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Un dandy pequeño y cobarde
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 27 de junio de 2008
El jugador de rugby
Óscar Bustamante
Alfaguara, 2008, 310 páginas.
Desde 1982 a la fecha, Óscar Bustamante ha publicado cinco novelas –contando la que motiva este comentario– y dos libros de relatos. Tenacidad, pues, no le ha faltado, aunque el premio al esfuerzo no necesariamente se liga con calidad. Su más reciente entrega, El jugador de rugby, requiere de parte del lector mucha, pero mucha paciencia: de ella sólo es posible rescatar fragmentos aislados, pues el estilo blanco –o franca pacatería– empleado por el narrador termina por asfixiar al relato y, aunque pareciera estar de sobra decirlo, la precariedad estructural de la novela se nota en demasía.
La narración –ambientada en la campiña inglesa durante los años cincuenta– se centra en Antonio, un niño chileno, hijo de terratenientes, que ama el campo nativo y a quien sus padres, en medio de una crisis por la infidelidad materna, deciden matricular en un colegio religioso. En este lugar, Antonio entabla amistad –con dificultades, debido a su condición de sudamericano– con dos estereotipados personajes: Vinski y Reed, quienes simbolizarían románticamente la pasión, uno, y la racionalidad, el otro. En el muestrario escolar comparecen el gordo asqueroso (lo dice el relato), el bravucón, el libresco, la enfermera fea, el profesor de arte buena onda, la ninfa angelical a la que Antonio ve en cada misa dominical, las correrías por el Soho londinense y el amor por una joven prostituta.
Bustamante es un hijo fiel de las insinuaciones que no logran generar expectativas y que, a cambio, sólo consiguen articularse como lugares comunes. El relato se queda pegado hasta el hartazgo en el acomodo material y existencial del protagonista, un chico cobarde y aprovechador, un pequeño dandy que no duda en buscar el sentido de su vida a costillas del dinero familiar sin culpa alguna. Como puede advertirse, nada de originalidad corre bajo la pluma de Bustamante. Su prosa resulta arribista, impostadamente señorial. La mirada ingenua se torna inaguantable al exponer la vida del internado y en particular el lejano Chile convertido en una postal campechana de trigo y pastizales.
Una cosa es mirar el mundo desde los ojos de un imberbe y otra muy distinta es caer en un anecdotario trillado de aventurillas colegiales. El tema de la homosexualidad, que tampoco podía faltar tratándose de un internado masculino, es aquí sutilmente abordado a través de pequeñas estampas en torno a jugueteos de dormitorio y la figura del atormentado Father Leven –el director del colegio–, pero a fin de cuentas se pierden justamente a causa de su pequeñez, quedando el tema tan castrado como la propia novela. Ya se ha vuelto común y cargante que los narradores chilenos aborden la homosexualidad desde el punto de vista del heterocurioso angustiado. Bustamante queda ahí, al igual que su protagonista, inmerso en una bruma, preso en un estilo tedioso, añejo, descaradamente pueril.