Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Pablo de Rokha |
Autores |





 




El coloso enfermo: Pablo de Rokha

Por Hugo Acevedo
Publicado en revista La Rosa Blindada. Buenos Aires, diciembre de 1964


.. .. .. .. ..

Un olor nacional a hoja podrida.
Pablo de Rokha

1.

Una tarde de primavera llegó a mi ciudad el poeta Pablo de Rokha, a quien yo no conocía. Con ese motivo, y a indicación de alguien mayor, leí sus libros, los pocos que pude hallar en aquel 1949 en una ciudad que, como la mía, rencarnaba furiosamente fenicios mediterráneos y cartagineses volátiles e ignoraba (¿ignora?) cuanta letra no fuera de cambio, sosteniendo, en compensación, que la escuela pública ha sido creada para formar comerciantes deliciosos. Una vez enterado, fui a visitar al poeta.

Hallé, en permuta, a Pablo de Rokha.

Expliquémonos.

Pablo de Rokha es descomunal e incivil: todo el mundo lo sabe. Además, se ha olvidado del caminar, por cuyo motivo, cuando se desplaza, se mueve de babor a estribor en un balanceo que produce angustia. Detrás de él, cuando pasa, se hace el vacío. Es alto —no mucho—, pero la circunferencia de su vientre ha terminado por empequeñecerlo, en lo cual se parece a Gargantúa. Sus rasgos, pronunciados, son a pesar de todo armónicos y hacen pensar que alguna vez compusieron un muchacho apuesto aunque adusto; en realidad, la apostura y la adustez han peleado en su rostro durante cuarenta años, y ahora van más de veinte que Pablo de Rokha es adusto tan sólo. Para él, en oposición a lo que clásicamente se ha definido por artista, no existe el limite: ni cuando ama, ni cuando odia, ni nunca. Y, desde luego, ni cuando bebe, en lo cual se parece a Pantagruel. Respecto de amar, su pasión está claramente encauzada: ama a su familia y a nadie más. Cuanto a odiar, excusaré nómina de los objetos de esta otra pasión ya: seria interminable.

De chico lo llamaban Carlos —Carlos Díaz Loyola—; de grande él se sintetizó con Pablo, un profeta, un santo —santo apóstata— un patriarca a la vez, y de Rokha (eludiendo la forma castellana Roca, quizá por parecerle débil), que completaba el sentido vigoroso del patronímico. Pero en rigor, cuando se trasladó al poema y se descubrió minuciosamente a sí mismo, se puso Raimundo Contreras: Raimundo Contreras el bruto...

Lo de patriarca no es gratuito. Creo que Pablo de Rokha nació de gente propietaria, y en la cordillera talquina los arrieros le permitieron compartir sus comidas, sus tragos, sus caminos, sus soles y sus lunas. También sus leyendas. Y Carlos Díaz Loyola, al rebautizarse, se sintió pueblo. No olvidó, sin embargo, conservar su ascendencia: el de de su nuevo nombre sugiere inconscientemente la condición señorial.

Pero Pablo de Rokha no es señorial. Basta con mirarlo comer y beber para desengañarse. ¿Acaso pudo convencerse de que la modestia popular excluye necesariamente la sobriedad? En Chile, al peón de campo se lo llama huaso, que significa "hombre de a caballo", y al peón de ciudad, generalmente mestizo, roto, peyorativo derivado del estado de sus ropas. Uno y otro son el alma del país, y Chile vale fundamentalmente por ellos, aunque esto no lo sepan muy claramente todos los chilenos. Pues bien: Pablo de Rokha asegura que él es una mezcla exacta de huaso y roto, de huaso preñado de roto, según su fórmula.

Pero nadie le cree.

Como Ricardo Güiraldes en la Argentina, se ha arrogado las virtudes del pueblo, no sus obligaciones. Actitud inteligentísima, lástima que sin fuerza suasoria. Por lo demás, el pueblo chileno no come ni bebe como Pablo de Rokha; entre otras razones, porque no tiene con qué.

