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El regreso de Pablo de Rokha
Por Roberto Careaga C.
Publicado en El Mercurio, 4 de octubre de 2020
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Iba por dos meses, pero al final Pablo de Rokha se quedó medio año en China. Corría 1964 y el poeta había sido invitado por el gobierno de Mao Zedong, quizás porque había publicado un poema sobre la China Popular en su revista Multitud y puso el rostro de su líder en la portada. Con 70 años, De Rokha había sido parte de las grandes luchas políticas y culturales del siglo y aunque seguía siendo un volcán incontrolable, en Pekín los testimonios lo describen como un hombre cordial y con mucho humor. Quizás era la edad. Las autoridades chinas le habían pedido que escribiera unas crónicas sobre su estadía y él escribió poemas. Pero no eran los de siempre, sino unos textos sencillos y claros, incluso reposados y luminosos. Según Álvaro Bisama, ese poemario que finalmente tituló China roja registra su testimonio ante “la utopía que siempre soñó”.
“China y Mao le ofrecieron la renovación de un horizonte que presumía perdido al exhibir una epopeya que en Chile solo podía concebir como literatura, pero en Pekín existía como un mundo concreto, acaso parte real de la historia: una versión de esa sociedad nueva que anhelaba, sin el agón de la tragedia sudamericana”, escribe Bisama sobre el poemario chino del poeta en su nuevo libro Mala lengua, una biografía de Pablo de Rokha que acaba de llegar a librerías. Narrado como una novela, es un perfil en que el autor de Estrellas muertas restituye la historia cada vez más difuminada del poeta: desde las innumerables leyendas que lo rodean, pero sobre todo basándose en fuentes bibliográficas y testimonios, Bisama narra una trayectoria concreta en que De Rokha funciona como una antorcha para iluminar las pugnas de Chile en la primera mitad del siglo XX, ver la guerra que fue la literatura en esos años y mirar el paisaje popular del país, que el poeta habitó como un monarca secreto.
“Hace un tiempo, revisando la revista Multitud, empecé a tener ideas y tener preguntas. Cómo volver a leer esta obra gigantesca, enorme, interminable, y preguntarme qué era él”, cuenta Bisama. “Porque De Rokha es una figura súper potente, pero también perdida en el siglo XX. A la deriva. Había estado a la vanguardia, en la política, pero su mirada en todas esas zonas es muy personal, muy destemplada, y también profundamente chilena. Es una escritura muy expansiva, compleja, que vuelve sobre sí misma, que identifica su propia intimidad con una narración de una épica del mundo”, agrega el escritor.
¿Qué hacer con De Rokha?
Nacido en 1894 en Licantén como Carlos Díaz Loyola, el poeta falleció en 1968 y fue despedido como el gigante de la poesía chilena que era, en la Casa Central de la Universidad de Chile. Todos lo respetaban, muchos le tenían miedo, pocos supieron qué hacer con su obra o con su personalidad intempestiva. Su vida estuvo tan marcada por la guerrilla que mantuvo con Pablo Neruda como por la intensa relación que tuvo con su esposa, la poeta Winnét de Rokha. Perdió a cuatro hijos —dos enfermos, siendo niños; otro mezclando pastillas con alcohol, otro pegándose un tiro con la misma pistola que él usaría— y avanzó por su época como “una bola de demolición, rompiendo y perdiendo todo a la vez”, anota Bisama. En ese tránsito, su bibliografía también está llena de agujeros.
“Sus libros se pierden, no los lee nadie, quedan perdidos en bodegas, se imprimen mal, otros se han publicado después de su muerte. No sabemos cuánto escribió realmente”, cuenta Bisama. Y, precisamente, Mala lengua aparece justo cuando se está publicado por primera vez China roja, el libro que el poeta escribió en China y que si bien tuvo una edición en Pekín, jamás había aparecido en español. Alguna vez el poeta Naín Nómez, uno de los responsables del rescate de De Rokha, vio los originales de esos poemas chinos, pero según dijo a “El Mercurio”, descartó publicarlos porque no les encontró mérito suficiente. Ahora salen a la luz de la mano del escritor Alejandro Lavquén, en la editorial Estrofas del Sur.
“Es un librazo, pero no se parece a De Rokha. Es un poeta que hace versos en poemas acotados”, dice Bisama sobre China roja y recalca que si bien se trata de un poemario inesperado, lo inesperado marca al poeta: “Muchas veces parece que se ha agotado su escritura y sale con algo nuevo. Escribió por más de 50 años. ¿Y con qué De Rokha nos quedamos? ¿Con el de Los gemidos (1922), con el de Escritura de Raimundo Contreras (1929), o el de la revista Multitud, o el de Genio del Pueblo (1960) o el de Acero de invierno (1961)? Son todos libros distintos, pero a la vez sigue siendo él mismo. No es un poeta fácil. Nunca abandonó la vanguardia”, añade.
El vendedor viajero
“Escribo para los que no requieren escrituras, sino abismos, así, abismos que abren lenguajes solitarios, yo escribo para los inadaptados, para los agresivos, yo escribo para los indominados. ¿Cuchillero de la poesía? No. Valeroso de la poesía. ¿Arte para matones? Arte de caballeros, arte de vagabundos”, anota De Rokha hacia la mitad de la década del 20, con un poco más de treinta años. Ya ha publicado varios libros, pero la literatura es aún una promesa lejana. Está casado con Winnét, tienen hijos y la pobreza lo amenaza todos los días. También llega la tragedia: con tres meses, muere su hija Carmen de una pulmonía. “Esos días, Winnét y Pablo están solos con sus hijos o parece que están solos. La poesía a lo mejor es lo que los salva”, escribe Bisama en Mala lengua, y luego narra los viajes que hace el poeta como vendedor viajero.
