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No en miles de páginas
«Bajo la cruz del sur», de Patricia Cerda. Editorial Planeta. Santiago 2020, 269 págs.

Por Camilo Marks
Publicado en El Mercurio. 27 de septiembre de 2020



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Patricia Cerda (1961) es, para decirlo con todas sus letras, una escritora dotada, ambiciosa, con múltiples intereses y talentos que escribe notablemente bien y con precisión, que se aventura en territorios en los que escasos o ningún autor o autora chilenos hoy se atreven siquiera a inmiscuirse, en suma y dicho sin exageración estamos ante una narradora de lujo. Por si fuera poco, Cerda es también un caso excéntrico, más bien extravagante, en el buen sentido de esas palabras, al escoger sus inéditos temas que posiblemente ningún literato en nuestro medio osaría tratar, quizá porque las actuales preocupaciones librescas van por otros caminos, quizá debido a las que, a veces, son insuperables dificultades para internarse en nuestro pasado o vaya uno a saber por qué razones nadie o casi nadie se atreve con asuntos que, a lo mejor, hoy carecen de atractivo. En Mestiza y en Rugendas, abordó sin complejos de ninguna especie la novela histórica en el plano cultural chileno e hispanoamericano. Sin embargo, Cerda también hace frente a tópicos muy actuales, como ocurre con su hermosa ficción Luz en Berlín (2019).

Bajo la cruz del sur, de muy reciente publicación, hace frente a nada menos que a la travesía de Hernando de Magallanes, iniciada en 1519 desde el puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda, que fue la primera circunnavegación del planeta terráqueo y fue, como se ha dicho hasta el cansancio, una fase decisiva del desarrollo humano y social, así como el real inicio de algo que hoy no paramos de hablar, si bien Magallanes y sus hombres son los creadores de este fenómeno: la globalización. En verdad, Bajo la cruz del sur, pudo haber tenido unas mil a dos mil páginas, aun cuando Cerda se las arregla para componer su relato en un volumen de breve extensión.

Por supuesto todos sabemos quiénes fueron Hernando de Magallanes, Sebastián Elcano, Nicolás Solís de Ovando —sus nombres merecen designaciones de calles y avenidas en nuestra capital y en el resto de las ciudades americanas—, del mismo modo que hasta los que apenas han cogido un libro alguna idea tienen sobre Isabel la Católica, Fernando de Aragón, Carlos V, Felipe II y toda una sucesión de monarcas, cardenales, papas, sultanes y toda clase de eminencias que hicieron posibles las aventuras de estos locos que, fuera de descubrir un continente, colmaron al Viejo Mundo de una riqueza impensable. Con todo, hay que ser ducho en estas materias para siquiera sospechar qué hicieron o dejaron de hacer Francisco Albo, Antonio Pigafetta, Esteban Gómez, Juan de Cartagena, Gaspar de Quezada y muchos, muchos más.

Esto puede ser un inconveniente serio en la lectura de Bajo la cruz del sur, del cual Cerda parece completamente inconsciente. Ni aún los especialistas historiográficos avezados están al día en complejísimos asuntos, protagonizados por innumerables hombres y mujeres ilustres, que, hace 500 años, cambiaron para siempre el curso del devenir humano.

Con todo, Cerda posee el ingenio, la capacidad y los dones para componer un relato verdaderamente fascinante e incluso enigmático: el lenguaje de la época está manejado a la perfección —decir naos en lugar de naves es comprensible para cualquiera—, utilizar términos náuticos arcanos en nada impide seguir la acción, intercalar frases en distintos idiomas otorga fuerza a Bajo la cruz del sur. A propósito de lo último, el texto de Cerda da cuenta de un cosmopolitismo increíble, inclusive probablemente superior a la tan cacareada multiculturalidad del presente: flamencos, germanos, portugueses, italianos, turcos, por cierto, españoles, conviven en un universo donde toparse con personas que hablan cinco o más idiomas es común y corriente.

Aún así, el mayor mérito de Bajo la cruz del sur podría residir en el retrato, de una crudeza inusual, de las condiciones bajo las cuales se rigen las personas a bordo de naves, de la frecuencia con la que se castigaba —o sea, se mataba— a los que incurrían en conductas contra natura o hacían amago de rebeldía, de sangrientos motines, de la reproducción de los anhelos y ambiciones de marineros a bordo u hombres y mujeres que miran desde la costa, de la violencia y brutalidad inconcebibles que se practicaron en honor al Rey y a Dios. Todos ya sabemos que la expansión de la cristiandad a los cuatro puntos cardinales no fue un lecho de rosas, aun cuando pocos, como Cerda, poseen la habilidad de reflejar este fenómeno en un tomo liviano y no en miles de páginas.



 

 

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No en miles de páginas
«Bajo la cruz del sur», de Patricia Cerda. Editorial Planeta. Santiago 2020, 269 págs.
Por Camilo Marks
Publicado en El Mercurio. 27 de septiembre de 2020