Pablo de Rokha es un manifiesto. Según él, su categoría no reconoce más pares que Homero, Dante, Shakespeare, Rabelais, Cervantes y Whitman. Con ellos pretende constituir el clan de los siete mares de la poesía. Y él es el jefe, porque Pablo de Rokha nació para jefe de clan, aunque el tiempo lo haya trasformado en poeta. Con su familia lo ha hecho mejor: el clan rokhiano es uno de los buenos motivos turísticos chilenos, al mismo tiempo que una probable amenaza física para todas aquellas personas —hombres o mujeres— que tengan en Chile la insolencia de discrepar con la genialidad de alguno de sus miembros. Alone, muy poco tolerante, ha ido más allá y los ha filiado de terroristas. Pablo de Rokha, en represalia, lo tilda de tonto, venga o no a cuento. Tomar partido en la disputa sería una indiscreción.

La discusión y la pelea son necesidades para nuestro personaje. Mahfud Massís, buen poeta no obstante yerno de Pablo de Rokha, ha solido terciar en las luchas de su suegro con cualquiera. Cuando Vicente y los dos Pablos se denostaron cumplidamente en prosa y verso durante meses que la población santiaguina recuerda con simpatía, Massís publicó un librito en defensa de su pariente: Los 3. Era un buen librito: ingenuo, solemne, pueril y chismoso, como conviene a un pais que todavía carece de una gran literatura y ya arriesga el lujo. El suegro quedó complacido del defensor, en lo cual no se parece a Cyrano, cuya única defensa era su espada. El pobre Massís testimoniaba de la genialidad de Pablo de Rokha, autos en que reincidió en el prólogo de su ya libro Las bestias del duelo, aunque el texto de éste luciera influencias de Neruda.

¡Ay!, años más tarde, Mahfud Massís se quejaba amargamente de su suegro porque, habiendo publicado su libro de poemas y siendo éste comentado muy favorablemente por tirios y troyanos, Pablo de Rokha lo acusaba de traición. Se me ocurre que esta presentación basta para tener noticia de una personalidad. Se trata, en efecto, de un ser anárquico y anarquista, desordenado, antisentimental, ególatra, vanidoso, desleal por veces y lo menos poético que es dado conocer por estos lados, siempre. Se da de marxista, pero jamás ha podido serlo: su propia, terrible, mezquina naturaleza se lo impide. Es turbio y posee un concepto estrecho del orgullo. Poeta excepcional, en todo cuanto supone ser excepción, ha intentado asesinar con un viejo sable de hierro a la poesía, despedazarla y arrojarla a los pumas de Talca; pero no ha logrado más que despeinarla. Ella, la poesía, lo ha acompañado con morbosa fidelidad. Pablo de Rokha tutea al mar, lo insulta, lo niega de palabra, lo afirma de hecho, junta su espuma a la de las olas y no retumba menos que ellas. Sabe recorrer todo el sur a caballo, comerse una empanada como si desnudara una mujer rubia (o a la inversa) y sacarse los zapatos junto al océano, "sonando..."

Acerca de insultar, lo hace admirablemente en castellano antiguo y en chileno contemporáneo, y goza. En su carácter interviene el bárbaro, el romántico, el pirata, la tromba y el volcán. En piratería es francamente erudito: si a alguien envidia es a Morgan y sus discípulos del Caribe, pero no se atreve a imitarlos hasta las últimas consecuencias. Para medir a Pablo de Rokha se necesita, mejor, de un sismógrafo. Queriendo ser pueblo se equivocó, pero logró elevar algunas de las condiciones populares a jerarquías imprevisibles, en verdad estupendas. Asistido por su información de los modos y formas y el vocabulario de la gente humilde, asentó la Escritura de Raimundo Contreras, llevando a cabo, con ello, la valorización del folklore de Chile. Allí su ímpetu y su descriterio hallaron el cauce propicio a un ponderable desarrollo.


2.

Escritura de Raimundo Contreras, libro publicado en 1929, no es la única, primera ni última de las obras de Pablo de Rokha. Antes y después de ella, y en suma, este poeta ha compuesto algo así como veintidós o veintitrés libros. Algunos son de versos; otros, nadie sabe de qué. Examinarlos todos sería imposible, especialmente porque varios de entre ellos no pueden ni aun ser leídos. Pero otros...

