Crítica Literaria
Patricia Espinosa
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Qué sabe Peter Holder de amor
Vladimir Rivera Órdenes. Chancacazo, 2012, 112 páginas.
LUN, 22 de junio de 2012.
Este libro es un caso particular, desmarcado del quehacer generacional, debido a su insistencia en tramas hiperrealistas que se sumergen en un dolor avasallador y tan asfixiante que bordea por momentos lo fantástico.
Qué sabe Peter Holder de amor, de Vladimir Rivera Órdenes, se ubica en algún lugar del sur chileno, un territorio atrapado por el abandono, que concita historias donde predomina el desastre y donde sobrevivir es luchar ante la depravación de lo cotidiano. El autor construye escenas cargadas de una estética oscura, habitadas por una galería de personajes perturbadores que se encuentran en un proceso de aniquilación evidente. Rivera demuestra gran pericia para construir un sinuoso juego de evasiones en torno al origen de la desolación, como si lo importante no fuera saber de dónde viene, sino hacernos convivir con ella.
Los cuatros primeros relatos del volumen se centran en la cotidianidad llevada al límite. El autor explora al sujeto contemporáneo, dando cuenta de la imposibilidad de establecer relaciones mínimamente equilibradas. Así, surge una secuencia de historias independientes aunque conectadas por el ejercicio del mal. La perversión es el eje de “Qué sabe Peter Holder de amor”, texto que da título al libro, donde dos niños luchan por el amor de un hombre; el fracaso de las relaciones de pareja, por su parte, da lugar a los relatos “Aviones y hoteles” y “Juegos de seducción”; por último, “Casa quemada”, narración que critica la modernización, abordando el intento de demoler la casa de una pareja de ancianos anclados allí desde siempre.
El quinto relato es “Nocturama”, que más que un cuento es una pequeña novela (tiene las condiciones para publicarse de manera independiente), donde el autor definitivamente logra instalar con total seguridad su poética en torno al yo condenado al dolor. Una sombría y desesperanzada filosofía resulta ser la base de esta escritura donde una constante pesadumbre no deja de materializarse en los cuerpos, acto que realza aun más la desgarradora realidad.
Santi es el protagonista de ese relato; proviene de Santiago y vive en una ciudad sureña, donde estudia lingüística. Forma parte de un grupo de chicos similares a él, a veces sonámbulos, espectros, zombis que deambulan por una ciudad neblinosa, gélida, para encontrarse a bailar, beber, tener sexo o sólo dejar pasar el tiempo: un paréntesis “infinitizado” y condenado al fracaso, porque les resulta imposible salir del dolor. “¿Por qué nunca fuimos leyenda? ¿Por qué fui condenado a vagar por esta soledad? ¿Por qué esta ciudad nunca arde?”, se pregunta el protagonista dando una maravillosa vuelta de tuerca al verso de Jorge Teillier, que ahora funciona como ejemplo del desgarro absoluto, la negación total de cualquier mito, la conciencia plena de la imposibilidad de revertir el desencanto. Así sólo queda el sufrimiento: único estado posible de existencia.
Estos cinco relatos, el último de ellos formidable, construidos con una prosa seca y cubierta de imágenes líricas, le permiten a Rivera Órdenes protagonizar un gran debut literario.
Las despedidas perfectas
Mili Rodríguez. Editorial Cuarto Propio, 2012, 110 páginas.
LUN, 29 de junio de 2012
Un libro con personajes guapos y enigmáticos en una ciudad latinoamericana decadente. Una historia sentimental al borde de la gelidez máxima, donde los sujetos parecen vivir la extinción del deseo, evitando el desgaste que implica la queja y el lamento; personajes que asumen el fracaso y el desencuentro como únicas formas de sobrevivencia.
Las despedidas perfectas es el título de esta novela de Mili Rodríguez, quien trabaja en ella, riesgosamente, con una serie de personajes tipo, que no por ello logran interferir en la propuesta. Inés, la protagonista, es una ruda periodista chilena que viaja a Guayaquil por motivos laborales. Ha pasado un año desde su última estadía en la ciudad donde murió su amiga Antonia Fernández, Toni, una joven modelo extremadamente hermosa y banal, amante de Vittorio Daneri, un bello y seductor argentino que se dedica a la literatura con mediano éxito.
