Étnica, Paola Andrade-Cantero nos  ofrece una acertada compilación de textos, en su mayoría poéticos, como hondo  testimonio de una región mítica, una suerte de Macondo fluvial, donde sus vates  rescatan, a través de la palabra, una realidad avasallada por turbios intereses  políticos y económicos, esta dupla de lo siniestro que hace de la depredación  su praxis arrolladora. La resistencia de sus habitantes ha sido corroída por  las explotaciones forestales y el latifundio. Así, el Tratado de Paz de Las  Canoas, de 1793, que estableció los límites territoriales con los españoles, fue  tácitamente desconocido a partir de 1870, por la mestiza república de Chile,  que inició así una rápida ocupación, en beneficio de colonos extranjeros.
          Si bien aquel emblemático tratado consagraba un respeto de los hispanos,  nacido más de su imposibilidad militar ante los aguerridos mapuches-hulliches,  que de móviles de convivencia entre etnias, las futuras ambiciones de las  clases adineradas de la incipiente república, transformarían aquellas verdes  comarcas en un espacio de usura y de exacciones propio de la etapa violenta de  la colonización, orientada a “someter al salvaje y extender la mano propicia  del progreso económico y social”, como se escribiera en una de tantas  editoriales del Diario El Mercurio, vocero secular de las peores causas.
          Pero el mayor oficio de la palabra es la memoria. Así, varias  generaciones participan en este recuento, como si de una sola crónica se  tratase, desde Eugenio Matus, nacido en 1929, hasta Roxana Miranda, nacida en  1982. Veinte voces que nos hablan desde el corazón del Mapu, por medio de la  poesía, más cuatro narradores que cierran el libro de 157 páginas, con breves  textos de raíz mitológica, desde el imaginario cosmogónico mapuche. Una obra de  impresionante densidad literaria, precedida de un prólogo que constituye un  virtual ensayo interpretativo. En él, Paola Andrade-Cantero nos dice:
          Las poéticas del sur de  Chile, cuya locación se da desde la Octava Región (centro sur) hasta las  regiones más extremas, entre cuyos representantes encontramos a Astrid Fugellie  o el mítico Rolando Cárdenas, se han caracterizado por jugar un rol  desacralizador del discurso centralista de la metrópoli. Estas poéticas  representan un bastión de la memoria. Un espacio que da cuenta de un tipo de  convivencia en vías de extinción, una negación de la modernidad y sobre todo  una percepción de un particular mundo preservado en la solidaridad…
          …La poesía vale como  dispositivo capaz de instalar en la escritura aquello que la realidad perdió,  nunca tuvo y/o cree necesitar. Es por eso, que las poéticas de Rahue se  transforman en una especie de Bildungsroman rahuino irresuelto, en cuanto a que narra un proceso, una historización. En una  sociedad desgarrada es necesaria una conexión entre un mundo y el otro. Desde  esta perspectiva, las identidades son retratadas como fragmentadas, al  conducirse en un campo social corto de vista. En este ámbito los textos  poéticos se transforman en los ejes reordenadotes del arte emergente,  constituyéndose en ejercicios de libertad. A partir de la literatura se puede  reelaborar y reconstruir el concepto de nación, se trata de una labor de  paráfrasis de aquello que no se puede decir, porque aún no existe. Las poéticas  brevemente analizadas son una declaración de principios, una lucha por  reivindicaciones y por extensión, una amenaza, una posibilidad de  desestabilización del sistema controlador, de allí la necesaria ambigüedad en  su expresión…
          Quisiéramos que estos cantos del imaginario sur no quedasen sólo en  desgarradora elegía, en lamentaciones líricas o denunciadoras para escrutinio  de investigadores extranjeros – en este caso, para huincas de pelo pajizo-,  como ha sido el destino de otras etnias y pueblos que habitaron la desmesurada  América, nuestro propio Sur austral, como los selknam  de Tierra del Fuego, para volverse secos  vestigios de museo o toponimias que ya nadie es capaz de descifrar.
          Porque en esta abigarrada mezcla de etnias que llamamos Chile, la  característica fundamental es la fractura, la separación abrupta tejida a  través de las redes de clase, con su connotación racista, negadora de ese “ser  nacional” que pregonan quienes entienden la Historia como una suerte de crónica  militar con sus ferias de falso folclore. Esta fisura se advierte como realidad  inevitable en este poemario, cuando Pablo Huirimilla expresa:
          
            
              Tenemos la palabra Chilli y su bandera  astillada
                La lengua pater  and mater con Hot-dog and chucrut
                Un brillar de alhajas en sus muñecas
                Con todo esto visionamos en el Tirol
                Al escuchar
                Un corrido de Tlatelolco.
                El agua caliente fermenta mi mate con  llantén
                En ego cui alter ego
                El cinema en koa y en latín mal hablado se  troncha
                En mapudungün con el rock de la urbe
                Iluminada por un rey.
            
          
          Pese  a todo, los ancianos y ancianas parecen no haber perdido la esperanza, y siguen  desgranando las viejas leyendas, en la pausa amarilla del maíz o en la tostada  piel de los piñones asados en el fuego ancestral… Son los niños, quizá, los más  huérfanos, los desolados de una Tierra divorciada de la comunidad, simple  materia de explotación desenfrenada en manos del huinca, sea éste chileno,  alemán, eslavo o carezca de rostro, como ese señor transnacional que habita el  castillo y administra lo robado, con desparpajo y apoyo gubernamental mestizo.
          Pero,  ¿no hablamos entonces de un imaginario poético? Por cierto, y también político,  del primero al último verso, porque el desgarrado testimonio extrae de la  tierra las palabras esenciales, y las agita, como una honda al viento, para  lanzar los versos hacia todos los confines, siguiendo el curso del río Rahue,  incansable arteria que lleva las aguas de la memoria hasta su disolución en el  océano, en un ir y venir cíclico, como el periplo del salmón que regresa a  morir en la fuente nutricia. El río escribe segundo a segundo su crónica, tal  vez para lavar la sangre derramada sobre sus piedras, y en su murmurar de  crepitaciones, parece hablarnos por boca del poeta César Millahueique:
          …Te acuerdas de las noches de 1859, cuando venías  al galope junto a la fuerza pública; te acuerdas de las terribles noches de  asedio cuando carabina en mano corrías los cercos y firmabas papeles que  llevaban tu nombre… te acuerdas Teófilo Gora de aquellas terribles noches  cuando el wekufe brillaba  en tus ojos  azules y pasabas balas y maldecías…
          El  wekufe es el odio destructor que enciende la codicia del huinca, la que arrasa  bosques de árboles sagrados y los reemplaza por el pino aleve que produce  celulosa y  envenena las tierras de  pastoreo de las ovejas, matando las hierbas aromáticas y medicinales con que  las machis ejercen el antiguo oficio de la sanación comunitaria.
          Y  cierro este breve artículo, sobre un libro que me ha conmovido, con las  palabras del poeta Mauricio Bello:
          
            
              No tuve hijos, me tengo a mí,
                 crié ciegos y ciegas
                machaqué yerbas esperando a que  pase el tren al sur-come
                y calla –ojo por ojo-. 
                Yo  voto por la justicia, pero mientras tanto, 
                no me  vendo en la plaza pública,
                tampoco compro orina vieja…
                simplemente  recojo una astilla y siembro árboles rojos…
            
          
          Octubre 2015