A los veintinueve años Pablo de Rokha cantaba de esta manera:

Ayer jugaba el mundo como un gato en tu falda;
hoy te lame las finas botitas de paloma;
tienes el corazón poblado de cigarras
y un parecido a muertas vihuelas desveladas,
gran melancólica.
......................................................................
Tu ilusión se parece a una ciudad antigua,
a las alcobas llenas de aroma entristecido,
a las piedras eternas y a las niñas heridas;
un pájaro de agosto se ahoga en tus pupilas
y, como un traje oscuro, se te cae el delirio.
......................................................................
Estás sobre mi vida de piedra y hierro ardiente,
como la eternidad encima de los muertos;
recuerdo que viniste y has existido siempre,
mujer, mi mujer mía, conjunto de mujeres,
toda la especie humana se lamenta en tus huesos.

Llenas la tierra entera, corno un viento rodante,
y tus cabellos huelen a tonada oceánica;
naranjo de los pueblos terrosos y joviales,
tienes la soledad llena de soledades
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.
......................................................................
Ay, amiga, mi amiga, tan amiga, mi amiga,
cariñosa lo mismo que el pan del hombre pobre;
naciste tú llorando y sollozó la vida;
yo te comparo a una cadena de fatigas
hechas para amarrar estrellas en desorden.

Poeta treintañero, pues, aún conserva cierto sentido del rigor y una pauta del límite. Era un buen poeta. Pero él no quería ser un buen poeta. Quería ser grande, enorme, terrible, discutido, negado, combatido, aislado, descalificado. Y una noche, acometido por sí mismo, doliente de su contextura, arremetió contra su pasado y su presente. Era de raza. Rompió la lira y empuñó el cuchillo; desdeñó la corrección y ambicionó el infinito:

El canto, como el sueño, ha de estar cruzado de larvas

Su desdén no es ajusticiable. La corrección no cuenta en poesía, al menos la fatigada corrección. El creador debe romper las herradas puertas, salir a la intemperie, descubrir la naturaleza, reconocer sus iguales, ignorar el terciopelo. Así procedió Whitman, y así José Hernández. Hoy, y en anchos cenáculos de nuestra América, el soneto es cosa de buen tono, y un madrigal o un romance son celebrados efectivamente. Pero el poeta que advierte que el mundo debe ser visto por primera vez cada día de nuestra vida, aunque sea el mismo de ayer y tal vez el mismo de mañana, y que cada dia, también, ha de revelar la forma siempre renovada que este mundo posee, es poeta que pone la mano en un sitio prohibido hoy por hoy, poeta que luego será víctima de los tantos alcaides de nuestra sociedad.

Es menester hacer océanos, no fotografiando océanos, no; es menester hacer océanos con el rumor del calzón femenino, con esos recuerdos de tamaño azul-azul, con el enorme elemento de agua que canta en la garganta de los niños chiquitos y en la línea agrícola, y aun con la gran ola oscura de aquel dios jodido de adentro; es menester hacer, poder hacer una niña de pueblo con una violeta y una aceituna y una tonada; es menester hacer la ciudad imperial de hoy con la trepidación de la gramática, aquella cosa inmensa y mecánica, dinámica, difícil, que es, ¡por Dios!, el lenguaje colocándose.

Desde entonces, Pablo de Rokha ha caído en los siguientes pecados: grandilocuencia, exageración, gigantismo, pedantería, sectarismo, grosería, injuria y difamación. Al mismo tiempo, ha conquistado las siguientes virtudes: autenticidad, temperatura, ambiente, medida —o desmedida— del universo, verosimilitud y atmósfera. No se le puede culpar en ningún caso de mediocre ni de fariseo. Por todos esos motivos, Pablo de Rokha ha ido un poco más lejos de lo que actualmente va nuestra América y en ese sentido, sólo en ése, se ha adelantado a no pocos de sus coterráneos. Mañana podremos señalar hasta qué punto le asistió la razón para proclamarse por sí mismo genio, emperador de las colonias del sur. Lo cierto es que desde ya debe reconocérsele el haber elevado a una justa jerarquía numerosas premisas y características verdaderamente americanas, y que lo ha hecho con impecable originalidad. Pablo de Rokha no se emparienta con ningún tipo de literatura más o menos conocido. Su reducto es admirable, no porque derive de una intención específica, sino porque proviene de una necesidad, aunque ésta sea la de querer ser sol.

