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La poesía en la dictadura cívico militar
EL HORROROSO CHILE
Por Patricio Escobar Romero
Periodista, Profesor de Lenguaje y comunicación.
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“Fueron 17 años largos años tanto para los que partieron como para los que permanecimos entre el Océano Pacífico y la Cordillera de Los Andes. Por suerte para nosotros, entre estas dos majestuosas fronteras corría a raudales la poesía de Huidobro, Mistral, Neruda, de Rokha, y de la de nuestros mayores más cercanos: Parra, Lihn, Teillier, Anguita y Rojas. Los leímos, los escuchamos y la oscuridad fue menor”. Gonzalo Contreras.
La conmemoración de los cuarenta años del golpe de Estado de 1973 copó la agenda de la prensa chilena durante el pasado mes de septiembre. Algunos optimistas señalaron que los medios de comunicación, más proclives al olvido que a la memoria, fueron empujados por los movimientos sociales a poner fin al silencio que ha imperado durante las últimas cuatro décadas. Otros afirmaron que esta oferta mediática no fue más que una hábil maniobra de los poderosos de siempre para reescribir la historia. Lo concreto es que, cual fuera el motivo, tuvimos acceso masivo a un numeroso y variado material simbólico -documentales, películas, diarios y revistas, literatura, música - que visibilizó uno que otro asunto pendiente en Chile.
Sin embargo, aun en esta vorágine del recuerdo, hubo olvidos que persistieron y permanecieron ocultos para el grueso de la sociedad. Entre estos, destaca el caso de la poesía chilena en dictadura, que continuó proscrita del ejercicio de la memoria y de las ceremonias oficiales, lo que no puede sino llamar la atención si tomamos en cuenta la calidad de las obras nacionales y su relevancia en el contexto global. Esta manifestación artística parece haber transitado de una dictadura a otra; es decir, desde la represión militar a la tiranía del mercado. Así también nos convertimos en un país con muchos poetas y pocos lectores.
LA POESÍA EN TERRITORIO DE VIOLENCIA
La pregunta sobre el papel de la poesía durante nuestra accidentada historia como país ha motivado a numerosos autores a reflexionar sobre este asunto. Armando Uribe en su ensayo El fantasma Pinochet señala que en un territorio “que nació y vivió en la fea violencia”, han sido los poetas quienes “con mayor detalle han revelado la psicología de la población”. En torno a la relación entre la creación de los autores más influyentes y el contexto nacional, el agudo vate plantea: “¿Qué se puede desprender de sus obras más importantes? Una visión violenta, desesperada y melancólica, una exaltación del duelo y del luto” (2005).
Por su parte, Gonzalo Contreras, autor de Poesía Chilena desclasificada, retoma esta cavilación para concluir finalmente que existe una íntima relación entre la lírica chilena y la política. Contreras sostiene que esta manifestación artística constituye un patrimonio de rebeldía y de subversión que configuró una “tradición libertaria” que inspiró (e inspira) a las nuevas generaciones. “Basta con mencionar los escritos políticos de Gabriela Mistral, el ideal libertario de Vicente Huidobro, la decidida defensa de Neruda en pro de la República en la Guerra Civil Española y su Yo acuso contra González Videla, que le costaría la persecución y el exilio”, indica en el prólogo de la mencionada antología.
En la misma línea, el académico Iván Carrasco manifiesta que durante los últimos treinta años del pasado siglo, los poetas oriundos de este territorio continuaron con esta tradición, aun cuando lo más característico del panorama fue la heterogeneidad y la diversidad. Según Carrasco, la mayoría de los exponentes han mostrado “admiración y respeto por los grandes autores”, pero “han preferido explorar caminos propios vinculados con los hechos históricos y sus particulares situaciones de vida”. Es por esta razón, que en su relación con el pasado reciente, gran parte de la poesía chilena destacó como un bastión testimonial, de resistencia y como un acto libertario en el más cruel de los escenarios.
ENTRE LA GENERACIÓN DIEZMADA Y LA GENERACIÓN NN
“Un ángel caído / erizado de ásperos cañones / anuncia la edad de la rapiña”. (Bajo dictadura, Manuel Silva Acevedo).
