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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa


Un día perfecto
Sebastián Edwards. Norma, Santiago, 222 páginas.
LUN, 3 de Junio de 2011

Hay novelas descoyuntadas y ésta: Un día perfecto, de Sebastián Edwards, perdida en su estructura, inconsistente en el desarrollo de su trama, débil en la configuración de sus personajes, indecisa en sus desbordes melodramáticos y efectista en sus escarceos sexuales.

Dos historias forzosamente vinculadas por un partido de fútbol entre Chile y la Unión Soviética, durante el Mundial del 62, dan lugar a esta novela que se desarrolla entre las 2.00 p. m. y las 11.13 p. m. del domingo 10 de junio. La narración instala una historia de amor y en paralelo otra de espionaje de menor extensión; sin embargo, la lejanía entre ambas es tal que esta última se autonomiza, dando lugar a una obra totalmente desencajada en su fatuo intento de establecer dos historias y sus respectivos vasos comunicantes.

El primer capítulo se denomina “Juegos” y se centra en relatar segundo a segundo el partido de fútbol, en contrapunto con la infidelidad de Ofelia Letelier, que se enreda con Esteban, su cuñado, mientras su marido, José Manuel Morandé, se encuentra en el estadio disfrutando del espectáculo. Gente fina y honesta, cuyo único pecado es el sexo. Edwards no se hace problema alguno en la construcción de personajes, se abanica con el cliché presentando a la seductora ingenua, al cornudo seguro de sí mismo y al amante diestro en técnicas sexuales. Es en estos momentos cuando emerge en plenitud un exasperante tonito cursilón de esta calaña: “Esteban la besa con fuerza; su lengua es un huracán húmedo y súbito que la invade con impaciencia”; “Echa abajo sus puertas y derriba sus muros como un ciclón. Siente su aliento y su sudor cayendo sobre su pecho... también recuerda sus propias manos, siguiendo las órdenes de Esteban, tocándose. No, ella no hace esas cosas. Lo piensa y se ruboriza”.

“Celebración”, la segunda parte de la novela, sigue con el triángulo amoroso, pero intercala una segunda línea narrativa centrada en Juan Domech, un periodista español, y Leo Horn, un guiño a la no ficción, el holandés que arbitró el partido. Ambos se ven involucrados en la posible deserción del arquero soviético, quien pretende quedarse en el país. La extrema sintonía entre ambos personajes es evidente; sin embargo, el narrador se esfuerza en diluir un sesgo más íntimo. Lo mismo sucede con el vínculo que el árbitro establece con el jugador soviético; la novela tranca el obvio desarrollo homosexual de este intempestivo encuentro.

Para que no se note pobreza, el autor tira todo lo que puede a la parrilla; el relato ya en sus primeras páginas es farragoso y reiterativo; la historia, los personajes y tics de discurso amoroso se vuelven planos; la historia del periodista y el árbitro que debió ir en paralelo se hace superficial. El libro deriva así hacia el género telenovelesco, donde predominan pasiones de alcoba, hijos perdidos, travestis ridiculizados y una chilenidad popular regordeta, baja, negra, silenciosa, de mirada desviada, ensuciando la escenografía de los protagonistas, ya sean europeos o bellos ejemplares de la clase alta nacional.


Ramal
Cynthia Rimsky. Fondo de Cultura Económica, 2011, 161 páginas.
LUN, 10 de Junio de 2011.

Una prosa limpia y cuidada caracteriza a Cynthia Rimsky: una preocupación por la estructura de la obra y frases precisas que invitan a reflexionar sobre la soledad, sobre la memoria y fundamentalmente sobre el viaje y la inquietud brumosa que lo detona. Si hay un tópico recurrente en lo que hasta el momento configura el trayecto narrativo de la autora es la permanente presencia del viaje. Poste restante (2001), La novela de otro (2004), Los perplejos (2009) y ahora Ramal son novelas arriesgadas y experimentales, que dan cuenta de personajes en permanente búsqueda, personajes expuestos al desarraigo y a los intentos de expiarlo mediante el inicio de un itinerario que no podrá anular el estado de huerfanía.

Ramal es una novela circular, templada e imperturbable en su temporalidad. Mediante una calma impertérrita se desliza una mirada realista hacia un personaje que se denomina casi hasta el final como “el que viene de afuera”, marcando la extranjería de este hombre que pasó gran parte de su vida en una casa del barrio Mapocho y luego muchos años fuera del país. Él es contratado por el Servicio Nacional de Turismo para realizar un proyecto que salve el ramal Talca-Constitución, en la región del Maule, el único sobreviviente de los diez ramales que la empresa nacional de ferrocarriles alguna vez construyó en el país.