Técnicamente, la ley poética no es moral: el pintoresquismo de la moral rokhiana no cuenta para enjuiciar su fórmula estética. Al contrario: la moral de Pablo de Rokha está trascendida sin ambages en el poema. Clara es su egolatría, trasparente su vanidad, diáfana su petulancia; tanto como lo son su poder sensible y su intensidad emotiva. Todo lo bueno no es necesariamente bello —dice él, y agrega—: pero todo lo bello es bueno. ¿Cómo se reconoce a un gran poeta? ¿Por su sentimiento? ¿Por su capacidad de comunicación? ¿Por sus premisas conceptuales? ¿Por el vuelo de sus símbolos? No. Circunstancias son ésas buenas para señalar un espíritu rico, una inteligencia aguda, mas no para determinar la calidad de una obra literaria. Pablo de Rokha ha conseguido articular su propia teoría del conocimiento, y las formas con que la ha expresado han correspondido a las necesidades del tópico. Ni sus caricaturas morales, ni su desaliño social, ni sus faltas y errores pueden desmentir la calidad de su obra, aunque se trate de una calidad intermitente.

Este poeta advino en momentos en que Chile indagaba por su expresión. De ese país debía de surgir la gran poesía americana del sur. Gabriela Mistral, serenamente, aporta su voto humanitario, nombradora de su paisaje y sus niños; pero, si es cierto que contribuyó a levantar las compuertas, cierto es también que ella permaneció, no fue en sí misma el agua impetuosa que, aun a riesgo de perderse, anegó valles y desiertos. Vicente Huidobro sí, él sí traspuso los umbrales del naciente reinado; pero vio solamente superficies, y tampoco disponía de fuerzas para calar. Únicamente con Pablo Neruda se siente la respiración de Chile; pero Neruda, soterrado y triste (y estamos todavía durante la conformación del gran estallido, no en el proceso ulterior), después de golpear en todas las puertas conocidas cae muy a fondo de la soledad, es decir, de la lluvia, de la tierra, del mar y de la falta de patrimonio cultural, y se inclina por una no-forma obstinada.

Es justo.

Pablo de Rokha, en el mismo trance y con igual responsabilidad que los de Neruda (bien que es como diez años mayor que éste), apela a la destrucción: nada de métrica, nada de caja acústica, nada de rima, nada de encanto visual, nada de lógica. ¿Qué, entonces? Basta de ismos. Canto, solamente. No es impropia la paráfrasis: canto por el canto. Pero canto cruzado de larvas, y además canto "que haga reír y haga llorar como una mujer rubia o un hermoso caballo", "canto que se ría y llore solo, y llore solo como la más morena de las colegialas sacándose la camisa". "Que nunca el canto se parezca a nada: ni a un hombre, ni a un alma, ni a un canto."

Particularmente en Escritura de Raimundo Contreras lleva a cabo el proceso, bien que ya lo había intentado en Los gemidos y en Suramérica y a pesar de que más tarde lo haría en numerosos otros libros, tales Los poemas accidentales, Jesucristo, Canto de trinchera, etcétera. El huaso-roto Raimundo sobrepasa hasta los signos de puntuación. Menos convencionalidad, imposible. Su respiración, sus inspiraciones se manifiestan no más que por diminutos períodos blancos:

. . veces de veces . . le parece a Contreras que ella no sucedió desde afuera hacia adentro . . como manzana madura . . sino desde adentro hacia afuera . . como lo caído y tremendo de las cosas futuras . . que son el pasado de la esperanza . . y . . como obra suya . . apenas cree que existe . . y la llena entera de lamentos
. . pero la desnuda . . y la encuentra indiscutible

