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          Un testimonio de Róger Santiváñez. 25 years after
        
        
         
         
         
        
           
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        ESTA historia comenzó en Lima durante el verano de  1982 en lo que llamábamos La Torre de  Lince o mejor dicho la habitación del   entonces joven poeta José Antonio Mazzotti en la calle Trinidad Morán de  dicho distrito. En efecto, reunidos cotidianamente el autor de Poemas no recogidos en libro y quien  redacta este documento, nos pasábamos las tardes conversando de poesía, de  chicas, de política y otra vez y siempre de poesía. Así fue como –una de  aquellas inolvidables tardes– se nos ocurrió tramar una antología de nuestra –a  la sazón- novísima generación del 80.
          
          Cogimos un papel cualquiera y empezamos a tomar nota  de todos los noveles poetas que conocíamos –tanto en San Marcos como en la  Católica– así como algunos dispersos en el maremágnum de la entreverada Lima y  otras universidades y/o conciliábulos. 
          
          –Son 20 huevones –dijimos, después de contar la lista.
          –Ok. Así le ponemos a la antología: 20  Huevones.
          
          PERO esta muestra jamás prosperó. Quedó en el olvido,  como uno de tantos proyectos que consumían nuestras tardes y anocheceres bajo  las imperfectas estrellas de Lima y su soledad. Así pasaron los incesantes  años. Hacia el final de aquel 1982 fundé el Movimiento Kloaka y Mazzotti –desde  el primer momento– fue uno de sus más cercanos amigos y simpatizantes. Todo  1983 fue el año de Kloaka con sus anarquistas declaraciones públicas y sus  tumultuosas presentaciones que incluían poesía, rock, pintura y performance. En  el verano de 1984 José Antonio decidió participar activamente en el Movimiento  Kloaka en calidad de aliado principal. Organizamos juntos el último evento de  Kloaka realizado en el Auditorio Miraflores para el que editamos el hoy  inhallable ejemplar de nuestro vocero Kloaka  1.
          
          EN 1986 fuimos convocados –por intermediación de la joven  poeta Dalmacia Ruiz Rosas– a trabajar editando el suplemento cultural de El Nuevo Diario al que bautizamos –en  homenaje a Karl Marx– Asalto al Cielo.  Allí conocimos a Francisco Alcázar Miranda, el legendario Pancho, con quien formamos un compacto grupo de trabajo poético y  editorial cuya labor se prolongó durante 1987 y 1988. Este último año, José  Antonio decidió postular a una beca en la Universidad de Pittsburgh para seguir  estudios de postgrado en literatura y para entonces ya habíamos decidido  retomar la vieja idea de 20 Huevones; es decir, publicar una antología poética de nuestra  generación. A modo de legado –entendí yo– ahora que Mazzotti partía a los  Estados Unidos para nunca volver a residir en el Perú.
          
          OCTOPUS fue la primera versión de la antología. Estaban los  llamados Tres Tristes Tigres –editores de lo que fue la revista Trompa  de Eustaquio a principios de los 80s– Eduardo Chirinos, Raúl Mendizábal y  José Antonio Mazzotti. Cabe señalar que a partir de la producción de estos tres  tigres el crítico del diario El Comercio Ricardo González Vigil fue quien acuñó el término generación del 80 y empezó a hablar sobre ello.  La nómina de Octopus –o sea Ocho Opus o lo que es lo mismo la obra de 8 poetas- se completaba con los autores del  Movimiento Kloaka: Domingo de Ramos, Rafael Dávila-Franco –muy cercano al MK– y  quien firma este testimonio. Cerraban el Octopus,  los dos jovencísimos poetas Rodrigo Quijano y Jorge Frisancho. Después de una  rociada conversación con José Antonio, la lista final quedó configurada con la  adición de José Alberto Velarde –el kloaka que ya desde entonces había emigrado  y vivía en París–, Julio Heredia, Dalmacia Ruiz Rosas, y César Ángeles. Éramos  doce. Los 12 de La última cena. A  Pancho Alcázar le encantó la idea y asumió el proyecto con la entregada pasión  que sólo él sabía poner en sus cosas. 
          
          JOSE Antonio Mazzotti fue encargado –por el colectivo  Asalto al Cielo– de preparar el libro. Corría el mes de setiembre de 1987 y por  entonces fui presa de un cuadro psicótico (por razones que no es el caso  exponer aquí) y debí ser internado en el CREMPT (Centro de Rehabilitación para  Enfermos Mentales de Piura y Tumbes). Pasé una semana en dicho establecimiento  y otra vez en Lima –tras escaparme de Piura ya que mi familia se oponía a mi  regreso a La Horrible– nos dedicamos en sucesivas reuniones nocturnas –Pancho  Alcázar, José Mazzotti, Rafael Dávila-Franco y quien rememora esos instantes– a  la producción y presentación del volumen La  última cena. Poesía peruana actual. Esto ocurrió el 11 de diciembre de 1987  en el auditorio de la Municipalidad de San Isidro sita en El Olivar. Este  evento contó con la participación del grupo Danza  Lima entre cuyas bailarinas recuerdo a Maureen Lewellyn Jones, Maritza  Garrido Leca y Ximena Maurial. Igualmente hubo otra presentación en el  auditorio de Humanidades de la Universidad Católica. El encargado de las  palabras introductorias fue nuestro   amigo íntimo el poeta Rodolfo Hinostroza y la musa de aquella tarde Mapy  Fortunic, según consta en la foto colectiva que apareció en la nota de Caretas reseñando la ceremonia.
          
          POR aquellos días –y merced al entusiasmo político de  Pancho Alcázar– nos dedicamos a ilustrar casi todos los distritos de la ciudad  de Lima con el afiche correspondiente a nuestro libro. Una linda jovencita  –foto de Jorge Kreimer-  (la misma de la  carátula) iluminaba las paredes, muros y esquinas de los barrios limensis incitando a la poesía de los 80 locos, como rezaba  la propaganda. La antología tuvo una gran acogida. Nos llamaron y nos  entrevistaron para todos los diarios y revistas de la época, como puede verse  en el libro de Paolo de Lima que hoy presentamos.  La noticia corrió como un reguero de pólvora durante el ardiente verano de  1988. 25 años después todavía seguimos escribiendo poesía. 
          
          TODAVÍA creemos que es posible la belleza en medio del  caos. No nos equivocamos con los 12 poetas convocados; todos ellos mantienen  hasta hoy su fidelidad interior a la creación tan fuerte y viva como aquellos  días de 1987 en que las horas nos parecían una infinita canción para entonarla  juntos; cantemos entonces ahora esa dicha canción de la juventud perdida, de  modo que podamos sentir y palpar su dulce fraseo, como si fuera posible volver  a existir en sus oraciones sagradas.
         
        05 de enero de 2013
          Collingswood, New Jersey, junto al congelado río  Cooper