La narración se encarga de presentar un mundo rural abandonado y diezmado por la modernidad: pueblos contaminados, la falsa promesa de trabajo de una planta de celulosa y un Estado indiferente. Con gran sutileza se inserta una línea de crítica social que corre en paralelo al habla cotidiana de los habitantes de aquellos territorios, sujetos detenidos en un tiempo muerto, pero valiosos en su sobrevivencia.

El relato en torno al protagonista y su experiencia de viaje es intervenido por el recuerdo del pasado que trae al padre muerto, la abandonada casa del barrio y la presencia permanente de su hijo, que vive en Talca con su ex mujer, lo único que quizás le da sentido de pertenencia a su vida. La autora consigue que esta historia afectiva, en principio desgajada, vaya cobrando cada vez más importancia, mediante pequeñas incursiones en la intimidad del niño, pinceladas que logran revelar una dramática existencia.

Estamos ante una novela plagada de espacios en blanco, zonas que no se completan y que logran cargar la totalidad del texto con un aire opresivo. El viaje sin épica instala una propuesta donde lo trágico es asumido como una derrota a partir de la combinación de lo personal en consonancia con lo social. Desde un paradigma posmetafísico, el personaje es arrojado hacia afuera, donde el agobio, de uno u otro modo, es compartido por una diversidad de individuos que sobreviven a duras penas.

 

Rockabilly
Mike Wilson, Alfaguara, 2011, 125 páginas.
LUN, 17 de Junio de 2011.

La cita a la estética rocanrolera de la década de los 50 resurge degradada en Rockabilly, de Mike Wilson, quien, desde un tono postapocalíptico del siglo veintiuno, reconstruye en esta novela un ambiente en permanente tensión dramática habitado por un pequeño grupo de personajes oscuros, embadurnados de una pestilencia que no les da respiro, que se les pega a la carne y que progresivamente los arrastra hacia un punto de no retorno.

Sangre, sexo y terror salpican esta historia que gira alrededor de un evento crucial y un personaje particular: la supuesta caída de un meteorito en el patio de la casa de Rockabilly, el protagonista, un tipo solitario, con historial policial, que habita una de las casas del vecindario y que cava un pozo en su patio trasero tras la caída de una luminaria desde el cielo, lo que ha dejado un pequeño cráter en el pasto. Rockabilly supone que puede ser un objeto venido del espacio exterior y que, tal como había leído en el diario, puede valer millones. Con extrema cautela, la narración, que cubre un tramo temporal muy breve, abandona el realismo inicial para dar un giro donde el lugar primordial lo tendrá la enigmática figura de una voluptuosa pin-up que el personaje se ha tatuado en la espalda.

Rockabilly es observado por sus vecinos, que se sorprenden por su entusiasmo y dejan ver, además, el deseo y odio que les genera. La narración alterna las historias íntimas de estos personajes y sus vínculos con el frenético protagonista. Suicide Girl es una rebelde adolescente pin-up que odia a su madre, tiene un reptil por mascota y exuda leche por uno de sus pechos. Luego está Babyface, un hombre de 43 años que parece un anciano, que desea a la muchacha y establece una complicidad con Bones, un delirante perro que merodea farfullando su odiosidad hacia Rockabilly, cuyo torso sudado genera ambiguas sensaciones en cada uno de sus vigilantes.

Con la luminaria de un Wal-Mart como trasfondo, la narración nos presenta un muestrario de seres destruidos. El cuerpo es un lugar que se va deteriorando en la medida en que los afectos se van corrompiendo, pero también es un lugar que se pudre en la medida en que surgen deseos funestos que desembocarán en una violencia imparable contra todo aquello que se revela como su enemigo. El libro irá mezclando la crítica social con el género fantástico: una mujer tatuada en la espalda de Rockabilly que parece cobrar vida e incitar al mal a cada uno de los personajes. Así, el tópico de la chica poseedora de una sensualidad maldita y destructiva, perteneciente a un universo diabólico, convive con una línea realista que nos habla de individuos atrapados por la soledad y la desesperanza. El mal que la narración propone tiene como origen un producto de la cultura de masas y es precisamente esto lo que potencia la novela, su capacidad de entregar una crítica cultural embozada en una atmósfera de terror con ciertos toques viciosos.


 

 

 

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Crítica Literaria.
"Un día perfecto", de Sebastián Edwards; "Ramal", de Cynthia Rimsky; "Rockabilly", de Mike Wilson.
Por Patricia Espinosa.
LUN. 3 al 17 de junio 2011.