Proyecto
Patrimonio - 2006 | index | Patricia
Espinosa H. | Autores |
Intervenir
el presente: La crítica literaria chilena desde la perspectiva
de Edward
Said
Patricia
Espinosa H.
Instituto de Estética, Pontificia Universidad Católica
de Chile / Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile Texto
leído en el "Primer Simposio Internacional de Estética y Filosofía".
Instituto de Estética UC. Santiago, Septiembre 2006. Ricardo
Piglia señala que la literatura es un campo de lucha. La asociación
de crítica con "lucha" ya estaba presente en "La técnica
del crítico en trece tesis" de Walter Benjamín quien señala
como primer principio: "I. El crítico es un estratega en el combate
literario". Pero ¿qué sería aquello que se disputa?
En principio, el poder detentar verdad, pero también legitimidad, posiciones
más centrales en el campo literario, influencia, etc. En lo que sigue,
intentaré demostrar que la presencia hegemónica del paradigma impresionista/inmanentista
ha contribuido, entre otros factores claro está, a la persistente decadencia
de la crítica literaria en prensa en Chile, con la consiguiente pérdida
casi absoluta de
influencia más allá del campo propiamente literario. Lo que está
en juego en esto es si la crítica literaria podrá pensarse a sí
misma con otros roles culturales, más allá de la evaluación
de libros y autores.
Michel de Certeau afirma que las estrategias son o
pertenecen a los "fuertes", en cuanto cálculo de relaciones de
fuerzas en torno a un "lugar" que se constituye a partir de un sujeto
de voluntad y poder. Las tácticas, entretanto, pertenecen a los "débiles",
y pueden ser entendidas como artes o acciones calculadas teniendo como único
"lugar" el lugar diseñado por el otro; es decir, toda táctica
se realiza con referencia a ese lugar diseñado por quienes deciden las
estrategias y las implementan. Toda estrategia se piensa, se elabora, se pone
en práctica, desde un lugar (una organización, una institución,
un grupo, por lo general extraño a los sectores populares) ocupado por
sujetos de voluntad y poder; es decir, por sujetos que deciden qué quieren
decir y hacer, y luego lo dicen y lo hacen. De acuerdo a De Certeau, habría
que identificar al crítico en tanto sujeto fuerte, un sujeto territorializado,
instalado en el lugar seguro de su disciplina. Sin embargo, nuevamente siguiendo
a De Certeau, tendríamos que virar esta figura omnipotente del crítico
hacia un sujeto capaz de situarse en el nivel de la táctica, un sujeto
que permanentemente deviene y que, por tanto, se encuentra en continua desterritorialización.
Abordar entonces al homo criticus, a partir de su condición de sujeto
que utiliza ya no estrategias sino tácticas, tácticas del débil
que jamás pierdan de vista el lugar desde donde se impone la estrategia
de disciplinamiento. La crítica literaria chilena, especialmente la publicada
en la prensa, vive encerrada en una paradoja, a saber: en apariencia subsiste
en tanto pensamiento estratégico, pareciera que los críticos estuvieran
dibujando el escenario del gusto y del consumo literario, marcando las posiciones
de centralidad y marginalidad que ocupan los autores y los libros. Sin embargo,
esto no pasa de ser solo una apariencia. El quehacer crítico tiene su diseño
fuera de su propio campo, es decir, en las estrategias de consumo promovidas por
el mercado. Es, por lo tanto, una actividad táctica. Pero no es un ejercicio
táctico de resistencia, sino de acople o acomodo a los lineamientos de
la estrategia. Nos vemos así expuestos a la multiplicación de actos
críticos cuyo sedimento es la voluntad de poder o más bien la consolidación
del lugar táctico amparado por el poder estratega tendiente a establecer
una institución crítica juzgadora y jerarquizante, mediadora en
tanto dispositivo capaz de intermediar entre el autor/la obra y los gustos de
un público asumido específicamente como consumidor.
Benjamín
liga libros con prostitutas y dice: "Los libros y las prostitutas ventilan
sus discusiones en público" (48); libros y prostitutas en el espacio
público. Ahora yo, podría señalar, completando la cita, que
el crítico- lector -el cabrón, el chulo, el proxeneta- será
la tercera pieza de esta tríada ya que también ventila sus discusiones
en público; sin embargo, habría que intentar darle un giro a esta
tríada. Porque Benjamín cuando alude a los libros y las putas, lo
hace a partir de la denuncia de una lógica de espectáculo, de mera
ventilación. Entonces: me parece no solo posible sino necesario que tanto
el libro como la prostituta y el crítico asuman en el lugar de lo público
su opositividad, su vinculación con valores sociales, políticos,
ideológicos. El cambio radical, será de tal modo, revertir la lógica
del táctico cómplice y devenir táctico de resistencia. Porque
el libro y la prostituta -como señala Benjamín- durante años
ceden a todo por "amor", "hasta que un día aparece en la
calle, convertido en un voluminoso 'corpus' que se pone en venta" (Benjamín
48). Para tales efectos, deberá deconstruir el formato crítico convencional.
