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El baile de los perdedores

"Gente que baila sola" de Marcelo Lillo. Mondadori, 2009, 212 páginas.

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, viernes 26 de junio 2009

 

Gente que baila sola, segundo libro de Marcelo Lillo, es un conjunto de relatos oscuros y tristes, repletos de seres agobiados por un tedio radical, pero imperturbables en su dolor; personajes que se arrastran por una vida que no quisieron vivir, a los cuales no les espera más que la miseria del conformismo, asumiendo la fatalidad de lo cotidiano, bajando la cabeza aunque sin abandonar cierta rudeza mezclada con dulzura en ese gesto de aguante.

Ciertamente que el conjunto resulta disparejo. Cuatro de los trece relatos, se conectan con el estilo menos logrado de El fumador y otros relatos , el primer libro del autor: “El artista del barro”, “Lavanda”, “La enfermedad” y “Los pobres no pueden esperar”, los que se mueven entre la instalación de un protagonista pedante, poseedor de un “don” o genio literario, y el chorreo de un sentimentalismo facilista ante el encierro de una abuela pestilente, una niña cancerosa o el oculto hijo monstruoso de un profesor rural. El relato que cierra este segmento, “Los pobres no pueden esperar”, es una burda y penosa vuelta de tuerca a El lugar sin límites de José Donoso. Todas estas narraciones son “cero aporte”.

Sin embargo, el resto de los cuentos van por otro camino. Son nueve relatos bien escritos, simples y, a la vez, complejos en delinear la psicología de los perdedores. Lillo consigue ser discreto y preciso al construir escenas cuyo núcleo es la soledad de sujetos que sobreviven sin esperar nada. La estética de la fealdad cruza tanto los espacios como a cada uno de estos seres mustios, cansinos y hasta hediondos, mancillados hasta el límite por el desamparo. “Apaga la luz”, “Vía Crucis” (el más débil, por el intento de sorprender con el final), “¿Hasta cuándo crees que voy a amarte?” y “Hablando de ballenas” se centran en parejas devastadas, amores decadentes que parecieran no tener destino, pero que siguen adelante porque pese a todo resulta inevitable vivir. “Plegaria por Mustafá”, “Noche de reyezuelos”, “Cazadores”, “Gente que baila sola” y “El otro Mississippi”, por su parte, abordan –en su mayoría– familias decadentes y aterradoras en sus rutinas cotidianas.

El realismo sucio y la concisión no bastaron para que el primer libro de Lillo estuviera a la altura de Raymond Carver. Una cosa es la influencia y otra la mala copia. Los peores vicios de Lillo han sido el autobombo y la intención –y en esto radica la diferencia con Carver– de dar un final cerrado a sus relatos y tratar tenazmente de sorprender en el desenlace.

Lillo intentó reproducir al maestro y falló en el intento. Echando a perder se aprende, podría decirse, ya que ahora –a pesar de los evidentes desniveles– logra proponer un estilo mucho más acabado, dentro de lo conservador de su forma; un estilo menos dependiente, un sello bastante más propio, en el cual el manejo de los silencios, de las insinuaciones, adquiere una potencia dramática que en varias ocasiones raya en lo notable.

 

 

 

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El baile de los perdedores.
"Gente que baila sola" de Marcelo Lillo. Mondadori, 2009, 212 páginas.
Por Patricia Espinosa.
Las Últimas Noticias, viernes 26 de junio 2009