Crítica literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 11 al 25 de Enero de 2013
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El leve aliento de la verdad
Ramón Díaz Eterovic. Lom, 2012, 297 páginas.
LUN, 11 de Enero 2013
Con algo más de cincuenta años regresa en gloria y majestad el detective privado Heredia, protagonista de la saga iniciada por Ramón Díaz Eterovic en 1987 con La ciudad está triste, una novela breve y melancólica que prefiguraba lo que han sido hasta hoy las preocupaciones centrales del autor: la corrupción, el poder y la crítica a la modernidad, combatidas desde la marginalidad urbana por Heredia, un sobreviviente que resiste como un púchimbol y que, a pesar de los golpes, se levanta una y otra vez para seguir siendo un tipo crítico, nostálgico y profundamente ético. Este detective, que no usa celular ni internet, ha protagonizado ya más de diez novelas, que instalan a su creador como uno de los más grandes referentes latinoamericanos de la novela negra.
Uno de los aspectos valiosos en la narrativa de Díaz Eterovic es el diálogo permanente que establece con el contexto social en que ocurren los hechos. Al modo de un retrato de época, incluso de un documental, emergen cuadros, fotografías urbanas, costumbres, valores y, fundamentalmente, la miseria, que cada vez ocupa mayor espacio.
Así, Santiago funciona no sólo como el escenario principal, sino a la vez como personaje en El leve aliento de la verdad, esta reciente novela que hurga en un trazado urbano devastado, en las costumbres de sus habitantes –multitudes indiferentes que se desplazan por las calles céntricas como autómatas, gastados hijos del neoliberalismo– y en la degradación moral tanto de ciudadanos comunes como de individuos ligados al poder. Heredia se queja de esta ciudad, su único espacio vital posible, pero también disfruta de sus bares antiguos y en especial de la comida peruana. Es un animal urbano que ha hecho su vida como detective privado, en el viejo departamento mapochino, acompañado de su gato Simenon. Las conversaciones entre ambos, el gato malhumorado y su irónico amo, constituyen uno de los grandes momentos del libro.
En esta ocasión, Heredia se ve involucrado en la búsqueda de un joven periodista que investiga una red de microtráfico. Lo anterior conduce al detective a inmiscuirse en el homicidio de cinco prostitutas por parte de un asesino serial que acostumbra dejar una película de Hitchcock en el lugar del crimen. La presencia de Doris, una policía “legal” que ayuda a Heredia en sus pesquisas, lleva de muy buena forma el relato hacia lo sentimental.
Heredia se debate entre consolidar una relación o mantenerse en una soledad que no es sólo una condena, sino su forma de vida; la ha construido a la par de ir resolviendo casos policiales que llevan a una verdad posible de ser sancionada por la justicia o a perderse sin más en las redes de protección de los poderosos.
Díaz Eterovic manifiesta gran seguridad en este excelente libro, que se ramifica incesantemente, que no pierde jamás el ritmo ni baja el nivel de las incertidumbres y que tiene como centro al entrañable Heredia, un veterano de guerra que, para gran suerte de sus lectores, demuestra tener cuerda para rato.
El discípulo amado
Carlos Iturra. Catalonia, 2012, 165 páginas
LUN, 18 de Enero 2013
En sus libros de cuentos anteriores, Carlos Iturra había insistido en temas en torno a la condición existencial, mediante relatos de corte más bien clásico, redondos, escritos desde un lenguaje formal, a ratos distante y frío. Sin embargo, no todo estaba dicho, porque con su nuevo volumen de piezas breves el autor da un giro radical en su trabajo literario. El discípulo amado es un conjunto de diecinueve historias que consiguen revertir esa calma e incluso abulia de Iturra, llevando su escritura hacia un lugar inexplorado en nuestra reprimida, culposa y homofóbica literatura.
De esta forma, nos encontramos con textos vivos, efervescentes, donde se advierte una avidez narrativa dispuesta a transgredir los marcos del relato tradicional en su forma, lenguaje y en su contenido, indagando en la homosexualidad desde el cruce sexo-amor. Así, Iturra construye escenas donde la carne y el deseo son enfocados en un impúdico y minucioso plano. El tratamiento del placer, del goce, ubica al autor en un terreno que los escritores chilenos históricamente eliminan o leen como dolor, fracaso, culpa y suciedad.
En paralelo a estos relatos eróticos e incluso porno, aparece el discurso amoroso. Iturra explora en el melodrama de corte existencialista, llenando sus páginas de conmovedoras historias desbordantes de pasión, tormentos, desgarro y desesperación. La mínima literatura sobre homosexualidad realizada en nuestro país se ha desligado del romanticismo y de la forma de vivirlo en un contexto social represivo. Es esta oportunidad, Iturra se apropia de las claves del género amoroso y las asocia a personajes reconocibles y comunes en la sociedad chilena y, por tanto, condenados al doble estándar o la exclusión debido a su condición homosexual.
