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        Representación de relaciones vinculantes enfermas y su naturalización
 
en “Cuentos de locura urbana”
 de Paulina Correa
        Por Margarita Bustos C.
 
        
        
        
          
        
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¿Cuál(es)  es(son) nuestro(s) imaginario(s) ante el título Cuentos de locura urbana? Sobre esta lectora se abalanzaron  inicialmente: bocinazos, caminatas de autómatas rumbo al metro subterráneo,  gran parte de la vida sobre un transporte público enfermo, miradas cabizbajas  entre la selva de cemento. Sin embargo, las páginas de este libro conformado  por siete relatos, nos revelan personajes cuyas historias en su mayoría  transcurren en lugares cerrados: una sala veterinaria, la casa, el dormitorio,  un teatro (para un conglomerado político), la oficina. Espacios tan íntimos y habituales  que hemos olvidado son parte de nuestra  locura cotidiana, y por ende del habitar la ciudad. Transportamos junto a  nosotros (en nosotros) la contaminación acústica, el ruido, la esquizofrenia  neoliberal, las mentiras, el arribismo, el miedo a ser; generando relaciones  vinculantes enfermas.
         Los personajes que protagonizan los  siete relatos conforman mundos narrativos en parejas:
         1.  La veterinaria y su marido (De gatos)
          2.  La mujer que mantiene al gicoló bisexual (Negocios)
          3.  El censista y la mujer censada (Deber  cívico)
          4.  Las medias hermanas (Hermandad)
          5.  Los compañeros comunistas (Signo de los  tiempos)
          6.  La mujer alcohólica y su enamorado (Stoly)
         Exceptuando el cuento “Ensayo”, las  demás historias nos presentan personajes femeninos frustrados por el amor de  pareja o familiar (Hermandad) que no  reciben, por el puente quebrado tras la rutina o la incomunicación. Así también  decodificamos personajes masculinos incapaces de expresar sus emociones,  aburridos e inmóviles contemplando pasar la vida. Sujetos sin nombre, reducidos  a los pronombres: él/ella (podríamos ser cualquiera de nosotros) desvinculados  de sus propias emociones y determinaciones, prefieren continuar en la  inconciencia del presente, autómatas, enfermos/as.
Exceptuando el cuento “Ensayo”, las  demás historias nos presentan personajes femeninos frustrados por el amor de  pareja o familiar (Hermandad) que no  reciben, por el puente quebrado tras la rutina o la incomunicación. Así también  decodificamos personajes masculinos incapaces de expresar sus emociones,  aburridos e inmóviles contemplando pasar la vida. Sujetos sin nombre, reducidos  a los pronombres: él/ella (podríamos ser cualquiera de nosotros) desvinculados  de sus propias emociones y determinaciones, prefieren continuar en la  inconciencia del presente, autómatas, enfermos/as.
        
          Negocios
                 (…) Se va a la ducha, esta vez  quiere que el agua caliente le lave la humillación, la pena, el desengaño. Sabe  que conocía el final de la historia, la presumía, es su culpa.
                Quizás nunca tuvo ninguna  atracción por ella, o quizás con los años por ninguna mujer, pero eso ya no era  su tema. 
                ¡Si era algo, era práctica! Se  vistió, le acarició por última vez el cabello desordenado en la frente, lo miro  con ternura, le dejó un cheque considerable sobre el velador. Cerró la puerta y  respiro aliviada.
        
        Aunque en tres de los cuentos: De gatos, Signo de los tiempos y Stoly la decisión será la huida/el  escape del hogar en ruinas, abandonar las ruinas de la utopía política vendida.  ¿Habrá nuevos comienzos? Al menos el último relato pareciera dejarnos un  pequeño haz de luz para la excepción que confirma la regla ¿Dejará de beber  sólo ese día? ¿Podrá vincularse la protagonista? ¿Llegará a conocerse y a  comunicarse sobria?
         Nietzsche que conocía el alma humana, más que muchos  contemporáneos de su siglo, dijo: “Sólo  cuando el hombre haya alcanzado el conocimiento de todas las cosas, podrá  conocerse a sí mismo, pues las cosas son las fronteras del hombre”[1]. ¿Qué  posibilidades tienen los personajes de Cuentos  de Locura urbana para conocer el mundo velado que les rodea? ¿Qué  posibilidades tienen para desaprender las relaciones vinculantes enfermas que  reproducen?
        Se nos ha despojado del derecho a la ciudad, le  habitamos bajo la ilusión de decidir dónde, cómo, cuándo, pero es sólo i l u s  i ó n. La enajenación en la vida diaria por la modernidad capitalista y sobre  la manera en que ésta atomiza a las personas, convirtiéndolas en consumidores  aislados sin capacidad para comunicarse entre sí, decide por nosotros.
        Vivimos confinados en una vida urbana enajenada por el  consumo, la fragmentación de la cotidianeidad y la exclusión espacial. Se nos  ha ido despojando del lenguaje y los mandatos de género nos tienen prisioneros  de roles insanos. La nave de los locos que pintó el Bosco y que analizara Foucault para explicar la historia de la  locura, ya no zarpa, tampoco se encuentran recluidos tras las murallas docilizantes.  Están en la urbe, habitamos en la ciudad de la furia.
        
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        [1] Nietzsche F., Aurora   p.41