Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 21 de Diciembre al 4 de Enero 2013
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El caso Las Dalias
Cristóbal Soto Calistro. Libros del Perro Negro, 2012, 65 páginas.
LUN, 21 de Diciembre de 2012
Original, por decir lo menos, resulta El caso Las Dalias. Una novela experimental donde se juega con el género, usando recursos mínimos del policial negro. Cristóbal Soto Calistro, en esta primera novela suya, se centra en el antes y el después de un crimen, desde una perspectiva que parece lateral, desinteresada, ante los hechos, expuestos de un modo parco, ambiguo, siempre abierto a sugerir más que a afirmar.
Mediante episodios o fragmentos breves y brevísimos –estos últimos de no más de diez líneas–, la narración construye en paralelo la vida de tres personajes, sin abandonar jamás la conciencia de Camilo Quezada, el protagonista, que es un tipo solitario, dueño de un taller de gasfitería, con un pasar económico de clase media sin apuros. Poco a poco el relato va configurando a este hombre que visita eventualmente a una prostituta, que se emborracha solo, viendo alguna película, y que, por lo general, no sale de la ciudad, ni siquiera para vacaciones.
La soledad es su marca principal, pero también la imagen de ensimismamiento que proyecta. Quezada es un personaje que representa menos de lo que es. Porque se la pasa reflexionando sobre su existencia y la muerte de Ana, su vecina de sólo quince años. Sin dar mayores explicaciones, la novela presenta un caso tipificado inicialmente como suicidio que luego pasa a homicidio. Más que una acabada búsqueda del asesino, el libro se preocupa de insinuar responsabilidades.
El protagonista es acosado por la policía, pero su principal tormento son los recuerdos de una antigua y fugaz relación con la madre de la víctima. El relato construye a un personaje que discurre sobre el crimen, pero que deja en blanco importantes aspectos. Mientras, surgirá un nuevo sospechoso del cual los lectores tampoco tendremos los datos suficientes como para responsabilizarlo del crimen.
Estos espacios en blanco, orientados a dejar lagunas informativas, permiten crear un interesante juego entre la mínima información entregada y la necesidad de descubrir al asesino. Así, la novela transgrede una norma esencial del género policial al ocultar datos claves para resolver el caso. La continua presencia de incertidumbres y vacíos, sin embargo, contribuye a generar una tensión solapada que potencia una verdad que sólo el lector podría dilucidar.
Los silencios, las reflexiones quebradas y la construcción de una experiencia vital desde una subjetividad que se autorreduce a la inocencia, la ingenuidad e incluso la victimización, llevan a esta novela hacia un lugar literariamente atractivo. Cristóbal Soto Calistro ha publicado una sugerente novela policial de corte metafísico, llena de sombrías ambigüedades que potencian el mal con templada sutileza.
Días contados
Carlos Pérez Villalobos. Tajamar Editores, 2012, 138 páginas.
LUN, 28 de Diciembre de 2012
Si hay algo que caracteriza Días contados, eso es la pedantería y el exhibicionismo. En su primer libro de relatos, Carlos Pérez Villalobos utiliza una serie de ficciones como excusa para plantear una teoría literaria aristotélico-borgeana y una blandengue filosofía de la vida cotidiana.
A través de once relatos, conocemos una galería de finos personajes expertos en cine, pintura, música, teoría del arte, teoría literaria y todo tipo de teorías, que funcionan como el gran contrapunto de las tramas que articulan estas narraciones. La radical importancia que el autor atribuye a las disquisiciones de alta cultura terminan dejando en pie sólo la voz de distintos narradores que poco y nada se diferencian unos de otros: todos resultan unidos por una autorreferencialidad que se traga a las historias.
Los relatos siguen una sencilla línea en el planteamiento de los hechos acaecidos a los protagonistas, por lo general individuos trágicos enfrentados al desamor y la soledad, finiquitados de manera tosca. Una cosa es dejar abierto un desenlace y la otra es cortar los textos de manera inesperada; esto último es una característica distintiva en Pérez, al igual que agregar notas explicatorias al final de varios relatos, en el entendido de que éstos son tremendamente complejos, situación que en realidad no sucede.
