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La vuelta al mundo en un departamento
«Bajo la cruz del sur», de Patricia Cerda. Editorial Planeta. Santiago 2020, 269 págs.
Por Amelia Carvallo
Publicado en El Mercurio de Valparaíso, 13 de septiembre de 2020
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"Bajo la Cruz del Sur” es el nombre de la última novela de Patricia Cerda, un relato de época que recrea la peligrosa travesía que afrontó el portugués Hernando de Magallanes (1480 - 1521) hace más de cinco siglos.
Terminó de escribir esta trama en un departamento del barrio universitario que arrendó en Concepción, donde quedó “atrapada” junto a sus hijas debido a la pandemia. Recién en julio, cuando se abrieron las fronteras en Europa pudo volver a Berlín, ciudad alemana donde vive desde hace 30 años.
La historia es más o menos así: corría septiembre de 1519 y la denominada Armada de Moluco zarpaba desde Sevilla en cinco naves: Trinidad, San Antonio, Victoria, Concepción y Santiago. Tres años después, la expedición de 250 hombres retornó al punto de partida con 18 sobrevivientes que relataron sus penurias en tierras desconocidas. Entre ellos, el cronista Antonio Pigafetta, cuya bitácora es el único documento que subsistió al tiempo.
Tempestades, enfermedades, motines, hambrunas y encuentros alucinantes con pueblos originarios de una desconocida América desfilan por los capítulos. Además, la navegación por el Océano Pacífico, el choque con los habitantes del archipiélago de las Filipinas y el regreso a la patria cruzando el africano Cabo de Buena Esperanza.
Un periplo que demostraba la redondez de la tierra y abría rutas comerciales a la Corona Española, que competía con Portugal y su monopolio del tráfico de especias como la canela y el clavo de olor.
Patricia Cerda ya había visitado el Chile del siglo XVII con su novela “Mestiza”. También el del siglo XIX, con “Rugendas”. Esta vez, la doctorada en Historia se sumergió en el siglo XVI y sus navegantes.
Dice que el interés en la gesta de Magallanes partió en abril del año pasado, cuando hizo una residencia artística en Punta Arenas invitada por el Goethe-Institut y la Universidad de Magallanes.
“Decidí contar mi propia interpretación, no europeísta, de ese viaje e incluir la visión de los pueblos originarios”, dice Patricia Cerda.
—¿Cómo crees que cambió al mundo este viaje de Magallanes?
—Cuando Magallanes partió a las islas Molucas en busca de las preciosas especias navegando hacia occidente, nadie sabía qué había al sur del Río de la Plata. Américo Vespucio y Díaz De Solís llegaron sólo hasta allí. Más al sur, era tierra incógnita. Pero se sabía que había otro mar más allá del nuevo continente, porque Vasco Núñez de Balboa lo había avistado en 1513. No se sabía por dónde se podía pasar a ese Mar del Sur y cuáles eran sus dimensiones. Magallanes pensaba que una vez descubierto el paso hacia él llegaría en pocas semanas a las islas Molucas. La primera circunnavegación dio noticia de las dimensiones del planeta que habitamos. Y esa fue la abismante novedad.
—¿Cómo vieron los navegantes a los pueblos originarios?
—Uno de los motivos para escribir esta novela fue reflexionar sobre eso. Averiguar hasta qué punto estaban mentalmente preparados para entender una cultura completamente diferente.
—¿Lo estaban?
—Pienso que no. Los vieron como paganos, almas que había que salvar. Así como no sabían las dimensiones del planeta, ni el lugar que ocupaba en el sistema solar, no entendían qué era el ser humano.
—¿Cómo era la religiosidad de Magallanes?
—Era muy devoto. No hay que olvidar que convertir gentiles (es decir, “paganos”) era un camino para legimitar la posesión de los territorios descubiertos. La devoción se confunde con el cálculo.
—¿Cómo se cruzaron esas cosmovisiones?
—Los nativos americanos mostraron asombro y curiosidad. Estuvieron dispuestos a ayudar a los europeos. Los aonikenk de la bahía de San Julián, en la actual Patagonia argentina, les llevaron pieles y carne de guanaco para cambiar por los prácticos cuchillos de hierro. El mayor nivel de desarrollo técnico de los europeos los intimidó. Del encuentro con los filipinos Hernando de Magallanes obtuvo algunas alianzas, pero falló al subestimar a ciertos guerreros que no se quisieron someter. Esas fricciones le costaron la vida: murió asesinado en una playa.
LA INVESTIGACIÓN
Patricia Cerda se nutrió de varias bibliografías.
Del libro de viaje del navegante que acompañó a Magallanes, Antonio Pigafetta, por supuesto; y del estudio de José Toribio Medina, “El descubrimiento del Océano Pacífico”. Investigó también en la biblioteca de la Universidad de Magallanes y en la biblioteca Iberoamericana de Berlín todo lo que encontró.
A diferencia de otros libros anteriores dedicados también a la hazaña de Magallanes, la novela de Patricia Cerda se hizo cargo de dos aspectos en los que usualmente no se repara: la relación de la tripulación con las mujeres nativas y los conflictos de Magallanes con las autoridades españolas. “A principios del siglo XXI la visión histórica debe ser sin hipocresía”, asegura Patricia Cerda.
—¿Qué le parece que varios hombres de la tripulación viajaban con sus hijos?
