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A propósito de Lo real es horrenda fábula [1]
Por Juan Manuel Corbera
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Ya que el libro que estamos presentando, Lo real es horrenda fábula. Acercamientos, desde Lacan y otros, a la violencia política en la literatura peruana (Lima: Editorial Horizonte, 2019), editado por Paolo de Lima, abre y cierra acertados arcos argumentativos en clave académica, yo no voy a hablar de lo académico, sino que me aproximaré al texto en tanto estudiante inserto en la academia y en tanto artista peruano inserto en la sociedad argentina.
Ante todo, felicito esta publicación y su bienaventurada distribución más allá de los claustros universitarios sanmarquinos, ya que he visto muy de cerca cómo sendas tesis y monografías de compañeros y colegas quedan relegadas al cajón del docente o al empolvamiento crónico de las bibliotecas más especializadas. Hacer salir estos conocimientos del ámbito meramente académico no es fácil, por lo que estoy muy alegre de aportar un poco mi visión del tema, además de que, como veremos más adelante, creo que también hay un valor revolucionario en analizar esta temática desde lo escrito.
Lo real es horrenda fábula abre lecturas de un tema delicadísimo en la sociedad peruana actual: la violencia política que padecimos como país hace pocas décadas. Los que pasamos nuestra infancia en los 90' recibimos la serie de atrocidades de la guerra interna como un relato. No vivimos en carne propia los apagones ni los coches bomba, solo nos lo contaron. Sin embargo, hasta ahora sufrimos las consecuencias de ese relato posterior a la guerra. Relato, bien lo sabemos todos, escrito por quienes ganaron esta guerra. Mi generación recibió el relato de la guerra interna bajo la etiqueta de “terrorismo”, así nos criaron repitiendo lo que las altas esferas del poder decían que se debía repetir. Terrorismo, hubo, de eso no hay duda, ¿qué guerra no conlleva el terror en su definición más básica? Lo que no nos dijeron nunca, y algunos pudimos enterarnos años después por lecturas propias, fue que el terrorismo vino de ambos lados, del Estado terrorista y genocida, así como de la insurgencia terrorista y genocida a la que decían combatir. Contextualizo para los espectadores argentinos: aquí recordar ese mismo periodo histórico es sinónimo de –simplificando para ilustrar el caso– una dictadura abominable que tuvo que abdicar ante el descontento social y la protesta, trayendo consigo una nueva etapa para el país bajo el manto de la democracia. Aquí, en las últimas décadas, gobernaron dos ex montoneros, es decir, miembros activos de la guerrilla que se enfrentó y venció a esa dictadura. Ellos, los ganadores, impusieron ese relato. En el Perú, que un ex guerrillero senderista sea presidente es virtualmente imposible. Los que ganaron la guerra fueron los militares, que bajo la democrática protección del Estado actuaron con casi total impunidad, aniquilando miles de vidas en su paso hacia la victoria sobre la insurgencia. Más aún, el gobierno que ganó la guerra interna se mantuvo en el poder cambiando la constitución del país y hoy por hoy su líder histórico, condenado por delitos de lesa humanidad, está libre y su partido político obtuvo más de la mitad de los asientos en el congreso para la actual administración, por solo mencionar algunos datos. Entonces, mi generación se crio con una idea de lo que fueron aquellos años que para la gran masa llevó a la simplificación siguiente: Izquierda, es igual a, Comunismo, que es igual a, Sendero Luminoso, que es igual a, muerte y dolor; por tanto, Izquierda, es igual a, muerte y dolor. Esta ecuación, aunque parezca inverosímil, es lo que el ciudadano promedio peruano piensa cuando le mencionas la palabra comunismo, socialismo o alguna alternativa que se incline a la izquierda. De hecho, en el 2012 existió el proyecto de ley que condenaba con no menos de 6 ni más de 12 años de cárcel a quien niegue la versión oficial de los hechos de aquella época o intente hacer un revisionismo histórico de lo que el Estado dice que fueron crímenes terroristas. Lo que queda fuera de aquella imposición estatal es la responsabilidad del gobierno ante su propio ejercicio terrorista. Con este tipo de lineamientos férreos es que nos educaron. Luego, algunos pudimos matizar los hechos con lecturas menos parcializadas pero el paupérrimo sistema educativo peruano no permite a la mayor parte de la población acceder a este tipo de información. Acá se vende el Nunca más en cualquier librería y la carta a la Junta Militar de Walsh se enseña en las escuelas. En el Perú hasta que salí del colegio jamás vi un ejemplar impreso del informe de la Comisión por la Verdad y la Reconciliación.
Pienso que si aceptamos que la creación artística tiene cierta autonomía sobre las imposiciones discursivas de la política de su tiempo, y que todo buen arte –el arte que le resiste a su propio tiempo y nos sigue influenciando– tiene como característica intrínseca la autenticidad, entonces podemos leer los cuentos y poemas analizados en este libro como fuentes primarias para sopesar lo vivido en esa era de terror ante las actuales imposiciones ideológicas de las que hablé hace un rato. Bastaría la lectura de cualquier verso del corpus o mirar con detenimiento la frialdad con la que se toma a la violencia y la muerte en todos los cuentos para confirmar mi hipótesis. Entonces, en tanto fuentes primarias, tomo los ensayos de este libro como una serie de análisis históricos basados en representaciones literarias que apuntan a subvertir el orden establecido desde el poder. Insurgencia desde lo escrito, esa es una revolución en la que sí puedo creer.
[1] Texto leído el viernes 22 de marzo en el bar cultural La Tribu de Buenos Aires. También participaron en la presentación Paolo de Lima, Raúl Bueno Chávez y Fernando Bogado.
Durante la presentación:
Juan Manuel Corbera, Fernando Bogado, Raúl Bueno Chávez y Paolo de Lima.