Asumir entonces, tal como señalaba Theodor Adorno respecto al ensayo en
tanto género, que no puede adscribirse ni a la ciencia ni a la filosofía,
en vista de su índole intermedia y, que, siendo uno de sus imperativos
el ludismo (la capacidad del ensayista de liquidar las premisas de que parte)
no ha de considerarse ensayo aquel escrito que de alguna manera proponga o defienda
un dogma, una ortodoxia, fundado en un yo autoritario, explicativo. Apostar entonces,
por la opacidad del discurso en la cual el crítico pueda escenificar ya
no su objetividad mediante estrategias que lo sitúen como un sujeto aséptico,
no contaminado con una postura sobre el texto cuando este dialoga con el contexto.
El crítico se asume como una supraconsciencia, una suerte de mirada omnisciente,
sin nostalgia, solo exhibiendo posibilidades. Las políticas de autoafirmación
social, intelectual se imponen más que la postura o el deseo de manifestarse
como un crítico que lee desde la crisis y el compromiso. Hemos sido sobre-educados
para no disentir, para situarnos a-críticamente o, por lo menos, para develar
crisis pero no comprometerse con ninguna. Siempre se impone lo conciliatorio.
La literatura, tal como señala Ricardo Piglia es "un espacio fracturado,
donde circulan distintas voces que son sociales" (11). Es aquí donde
se revela la posibilidad de fracturar este devenir crítico débil,
no consciente de su cada vez más devaluado devenir en el campo cultural.
Se debe, entonces, dejar que lo social se instale al interior mismo de lo literario.
Para ello, desde la perspectiva crítica de E. Said, es el propio crítico
quien debe concebirse como aquel sujeto "que reconstruye su vida en el interior
de los textos que lee… porque toda crítica se escribe desde un lugar preciso
y desde una posición concreta" (Piglia 13).
En El mundo,
el texto y el crítico (1983/2004) E. Said señala que la crítica
siempre está situada: "es escéptica, secular y está
reflexivamente abierta a sus propios defectos" (42). Esto solo puede suceder
si el sujeto tiene conciencia crítica de sí y del contexto. Ya no
será entonces posible, una crítica inmanentista o tendiente solo
a aplicar modelos teóricos. El crítico literario ya no podrá
instalarse como una entidad ligada a la verdad, a la revelación de la supuesta
esencia del texto. La crítica situada privilegia entonces, la subjetividad,
los valores políticos, sociales y humanos del sujeto crítico. Porque
los textos están: "siempre enredados con la circunstancia, el tiempo,
el lugar y la sociedad; dicho brevemente, están en el mundo y de ahí
que sean mundanos" (Said 54). La crítica secular se caracteriza entonces,
fundamentalmente por su carácter mundano y "oposicional"; esto
es, irreductible a cualquier doctrina o posición política sobre
una "determinada cuestión" (46). Ejercer la crítica no
es ni validar el statu quo ni unirse a una casta sacerdotal de acólitos
y metafísicos dogmáticos (16). El crítico debe sospechar
de cualquier totalización, de cualquier forma de reificación; para
evitar caer en el monologismo. Este tipo de crítica solo podrá ejercerse
al margen y más allá del consenso que gobierna hoy en día
el arte (16).
De acuerdo a Bernardo Subercaseaux (cf. Historia, literatura
y sociedad) la crítica literaria chilena se moderniza, en lo fundamental,
debido a la opción sociopolítica de los críticos universitarios
por ligarse a los medios de comunicación de masas. Son los años
del Boom latinoamericano, de la revolución cubana, del interés
por los géneros populares, la cultura de masas. Un papel central lo cumple
la reforma universitaria (1967) que impone el concepto de "cambio" en
los estudios humanistas nacionales. Básicamente, la crítica intenta
superar el impresionismo y la crítica biográfica e histórico
positivista; tendencias críticas que quieren ser eruditas y científicas,
desterrando cualquier subjetividad. Aunque si bien estamos de acuerdo con Subercaseaux
en que durante los '60 se produce una subversión de la crítica académica,
no podríamos compartir con él afirmar que es en tal década
donde se intensifica el interés crítico por lo social en la literatura.
