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Pablo de Rokha, según Teófilo Cid


La Nación, 25 de septiembre 1965

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El poeta Teófilo Cid escribió en La Nación, hace diez años, un artículo sobre Pablo de Rokha. Reproducimos su parte esencial, que es una semblanza literaria y humana del poeta que ayer obtuvo el Premio Nacional de Literatura:


A Pablo de Rokha le hemos visto desgarrarse durante ocho lustros, maldecir, enrojecer la inteligencia como una bigornia herida, exaltarse, henchir el corazón como un planeta en su nadir, bramar; le hemos visto, asimismo, recoger los lirios de los términos más puros para ofrecerlos a la mujer amada, y le hemos visto, hace poco, hundir la ya plateada cabeza para llorar. Los que integran la legión de la ignorancia, verdaderos buitres del silencio y la apatía, buitres enteramente americanos todos ellos, no conocen a este hombre ampuloso en sus gestos, pero ampuloso con la ampulosidad de los patriarcas y los tribunos. Pretenden medirlo por sus defectos, que los tiene, y grandes, sin pensar que esos defectos son los vaciados naturales que el medio hosco, incivil y poblano de Chile ha abierto en su personalidad para obscurecer sus virtudes enormes. Cuando miro su cabeza, verdadera cabeza de tormenta, siempre me quedo admirado. ¿Dónde obtuvo esa reciedumbre? Hombres así son la sal de la tierra. En cualquiera parte del mundo se les preserva, se les confía al Pritáneo que Sócrates anhelaba para si. Aquí en Chile, De Rokha ha sido el trajinante popular, inmenso en la muchedumbre, codo a codo con el logrero y el chalán de feria, en las tabernas y las plazas meridianas. El considera que esa suerte, esa mala suerte según algunos, constituye su mejor fuerza. Forzoso es asentir en ello, aunque sea cruel. Sin la emoción del paisaje humilde del Mataquito, de la calle Carrión, de La Cisterna, De Rokha pudo ser sólo un gran poeta, sin duda alguna; pero ¿qué es un gran poeta? De Rokha es un destino... Chile entero ha sumado sus fuerzas para hacer de él su más viril representante. Los que no han entendido esto es mejor que no atraviesen el umbral de su poesía. Mas que poeta, nuestro gran Pablo es el hechizo de la fuerza telúrica que brota de un paisaje abrupto, de temporal desencadenante, como es el paisaje en que hemos nacido. Es preciso no confundir su gesto bravío, intensamente cultural, con la gangosidad del indio esclavo. De Rokha es un hidalgo español trasladado a América; posee su misma fuerza brutal y su misma independencia de viejo comunero.

Pablo de Rokha escapa en cierto modo a la avasalladora influencia de los ismos y su poesía afinca en el solar castellano, única tierra en que hunde sus raíces. Hay mucho del Arcipreste jocundo en su poesía exultante y terrible. Además, posee una voz profética que no habría podido hender en la atmósfera enrarecida de los años de postguerra en Europa. Hacia 1922, los poemas, prosas y tribulaciones contenidos en Los Gemidos, fueron como un alud descendiendo por las montañas. Su inevitable tránsito dejó salpicados a todos. Desde esa fecha el poeta ha venido regularmente ofreciéndonos sus libros, añadiendo una experiencia varia al tono nuevo que representó su primera obra. Se puede decir que desde entonces el poeta no ha cambiado. Su línea poética ha sido única. Tal vez por eso no ha necesitado renegar nunca de sus libros. Ahí están, visibles, robustos y complejos: Suramérica, Raimundo Contreras, Arenga Sobre el Arte, etc. Si contienen errores, que el autor, más tarde, ha rectificado, nunca ha debido execrar la honrada pasión con que su sangre los tiñó. Mala costumbre es ésa, que De Rokha, varón fundamental, nunca ha tenido. Cada uno de sus libros tuvo, por motivo fehaciente, un hecho, ya sea histórico o privado, que el autor ha proyectado a la manera de un canto. De Rokha, en tiempos de la poesía en voz baja, confidencial y casi muda, fue poeta de potente y cruda voz. Puede que en algunas ocasiones incurra en la demasía. Los adjetivos le cunden en los labios en forma glotona, y muy poco de frugal hay en su expresión, generalmente henchida. Estridente es a veces. Pero aquello sólo sirve para que apreciemos mejor la calidez de su entonación cuando ésta se hace humilde y cariñosa.





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Pablo de Rokha, según Teófilo Cid
La Nación, 25 de septiembre 1965