Próxima está por aparecer una autobiografía que debiera producir algún movimiento: Amigo Piedra, de Pablo de Rokha. Su irritante autor quiso morirse —en 1968— sin publicarla jamás, al menos por propia iniciativa (como era su costumbre), pero pasado el tiempo los iniciados buscaron escondites, escarbaron baúles polvorientos y, como siempre ocurre en estos casos, algo hallaron.
Vida ingrata fue la que recorrió aquel dinosaurio que fue Pablo de Rokha, quien mucho molestaba porque, como dijo una vez su crítico y amigo Juan de Luigi, para matar una pulga lanzaba una dinamita que lo dejaba maltrecho a él mientras la pulga sobrevivía mañosa sobre su cabeza.
Este texto, del que se tenían mínimas noticias, hoy está a las puertas de las librerías de Chile. La Editorial Pehuén lo tiene listo para publicar este mes. El poeta e investigador chileno Naín Nómez había escuchado algo, pero sólo cuando empezó a hacer en Canadá un doctorado sobre la obra de Pablo de Rokha y se contactó con su hija Lukó y su yerno Mahfud en Caracas, recién tuvo la certeza: De Rokha (ganador del Premio Nacional de Literatura en 1965) en algún momento de su vida había escrito sus memorias y los manuscritos —en letra tormentosa, indescifrable— los tenían Lukó y Mahfud en Caracas, donde viven.
Massis —escritor algo maldito de largo aliento— se dio el trabajo de transcribir a máquina los originales y con Nómez los fueron editando, mínimamente, para que el texto permaneciera como le quedó en la retina a su autor, quien nunca intentó publicarlo, tal vez por tristeza o por ser un libro inconcluso. El responsable de la edición final y de tachar algunos ínfimos trozos fue Nómez. Igualmente, él se encargó del prólogo.
Pablo de Rokha empezó a escribir sus memorias siendo muy joven para eso: en los inicios de los años 30, cuando él se acercaba a los 40. Seguramente la primera parte de la obra (que tiene tres), aquella referida a su niñez, está escrita por entonces. El dato no es irrelevante, porque aquella parte formalmente difiere de las dos restantes. De manera bastante posible pudo haber una pausa —no larga, en todo caso— antes de iniciar la segunda. Como sea, el plazo en que escribió el resto está entre fines de los 30 y fines de los 40. Lo único verdaderamente probado es que las memorias de De Rokha —o Gran Solitario o Toro Furioso, como también se le llamó— se detienen en las postrimerías del año 46. Vale decir, a los 50 años cumplidos, edad en que otros recién comienzan a pensar en escribir ese autorretrato que son las memorias o autobiografías.
En Pablo de Rokha, en todo caso, es perfectamente entendible que haya comenzado a relatar su vida tan temprano, como quien deja el testamento antes de los 40, ya que desde su nacimiento, en 1894, el mundo para De Rokha fue algo monumental que se hizo todavía más enorme con el correr de una vida aportillada por el drama.
"ES TU BAUTISMO, NO TE ENOJES"
Naín Nómez tiene la impresión de que el texto es inconcluso. Que Pablo de Rokha lo dejó allí tirado, cerrando, si, el último capítulo escrito, y no quiso saber más de autobiografías, memorias o de repasos del ayer. Coincide tal decisión con la muerte de su amadísima esposa Winétt en 1951, de un cáncer malévolo, obligándolo a la viudez
eterna. Entonces, él entró en una depresión cotidiana y honda que lo acompañó hasta la hora en que mordió el cañón de una pistola mexicana de Alfaro Siqueiros, gatilló y prefirió matarse a seguir. (Aquello fue un 10 de septiembre, en 1968, en su casa de madera de calle Valladolid, momentos antes de que lo fuera a homenajear el alcalde de La Reina nominando oficialmente como Pablo de Rokha a la misma calle Valladolid. Como el poeta murió, todavía la calle se llama Valladolid).
El nombre de estas memorias —Amigo Piedra— no es capricho de sus editores. El texto siempre se llamó así por decisión del autor. A no dudar, es de esos rótulos bien puestos, porque es el nombre fortuito del inicio de su larga vida como Pablo de Rokha, que —claro— fue muy distinta de la que hubiera sido como Carlos Ignacio Diaz Loyola, su nombre bautismal.
Lo explica él mismo en la primera parte de las memorias:
—"¿Cómo te llamas— le dice el Burro González a la Calchona Parot (...).
¿Cómo lo llamamos?— y me señala riéndose a carcajadas.
—El Amigo Piedra— le responde la Calchona Uno, dos, cinco, quince, treinta se me vienen encima, me dan puntapiés ('me agarran a patadas', según el vocabulario de la amistad colegial), me lanzan una capa envolviéndome la cabeza y bofetada tras bofetada ruedo como perro. Cuando yo, cansado, ahogado, desesperado, me levanto y sudando reparto manotones, mordiscos, maldiciones, furioso y sangriento, la comparsa se ríe y dice:
—Es tu bautismo, no te enojes. Es valiente— La Calchona agrega: —Es
tu bautismo, no te enojes, son nuestras bromas— y dirigiéndose a todos los muchachos, palabra por palabra, añade: —El Amigo Piedra"
Carlos Diaz tiene 7 años.