A lo anterior debemos agregar narraciones centradas en señores acomodados, que sólo tienen como preocupación esencial lo inasible, una lejanía que se aparece y se oculta, que otorga y quita sentido a sus comunes existencias. Todo esto construido por medio de un lenguaje cursilón, rígido, áspero, plagado de agotadoras y risibles frases intercaladas. Así, por ejemplo, dice: “Que no se trataba, desde luego, no sólo de la elegancia y belleza de su diseño, sino, y acaso principalmente, del prestigio de su antigüedad, aún estaba claro para él”. Además, el libro muestra una especie de agotamiento que lo lleva a la reiteración de personajes, temáticas y atmósferas; al extremo de reproducir el análisis de la película Vértigo en dos narraciones diferentes.
El último relato es, sin duda, la guinda que corona esta desacertada secuencia. Ya el título dice bastante: “The end”. Este gran esfuerzo creativo da lugar a un texto enteramente dedicado a entregar las supuestas claves del volumen. Emerge un personaje que, en primera persona, usando todo tipo de florituras academicistas, le deja en claro al lector, por si no se había dado cuenta antes, lo erudito y sabio que es. Su discurso cae en el pozo ciego de todo mal escritor: explicar lo que quiso hacer y qué lo motiva a escribir: “La publicación de un libro está animada por el deseo de reconocer la verdad del deseo y (a fuerza de hacerse un tanto irreconocible) por el deseo de ser reconocido”. Obviamente, una gran verdad, aunque los caminos de la fama son siempre misteriosos. En este caso, Días contados debe ser reconocido, si no como uno de los peores libros de ficción publicados en Chile en 2012, de todas maneras como el más megalómano, lo que para el efecto es más o menos lo mismo.
El ladrón de cerezas
Max Valdés. Simplemente Editores, 2012, 136 páginas.
LUN, 4 de Enero 2013
Es común ligar la infancia con la pureza y la inocencia, un estado asociado al mito del paraíso, donde predominan el equilibrio y la armonía. Una torsión al mito de una infancia feliz es El ladrón de cerezas, una novela sobre la niñez como un lugar ajeno a la felicidad, en el que todo resulta turbio, perverso, sin atisbo de tiempo maravilloso donde pueda descansar el protagonista, un particular niño con características psicóticas.
Este libro de Max Valdés explora el proceso de formación de Ramiro Aldea, un niño y luego adolescente desvinculado de la imagen que proyecta, que no es otra que la de un ser extraño, raro, que parece indiferente al entorno y emocionalmente ajeno a los terremotos familiares en los que está inserto. Sin embargo, interiormente es un personaje torturado, siempre alerta, imbuido de rabia y rencor. Su pasividad es sólo aparente, porque logra adentrarse en el trasfondo de violencia y traición de su familia.
Un narrador adulto, el propio Ramiro cercano ya a los cincuenta años, rememora su infancia mediante un habla que no demuestra mayor distancia respecto al niño que fue. Más bien, el Ramiro de los ochenta y el del presente son exactamente iguales; pequeños detalles lo muestran interactuando con los otros de la misma manera fría y distante que en el pasado.
La madre de Ramiro muere tempranamente, y el padre, un tipo violento y desagradable, se encarga de reemplazarla de inmediato. El niño observa su contexto con una mirada trágica y decadentista, intensificando su repulsión hacia el padre y la madrastra, volviéndose insensible al dolor de los que lo rodean. Es entonces cuando surge el Ramiro psycho, el niño que arma una pequeña sala de tortura en el sótano, que desprecia a las mujeres, que intoxica a la reemplazante de su madre, traiciona a su mejor amigo y planifica acabar con todo.
La perspectiva que Valdés propone resulta muy seductora: presentarnos a un niño aprisionado en su rol menor, dependiente, sometido, como sucede en cualquier niño, pero que en este caso tiende a reaccionar como un adulto.
Un aspecto a destacar estilísticamente es la propensión del narrador a detallar desde un punto de vista repulsivo no sólo las formas de descomposición del cuerpo humano, sino también la sexualidad e incluso el embarazo. El proceso por medio del cual un niño común se convierte en un ser perverso es la provechosa veta que explora Max Valdés en esta novela que se entromete en el lado más tortuoso de la infancia, logrando con ello configurar una valiosa mirada en torno al origen del mal.