¿han visto ustedes el signo que formula el río columpiando a la grupa la rosa llorosa de vergüenza rosada?

y lo mismo . . exactamente . . que el sol que monta la tierra . . agonizando

No queda siquiera el renglón corto, llamado "verso", que sirve para marcar las pausas de rima y ritmo. Después el poeta se dirigirá directamente a la prosa poemática puntuada y esclarecida, para en seguida reanudar el verso a la manera tradicional y, con todo ello, ingresar de lleno en el versículo (Arenga sobre el arte), donde concepto e imagen marchan armoniosamente uncidos al carro del discurso, vayan o no delimitados.

Esas indagaciones no lo son sino en el sentido en que también lo es la búsqueda del tono nacional, propio y universal. A una medida —el fondo— corresponde la medida equivalente —la forma.

Pero Escritura de Raimundo Contreras no ha sido justipreciada, como ha ocurrido con casi toda la obra de Pablo de Rokha. A ciertos americanos les encanta poder producir grandes artistas, para tener alguien de valor a quien maltratar. Ni Neruda, con todo su genio y su amor a cuestas, ha podido salvarse de este signo desgraciado. América es, también, un continente salpicado de jaguares, boas y yararás. ¿Se dirá de la ignorancia virgen? No sería cierto. Si sí, tendríamos luz de estrella. Pero esta ignorancia es de medio pelo. Fue Rubén Darío quien, quizá el primero, denunció el rastacuerismo, la mediocridad y la chatura que campean en estas repúblicas tan tristes y hermosas, y parece que no hace mucho. ¡Oh, cómo podrían los chilenos saberse halagados y llenarse la boca diciendo: "En mi país ha fructificado un poema que, escrito con nuestro idioma, medido con nuestro metro, exaltando nuestras condiciones, vertiendo nuestro carácter, afirmándose en nuestra tierra, nombrando nuestras cosas, puede ser gozado por los hombres de todos los países, por todo el mundo"!

Después de eso, Pablo de Rokha quedó autorizado para tomarse cualesquiera licencias. Ciertamente, aprovechó al máximo la autorización. Ha discurrido en verso y ha querido cantar en prosa. Se ha fingido juez de la humanidad. Remontando la historia, ha tenido la puerilidad de llegar a enjuiciar a Jesús de Nazareth. La precariedad de su información lo ha inducido a incurrir en disparates simplemente irrisorios. Ha mezclado nombres, cosas y hechos sin la menor piedad científica ni el mínimo respeto ético. Podría disculpársele tamaña herejía si se tratara de un hombre carente de la responsabilidad del riesgo; pero con Pablo de Rokha esa disculpa seria canallesca, pues no hay razón valedera para opinar que el mismo poeta que dice:

No es posible hacer el himno vivo con dolores muertos, con verdades muertas, con deberes muertos, con amargo llanto humano; acciones de hombres, no, trasmutaciones; que el poema devenga ser, acción, voluntad, organismo, virtudes y vicios, que constituya, que determine, que establezca su atmósfera, su atmósfera y la gran costumbre del gesto, juicio del acto; dejad al animal nuevo la ley nueva que él cree, que él es, que él invente; asesinemos la amargura y aun la alegría, y ojalá el poema se ría solo, sin recuerdos, ojalá sin instintos

no hay razón, digo, para opinar que ese mismo poeta ha olvidado la gravedad del examen o se siente vencedor del mundo relativo.

Pablo de Rokha ha ido hundiéndose en la más agónica adoración de su "yo" a medida que el prójimo lo ignoraba. Su necesidad de afirmación lo ha conducido a la negación de todo cuanto no contenga algo de él, así sea su, odio. Ese ha sido su callejón obturado, su encierro definitivo, del que seguramente sólo la muerte lo sacará. El poeta anárquico y apasionado; el artista que se henchía de gozo, como la semilla en primavera, ante la perspectiva de un pro y su contra consintiente; el hombre de contradicciones: el pariente chileno de Nietzsche, de Whitman, de Rimbaud; el luchador y vitalista amante de las fugas improntas ante los canes cerberos del príncipe policial; el caminador americano; el gran anfitrión cisternino que se holgaba ante el rostro radiante de poetas y camaradas; el ser de entrega y pétreo, el hombre hermoso, en fin, se ha convertido en un insoportable bufón de su propio talento, al que utiliza para escupir a los demás y ponérselo de babero a los poemas que le cuelgan de sus mandíbulas flácidas. Pablo de Rokha, gran poeta, no ha querido concluir siendo un gran poema.

