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El desenfreno de Camilo Marks

Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 25 de Julio de 2008

 


La sinfonía fantástica

Camilo Marks
Mondadori, Santiago, 2008, 469 páginas.

Es difícil encontrar novelas chilenas donde el sentido del humor sea implacable, aunque por suerte de vez en cuando aparece alguna: es el caso –y el mayor mérito– de La sinfonía fantástica, el nuevo libro de ficción del crítico literario Camilo Marks. Se trata de una novela para la risa, refrescante, picarona hasta decir basta, en la que el autor le da una jugosa vuelta de tuerca al criollísimo –y por lo general grueso, bobalicón y fome– humor genital.

La obra –que constituye la tercera incursión de Marks en la narrativa– tiene tres partes. La primera está centrada en las andanzas de un crítico literario acosado por una calurosa vecina que, con paciencia de santa, espera el momento preciso para zampárselo. La segunda cuenta la historia de una profesora de literatura angustiada por no tener sexo con un bellísimo alumno. Y la última parte es una especie de backstage (por no hablar de saldos ) donde varios personajes secundarios se encargan de cruzar las historias contadas hasta ese momento. Eso sí, estos personajes secundarios podrían perfectamente ser intercambiados por los personajes principales, pues todos tienen el mismo tono, el mismo estilo, los mismos tics, las mismas fijaciones y las mismas perspectivas, con el agregado de que unos y otros son retratados con enervante minuciosidad.

Esto último, lo de la exhaustividad descriptiva, no debe ser tomado necesariamente como un defecto narrativo –repetimos: no necesariamente–, ya que desde otro punto de vista puede ser considerado como una de las gracias de la novela, porque el recurso permitiría, como si se tratara de una gran obra experimental, jugar con el lector, al agotar su entereza, su capacidad de aguante, llevándolo hasta los límites de la desesperación. De todos modos, el arma es al menos de doble filo, pues no es fácil ni demasiado estimulante seguir a la profesora y su justificación del celibato, o las interminables peroratas, supuestamente cultas, sobre ópera o argumentos de novelas, que suelta el desgraciado protagonista de la primera parte, que para colmo de males se dedica a la crítica literaria.

Si no fuera por el ánimo tallero del autor, que se cuela línea por medio, la novela pudo volverse insufrible, una verdadera tortura de 469 páginas ante la cual se implora no caer en la tentación de saltarse episodios y llegar lo más pronto al final. Lo que la salva es la verborrea o hiperventilación de los personajes, que alcanza portentosos niveles de comicidad. Son ellos verdaderas máquinas parlantes, acogotadas por la existencia, machacadas por una vida acomodada que es interferida por escenas de penetración anal, besos negros o el deseo de sudorosos y morrocotudos cuerpos masculinos. Sin duda, en esas secuencias es donde el autor da rienda suelta a sus mejores cartas: un lenguaje vivaz, chascón, desenfrenado, graciosísimo a rabiar, que, por fortuna, y ante la carencia de tensiones narrativas de peso, termina siendo el eje articulador de las múltiples historias incluidas en el relato, las cuales, de otro modo, sólo se recordarían por su incontinencia.


 



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