La narración une a Inés y a Vittorio mediante Toni, ahora convertida en un fantasma que surge de vez en cuando por los lugares donde la pareja transita. Durante dos tercios de la novela, el espectro ocupa un lugar menor; puede incluso considerarse que es una ilusión de sus dos enamorados, porque a través del discurso de Inés se infiere que ama a la fallecida modelo y que la relación sexual que entabla con el escritor es sólo una manera de sublimar la pérdida. La dualidad amorosa que vive la protagonista no tiene retorno, porque tanto Toni como Vittorio se muestran indiferentes a su afecto.
En general, los personajes restringen su comportamiento al de seres hipercontrolados y extremadamente fríos, que carecen de toda pasión y se comunican a través de un habla que remarca la distancia emocional, evitando siempre cualquier descontrol. Incluso el fantasma, aún viniendo del otro mundo, mantiene una postura glacial. Inés, en todo caso, logra en parte escaparse del dominio de la templanza, teniendo gestos un poco más humanos, ya que no puede aceptar la muerte de Toni y la posible desaparición de su fantasma.
Mili Rodríguez construye una historia ennegrecida, orientada a exponer que el sentimentalismo parece vivir sus últimos respiros. La imposibilidad de construir relaciones amorosas es el eje de esta narración, donde se asume con parsimonia o estoicismo la soledad y el fracaso, como si sólo quedara la posibilidad de vivir en un estado de inercia ante lo que alguna vez fue la épica del amor.
El relato juega con detener la acción, aquietar toda experiencia límite e inmovilizar las expectativas, liberando lo real y lo fantástico mediante una escritura que subvierte con preciosismo y delicadeza el gran lugar común de todo discurso amoroso.
La incapacidad
Daniel Campusano, Lom, 2012, 157 páginas.
LUN, 6 de julio 2012
Una gran temática aborda Daniel Campusano en La incapacidad, novela dedicada a las resonancias catastróficas que ha producido el golpe militar. El libro plantea la imposibilidad total de algún resarcimiento que logre aminorar el dolor experimentado por víctimas directas e indirectas; es decir, el dolor de los padres que fueron detenidos y exiliados, como también el de sus hijos, que se verían arrastrados por una historia que no buscaron. Sin embargo, este tremendo tema, bastante ignorado por la narrativa chilena, resulta saboteado por la indecisión y la impericia en la construcción de la historia.
El presente del relato es el año 2008; desde allí narra Rodrigo Saldías, personaje central, quien a sus veintiséis años parece tener quince. Saldías recorrerá diversas etapas de su dolorosa existencia en Suecia, donde nació, y en Chile, lugar al que retorna su familia tras la llegada de la democracia. Su desacomodo es permanente, tanto por la complejidad de integrarse en un país desconocido como por las conflictivas relaciones familiares, marcadas por la rebeldía de su hermana Ignacia, que padece trastornos mentales, y el alcoholismo del padre, a lo que se debe sumar la extrema timidez del protagonista a la hora de enfrentar a las mujeres. El malestar en que vive y una serie de fracasos amorosos inciden en que Rodrigo intente reconstruir la historia de su progenitor, la cual se encuentra atravesada por un secreto que sutilmente la novela plantea: la delación cometida cuando estuvo detenido.
Campusano tiene la tendencia a descuidar personajes que pudieron tener importancia, como la madre del protagonista que acaba convertida en una sombra, y a dar una relevancia incomprensible a personajes secundarios. Esto último sucede con el poeta Pol Jara. Demasiadas páginas le son dedicadas a este eliminable personaje, abordado con un detallismo impresionante en cada una de sus pequeñas excentricidades. Más allá de lo anterior, el gran problema de la novela es su estructuración. El autor caotiza la temporalidad dando muestras de una gran debilidad técnica para fragmentarizar la linealidad de la historia, provocando con ello simple confusión.
Desgraciadamente, la novela se vuelve aun más desastrosa en su aspecto técnico, pues a lo anterior debemos sumar la inserción de un breve capítulo final que abre una historia desconocida. La narradora es ahora Antonia, personaje que durante toda la obra ha sido secundario, quien agrega datos que dan vuelta todo lo que hemos leído antes; es decir, casi la totalidad de la novela. Este capítulo entorpece la globalidad del relato, debido a que inserta una línea narrativa nueva que no se alcanza a desarrollar y que termina revirtiendo la configuración del protagonista.
Daniel Campusano realiza una novela irregular, a ratos interesante y a ratos desechable; fracasa en este intento narrativo porque jamás logra un equilibrio entre la estandarizada y poco trascendente problemática de un adolescente acomodado y la potencia conmovedora de la tragedia política que se ensaña con una familia.