Crítica Literaria
Patricia Espinosa
Publicado en Las Ultimas Noticias, 6 al 20 de enero de 2012
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La risa del payaso
Luis Valenzuela, Sangría Editora, 2011, 195 páginas.
LUN, 20 de enero de 2012.
Los años 90 fueron una década en que la sociedad chilena vivió el entusiasmo provocado por el retorno a la democracia y luego la indiferencia por el sistema político; años en los cuales se consolidó el proyecto neoliberal y todo aquello que la odiosa posmodernidad vaticinó respecto al desencanto, la ausencia de utopías y el predominio del individualismo. En este contexto noventero, en el cual aparentemente se refundaba el país, es donde se instala La risa del payaso, de Luis Valenzuela, una novela sinuosa y reflexiva en torno a la memoria política de un país donde el poder y la resistencia adquieren modulaciones horrorosas. Valenzuela reconstruye una época a partir de una crítica al ejercicio del poder, confrontando a una casta de viciosos ligados al mundo económico con un grupo de rebeldes y estrafalarios pacifistas.
Estos últimos pertenecen a un grupo contrasistémico denominado ECRE, formado por personajes menores, perdedores, tipos comunes, autodidactas, que sostienen una propuesta de intervención en el sistema mediante un activismo clandestino en el que se mezcla la política y la estética. El objetivo, a fin de cuentas, es crear escenas que causen pequeñas conmociones en el “político cerdo eyaculador precoz”, en “los discursos públicos” y en todo intento de blanquear la historia. Ridículos y heroicos a la vez, los integrantes de este grupo de seres tan anómalos como consecuentes apoyan su accionar en una lógica absolutamente noventera, reivindicando la prudencia “en desmedro de la violencia”.
El movimiento se propone corroer el sistema desde dentro, como una acción de combate incesante en la vida diaria de los poderosos. Así, el grupo de activistas crece, llegando a contar con una amplia cantidad de contactos infiltrados en todo el país y en todo tipo de oficios; ellos estarán encargados de ejecutar actos de resistencia menores, mínimos, algunos incluso al borde de lo risible aunque no por ello despreciables. De ahí que algunas de sus intervenciones revolucionarias puedan interpretarse como gestos insignificantes –por ejemplo, detener el tránsito para que un político llegue atrasado a una reunión–, aunque también imaginan secuestros o actos de denuncia a gran escala.
Lo diminuto de sus efectos y lo exagerado de sus sueños y disquisiciones permiten concebir a ECRE como una gran parodia, cuyos dardos apuntarían a aquellos que no se resignaban al triunfo de un estado de cosas que apagaba la esperanza de cambios, aunque también simboliza el fracaso del concepto de rebeldía épica y la caída del país en un estado zombi, donde sólo importaba haber dejado atrás la dictadura y sobrevivir en la medida de lo posible.
El tránsito desde los hechos históricos a la ficción y el intento porque la literatura emerja como interferencia, desde una perspectiva crítico-política, que logra ir más allá de la parodia, ubican a esta novela en el circuito menor de las narrativas en que se advierte una propuesta seria, rigurosa y necesaria para la reconfiguración de nuestra memoria histórica.
Crimen de Semana Santa
Antonio Rojas Gómez, Simplemente Editores, 2011, 142 páginas.
LUN, 13 de enero de 2012
La novela negra en Chile podría estar llamada a ocupar el lugar de la novela social, una literatura orientada a develar que el crimen es el espejo de la sociedad; por tanto, la novela tendría una función denunciativa. Así ocurre en Crimen de Semana Santa, novela de Antonio Rojas Gómez en torno a un crimen por dinero, en el cual se ve involucrada una anciana, que simboliza la vieja aristocracia nacional, y un mundano sacerdote. Este tipo de crímenes por dinero, siguiendo con el espejeo entre la literatura y la sociedad, al decir de Ricardo Piglia, dan cuenta de los efectos que genera en la sociedad el sistema capitalista.
En principio, un buen policial negro debe establecer diálogos con el contexto político-social, instalar además un caso atractivo, que genere expectación y un punto de vista claro sobre cómo desentrañar el crimen. Mantener cada uno de estos puntos en equilibrio es tarea complicada, pero Rojas Gómez lo consigue. Crimen de Semana Santa es un libro que mantiene la tensión de manera constante, generando una permanente expectativa en el lector.