El bombardeo a La Moneda y el fin del proyecto de socialismo democrático de la Unidad Popular constituyen huellas imborrables sobre todas las áreas del quehacer nacional. Por supuesto, la poesía acusó el brusco viraje y se transformó en un documento de época que cuarenta años después mantiene su vigencia. De hecho, el mismo 11 de septiembre, Salvador Allende prefirió utilizar un discurso poético en lugar de uno político (“Más temprano que tarde se abrirán las grandes Alamedas por donde transite el hombre libre”), asegurando así la trascendencia de su mensaje. Por su parte, Augusto Pinochet inauguró con rústica metáfora (“Se mata a la perra y se acaba la leva”) los 17 años de dictadura, permitiendo avizorar el tono que se impondría en todas las esferas de la vida pública.
Por cierto, la irrupción castrense constituyó una reacción a un proceso político cuya data se remontaba a décadas anteriores. Su hilo conductor se puede rastrear en las luchas obreras de los albores del siglo XX, y su culminación en el triunfo de la Unidad Popular. Ese largo camino gozó del apoyo de diversas figuras del arte y la cultura. Por ejemplo, la llamada Generación del 60, que precedió la llegada a la presidencia de Salvador Allende, sufrió directamente los posteriores embates militares, pues la mayoría de sus integrantes celebraron los cambios estructurales que experimentaría Chile durante el proyecto derrotado. Exponentes como Jaime Quezada, Floridor Pérez, Manuel Silva Acevedo, Omar Lara, Óscar Hahn y Gonzalo Millán verían aparecer la persecución, la muerte y/o el exilio como un destino impuesto.
Los muertos salen de sus tumbas / Los aviones vuelan hacia atrás / Los "rockets" suben hacia los aviones / Allende dispara / Las llamas se apagan / Se saca el casco / La Moneda se reconstruye íntegra / Su cráneo se recompone / Sale a un balcón / Allende retrocede hasta Tomás Moro / Los detenidos salen de espalda de los estadios / 11 de septiembre / Regresan aviones con refugiados / Chile es un país democrático / Las fuerzas armadas respetan la constitución / Los militares vuelven a sus cuarteles / Renace Neruda / Vuelve en ambulancia a Isla Negra / Le duele la próstata. Escribe / Víctor Jara toca la guitarra. Canta /Los discursos entran en las bocas / El tirano abraza a Prats / Desaparece. Prats revive / Los cesantes son recontratados / Los obreros desfilan cantando / ¡Venceremos! (La ciudad, Gonzalo Millán)
Ivan Carrasco sostiene certeramente que el golpe de Estado “provocó dos cambios sustantivos en el panorama poético: una breve, violenta y profunda discontinuidad del proceso de la poesía chilena y una nueva, forzada y dual relación con los medios literarios de Europa y del país. Esta generó una poesía del exilio exterior, escrita por autores y militantes políticos expulsados o fugados de Chile (…) También generó una poesía de la contingencia sociopolítica orientada a la resistencia al régimen de Pinochet dentro del país, llamada también poesía del exilio interior”.
En efecto, el “quiebre de institucional” que vivió el país - con su legado de 3000 muertos, de 40 mil torturados, de un modelo económico y una institucionalidad política que cuatro décadas más tarde continúa – constituyó, además, una feroz embestida en contra de la cultura y de las artes. Estos espacios fueron considerados propicios para el surgimiento del “enemigo interno”, como se le denominó a cualquier tipo de disidencia. Luis Hernán Errázuriz, académico de la Universidad Católica y autor del texto El Golpe Estético, sostiene que la irrupción castrense “no sólo abortó el poder político y administrativo del gobierno de la Unidad Popular, también inició un proceso de erradicación de su poder simbólico en el campo artístico cultural”.
La política del régimen tendría desde sus inicios como eje la censura y la persecución, lo que facilitaría la “Operación de limpieza” de la amenaza marxista. El primero paso de esta política fue la quema masiva de libros, el cierre de editoriales, el encarcelamiento de artistas y escritores, entre otros adherentes del Gobierno de Allende, la muerte de otros tantos, y etcétera, etcétera. Sin embargo, al margen de las acciones de las “unidades de inteligencia de las Fuerzas Armadas”, el llamado apagón creativo nunca fue tal. El mismo poeta Raúl Zurita asegura que la dictadura “fue un proceso de creación prolífica, ya que era lo único que se podía hacer”.