La crítica al buen burgués es el soporte de estos relatos, los que cobran una merecida revancha contra un orden social que rechaza la homosexualidad, generando con ello una violencia material y simbólica. El cuestionamiento al dogma de exclusión del homoerotismo es expuesto de manera directa y rabiosa. El autor maneja un interesante discurso humanista que confronta con el necio deber ser que la cultura heteronormativa propone y que deriva en consecuencias catastróficas en la vida diaria de los personajes.
La escritura de Carlos Iturra quiere ir más allá de la escena de sexo furtivo, centrado en el coito, que ya se ha vuelto un cliché del cine y la literatura gay, y que no es otra cosa que un reduccionismo que contribuye a afianzar el discurso que ve en la relación homosexual sólo genitalidad.
El discípulo amado propone una escritura incisiva y provocadora, instalando además una atmósfera de permanente acoso que atrapa a sus personajes imbuidos de un atroz temor impuesto por lo social. La aparición de este libro es un hecho importantísimo en términos culturales y literarios. Ahora sólo queda esperar que Iturra no abandone esta sólida línea de trabajo a la que ha logrado llegar y que lo ubica en una avanzada literaria.
Oceana
Maori Pérez. Sangría Editora, 2012, 169 páginas.
LUN, 25 de Enero 2013
Alguna vez Maori Pérez nos sorprendió con su hiperrealismo posmoderno, cultivando un estilo que antecedió a la actual y prolífera moda de novelitas breves centradas en la infancia y adolescencia. Ahora, Pérez vuelve a sorprender, pero desde una vereda totalmente opuesta.Oceana es una novela del género fantástico, formada a partir de la mezcla de elementos del cyberpunk, el anime y una desbordada imaginería psicodélica.
De esta forma, Oceana opera al modo de un videojuego construido por medio de una prosa barroca, hiperrecargada de personajes, espacios y quiebres témporo-espaciales. Una escritura delirante que tiene como consecuencia la fragilidad de una anécdota en que se privilegian las funciones de los personajes: lo fundamental acá es el rol que desempeñan, vaciándolos de psicología y profundidad discursiva. Así, el relato se vuelca hacia la exterioridad, dejando a los personajes sólo como figuras que se deslizan por un incomprensible tablero de juegos.
El nudo de la narración, en consecuencia, se vuelve rígido. En las primeras páginas ya sabemos qué motiva a los siempre heroicos personajes y a qué se enfrentarán, permitiendo que a pesar de todos los excesos narrativos, el libro se vuelva extremadamente reiterativo y predecible. De manera similar a los protagonistas de un relato mítico, los de este volumen son personajes poderosos e invencibles, que deben enfrentarse al enemigo y, por supuesto, ejecutar una batalla final. Este sencillo esquema detona una historia cuya característica central es la saturación, frente a la cual todos los demás componentes sucumben.
Surge así un joven, Antonio Hernández Vid, habitante del Mundo de Sueño, que cumple las órdenes de su deidad Oceana, de ir con sus primos en busqueda del demonio azul, también denominado Vitao Mahäki. Toman la camioneta y en un tris llegan al sur y encuentran al demonio, luego de lo cual viene un corte. El capítulo queda deshilachado, desligado incluso, ya que los personajes no vuelven a aparecer, a menos que se hayan metamorfoseado, en los tres segmentos que le suceden. Esta falta de cohesión es recurrente en el volumen que recién parece comenzar en el capítulo dos, protagonizado por Mahäki Sartori, un joven adinerado y huérfano que emprenderá un viaje en busca de Sara, que es la gemela del grandioso dios Vitao, que aparece y desaparece en múltiples lugares de manera gratuita. Sartori debe someterse a un proceso de aprendizaje que le permitirá enfrentar a golpes a los enemigos de Vitao.
Demonios mutantes, fusiones y desintegraciones corpóreas, viajes estelares, levitaciones, bolas de fuego y patadas voladoras proliferan en esta novela cuya anécdota no da más que para un cuentecillo, quizás un videoclip. Lo anterior no estaría mal si hubiese un discurso que excediera la simpleza de confrontar el bien y el mal sin un más allá valórico o filosófico.
El valioso estilo reconcentrado de los anteriores libros de Pérez acá se presenta destruido, al punto incluso de empobrecer su cuidada escritura, dando lugar a una sobrecargada novela que no logra cuajar discursivamente.