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Presentación
La muerte de la Casa Grande / Novela/ Mireya Zúñiga /
17 de Octubre / La Chascona/ Primavera, Santiago de Chile.

Por Pavella Coppola



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I
Los cuerpos

La escritura del cuerpo  en este libro sucede evidente. Hay mapas corpóreos. Se dicen, se desdicen: son concretos , a veces ellos mismos   se auto evitan . Pululan fantasmagóricos, mutilados, violados, etéreos, homosexuales,  también sólidos; femeninos, lunares, muertos, epitafiales. A veces, son simples ecos.  Vienen de otros tiempos.  Resuenan y regresan simplemente.

La prosa poética de esta novela prologada  desde una taxonomía como  “novela corta neobarroca”, según la historia de la literatura nuestra y sus características , levanta una escritura respecto a la intervención del cuerpo, su mutilación, en tanto cuerpo corpóreo, cuerpo simbólico, cuerpo sexuado, cuerpo amado, cuerpo deforme, cuerpo abusado, cuerpo torturado, cuerpo vejado, cuerpo en transacción, cuerpo llorado y sus diversas acepciones  anínimicas y sugeridas,  desgranándose en medio de una escritura sutil, económica, a veces asfixiante, porque la tragedia de la que se habla lo exige.

En este sentido, la escritura de la autora, no sólo es herramienta de trabajo para cumplir el oficio de comunicar el sentido de lo que desea transmitir en términos clásicos de la palabra, sino que aquí, el signo mismo de la palabra, advierte una resonancia extrema, se vuelve la propia carnalidad de la que está hecha el cuerpo que está siendo mutilado:

“¿Le habrían arrancado la lengua desde  adentro  como se descuera  al guarisapo  antes de guisarlo?”

Y la autora  sabe del oficio escritural, mueve su lapicera con precisión de poeta. Dice:

“Los muertos no hablan.
Cadáveres que dejaron de mamar néctar de higos maduros.”

La violencia de la tortura  y del abuso ha dado sus frutos. Los cuerpos han sido mutilados. Hay muerte. Hay tragedia. Hay llanto. La poesía con su palabra plena nos ha dicho todo. Y nos hemos quedado con los ojos pegados al cielo. La lectura detenida, un papel metido en medio para no olvidar el número de la página. Un cigarro hace bien.

II
El país de los tibios y la novela política

No ha pasado mucho tiempo. Será apenas una década. En ese tiempo, en Chile, en los albores del siglo 21 era imposible hablar, escribir, decir, argumentar, restituir, reivindicar la palabra política.

Considerándome un animal político, en el sentido clásico,  el que le debemos a los chascones griegos, entre ellos a Aristóteles,  el de habitar lo público, en el que soy parte de la otredad  - y a veces, sólo a veces -  me divierto  con un gol, o con una justicia  bien realizada, en este país donde reina la “tibieza” y “en la medida de lo posible” y las calculadoras son el bien más apreciado, abrazo el nacimiento de una novela política como lo es La Muerte de la Casa Grande. 

Se publica justamente en un momento en que Chile es otro, como se ha escuchado por todas partes, en estos días.. También se escucha que la ciudadanía es otra. Ojalá que los lectores sean otros. Y, más aún que el Iva desaparezca. Mejor aún, que luego, no se diga, que estas palabras suenan “panfletarias”. Porque eso, sí que sería  reduccionismo  y del barato.

Argumento:

1.- Porque, tal como viene diciendo Jofré, hay aquí un intertexto: la novela de Orrego Luco” la más acabada  manifestación  de la novela decimonónica en Chile” ( en palabras de  Cedomil Goic): el descenso de la alta  sociedad chilena. Por lo mismo, tal intertextualidad, extiende la angustia fundacional de una narrativa primera.

2.- Porque, La Muerte de la Casa Grande, entrega   cierto puente dialogante con la metáfora- símbolo instalada  en la novela Casa de Campo de José Donoso, en donde claramente se dispone allí de modo  claustrofóbico y crítico  el desplome de la oligarquía terrateniente de nuestro país, entre otros nudos narrativos de lo esperpéntico.