LA GENERACIÓN NN
“El nombre de la generación tiene poca importancia. También si técnicamente se trata o no de una generación. Al rotularla, acudiendo a la abreviación de la latina expresión Non Nomine, que se utiliza para señalar un cuerpo sin nombre (como el de los desaparecidos o el de un transeúnte muerto en la vía pública), he querido hacer también un juego literario: lo nn también es una doble negación. Nada es totalmente nada, nadie es nadie, nunca nunca”. Jorge Montealegre.
Naím Nómez es una de las figuras que ha analizado el desarrollo de la poesía bajo la administración militar. El poeta y académico distingue fases en la dictadura que repercutieron y condicionaron el quehacer cultural. En sus palabras, la etapa inicial (entre 1973 y 1977) provocó un repliegue de la creación artística causada por una “fase terrorista” de persecución ejercida por agentes del Estado. Esto, en la poesía, se tradujo en un vuelco que fue desde el compromiso con la realidad social a una interiorización donde el poema “se desplegó como crónica, testimonio y memoria”. Inaugural resultó el texto “Somos cinco mil” del cantautor Víctor Jara, escrito secretamente en los fríos pasillos del ex Estadio Chile, devenido entonces en un centro de detención y tortura.
“Un muerto, un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano. Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores / uno saltó al vacío / otro golpeándose la cabeza contra el muro, / pero todos con la mirada fija de la muerte” (Somos cinco mil, Víctor Jara)
Pero Victor Jara no fue el único caso. Hubo otros vates que convirtieron sus textos en tempranos testimonios del horror y en verdaderos actos políticos. Tal es el caso de Aristóteles España, quien con apenas 17 años debió soportar la prisión y la tortura en Isla Dawson. Su libro Dawson es una muestra de “la violencia como huella en el lenguaje” y una inmejorable fotografía del momento.
“Este miércoles se le agotaron las pilas al firmamento / Octubre moja su cola entre las olas / Pablo Neruda ha muerto / el tiempo se deshace en las literas / seguramente continúan los fusilamientos / pasado mañana cumplo dieciocho años / América es un torbellino, nos mantienen en una constante incertidumbre / frecuentemente nos visita un sacerdote / anoche soñé que bailaba un tango en la penumbra / ¿Cómo será el rostro de los torturadores? / Las ampolletas de la barraca están encendidas / estamos acostados / se apagan las luces / La alegría y la libertad deben ser como dos muchachas bonitas.” (Fragmento de Dawson, Aristóteles España)
Sin embargo, no todos los autores emplearon palabras directas y sencillas, hubo quienes optaron por los “intersticios del lenguaje, buscaron nuevas formas expresivas - ambiguas, con claves secretas - con el objetivo de burlar el estricto control de la censura militar”, como afirma Nómez.
Como una víctima de Hiroshima / desperté. / Fue un acto de conversión. / “Y desde ese día estoy preparado para lo peor” (Lo peor, Hernán Miranda)
Hacia 1977 se inicia el segundo momento de la poesía chilena, caracterizado por los intentos de desplegar “nuevas formas de críticas de cultura que llegara a los reprimidos receptores”. En esta suerte de exploración influyeron las nuevas experiencias geográficas, históricas y culturales del exilio. Destacan obras como La nueva novela de Juan Luis Martínez (1977), Purgatorio de Raúl Zurita (1978) y Proyecto de Obras Incompletas de Rodrigo Lira (terminado 1982).
"Preste Ud. atención, que habla la reacción: Obedézcase servilmente a la ley de la selva y el derecho del más fuerte a pisotear al débil en los callos que al débil le hayan salido de tanto correr para mantenerse vivo, y cuidaos que lo vuestro continúe en vuestras manos, y hacedlo multiplicarse y crecer, pero si no tiene nada, más vale que Ud. se someta a los destinos aciagos, pues para hacer oro, oro se debe tener de antemano, ya se trate de la alquimia, ya sea del termino oro, metáfora del beneficio que se percibe en el mundo del negocio tal como se habla de plata para referirse al dinero, que como todo, hasta el poto, hasta el amor tiene su precio." (Rodrigo Lira)
El tercer periodo parte en los albores de los 80, una década marcada por la nueva Constitución y por los primeros signos de agotamiento de un modelo ultraliberal que a la postre produjo la terrible crisis de 1982. Para entonces, el descontento social empezaba a sacudirse de sus miedos y, tímidamente, salía a las calles. Durante estos años, el repliegue cultural se fue fisurando en torno a nuevos espacios para el desarrollo creativo. Revistas como La Castaña, La Bicicleta e Indice; teatros como el Teniente Bello o el Ictus, así como el surgimiento de sociedades y talleres de diversa índole, conformaban una resistencia cultural activa. Destacan aquí exponentes como Clemente Riedemann, Rosabetty Muñoz y Tomas Harris, quienes – entre otros asuntos- ya daban cuenta del declive del autoritarismo militar y esbozaban críticas contra sus consecuencias sociales.
