Interpretaciones y Testimonios: Poemario trágico
Cristián Cottet. Mosquito 2003
Por Pavella Coppola
Revista Pluma y Pincel. N° 184. (marzo - abril 2005)
Interpretaciones y Testimonios de Cristian Cottet, Editorial Mosquito, 2003, es un poemario épico: ordena desde la musicalidad épica, las palabras elegidas: narración en verso de una tragedia local, íntima.
Los plurales escogidos para el título revelan cierta dialéctica: el testimonio siempre es una interpretación; como toda interpretación siempre equivale a dar testimonio de lo observado. Yace en ambos esa confluencia significativa que hace del título un programa espesado, un adelanto lógico, distante de toda sorpresa. Nos encontraremos con exploraciones del sujeto: lo testimoniado e interpretado por el poeta.
Luego, el epígrafe de Carol Dunlop y Julio Cortázar «(...) cada vez que uno se abstiene de morir, resulta de eso un verdadero nacimiento, tanto más precario y doloroso
en cuanto se emerge de las tinieblas sin otra madre que uno mismo(...)». El programa poético se vuelve -entonces- lógico: hay una invitación a la resurrección. Se nos pide abordar el tema de la muerte que fue y empieza a ser vida. De este modo en Señalética el aviso conmueve:
Bienvenidos aquellos que esperan la muerte
y ríen con ese entusiasmo de niño que no pueden olvidar
bienvenidos a las puertas del infierno
los sin mano los sin alma
aquellos que descansan en la oreja que les
falta.
Este libro empieza con la muerte programada, inevitable para la condición humana. Se inaugura así lo esencial del poemario: la tragedia humana perdiendo su particularidad para ser una más en la suma universal que pretende la existencia. Y como el sentido trágico advierte la precaria fragilidad de la vida, el sujeto insiste en los límites que lo constituyen: en Libertad condicional -título en tensión representando la ambigüedad de los significados sociales construidos, pues ¿si se es libertad, cómo podrá existir su condicionalidad ?-, leemos:
No soy el indicado para decir lo que dije(...)/ no tengo el temor dando vueltas por la cabeza
Ulises se hubiera reído a carcajada batiente si me viera con esta ropa
hecha jirones gritando como loco por mi equipo preferido(...)/
no soy el héroe que envía clandestinos mensajes desde
parís en manos de cierta señorita de dudosa tradición(...)/
Desde esa negación trágica, el lector se pregunta la verdadera definición del que comunica, dada la exigida provocación del
sujeto:
(...) adiós no recuerdo haberles visto
no soy memorioso ni el que esperan adiós.
Un atisbo de autodefinición del sujeto, del mensaje, se incorpora en el texto: aquél que sólo es soberbia crepuscular, dado el propio límite existencial asumido: la fragilidad del ser destella mecanismos de sobrevivencia a partir del rechazo consciente hacia los otros. Aquella mecánica de auto constatación del Yo consciente se fragmenta y une a la vez: auto negación social y auto compasión conservan la solidaridad de todo ente.
Sin embargo, la voz negando al otro momentáneamente reanuda su deber testimoniador, haciéndose comunitario del hábitat circunscrito, de la tragedia que le pertenece:
(...) encontré algunos muertos tirados madre
estaban tirados
no se movían pero miraban
con sus miles de ojos miraban madre miraban
al muchacho que yo era tal vez no eran los
veinte muertos
que dije pero lo parecían madre lo parecían(...)
Si es la tragedia la que mueve a este poemario, la reiteración de ciertos sustantivos ofrece la textura necesaria de musicalidad exigida por toda épica. No es al padre a quien se habla. La madre sirve de proyección objetal, insistiendo en su edificación simbólica a partir de la reiteración que brama. Es en ella donde el testimonio encuentra su justificación de mensaje, pues únicamente mediante esa que escucha, que observa, que revisa y recibe se documenta la historia. El símbolo de la madre manufactura el registro, pues su instalación semiótica se vuelve el receptor activo, justificando la historia que acaece. Sólo se hace historia, es decir testimonio, si alguien o algo recepta. De allí que la otrora justificada negación del otro se disipa, mortificando al sujeto en su expansión comunicativa, pues aquél lo ve todo, constituyéndose en hablante universal:
(...) allí se pronunció por vez primera el
nombre de cada uno
y partimos como otros sin zapatos y el cuerpo
desollado
tras los muros
tras los muros que buscaban otros.
El hablante no es únicamente el mensajero de las grandes proezas gregarias, sino es -tal vez en desmesura- fragilidad amorosa, particular, por ello la historia persiste en el amor trágico más allá de la experiencia individual:
(...) ella seguía con sus gritos recorriendo el viejo cuarto de mi casa
(...) erguí el solo cuerpo que era carne para acercarme a ese olor(...)
Cottet insiste en su tradición de poeta del amor trágico, que ha venido sosteniendo en su obra predecesora, en donde la cotidianeidad del acto amoroso se toma sórdida y tierna a la vez:
(...) aunque el amor es siempre libre de
propiedades
es ella la elegida
aunque se acuestan sólo cuando ella lo
permite(.„)/
El amor es depósito significativo de rareza cotidiana esmerándose en auto fortalecerse para no renunciar a él, más allá de la probabilidad del fracaso amenazante, pues la voluntad para conseguir la permanencia amorosa no existe. A decir verdad, el sujeto hablante escabulle la constancia, como principio de permanencia y compromiso, para dignificar la trasmutación como fortaleza identitaria:
el cambio el cambio el cambio
es entonces mi estado natural estoy sí feliz de
no
ser figura de comparación(...)
La inasibilidad del amor es la grandeza de la tragedia aceptada legítimamente como orden del acto amoroso. Mediante este principio el caos existencial se resguarda en tanto manifestación de la particularidad del sujeto; únicamente de este modo se auto conserva la voz hablante. Así la tragedia no se resuelve: evocar el dolor y transformarlo en compañero habitual de la existencia humana pareciera ser la alternativa de la existencia del héroe trágico. Ya no se trata de una «épica inconclusa» -título que le da el autor, estando relegado, al poemario homónimo publicado el año 1983-, sino de una épica conocida y devastadora, pues se refuerza el compromiso doliente del amor intermitente. Se es tan frágil que únicamente el reconocimiento de esta frontera humana es lo que lo vuelve humano, demasiado humano, recordando el dejo nietzscheano:
(...) no es mi mano esta mano
y sin embargo te busca por el frío
que no hiela y la noche que no cubre(...).
Tragedia que venera la negación que la define, conformando la metáfora usada -tal como lo afirmara la fenomenología ricouereana- un orden ontológico en vez de lógico. La presencia de la negación constituye, entonces, el principio poético de esta épica que testimonia y transforma toda lógica esperada, programada en ontología del que experimenta a diario. Esta ontología nacida de la metáfora trágica deposita en lo cotidiano su aspiración necesaria de asirse a la vida. La tragedia no concluye, ni se suaviza, ni soluciona su propia tensión, sino encuentra en el acto cotidiano la deseada fraternidad para seguir existiendo.
De este modo, Cristian Cottet se esmera en entregarnos un libro vivido, cuyo valor se definiría en la importancia de la palabra sucinta, modelada según los preceptos épicos, la incorporación de una rítmica dionisíaca desde el inicio hasta el final del poemario que revela la conciencia poética de la musicalidad y la inclusión de un apéndice peculiar: tres imágenes que transforman el poema escrito en poema visual, trasvasijando el significado de la palabra escrita a la imagen en tanto signo.