3.- Porque, este es el tercer momento de la tragedia: primero sucedió a comienzos del mil novecientos, luego sucedió  iniciándose y llegando a la mitad del siglo veinte y luego vino el derrumbe  entre los años setenta, ochenta y concluyendo el siglo veinte. Y todo sucede en la misma CASA: entre lo rural y la ciudad: y pareciera que el tiempo dilata al propio tiempo, y, sin embargo…”Las viejas del pueblo cuchichean”.

4.-  Porque, esta novela corta tiene como telos – aventuro a ponerlo en palabras aristotélicas para seguir en la “atmósfera”- ser majadera con lo simbólico, a saber con la claustrofobia: La Casa, que – a veces puede resultar ser sótano, o porque simplemente: “[T]anta agitación en la casa grande  no puede ser augurio  de nada bueno”,  porque –en definitiva- se trata de una maldición.

5.- Porque, esta novela resuena política porque se hace cargo de la historia reciente de este país que ha sido torturado  y deshecho, no sólo en su cuerpo carnal, sino en su cuerpo simbólico, de manera que la palabra cuerpo  mediante  toda la narración y la trama  reclama  otro modo de ser definido e interrogado.

6.- Porque, Chile entero es en esta novela un epitafio y una transmigración.

7.- Porque , la novela política – en el sentido, de habitar narrativamente el espacio que se relata, consciente del tiempo en el que se vive y se proyecta , creando verosimilitud en el universo de cada uno de los personajes, inaugurando un gesto crítico del signo escritural, porfiadamente , insistiendo en la naturaleza rebelde del arte, y a su vez,  pertenecer al conjunto de escrituras y voces que van conformando cierta  tradición literaria y lingüística,  a las cuales se es escrituralmente arrojado y a las cuales  se opta estéticamente en el difícil oficio de escritor- ocupa un lugar evidente en este lugar del mundo que se cae del mapa. En este sentido, La Muerte de la Casa Grande  constituye un ejemplo más derrotero narrativo.

III
Esto podría ser una obra de teatro

La Muerte de la Casa Grande está estructurada  en cinco capítulos  titulados: 1. El cadáver de una mariposa / Sebastián Callejas; 2. Los muertos no hablan/ Ángela Vial; 3.- La mecedora en el Altillo/Soledad Amparo; 4.- Florece el Campo/ Tierra de Perros; 5.- Personajes del Insomnio/ Visiones.

Se inicia con una dedicatoria todo el libro; estremecedoras palabras: hay “tristura”. Se develará algo. El lector queda invitado a un espectáculo del horror en palabras  de vagabundo y de sellador:

“Sebastián Sudor Callejas Calle larga
                       dobló su amarga camisa
                             y la guardó con llave.”

Se aventura  de tal modo, la corrida de un grueso cortinaje, para que  aparezcan los personajes. Ellos, al comienzo esperpénticos: “Y la ciega, la muda y la sorda  viajaban  sobre la corcova del jorobado”, leemos en la página 19.

Cinco capítulos que  mueven al lector a cinco  actos de una obra  teatral: cada capítulo/o cada acto dramatúrgico  se provee de  mínimos  accesorios  escénicos: hay, entonces, una puesta en escena impecable: mínimos muebles, mínimos recursos,  animales que dan pistas acerca del lugar de la escena, una luna que atestigua siempre, una palabra corta, precisa, imágenes poéticas decidoras.

La metáfora da que pensar siempre, y resulta  aquí provocadora, porque permite  desbordar- incluso- a la propia  categoría de novela corta. Su fuerza  visual, su extrema  densidad  posee tal efecto que logra - desde mi lectura-  trasladar la narrativa a una dramaturgia  encima  del  espacio escénico:

“Esperanza canta
El tío Jorge y la tía Marcela  callan.
Florece el campo”. 

Cae el telón.



 



 

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