Un periodo de cuarenta años abarca la narración, dando cuenta de un pasado mítico y un presente decadente a partir de las voces de los protagonistas. Asistimos así a la reconstitución de los hechos criminales y a la intimidad de Mauricio Mandiola, detective profesional, y Pepe Ortega, periodista. Ambos se conocen siendo muy jóvenes, al principio de sus carreras, a partir de la muerte de la anciana que habitaba una antiquísima casona en la calle Dieciocho. Periodista y detective arman, en principio, una investigación paralela a la de sus jefes, en relación a la búsqueda del asesino de la anciana, lo que para ellos se transforma en una obsesión, donde se pone en ejercicio la razón del periodista y la intuición del policía. La conjunción de la racionalidad y el llamado “olfato detectivesco” permite que la historia se mantenga equilibrada en lo que cada uno aporta a la resolución del caso.
La narración mira con nostalgia el pasado, aquel donde el periodismo parecía realizarse con más pasión y menos academia, donde periodistas y detectives trabajaban en conjunto resolviendo casos policiales, creando amistades extralaborales y donde la crónica roja asumía el formato del folletín, el que era seguido entusiastamente por sus lectores. La nostalgia lleva a este par de tipos, ya mayores y depresivos, a recordar el asesinato de Semana Santa, configurado como épico, el gran momento de sus vidas, demostrando un tremendo orgullo al considerarse testigos de la parte más importante del siglo veinte.
La investigación policial, al igual que las cavilaciones de ambos personajes, corren en paralelo hasta un final que propone una reapertura del crimen. Negar el esclarecimiento del caso abre la novela hacia posibles secuelas y de paso confirma que estos dos personajes aún tienen mucho que dar.
Esplendor
Carlos Henrickson,
Valparaíso, Narrativa Punto Aparte 2011, 121 páginas.
LUN, 6 de enero de 2012
El arte es el tema que le da unidad a este volumen de relatos, abordado ya sea desde la interrogante sobre su sentido, límites o transgresiones, como también por su función en las prácticas de vida cotidianas que convocan habitualmente la odiosidad hacia la figura del artista.
En cada uno de los nueve relatos de Esplendor, de Carlos Henrickson, emerge una reflexión filosófico-estética que moviliza un desgarro y un sutil sentido burlesco; la permanente sobriedad discursiva se ve matizada con un tono negro imperturbable, a lo que se suma la presencia continua de la desconfianza ante lo acontecido y una actitud discrepante entre los personajes. Surgen así seres estrambóticos o enloquecidos que dan rienda suelta a su obsesión por el arte y que, por lo mismo, ponen en riesgo su vida.
El tema del autoexilio es constante en este libro, por lo general de pintores que deciden retirarse a pueblos lejanos donde suelen despertar rechazo. Ser artista se vuelve una marca que determina odiosidad y sospecha. Así ocurre en “Dulce edén”, donde un par de amigos intenta encontrar a un pintor instalado en un pueblo, en el que, según los lugareños, viven solo locos; o en “Esplendor”, un texto policial sobre un pintor que se radica en una localidad ostentando con violencia la creación de una obra que romperá con todo lo establecido; o en “Aprendizaje”, la búsqueda fracasada del mito, materializada en un grupo de muchachos que va al encuentro de un pintor prestigioso retirado en un lejano poblado, viaje que tendrá como resultado el hecho de ser testigo de la degradación del artista y el fracaso de los visitantes que esperaban acceder al mito.
Finalmente, cabe destacar “Versammlungstag”, el punto más alto del volumen; un texto sobre el tópico de las familias y sus relaciones cotidianas tormentosas. La tensión de cada miembro del clan frente a una particular celebración al abuelo, un alemán que lleva veinte años en Chile, genera un relato siempre al límite, donde la nieta que tocará el violín en la ceremonia se convertirá en el detonante de una atroz puesta en escena.
Aun cuando la figura del artista suele ser presentada de manera decadente, surge como contrapunto su irrenunciable pasión por el arte, sustentada en una suerte de teoría donde el artista vale más por su obsesión que por el valor estético de su obra. Así, la mediocridad, el fracaso y el delirio son los rasgos principales al momento de representar a estos personajes condenados a la soledad o la muerte, aunque siempre fieles a proyectos artísticos en los que la innovación u originalidad es prioritaria.
Por medio de una escritura sugestiva y compacta, Esplendor logra dar cuenta del lugar marginal que ocupan el arte y el artista en la sociedad del consumo. Henrickson trabaja con la idea simple pero efectiva de que el mundo conspira contra el artista, aunque ese intento de exterminio todavía deja un pequeño lugar para la sobrevivencia de la obra.