—Era normal. Muchos navegantes que habían hecho su carrera en el mar daban la oportunidad a sus hijos para que también la hicieran.
Magallanes llevaba un hijo, un sobrino y un primo en su armada.
—¿Cuál crees que fue el motivo principal de Magallanes?
—Al principio estaba el comercio de las especias que en Europa valían su peso en oro. El clavo de olor, la nuez moscada y la pimienta, entre otros. Marca el inicio de la globalización. Así que el motivo principal fue encontrar una ruta para llegar a las islas Molucas navegando hacia occidente, porque la vía del oriente estaba en manos de los portugueses. Un siglo más tarde, este comercio lo toman los holandeses, desplazando a Portugal los empresarios de Amsterdam que inventaron las sociedades anónimas de accionistas para armar sus flotas a la India. Ese es el inicio del capitalismo.
—¿Qué otras cosas crees que buscaba Magallanes?
—Buscaba reconocimiento, algo que le negó Portugal. Como muchos otros hombres de su generación, se sentía llamado a traspasar límites. Quería ver a Colón y a Vespucio como iguales. La riqueza le interesaba menos. Eso lo compartía con Pigafetta. Los dos sabían que la gloria es el sol de los muertos.
—¿Cómo ves literariamente la figura del navegante?
—El navegante explorador es uno de los tipos humanos europeos, no solo del siglo XVI. Son los artífices de la expansión de Europa hacia otros continentes, los iniciadores de una cosmovisión abierta, contraria a la cosmovisión cerrada de la Edad Media. Pero es una cosmovisión eurocéntrica que está siendo revisada en este siglo XXI por los mismos europeos. En Berlín se inauguró el año pasado un museo en el Foro Humboldt, en un castillo recién reconstruido en el centro de la ciudad, dedicado solo a las culturas no europeas. Ampliar la perspectiva e integrar la visión de los pueblos originarios será la divisa de este siglo.
Por cierto no por amor a lo exótico, sino como un recurso de supervivencia de la especie humana.
—¿Pudiste navegar por el estrecho de Magallanes?
—En abril pasado, gracias a una invitación de la Universidad de Magallanes, navegué por el estrecho y luego por el canal Beagle hasta Puerto Williams en la isla Navarino. Fue como un regalo, una experiencia maravillosa que se filtró en la escritura de la novela, sin duda. Pude imaginar cómo se sintieron los europeos que pasaron por ahí 500 años antes.
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"Ni mucho ni poco”
Adelanto del libro “Bajo la Cruz del Sur” de Patricia Cerda
El viento justo, ni mucho, ni poco y siempre en popa, escribe Magallanes en su diario personal. Pero el viento pocas veces se les presenta así. Es o mucho o poco. Como si las invocaciones de Albo a Eolo hubieran hecho efecto, de pronto se levanta una ráfaga que hincha las velas y trae consigo lluvia y marejadas.
La vida a bordo se acelera.
—Esto no es lo que dice Plinio el Viejo en su Historia natural —comenta Pigafetta a Punzorol gritando para que lo escuche.
—¿ Qué dice?
—Que cruzando la línea equinoccial la vida se hace imposible por los quemantes calores.
Pigafetta prende una vela bajo la cubierta y trata de escribir a pesar de los remezones de la nao.
—¡Ya, muchachos! —grita Magallanes—. La mar no sufre necios ni perezosos. Solo los vivos y diligentes pueden con ella.
El italiano sube a ayudar. Es una noche aterradora. La Trinidad se mece como si fuera de juguete, pero ahora los grumetes saben bien qué hacer. A ratos tienen que sujetarse fuerte de las cuerdas para no caer al mar. Todos rezan en voz alta. La tormenta recién amaina cuando empieza a aclarar.
Magallanes anota en su diario oficial:
Por fin avanzamos al ritmo esperado poniendo proa al suroeste.
Han vuelto los vientos alisios.
Estudia en un globo terráqueo las tierras descubiertas por Cabral y exploradas por Américo Vespucio en busca de una bahía para bajar a tierra en el Nuevo Mundo. El globo muestra apenas los contornos de la costa atlántica. Hay grandes espacios en blanco y algunas representaciones puramente especulativas. El continente descubierto por Colón sigue siendo terra incognita. Echa a volar la imaginación, pero su hijo lo interrumpe con fuertes golpes en su puerta. Le avisa que hay una discusión en la cubierta. Un alemán ha sacado un cuchillo. Acude de inmediato. Su sola presencia en la escalera de la popa hace que los ánimos se calmen.
—¿Qué pasa? —pregunta serio.
Punzorol le explica que dos marinos genoveses y el alemán han estado amonestándose toda la mañana. Un genovés trató al alemán de puerco protestante y el alemán respondió que los genoveses era unos vendidos porque sacaban buen provecho del comercio con los herejes otomanos. Los marinos italianos hicieron causa común y rodearon al alemán. Uno de ellos lo amenazó con lanzarlo por la borda y él sacó su cuchillo para defenderse.
Magallanes les habla en tono enérgico:
—Estamos aquí para apoyarnos. Es menester que cada uno asegure la vida del otro, porque solo así sobreviviremos. La próxima disputa será castigada severamente con azotes. Y si alguno muere por culpa de otro, su cuerpo será lanzado por la borda amarrado al de quien mató. No lo olviden: en esta nao pendenciero es sinónimo de pasto de peces.