La crítica literaria chilena ha permitido a lo largo de su historia, la
coexistencia tanto del impresionismo como de la vertiente sociológica de
base positivista (cuya premisa es que el entorno social determina la idiosincrasia
de los autores y sus obras). Creo que lo anterior tiene su origen en la dominancia
del realismo en la literatura nacional. Esto ha redundado en que los estudios
críticos privilegien ver la literatura como representación de la
realidad. Podríamos afirmar así, que la crítica literaria
chilena desde sus orígenes -fines del XIX- cruza crítica con sociedad;
sin embargo, hay que destacar que tal cruce visibiliza lo social a partir de una
perspectiva binaria, es decir lo social aparecía "representado"
a partir del eje del dominio, una sociedad aristocratizante, arribista pero ligada
a los altos valores versus una visión de la sociedad de los marginales,
de los sectores socialmente excluidos que operaban como un muestrario de la decadencia
social. El gran cambio de los '60, será que la crítica ya no ve
al otro como amenaza sino como potencia.
La gran diferencia de la crítica
de cuño sociológico de fines de los sesenta con la crítica
situada que plantea Said, es que el crítico literario se mantenía
ligado a la verdad o a la intención de poseerla, abordarla. En cualquier
caso la crítica sociológica es intervenida por el Golpe Militar
de 1973. El estado de excepción impone lo que Foucault identifica como
el control de los discursos mediante: "procedimientos que tienen por función
conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar
su pesada y temible materialidad". Durante estos años la crítica
literaria al interior del país, se vuelve fundamentalmente inmanentista
y/o estructuralista desechando cualquier posible cruce entre literatura/sociedad.
Nuevamente Foucault: "Se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que
no se puede hablar de todo, en cualquier circunstancia, en fin, no se puede hablar
de cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho
exclusivo o privilegiado del sujeto que habla: he ahí el juego de tres
tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una
compleja malla que no cesa de modificarse".
La dictadura impone un
discurso limitado, hay literatura censurada por la ley, hay un estado de represión
social que impide la circulación pública y privada de los discursos
aunque sí hay discursos/sujetos legitimados/autorizados para decir. Solo
con la rearticulación democrática comienza un nuevo ciclo crítico.
El comienzo de los noventa coincide con el retiro de Ignacio Valente, el último
crítico único o "supercrítico" como denomina T.
S. Eliot al crítico que colabora periódicamente en prensa. Otro
dato importante resulta ser la presencia de académicos ejerciendo la crítica
literaria. Me refiero específicamente a la gestión editorial de
Carlos Olivares en el suplemento Literatura & Libros del Diario La Epoca.
De acuerdo a Said, el discurso crítico que considera dominante (este texto
es de 1983) es aquel que se interroga por el cómo opera un texto, cómo
se ensambla, cómo constituye un sistema integrado y equilibrado en su conjunto
(Said 198). Esta perspectiva la denomina "funcionalista" y podemos advertirla
no solo en la crítica de los '90 sino que también en la de este
nuevo siglo. Esta metodología habla técnicamente de los libros;
sin embargo, marca una ruptura extremadamente pronunciada entre la comunidad de
críticos y el público en general. Además, esta crítica
privilegia el método, porque tal como señala Said: "un objetivo
del funcionalismo es perfeccionar el instrumento de análisis tanto como
la comprensión del modo de operar de un texto" (Said 199). Lo anterior
es claramente aplicable a la crítica académica, pero no a la crítica
literaria en medios. Es necesario a estas alturas, realizar una diferenciación
entre ambas. La crítica universitaria chilena se inscribe en la dominancia
funcionalista; es decir, se interroga por el cómo opera un texto, cómo
se ensambla, cómo constituye un sistema integrado y equilibrado en su conjunto.
Le interesa evaluar y "presta demasiada atención a las operaciones
formales del texto, y demasiado poca a su materialidad" (Said 203). El texto
aparece disociado de su mundaneidad, pero no de su condición de unidad,
sistema, organismo; por tanto rechaza el experimentalismo, la fragmentariedad;
es por ello que el funcionalismo se siente tan cómodo con la narrativa
realista. Respecto a la crítica en prensa, habría que señalar
que comparte con el funcionalismo el interrogarse por el cómo opera un
texto, cómo se ensambla, cómo constituye un sistema integrado y
equilibrado en su conjunto. Sin embargo no hay método ni metalenguaje;
lo que sí hay es la reinstalación del impresionismo decimonónico:
la presencia de un yo-autor pontificador, autoritario, poseedor del gran criterio
del gusto, tendiente a la descripción del objeto (es decir el texto), fuertemente
orientado a la citación de impresiones/ emociones/ juicios/ prejuicios/
intertextualidades devenidos del texto. Todo ello, liberado de argumentación
y claramente dirigido a la evaluación del texto. Si bien es cierto que
la crítica académica cada vez más -y esto hay que agradecerlo
a los Estudios Culturales- comienza a trabajar interdisciplinariamente, por tanto
se aproxima a la noción de situada, hay que señalar que mantiene
un irrestricto servilismo en cuanto a la aplicación del soberano método.
