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Crítica Literaria

Patricia Espinosa


Psique
Carolina Lehman. Mythica Ediciones, 2010, 222 páginas.
LUN, 16 de Julio de 2010

En el prólogo de este libro, Sergio Amira señala que él junto a Daniel Guajardo decidieron abocarse a la realización de un fix-up, es decir, recuperar textos ya publicados –como cuentos o guiones de un mismo autor o de varios– para crear un nuevo texto o una obra mayor. Este proyecto se materializa en la novela Psique, firmada por Carolina Lehman, heterónimo en el que se funden ambos escritores. Aparte de que pueda resultar llamativo el tema de la autoría y la originalidad de los textos, conocer que se trata de un fix-up no le agrega ni le quita puntos a esta novela que acierta en su rapidez descriptiva, la mesura en el efectismo, la configuración de personajes con espesor y el traspaso de la escena romanticoide a un contexto de guerra.

La narración se inscribe en lo que podría denominarse literatura prospectiva, orientada a especular en torno a un futuro catastrófico. Santiago ha sufrido un cataclismo, la ciudad está en ruinas, hay toque de queda y pululan los “paranormales”, a quienes persiguen los Blackwater, un ejército de agentes de seguridad contratados por el gobierno.

El relato se centra en Psilvia (así, con P), una muchacha de 22 años, de origen sureño, que ha sido convertida en paranormal. Psilvia es una chica ruda, con una vida difícil, que ha perdido la memoria y vaga sin rumbo hasta que se encuentra con Paula, su ex compañera de trabajo, quien, aprovechando las circunstancias, ve realizado un soñado encuentro sexual con la protagonista.

Psilvia, como corresponde a una superwoman, supera la voz interna que la incita al mal y se convierte en una suerte de sor Teresa de Calcuta, una diosa de niños okupa que viven en un cerro de Valparaíso liderados por un punki. La conversión al bien de la protagonista se maneja con cautela, al igual que su relación amorosa. La historia se arma y desarma continuamente, hay persecuciones, peleas, asesinatos, coitos cinematográficos, pero se resguarda la incertidumbre respecto al destino de la sufrida heroína.

La novela contiene dos estentóreos elementos que pudieron enviarla derecho al despeñadero. Lo primero es el exceso de citas musicales y lo segundo, lo más importante, la presencia de Pepe Grillo, el buen amigo de Pinocho. Por suerte acá el bicharraco es más bien turbio; aun así, ridículo a rabiar. Su presencia –más que un guiño freak– resulta francamente una mata de pelos en la sopa. A pesar del maldito Pepe Grillo, que aparece durante todo el libro, la novela resulta interesante porque logra fusionar de manera crítica el apocalipticismo con la realidad chilena y de paso poner en escena una relación lésbica sin moralina.

 

Los vértigos caníbales
Gabriel Fernández. Ebrius Editores 2010, 105 páginas.
LUN, 23 de Julio de 2010.

Los vértigos caníbales, de Gabriel Fernández, es un conjunto de siete relatos en los que predomina lo fantástico apegado a lo cotidiano, a personajes comunes, a vidas intervenidas por una mirada que de manera obsesiva describe entornos oscuros, hasta pestilentes, que a la vez resultan extrañamente agradables. Es frecuente la presencia de un cuerpo en descomposición, en estado terminal o a punto de explosionar, a la par de una mente enrarecida, atravesada por el delirio, por una capacidad exacerbada de captar sensaciones de placer dentro del dolor.

El masoquismo no deja de tener un lugar importante en estas narraciones cuyos personajes se someten a rituales asquerosos para conseguir la purificación o el éxtasis. Así pasa en “La rata”, donde un honesto trabajador, cada día domingo, se complace bajo los efectos de una portentosa diarrea porque supone que corresponde a su limpieza de pecados, o en “La noche interminable”, cuyo protagonista, también un empeñoso laburante, se enfrenta de pronto a un monstruito que sale del excusado, para luego masturbarse con él y finalmente matarlo. En ambos relatos hay un castigo social para tales actos. El mundo considera que los personajes están locos y los castiga; sin embargo ellos son, en cierta medida, inocentes, no han buscado adentrarse en lo desconocido ni exponerse a situaciones terroríficas.

