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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 30 de Nov. al 14 de Dic. de 2012

 

 

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El afilador de cuchillos
Fernando Jerez, Simplemente Editores, 2012, 190 páginas.
LUN, 30 de Noviembre de 2012

Desde que comenzó a publicar, en los años sesenta, Fernando Jerez ha demostrado una gran tenacidad en su labor literaria, realizando un trabajo sostenido y amplio tanto en sus novelas como en sus relatos breves, y centrándose en la crítica social y en la exposición de personajes anónimos que viven en permanente crisis.

El afilador de cuchillos, título de su última novela, sigue la línea señalada, orientándose a la épica de lo menor en un país convulsionado por una dictadura que da paso a una democracia que no hace más que confirmar la permanente exclusión de los anónimos.

El volumen se mueve por distintos tiempos en la vida de Ulises, el protagonista. Fue un niño abandonado por su madre en un hogar de menores y, a partir de ahí, vivirá en una permanente errancia. En su adolescencia, Ulises decide escribir guiones, junto con sumarse a un grupo subversivo de un modo bastante pueril. En las primeras páginas vemos al joven que se desplaza por la ciudad intentando poner una bomba. La tensión que vive el personaje es tremenda y el relato logra mantener la expectación por medio del temor, el riesgo y la incertidumbre respecto de las posibles motivaciones que mueven su accionar.

Sin embargo, la novela deja a un lado esta línea de desarrollo y se orienta a dar cuenta de una nueva etapa en la vida del protagonista, quien consigue un trabajo en una gran empresa. De ahí en adelante, la narración se abre a una serie de ambiciosos personajes cuyo eje es el dinero y los negocios turbios.

La historia enfatiza el contrapunto entre Ulises, que se esfuerza por tener una vida “normal”, dejando atrás el estigma de “huacho”, y las sucesivas historias en torno a los empresarios, lo que tiende a diluir la figura del protagonista, el que resulta un tanto opacado por la exagerada descripción de los inescrupulosos hombres de negocios; aun así el libro logra exponer con claridad su tesis respecto al abuso de poder y sus dramáticos costos.

Ulises es un personaje sometido a diversas experiencias de fracaso que estropean sus intentos por encontrar el arraigo y la estabilidad. La progresiva toma de conciencia que realiza el personaje central no lo conduce a una mayor autonomía, sino a reconocer que se ha convertido en un individuo “falto de cojones”, “domesticado por el orden y la ley, por la impotencia y la frustración”, dejando el conformismo casi como única salida.

El afilador de cuchillos es una novela que lee la historia del país a partir del fracaso, la imposibilidad de reparar las pérdidas y la adopción del mal menor como forma de aliviar, aunque sea de forma parcial, las tensiones. Mediante una prosa rápida y cargada de dramatismo, Fernando Jerez consigue elaborar eficazmente una historia sobre el desamparo y las negociaciones necesarias para alcanzar aunque sea un poco de tranquilidad.

 

 

Kevin Ortega
Claudio Geisse. Libros La Calabaza del Diablo, 2012, 114 páginas.
LUN, 7 de Diciembre de 2012

La triste vida de un chico de población, drogadicto y delincuente, golpeado por la madre y abandonado por el padre, funciona como el núcleo de esta primera novela de Claudio Geisse. Kevin Ortega es un libro de crítica social, que nos habla de víctimas, sin posibilidad alguna de cambio, inscritas en un permanente estado destructivo.

El volumen pone en escena la interacción permanente entre contexto y personajes, lo cual deriva en una tesis de corte determinista donde la pobreza material, la falta de oportunidades, el ocio y el maltrato intrafamiliar encierran a los personajes en un circuito de violencia extrema del cual jamás podrán escapar. Lo anterior vuelve muy predecible el discurrir de la trama.

Un lenguaje precario, en extremo literal, poco sugerente, diálogos rígidos, una frágil orientación filosófica, personajes estereotipados y una permanente sonoridad cursilona caracterizan el estilo narrativo de Claudio Geisse. A lo cual habría que agregar su fraseo rígido y, por lo mismo, falto de ritmo. Su noción de mundo es binaria, el lado de los buenos y el de los malos. Los buenos pertenecen a un mundo popular degradado, lo que da lugar a una homologación de los personajes con el desecho social.

La novela remarca el desencanto político. La posible postura del autor con respecto a rechazar cualquier gobierno en tanto abuso de poder pierde peso en la medida en que el personaje se refiere a un pasado mítico, donde reinaba la felicidad. Además, la crítica general a todo sistema de poder se anula, ya que se limita a cuestionar un presente del relato donde el país es conducido por un mapuche, un “indio”, “al que habría que pitearse”.