He allí su gran caída.
La crítica literaria en prensa,
por su parte, se ha volcado a la construcción de un gran simulacro. Ni
metalenguaje, ni método, pero tampoco hundida en la contingencia. Sus polémicas
no van más allá de la lucha por el control del campo, sus estruendosas
afirmaciones desaparecen al contacto mínimo con una realidad extraliteraria.
Es decir, la crítica literaria de prensa realiza un simulacro de crítica
situada. Nos encontramos así ante una crítica que genera textos/artefactos
que se devoran a sí mismos y que, tal como dice Said, se convierten "en
algo idealizado, esencializado, en lugar de continuar siendo el especial tipo
de objeto cultural que en realidad es, con una causalidad, persistencia, durabilidad
y presencia social propia de sí" (Said 204). Porque la crítica
en medios supone que es la crítica académica la encargada de inscribir
al texto en sus coordenadas ideológicas, sociales, históricas. Del
mismo modo le atribuye a la crítica universitaria la misión de operar
en reversa, de dialogar con el pasado; la crítica de prensa se liga en
exceso al presente, a la "novedad editorial" en el afán enfermizo
de "llegar primero", en un esfuerzo notable por desautorizar a la tarea
crítica de cualquier aproximación a las instancias del control.
Respecto a la situación crítica estadounidense, Said señala
algo que perfectamente podemos aplicar a nuestra realidad: "[el] aislamiento
de los críticos literarios respecto a las cuestiones intelectuales, políticas,
morales y éticas importantes de la época" (Said 220). La crítica
literaria en prensa chilena, no toca "cuestiones intelectuales, políticas,
morales y éticas importantes" de nuestra época. ¿Por
qué? Definitivamente es porque los críticos sí saben que
ellos en tanto sujetos legitimados en la práctica crítica ocupan
un lugar dentro del campo cultural que no están dispuestos a perder. Temen
al poder. Temen a los consorcios periodísticos. Temen a la desaparición
mediática. Temen, fundamentalmente, a la práctica de un discurso
que los exponga ideológicamente. Temen ser opositivos e independientes.
¿A qué se opone hoy la crítica en prensa? Se opone a convertirse
en situada. Se trata así de asumir la derrota, hablemos melodramáticamente.
El sistema de poder mediático necesita neutralizar a los críticos.
Es por ello que hoy en día más que sujetos críticos "a
la Said", es decir situados, tenemos glosadores, reseñadores, máquinas
parlantes que operan como un dispositivo neutral para hacer llegar al lector una
lectura lo más "políticamente correcta" posible. La razón
por la que la crítica literaria universitaria vive en la actualidad un
desfase epistemológico respecto a la crítica en prensa, es que la
crítica en prensa ha considerado que habita un territorio limitado: el
texto. Una vez que se asume que la crítica tiene el derecho a habitar un
espacio cultural polisémico, Said señala que: "la literatura
desaparece como un coto aislado en el ancho campo cultural, y con él desaparece
también la inocencia retórica del humanismo autocomplaciente"
(Said 301). Ya que hoy podemos asumir que no hay un consenso en lo que es específicamente
literario; se vuelve obligatorio considerar a la literatura en un permanente devenir
desterritorializante. "Ha dejado de existir una posición autorizada
u oficial para el crítico literario" señala Said (307). Sin
método soberano, además, la libertad interpretativa está
aquí; tan próxima como queramos.
Bibliografía
-
Benjamín, Walter. Dirección única. Madrid: Alfaguara,
1988.
- De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano.
México: Universidad Iberoamericana, 1996.
- Eliot, T. S. Criticar
al crítico y otros ensayos. Madrid: Alianza, 1967.
- Foucault,
Michel. El orden del discurso.
http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/tallfouc.pdf
-
Piglia, Ricardo. Crítica y ficción. Barcelona: Anagrama,
2001.
- Said, Edward (1983). El mundo, el texto y el crítico.
Barcelona: Debate, 2004.
- Subercaseaux, Bernardo. Historia, literatura
y sociedad. Santiago: CENECA, 1991.
|