En términos absolutos, todo hombre responde de su miseria y su grandeza. En términos tolerantes, el individuo no es sino el primer responsable de sí mismo, pero no el único ni mucho menos. A Pablo de Rokha se le ha ajusticiado no por motivos literarios, sino de cualquier otro orden. Ha habido un error de proyección y, en lugar de ubicar cada cosa en su sitio —¡como si la poesía, una vez escrita, no fuera ya de propiedad común!—, se le resignó al lugar de los réprobos. Pablo de Rokha tuvo entonces grandeza, aunque fuera culposo de muchos de los cargos que se le imputaban. Supo permanecer a la luz y apechugar contra viento y marea. Conquistó, además, la alegría del trabajo modesto. Quiere decir, en resumen, que los demás y él mismo le dieron las posibilidades de erigirse en un artista estupendo (como ciudadano además de que como poeta) de su patria y el idioma.

Optó por la pequeñez.

A salvo, descendió al nivel de su adversarios y, donde cabía la pluma, puso el puño, y donde el puño el escupo, y donde el escupo la pluma, y en todas partes la difamación y la tontería. Así creció la negación y a veces, para peor y colmo de males, la indiferencia por su obra, hasta el extremo de que hoy no lo conocen ni el idioma ni la mayoría de su patria. Barranca abajo, se ha encerrado en su genialidad tribual y se ha olvidado de todas las proporciones que despertaron en su espíritu quilates de belleza y de bondad. Pablo de Rokha es hoy nada más que un hombre digno de ser amado.

Su último libro, antes de editar en un tomo todo lo que ha escrito, fue Arenga sobre el arte. La primera parte es ileíble. En ultrañoña busca de la consagración del marxismo mundial, da recetas políticas para todos los problemas y para todos los enigmas. Pero Pablo de Rokha insiste, por eso mismo, en no ser marxista. Le faltan la información, el método, el rigor, el respeto y la perspectiva, y le sobra la anarquía. No es ser marxista el anteponer Maiakovsky al Alighieri ni el tratar de cerdo a Ortega y Gasset. Pero no vale ni la pena de mencionarlo. La segunda parte del libro, Tres poemas, contiene de todo un poco: tontería y talento, pedestrino y sublimidad, aburrimiento y gracia, pobreza y riqueza verbales, opresión y libertad. Intermitentemente aflora el gran poeta, el hombre de espíritu, el músico, el ser de simpatía y, en todo caso, el citador. Por lo demás, luce allí una habilidad harto singular. Estructurar un poema con la nómina de las comidas chilenas es programa estéticamente indeseable para cualquiera que no sea Pablo de Rokha: él lo lleva a cabo, ¡y con qué enjundia, con qué gracia lírica, con qué tristeza de pasado, con cuánta magnificencia de presente! Su imaginación vuelve por instantes a engalanarse de una plenitud que no era de esperar. El autorretrato está pleno de terrible grandeza, de enorme soledad, de una real tristeza. Esos poemas, summa del de Rokha esteta y del hombre de moral particular, son indudablemente admirables, no obstante las limitaciones.

Después apareció el tomo de sus obras completas. No estoy dispuesto a ocuparme de él. Ya he dicho lo que considero debía decir de un artista a quien, viejo y desgastado, no le importan barreras dignas ni indignas para satisfacer su vanidad.