El despliegue de un discurso moralizante cruza esta narración de principio a fin. En su afán por probar la naturaleza corrupta del poder, el autor basurea de todas las formas posibles al poder mapuche, no al poder a secas. Es decir, la narración se hunde en un discurso etnofóbico que se contradice con la intención de crítica al orden político y que termina siendo nada más que una retahíla sin control de todo tipo de prejuicios. Es interesante preguntarse por qué, si nuestra sociedad ofrece una amplia gama de poderes perversos, tenía que ser elegida como símbolo del mal justo una de las minorías más golpeadas de nuestro país.

A la narrativa chilena le importa cada vez menos la prosa, el estilo en sí, entregándose con frenesí a la búsqueda y exposición de temas; búsqueda, en todo caso, que casi siempre termina cayendo en tópicos altamente manoseados por nuestra cultura. Así, esta descuidada novela se aleja de todo rigor en la escritura y se centra en el tema de una marginalidad sin escapatoria posible y en el de los poderes corruptos. El discurso de Claudio Geisse reproduce la representación social sobre los pobres y los mapuches que ha dominado a nuestra sociedad, pero embozándose de anarquista, lo cual no le sirvió para aligerar el peso de su mirada discriminatoria.

 

 

El sur
Daniel Villalobos, Qué Leo, 2012, 131páginas
LUN, 14 de Diciembre de 2012

El sur como el lugar del mito, el espacio donde se despliega un yo cercano, ligeramente sentimental, lo justo y lo necesario para recorrer un pasado que se fragmenta, pero que no deja de reaparecer en un presente transido de melancolía y nostalgia.

El sur, primer libro de Daniel Villalobos, tiene como figura central un narrador que coincide con el nombre del autor del libro; pese a lo anterior, el libro no es catalogado (ni por la editorial ni por el propio narrador) como autobiografía. Estamos, más bien, ante una escritura que circula por la memoria y la ficción. Esto da lugar a que incluyamos al libro dentro de lo que genéricamente es denominado como autoficción, concepto acuñado en 1977 por el narrador francés Serge Doubrovsky, donde se mezclan ficción y realidad a partir de la autobiografía concebida como creación o recreación de una realidad.

En esta autoficción, el protagonista no es un intelectual ni un desencantado ni un rebelde; es un tipo común que guarda una historia común y por lo mismo grandiosa. Villalobos describe con soltura un proceso de desarraigo permanente respecto a un mito que tampoco se manifiesta como ejemplar o higiénico. El mito de Villalobos es desarrapado, imperfecto, plagado de momentos fallidos y también extáticos.

El presente del relato encuentra al protagonista en Santiago, lugar de la adultez, desde donde construye un sur geográfico, Puerto Saavedra, Temuco, Valdivia; allí pasa su infancia, adolescencia y la época universitaria. Un sur ochentero "magnífico y terrible", donde el personaje y su familia viven una serie de crisis que no logran entorpecer una vida cotidiana marcada por los afectos.

"Vuelvo a pensar que no entiendo cómo de pronto se volvió todo tan cínico, cómo a veces uno era feliz y no se daba cuenta, cómo me he pasado años negando en público las cosas que me importan en privado", señala el narrador, marcando un presente donde las emociones que demuestran la fragilidad del sujeto deben ocultarse en la intimidad, porque la sociedad sólo requiere autómatas o cínicos posmodernos. La tristeza y la melancolía están presentes en cada estampa de esta narrativa plagada de imágenes similares a las de viejas fotografías que encuadran a la madre sentada en un sofá de la solitaria casa, al protagonista adolescente bailando cumbias chilenas, solo, en una decadente disco para veraneantes, o al niño escuchando "música cebolla", que en su adultez lo reenvía "al perfil de mi madre escuchando la radio en la oscuridad y fumando un cigarrillo, mi madre sintiendo pena por cosas que mi hermano y yo no entendíamos".

El sur es un libro que nos habla de un sur territorial y un sur simbólico y además de la memoria y de su recuperación a través de la escritura. Recopilar las opacidades cotidianas de un conjunto de vidas nimias es el gran logro de esta escritura, tendiente al objetivismo, donde fluye con naturalidad y sutileza una profunda experiencia afectiva.



 

 

 

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Crítica Literaria.
"El afilador de cuchillos", de Fernando Jerez; "Kevin Ortega", de Claudio Geisse; "El sur", de Daniel Villalobos.
Por Patricia Espinosa