El estilo fantástico que atraviesa el libro es más bien simple. Generalmente todo lo extraño surge, en primer lugar, de la conciencia de los personajes; posteriormente se materializa en la aparición de entidades y situaciones amenazantes, las cuales adquieren también connotaciones positivas. Así se ve en “Los vértigos caníbales”, el relato más extenso del grupo, en el que una mujer casada conoce a su amante mediante telepatía. El amante, postrado en una cama, al cuidado de su madre, la cautiva sin palabras; la regalonea sin límites y compensa su horripilante aspecto con su performance de síquico potro sexual.

La configuración de escenas vomitivas tiene su mejor momento en el relato “Rey por un día”. El protagonista es un adicto a “los desperdicios, la chatarra, la inmundicia”; su desprecio por el mundo limpio se puede leer como la idea base del libro. Es decir, la intención de generar una escritura donde a fin de cuentas lo protagónico es la suciedad, como metáfora de la reinante hipocresía social. El personaje siente fascinación por el feísmo. Todo aquello que se desvía del canon de belleza o marcado como socialmente agradable, es lo que le atrae y desata su placer estético.

Fernández sitúa la cochinada como una de las bellas artes, pero resultaría mejor si evitara explicitar que sus personajes son unos loquitos. La demencia es una salida demasiado convencional para estos relatos cuya prosa, si bien algo desastrada, por momentos logra armar una suerte de ponche lisérgico bastante atractivo.



El hombre estatua
Jaime Casas. Lom Ediciones, 2010, 155 páginas.
LUN, 30 de Julio de 2010

Un poderoso empresario ofrece a quien él considera un pobre diablo un contrato para que se convierta en su estatua personal; es decir, que pose sólo para él, una vez a la semana, durante cuarenta y cinco minutos. Juan Murillo, hasta entonces panadero artesanal, sin pensarlo dos veces, acepta la excelente paga en euros y lo que en principio le parece muy tirado de las mechas termina volviéndose el objetivo central de su vida.

El hombre estatua, de Jaime Casas, es una novela que se centra en dos amigos que ven intervenida su amistad por la ostentosa oferta del millonario Alejandro Royal. El inescrupuloso hombre de negocios, que tiene una red de poder grandiosa, ha investigado detalladamente la biografía de Murillo y de su amigo Benito Alonso; sabe que ambos estuvieron presos durante la dictadura, que comparten la vieja casa heredada por la abuela de Murillo, que han trabajado en diversos negocios y que viven al tres y al cuatro. Cuando Royal se enfrenta por primera vez a Murillo, éste se gana la vida vendiendo el pan que Benito amasa día a día. La amistad entre ambos amigos parece ser a prueba de fuego, pero Juan decide ocultar a Benito su nuevo oficio, el de estatua humana, haciéndole creer que sale a vender el pan cuando en realidad lo regala a los mendigos de la ciudad.

El secreto termina por separar al par de amigos, aunque más que amigos parecen amantes. El homoerotismo, si bien aparece reprimido, se deja entrever no sólo en la tormentosa relación entre Murillo y Alonso, sino también en el empresario que se apasiona con el cuerpo de Juan Murillo, ya que lo arrienda para satisfacer sus deseos estéticos pero también los eróticos. La doctrina estética de Royal dictamina que se puede elegir a un hombre común, igual a miles que transitan por las calles, y convertirlo en una obra de arte –“este rasgo proviene del simple hecho de estar inmóvil, simulando ser estatua hasta convertirse de verdad en una”–, para luego afirmar: “Mi obra... es el hombre mismo convertido en arte”.

La novela deja en claro que el poder del dinero termina por cosificar al individuo, lo transforma en lo que le venga en gana; asimismo, un discurso crítico, en manos del poder económico y político, es capaz de convertir en arte lo que para muchos puede no tener carácter artístico. Esto se confirma hacia el final de esta novela cuando Royal hace una propuesta a Murillo que transgrede todos los límites de la dignidad de un ser humano. El hombre estatua es una novela reflexiva y sutilmente inquisidora, porque con ductilidad y simpleza logra humanizar y flexibilizar temas de grueso calibre, que pudieron redundar en un odioso relato a la medida del academicismo conservador.


 

 

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"Psique", de Carolina Lehman; "Los vértigos caníbales", de Gabriel Fernández; "El hombre estatua", de Jaime Casas.
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