La fatalidad, por qué no, ha querido que me ponga triste al hablar de uno de los grandes poetas de América. No era esa mi intención; tampoco mi deseo. Sin releer lo escrito hasta aquí, tengo la impresión de que he dicho muy poco de lo que en verdad me propuse decir. Pablo de Rokha merece un crítico más lejano, un cronista más joven, un exegeta por venir. (Y, por lo demás, yo no soy crítico ni nada de eso, ni presumo de serlo.) Pero sí estoy seguro de haber afirmado en numerosas ocasiones su gran porte lírico, su talla de coloso del verbo americano. ¡Oh, no faltaría más que fuera a poner en tela de juicio, por causas de la pequeña convivencia, la calidad verbal de quien ha realizado, entre otras hazañas, la jerarquización poética de las palabras herejes! Ahora transcribo algunos fragmentos de "El descubrimiento de la alegría", en que Pablo de Rokha extracta a Chile y lo entrega a la categoría mundial:

. . Raimundo se formula . . de dónde emana la tristeza . . y entiende y adquiere su carcajada

. . entusiasmo de tomates . . colocados encima del cielo sobresaliente . . la sociedad blanca del río que lame noches verdes . . erguida de pescados infantiles . . alzada de labios y cosas . . en significado de circunferencia brillante . . el dia trenzado de goteras de boqui . . la vihuela morena de las lavanderas . . batiendo su desnudez feliz . . orillas del estero —¡qué te parece Raimundo!— y Raimundo . . arremangándoles las polleras a las lechugas . . besándole las tetas a la tarde . . mordiéndole los pechos a la muerte . . y . . de vez en vez . . durmiendo en la guatita de las cabritas . . lamiendo duraznitos que parecen meloncitos, . . que parecen es que . . que parecen montoncitos de miel sobre hojuelas . . la vida . . ¡ay Rosa! . . gritazos de animal satisfecho y vagabundo . . flojedad de gañán . . bostezo de peón . . hartura de gañán desvergonzado como los zapallos . . y la Julieta y la María . . que imponen sus potos calientes . . y muy buenos . . en las arenas . . tan maduras . . por debajo del fruto de sombra del sauce humilde . . y la Carmen Gómez . . que parece lloica . . y tiene gruesas y negras las trenzas sobre la pechuga de diamante . . y oloroso a jarcia naviera el melón de las verijas . . y la rubia Lucía . . lánguida como yegua gorda . . y Rosalía . . la colorina . . la que es semejante a una frutilla de julio . . la pequeñita . . que se esconde en Raimundo . . desnuda y mimosa . . y la negra Marina . . pálida . . como mula nueva . . y la bruta rabona de la Pancha . . arruinándolo a culazos . . revolcándose . . lo mismo que golondrina salvaje . . en los cementerios de la porquería . . hermosa y babosa . . como dios borracho hasta la cacha

. . miren cómo va cantando el reputas de Raimundo . . a la grupa de las carretas costaneras . . arando la oscuridad cerebral con la yunta grandiosa

y todavía la putita fina de "las parralinas" . . la de los senos chiquitos y parados . . campanas del mundo hablando . . en el jardín amoral . . sus luces ingenuas e ingenuas . . la de los ojos honrados . . arriba de las proxenetas . . la flaquita . . que maneja un pescado de rubí . . y es como gata de invierno

. . entonces maduran las callampas . . hacia el sol desnudo . . prudentes vidrios celestes . . y un olor nacional a hoja podrida . . un olor genital a noria tranquila o viñedo transatlántico

. . encumbra el volantín de las provincias . . la bola profunda del astrónomo y del encendedor de naciones . . el globo del juez testarudo . . y educa astros claros . . con ese hilo fuerte . . para siempre . . que amarra mundos y muertos . . tira carcajadas contra el cielo . . y un mar antiguo ciñe su cintura . . alegremente . . como idea de cadáver honorable . . alegremente . . alegremente . . danzando en pelota . . Raimundo

a horas tremendas . . Chile retumba en los bramidos . . en las palancas de Raimundo Contreras . . el bruto


3.

