"Un padre de película" de Antonio Skármeta. Planeta, 2010, 147 páginas.
La taradez y la calentura
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 5 de Noviembre de 2010
Hace ya largo rato que Antonio Skármeta inició su declive literario y ahora viene a coronarlo con Un padre de película, novelita vergonzosamente mala, indigna para un autor que ha sonado para el Premio Nacional, galardón, en todo caso, que ha llegado este año al punto más bajo de la decadencia.
La novela en cuestión aborda la historia de un joven profesor primario de pueblo, que vive solo con su madre, ya que el padre, de origen galo, ha retornado a su patria. Todo sucede en un tiempo cercano a los sesenta, en un Chile sureño en el que la modernidad no se ha instalado del todo. El protagonista, de nombre Jacques, es virgen y buen hijo, gusta de la literatura francesa y se dedica a la par de la docencia a traducir textos para el diario del pueblo.
Como se podrá advertir, la narración le trabaja con saña al vendaval de lugares comunes y a la retahíla de diálogos y monólogos imbéciles de un onanista protagonista que matiza su melancolía con el ardor. Sin embargo, no pasará mucho tiempo antes de que Jacques le vea el ojo al tubérculo, obviamente con una prostituta, que para más señas es mapuche, en un encuentro sexual narrado desde la más extrema de las cartucherías.
Con mucho esfuerzo, podríamos decir que lo más rescatable de la historia es la construcción de un personaje cuyos rasgos fundamentales son su taradez y su calentura. Su partner es uno de sus alumnos, desesperado por visitar el prostíbulo; también lo acompaña un ex amigo del padre, el molinero del pueblo, personaje de nulo aporte a la historia. La monotonía se apodera con dientes y muelas del libro, donde una y otra vez se insiste en la penita del pobre cabro por el padre ausente y sus feroces ganas de encamarse ahora con la hermana de uno de sus alumnos.
Tal como en la más rasca de las teleseries, Jacques encuentra a su padre en la puerta del cine, paseando con un coche y un bebecito. Emerge entonces la cruda verdad. El padre le revela que jamás ha viajado a Francia y que se encuentra oculto en ese pueblo, trabajando como proyector de cine y cuidando a su pequeño hijo abandonado por su amante.
Skármeta sabe sumergirse con todo en lo cursi y relamido. La superficialidad en el tratamiento de los personajes es una marca distintiva de esta narración, al igual que el tono meloso, sentimentaloide de la escritura. La novela rueda y rueda hacia el dramón sin ninguna posibilidad de rescate. No hay vuelta atrás: Un padre de película es la guinda de la putrefacta torta literaria que Antonio Skármeta nos ha estado entregando desde hace varios años.