Pablo Cesar Espinoza  Lafuente (Bolivia, 1989). Ha participado en encuentros y festivales de poesía  en La Paz, Sucre, Cochabamba, Jujuy e Iquique y Santiago. Publicó el 2010 su  poemario Cantar, Reír y Olvidar -el orden  no importa (E. Yerba Mala Cartonera),   mismo poemario fue traducido al francés por la E. Babel Cartonera (2011)  y es parte de la antología de poesía cochabambina F/22 (E. Ubre Amarga). 
        
          
              FRENTE A LA FOTOGRAFÍA DEL KINDERGARDEN 95´
          Todas las  imágenes nos reducen a un sólo ejercicio.
                
            La de apellido ruso y ojos verdes, 
            intentará ser  modelo hasta que le brote el acné.
            La que parece  pensar, 
            aprenderá a  restarse  años, cejas y un par de lunares  al reflejo del bisturí.
            Los que  parecen no figurar, nunca figurarán,
            terminarán  siendo un nombre sobre un escritorio, asimilando su distancia con el basurero.
             
            La que  hablaba chistoso aprenderá ingles.
            Las más  calladas, aprenderán a gemir.
            La que vivía  a la vuelta de mi casa, nunca dejará su hogar,  
            forjará su  identidad al cruzar la calle, saludar a la casera y comprar pan 
            que con el  tiempo será cada vez menos.
             
            La que pegaba  hombres, se afeitará el mentón.
            La que sonríe  natural, forzará los hoyuelos de la mejilla.
            La que hace  un zigzag con la nariz, 
            será la más  inquieta y absurda y atractiva desde ahí,
            hasta lactar  a los 16.
            Al que no le  alcanzó para pagar el uniforme, 
            no le  alcanzará para pagar el colegio de sus hijos.
          La que jugaba  conmigo regresará a los 20 sosteniendo un pasaporte, 
            un acento y  un rostro entre la multitud apunto de reconocer.
             
            La que cruzó  las piernas, las abrirá a los once y a las doce.
            La que  doblaba mi tamaño, tendrá un novio que doblará su edad.
            El que se  limpia los mocos, 
            dejará  también la cera de su oreja tras los bancos de la universidad y 
            bajo la mesa  de su primer juego de living.
            Quienes no  sonrieron, aprenderán a hacer muecas.
            Los más  listos,  levantarán la mano para creer  que tienen razón, 
            y a diario, saldrán de un salón al escuchar un timbre.
             
            Y claro, los  que no, 
            además de  describir tras la ventana del Bus, 
            siempre nos  volveremos a encontrar,  recordando  
            que nos empujábamos en los últimos bancos, 
            para que  fuese uno quien saliera al frente.
           
           
           
          MARCA-PASO
                    
                Lograste  levantarte, con la intención de dejar las cosas en su lugar.
                Olvidar a la gente a la velocidad de un saludo,
                tratando de sonreír con el gesto adecuado y
                Avanzar, con el paso de quien se retira.
                
                Para ti,
                lo más importante se decía en voz baja y 
                te bastaba atender, el detenimiento tuyo al mirar el espejo.
                Esa forma que tenías de no encontrar nada.
                
                Para mí,
                siempre estará tu silueta cojeando en el aeropuerto,
ó parada tras la comparsa del barrio
en un vanidoso esfuerzo por despedirte.
           
           
           
          COLOCACIÓN
                    
                Adentro  todavía recuerdo las paredes de la casa perdiendo su color
                el conjunto de bolsas alineadas en el cuarto de mi madre, uno encima de otra
                marcando la perfecta sincronía para sentir, que algo andaba mal, y 
                su mirada al acurrucar el hombro contra la almohada, rellena por cartas de  tarot,
                con la total convicción de que lo mejor, para permanecer en este mundo, era  permanecer.
                
                Afuera mi padre viene llegando a pie
                el desgaste de sus huellas es un signo de convicción: “las cosas mejorarán”.
                Mientras los días se cuentan como una secuencia de ignición
                para que el techo de la sala se rinda a la gravedad
                y enterrase una cena, un desayuno o nos despierte de súbito una noche  cualquiera.
                
                Y acá sólo un recuerdo se repite, acomodado, colocado, encuadrado, enmarcado y  dislocado
              a nuestro modo de ver las cosas.
           
           
           
          A NUESTRO MODO DE VER LAS COSAS 
            
            Mojarnos con el vaso en la bañera del patio,
            sentir lo que no sentimos al faltar a la excursión,
            fue nuestro acto de reclamar el cloro
            que tragaríamos los sábados en el sauna del frente.
            Cualquiera  podía ser rebelde a esa edad.
            Dejar la sopa sobre la mesa hasta que exhale  grasa
   y la naveguen moscas pataleando un nado sincronizado, 
            sacar la lengua fuera con la seguridad de que nadie la vuelva a meter, 
            salir por la ventana con el gusto de tener un apuro casual.
            (Ninguno pudo entender la palabra  “Anticrético”)
  ¿Te acuerdas?
            fue en el tendedero que aprendimos a colgar las poleras del cuello,
            a vernos correr tras una sábana ó tras un guardapolvo,
            a levantar la cabeza con los ojos cerrados.
            Luego,
            Crecer fue salir cada vez menos al patio,
            esa manía por reducirlo todo, 
            las veces que preferimos volver en minibús 
            O lavar la ropa y dejarla afuera
            toda la noche, todo el día 
            y una noche más.
           
           
           
          ARRIBO
            
            Abordé  Santiago, 
            con la impresión de haber barajado las rutas
            sobre una mesa de apuestas y 
            como quién da sus primeros pasos,
            pensando en aprender a correr.
            
            Abordé moscú, 
            como quien llega con un bulto de intenciones mal amarradas
            siguiendo un guión a medio corregir, de un libro que a desgano
            nadie terminará de leer.
          Abordé Cochabamba, 
            como quien repite una película por costumbre
            por alguna escena que no se termina de entender, por un final abierto
            por un vacío y una multitud.