Raimundo Contreras ha dejado una huella muy honda en Chile, quién se atrevería a negarlo. Hay allí espacio suficiente para la belleza en sus altos estados, tanto como para el coraje, la envidia, el rencor, la vanidad y el holocausto. Calichero, vendimiador, vendedor ambulante, periodista, catedrático, cantor, poeta, minero y marinero, sabe empilcharse como un príncipe el sábado y el domingo y gastarse en esos días, en soberanos banquetes con los amigos, hasta el último centavo, para salir el lunes por la tarde, luego de dormir la mona, a vender las ropas a fin de tener con qué comer el resto de la semana. Al cabo de la vida, no tiene nada, no ha conservado nada. Ha quemado en el minuto efímero cuanto la vida y el mundo depositaron en sus manos (¡tan poco!), arrastrando de paso al fuego parte de las herencias ajenas. Con o sin conciencia del sacrificio, lo ha dado todo, furiosamente, calladamente, aunque después lo haya echado en cara. La muerte de sus seres queridos no ha podido vencerlo; sólo a veces, cuando están maduras las viñas y la vendimia abre sus corolas de sangre dulce mientras las muchachas se tienden de espaldas sobre la tierra, piernas abiertas recuerda lo pretérito y lo copretérito, tomando y tomando por los muertos del lugar, añorando a los ausentes en la galería de la casona familiar y pensando en todo lo que debimos y quisimos y pudimos ser y no fuimos. Roto chorro. Guaina de arrollado picante. ¡Achitas el gallo pueta, ooohhh! Bárbaro.

Cristo le zumba en el corazón como una abeja que no se resigna a marcharse sin libar alguno de sus latidos. Entonces, sin saber quién es Cristo, parte su pan y lo entrega al viandante sea éste pobre o rico. Pero de pronto, vino adentro, tiene ganas de pelear y elige al más fuerte de la asamblea: la energía le molesta y necesita quemarla, no por odio, no, sino porque el hombre tiene que ser el primero en todo. En el fondo, lo que más ama es su caballo. Se siente de piedra, y sin embargo con qué premura se adelanta a recoger el breve pañuelo de encaje que se desprende de la cintura de la cueca. Por último, cuando ya no le quedan ganas ni aliento que echar al fuego, se suicida en un grito que nadie sabe lo que significa: ¡Viva Chile mierd ...! Y Chile se siente feliz de su apellido.

No tengo ánimos para catalogar a Pablo de Rokha valiéndome de fichas vulgares. ¿Qué es eso de dionisiaco? No se entiende nada, al contrario, suena a deslealtad. Coloso enfermo; romántico, pirata, memorioso de los patriarcas hebreos y de los juglares del Cid; hombre de aluvión, de piedra, de rosa, de viento, culturalmente bárbaro, poeticida al tiempo que reconstructor; criatura de soledad e intemperie, Pablo de Rokha ha estado, al fin, solo. Su furia no alcanza a disimular su tristeza profunda. En la alegría no ha pasado de la sonrisa, como si le doliera ir más allá. En el dolor, nadie sabe si ha llorado; pero si lo ha hecho, sus alrededores deben de haberse llenado de estampidos. Al cabo de más de veinte libros —sin contar los que prometió y no publicó— su obra provoca el espanto, la admiración, la rebeldía. Jamás halagó a los recitadores. Ha expresado, con una egolatría mortificante, a la parte más desamparada, más pobre, más terrible de su país, esa parte que nunca conocerá a Pablo de Rokha. La aristocracia literaria lo desprecia: es su recurso. De tanto en tanto, algún cronista repasa la historia de la poesía chilena y se encuentra con la necesidad de leer a este poeta descomunal y de arriesgar un juicio; entonces cae en la obligación de arengar: "Chilenos, no seamos injustos, no podemos ignorar a este poeta ..." Pero los chilenos se desbandan, no quieren oír, no quieren saber nada de este peón, de este gañán, de este canalla sublime de la poesía que ha preferido, siempre, destrozar, destruirlo todo, para reconstruirlo a su medida, y que ha tenido para la Poesía besos o látigos, pero nunca babas.

El remordimiento enciende su fuego azul en el corazón de los justos.



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2020
A Página Principal
| A Archivo Pablo de Rokha | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
El coloso enfermo: Pablo de Rokha
Por Hugo Acevedo
Publicado en revista La Rosa Blindada. Buenos Aires, diciembre de 1964