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Monólogo en Lima

Patricia Cerda


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Vine a la Feria del Libro de Lima por pura curiosidad y para conocer por fin la Ciudad de los Reyes –nombre que se le daba a Lima en la colonia. Las ferias del libro de América Latina me atraen, las recorro con interés etnológico. La primera que conocí fue la de Guadalajara hace dos años y quedé impresionada por lo grande y por la cantidad de gente que atraía. Todos los stands llenos y también las salas en que se presentan los últimos libros de algunos de los mejores escritores latinoamericanos. También los foros son buenos y con invitados motivantes de América Latina y de Europa. En comparación con la feria de Guadalajara, la de Lima es modesta. Lo mejor para mí fue la presentación del último libro de William Ospina porque me dio la oportunidad de escuchar a este colombiano elocuente y de mente ágil. Habla como escribe, un pensamiento lleva al otro y éste a una metáfora sintética que concadena perfectamente con la próxima idea sobre la cual rápidamente salta una nueva metáfora. Me interesa Ospina porque él también escribe ficción histórica.

Sentada en un restaurant de Miraflores frente al Pacífico a unos cincuenta metros sobre el nivel del mar, porque todo el borde costero aquí está en un acantilado, evoco una frase de Ortega y Gasset: el ser humano no tiene naturaleza, sino historia. En los siglos coloniales la Ciudad de los Reyes fue el punto neurálgico del Virreynato del Perú que a la vez fue uno de los dos centros más importantes del imperio español en América. Pero la historia es un drama cuyo guión lo escribe la casualidad, pienso… A la región más atrasada de Europa le tocó descubrir el Nuevo Mundo en 1492. ¿Qué hubiera pasado si los genoveses le hubieran hecho caso a Cristóbal Colón? Porque Colón le pidió primero apoyo al senado del reino de Génova para su proyecto de viajar a la India navegando hacia occidente. Todos los datos que Colón dejó sobre su vida indican que era genovés. Los reinos de Italia eran entonces los más avanzados de Europa. En su Renacimiento habían redescubierto la ética y la estética griega y dado un vuelco al humanismo. La humanidad occidental siempre está regresando al humanismo; han habido varios Renacimientos en la historia de Occidente. Pero no fue a los italianos sino a los españoles a quienes les tocó la gracia de llegar a estas tierras. El taxista que me trajo a esta meseta en Miraflores me explicó que los españoles llegaron a Perú a imponerse sobre un imperio ordenado que funcionaba bastante bien: el Tahuantinsuyo. No me cabe la menor duda de que fue así. A Perú no llegaron hombres renacentistas, sino soldados de la Reconquista cuyas mentes estaban encerradas en un cristianismo estrecho y dogmático. Eran hombres valientes y sacrificados pero también ignorantes de los principios básicos de la convivencia humana. Ni siquiera habían leído la Biblia porque en su mayoría no sabían leer. La crueldad que desplegaron en el Nuevo Mundo no fue sino la otra cara de esa ignorancia. Fueron crueles también entre ellos mismos. En la catedral de Lima se guarda el esqueleto de Francisco Pizarro, el conquistador del Perú, un sesentón que cayó en 1541 en la primera guerra civil americana. Se ha constatado que en su última batalla recibió veinte estocadas por parte de los almagristas, los partidarios de Diego de Almagro, quien dos años antes había sido ahorcado en la cárcel en Cuzco.

Al tiempo de la conquista siguió la colonia y el surgimiento de una sociedad mestiza regida desde España con el cerro de plata de Potosí como centro neurálgico principal. Todos los años partía el galeón de la plata desde el Callao hasta Panamá. Allí los cofres atravesaban el itsmo en parte a lomo de mulas y en parte en barcazas hasta Portobello y seguían después por el Mar del Norte en la armada invencible hasta Sevilla. Describí esa travesía en mi novela Mestiza (Ediciones B). Con esa plata España financiaba sus guerras en Flandes.

La humanidad no avanzó ni un poquito en el tiempo de la colonia en América, me digo, mirando hacia el Pacífico. El taxi que me trajo desde la plaza mayor a este restaurant en Miraflores comentó al pasar por un edificio del siglo XIX: "a su derecha puede ver el Palacio de Injusticia". Es el nombre de pila que los peruanos le dan a la corte suprema. El taxista me explicó que todo se puede comprar en el Perú, desde un rico pisco sauer hasta los magistrados, solo es cuestión de ponerse de acuerdo en el precio. Si él lo dice, algo de cierto habrá, pensé. Los taxistas son gente muy enterada en cualquier parte del mundo. Todo está relacionado, pienso, mientras saboreo un ceviche y una deliciosa causa peruana. La corrupción llegó con los españoles al Perú y todavía goza de muy buena salud. Pero los virreyes también traían a sus cocineros favoritos quienes inventaban para ellos las creaciones culinarias que saboreo mientras dejo fluir los pensamientos.

Mi mirada hacia el Perú es la de una chilena que vive en el centro de la Modernidad que es Berlín. El Proyecto de la Modernidad surgió en las mentes creativas de unos pocos franceses, entre ellos Voltaire, y de un alemán: Emanuel Kant. Voltaire era dramaturgo y ensayista y Kant era filósofo. Este proyecto se comenzó a aplicar en el Viejo Mundo después de la Revolución Francesa, pero a América Latina todavía no ha llegado. Para constatarlo basta dar un paseo por la periferia de Lima. Ayer pasé por allí cuando fui a visitar una ruina incaica ubicada en las afueras. La organización desordenada e injusta que trajeron los españoles y su mirada arrogante hacia todo lo indígena permanecen aún en el aire. Los problemas de Perú, como los de toda América Latina son de herencia colonial. Somos post-coloniales. Pero la vista excepcional desde este restaurant en Miraflores me habla de otras cosas. Esta esquina debe ser uno de los lugares más hermosos del continente americano. No hay nada que se anteponga entre mis ojos y el horizonte. Un lugar así me habla de la belleza a pesar de todo y de las dimensiones ínfimas de lo humano.



 

 

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