Arriba de un viejo Buick amarillo, De Rokha se lanza a los caminos del país a vender libros y cuadros. Libros suyos o de su mujer, cuadros reales o falsificados, en eso no hay acuerdo. Está lleno de testimonios recogidos por Bisama, entre ellos uno de su amigo, el escritor Mario Ferrero, que lo acompañó muchas veces en sus viajes: hombre de campo cargado de historias, De Rokha se entendía bien con agricultores y autoridades locales. “Comenzaba una larga conversación con los agricultores y quedaban felices. Lo invitaban a almorzar, a probar una chichita, cualquier cosa”, contaba Ferrero. “Al final, terminaba en una tomatera más o menos entusiasta. El comprador se olvidaba de que había comprado los libros y los volvía a comprar a las ocho de la noche; después hacía lo mismo a las dos de la mañana. Compraban varias veces y naturalmente se los vendíamos”, añadió.
El relato de Ferrero se suma a otros que lo ubican a lo largo de Chile, llegando cargado con libros y cuadros, protagonizando enormes comidas y contando historias. “Los testimonios lo recuerdan apareciendo de la nada por algún pueblo. Hay una crónica preciosa que escribe Teillier o un poema de Floridor Pérez. Es una conversación de un Chile perdido”, dice Bisama. “Me acuerdo de esa décima de Violeta Parra donde ella va dejando pedazos de su cuerpo por Chile, que después la transformaron en la canción ‘Exiliada del sur', pero que para mí es un mapa de De Rokha: aparece en Antofagasta, después en Puerto Montt, va cruzándose en el paisaje como si fuera él mismo el paisaje. Por un lado tienes esa poesía épica que está construyendo, y por otro lado está la picaresca donde va construyendo lazos y amistades. Es un mapa secreto de Chile”, añade.
Pero en esos viajes, De Rokha también rompía lazos. Entre las versiones que explican la enemistad entre el poeta y Pablo Neruda, Bisama registra una que sucede en Temuco: tras un viaje, De Rokha habría abandonado a Rubén Azócar en una pensión, y para pagar la estadía de ambos el último debió trabajar una semana. Ese Rubén era el hermano de Albertina Azócar, la enamorada de Neruda, y este llegará a recordarlo agriamente décadas después. En cualquier caso, la relación entre ambos siempre fue tirante, pese a que el autor de Residencia en la Tierra fue uno de los pocos que leyó con entusiasmo Los gemidos: con 18 años reseñó el libro en la revista Claridad y lo describía como “un canto de vendaval en marcha que hace caminar con él a las flores y a los excrementos, a la belleza, al tiempo, al dolor, a todas las cosas del mundo en una desigual caminata hacia un desconocido Nadir”.
La guerra permanente
Publicado en 1922, Los gemidos es un libro excesivo. Para la crítica local fue un problema. Mientras Raúl Silva Castro aseguró que recogía “todos los desperdicios del arte”, Alone fue más allá: dijo que él conocía al autor, lo sabía un buen padre y esposo, pero también reconocía a un De Rokha “gruñente y espantoso”. Y anotaba: “Cómo puede haber una persona cuerda que escriba, publique y firme estos gemidos… ¡Gemidos de la lógica, gemido del sentido común, gemidos del arte y la belleza!”. En adelante, De Rokha siguió siendo escurridizo para los críticos y pares. A la vez, sus opositores irán proliferando hasta prácticamente bloquearlo.
Según relata Bisama, cuando De Rokha lanzó la revista Multitud tuvo un enemigo inesperado: a las pocas semanas de llegar a la calle, el Partido Comunista, que es el partido del poeta, ordena a sus quiosqueros que no la vendan. Quizás en esa intervención está la mano de Neruda, pero el escritor no era muy fácil: “No acataba. Tenía sus propias opiniones, era muy cambiante”, dice Bisama, quien precisa que De Rokha no estaba tan solo: tuvo una comunidad cultural y política, que incluyó a Joaquín Edwards Bello, el grupo La Mandrágora y Vicente Huidobro. “Siempre lo pensábamos como una figura solitaria, que monologaba con sí mismo, pero a lo largo de su vida sus libros siempre están en diálogo con otro. Y también participa en el debate público, rechaza embajadas, va de candidato al Congreso y hace un largo viaje oficial por Latinoamérica en el gobierno de Juan Antonio Ríos”, dice.
El 10 de septiembre de 1968, a las 10:10 de la mañana, Pablo de Rokha se disparó en la cabeza. Como se lee en Mala lengua, estaba cada vez más solo: su mujer había muerto, también sus amigos y el país del que venía desaparecía. Tres años antes, al ganar el Premio Nacional de Literatura, había dicho que se lo “daban tarde, porque creían que ya no iba a molestar más”. Figura decisiva de la guerrilla literaria, a esas alturas estaba retirado, pero es difícil saber si había perdido o ganado: “No sé qué significaba ganar para él. Él era una guerra permanente”, dice Bisama. “Su obra es un lenguaje que te obliga a preguntarte por la palabra y por la experiencia del mundo y la realidad”, concluye.