Amigo Piedra será el mote que, para su bien o su mal, siempre acompañará en su soledad a Job —nombre con el que aparece el niño Carlos en la primera parte de su autobiografía—. Y ese apodo que le inventaron sus compañeros del colegio Seminario San Pelayo de Talca —recinto al que llegó interno del campo y en el que pasó años sobrecargados de pesadumbre, soledad y rechazo, y en el que siendo adolescente fue expulsado por hereje— no podía escabullirse del todo (eso el poeta lo sabía), porque bien resumía lo que él era: por eso fue que, a los 21 años, en la publicación Selva Lirica, Carlos Diaz Loyola pasa a llamarse Pablo de Rokha.
La primera parte de Amigo Piedra es la más extensa y está cuidadosamente escrita, de modo que puede pasar como un relato de prosa poética similar a los que escribió antes y después. Dividido en pequeñas "estampas", el libro se inicia con una extraña oración que marca el tono: "A la entrada, las tinajas de Vichuquén dan posada a los chunchos nocturnos". Punto aparte. Luego: "Porque la telaraña departamental bajo las montañas anida en casas y almas, y la fisura hidrográfica del eco hundiendo, muerto, la personalidad en los viñedos, lanza el estero al infinito". Es el mejor de todos los Pablo de Rokha.
Escrito en tiempo presente, el relato es descriptivo, nostálgico, pero muy impersonal, sonoro. El niño —Job— es ante todo un observador silencioso, como todo pergenio de 3 a 5 años, y sólo surge detrás de la
zarzamora o en la aparición de tormentos.
No hay duda: el sentido que De Rokha le dio a la vida fue trágico sin pausas, en todo segundo. El dolor debía ser en grande y épico, aunque el mejor y más cercano crítico del poeta —Juan de Luigi— calificara su poesía como especialmente lírica y no épica.
En esta primera parte de tres, hay elementos que no pueden dejar de mencionarse. Las situaciones geográficas e históricas están tratadas de la manera subliminal de la mejor poesía. Asimismo, la aparición en escena de personajes que de seguro existieron perfectamente también podría ser invención literaria, y no por la vida de cada uno de ellos, sino por la magia del lenguaje que De Rokha logra en sus retratos. Eso hace, la mayoría de las veces, olvidar que el texto en verdad es una autobiografía. Se podría decir que el poeta quizás no pretendió "autobiografiarse", sino construir una solvente edificación literaria.
Personajes de carne y hueso como Juan de Dios Alvarado, Lucho Contardo, el Rucio Caroca, las niñas Pineda, el Poto González, Angel Labra y Labra, el Poruña Abdón Madrid y las tontas Pinochet están también, en discursos inverosímiles, en sus otros textos poéticos.
La primera aparición pública del poeta Carlos Diaz Loyola ocurre a los 19 años en Talca. Con dos congéneres forman un tácito grupo al que se le llamó Los Malditos de Talca (otros le decían Los Rotitos Acaballerados): "Tenemos fama de puteros, de herejes, de borrachos, y de modernistas decadentes, anarquistas de la poesía", relata. Era época en que se deleitaba con Baudelaire, Ovidio, Horacio, todos los griegos,
Kant, Nietzsche, Rimbaud, Verlaine, Lautréamont, Poe, Whitman. Está en eso cuando recibe poemas por carta de una tal Juana Inés de la Cruz (Luisa Anabalón, de nacimiento) y su foto; los ve y decide partir a Santiago para casarse con ella, cosa que hace a pesar de las entendibles aprensiones del coronel Anabalón, su padre.
La segunda y tercera partes se parecen en la forma más a una autobiografía propiamente tal, y por eso son mucho más directas, más rústicas las desventuras del poeta y familia —su mujer ahora se llama Winétt de Rokha—. Están precisamente descritas las penurias económicas, el anarquismo-nihilismo abrazado que termina al fin en una comprometida militancia en el Partido Comunista (el año 31).
En el último tercio se relata sobre todo el viaje por América que hicieron durante años Pablo y Winétt, y persiste —cómo no— el dolor: muertes de hijos, vidas de pensión en pensión, salidas a vender cuadros y no venderlos, incomprensión literaria.
El texto es una suma de relatos (o al menos de dos grandes relatos) de una vida cuya promesa autocumplida era la tragedia. Nada que hacer. Para él, ésas son las vidas dignas, ejemplares, heroicas, grandes. Es la vida perfecta del perfecto perdedor: aquel que perdió por un voto el decanato de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile; aquel que quiso pero no alcanzó a ser diputado; aquel que debió autoeditarse los libros; aquel que intentaba vender cuadros y que no podía, no podía, y le faltaba para darle de comer a los suyos; aquel que fue representante cultural máximo del PC pero que de un suácate es rechazado y cambiado por ése al que él menos quiso: Neruda, quien —según estas memorias— le vino en zaga esperando el momento oportuno.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Memorias póstumas de Pablo de Rokha
Amigo Piedra, toro herido
Por Marcelo Mendoza Prado
Publicado en APSI N°299, abril de 1989