Guerra en el Medio Oriente / Un poco más de sol para los trabajadores polacos / Todo eso, ¿qué? / Yo sólo quiero ser la oveja más gorda del rebaño. (Ronda de Ovejas, Rosabetty Muñoz)
Quizá - por la naturaleza misma de la poesía o por la naturaleza misma de las dictaduras – estos poemas no gozaron de la masividad esperada. Sin embargo, allí estuvieron, denunciando, reflexionando e incomodando al poder de turno, que se expresó entonces de modos brutales. Por la misma razón, según cita Armando Uribe en el libro El Fantasma Pinochet, el propio ex Comandante en Jefe del Ejército se declaró enemigo de esta manifestación artística: “de poesía nada, ni leerla ni escucharla”, filosofó.
ENTREVISTA A JOSÉ ÁNGEL CUEVAS: “ESTÁBAMOS HACIENDO ALGO TAN LINDO Y NOS SACARON LA CHUCHA”
— El pasado mes de septiembre se cumplieron 40 años del golpe militar y poco se habló de la poesía chilena en dictadura. ¿Cómo le afectó a usted y a su obra el golpe de Estado y la posterior dictadura?
— Yo nunca pensé que me iba tocar vivir algo así, tan cínico, tan espantoso y, mentiroso. El asesinato se institucionalizó y todo lo demás se volvió oculto. Nos cagaron la vida y nos mataron la noche, que era el lugar donde nos desenvolvíamos. Nuestra generación estuvo comprometida con la vida, andábamos de aquí para allí, de norte a sur. Y de repente, todo eso se acabó. Nos mataron el mundo en el que vivíamos.
La persecución secreta era atroz. Estábamos en una ignominia, en una irrealidad, no sabíamos quién era quién. Por ejemplo, en una situación como esta, yo desconfiaría hasta de ti. Por entonces trabaja como profesor y los colegios estaban lleno de sapos.
— Jorge Teillier escribió en uno de sus poemas “Aprende a vivir en un país donde la delación será una virtud”
— Estoy completamente de acuerdo con eso… la dictadura fue todo lo que dicen y peor aún. Lo peor es que muchos no querían verlo y otros ni siquiera lo sabían. Nunca se supo bien sobre las casas de tortura como la de Londres, la de José Domingo Cañas… la prensa decía que eran calumnias, mentiras. Además, estaba lleno de oficinas de agentes secretos que secuestraban y te llevaban a interrogatorios. A mí me pasó una vez, unos hueones me llevaron allí y querían que los contactara con gente del MIR.
—Estos violentos cambios provocaron una serie de efectos sobre todas las áreas del quehacer humano. En su opinión, ¿cómo influyó esto en la poesía nacional?
— Tuvimos que iniciar la reconstrucción después de la destrucción interior. Me sentí como un judío en un campo de concentración, exactamente igual. Me hice un juramento, un compromiso conmigo mismo: me dije esta hueá yo tengo que sobrevivirla. Y ahí empezó todo un trabajo moral, ético, donde me propuse escribir de la manera menos panfletaria posible, sobre lo que estaba pasando; esa crisis del interior, la mentira, el robo, el aplastamiento, la enajenación.
Uno también se fortaleció con todo el proceso, el haber resistido. No me importa ser un huevón que sólo hago poesía política… bueno, yo cumplo ante algo que yo creo, y creo que me debo a un pueblo. Esto es lo que he yo viví y esto es lo que yo he escrito.
Por otra parte, la mayoría de los poetas también la sufrieron. Se estaba armando una generación muy buena, como la del 60 -conformada por Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán, Floridor Pérez- que fue diezmada por el exilio y la persecución.
— ¿Y qué hay de la generación del “insilio” o el exilio interior, como le han llamado?
— A mí por ejemplo, Zurita me impactó. Cuando él hablaba de la geografía, de los mares, de la cordillera, de la grandeza. Me entregó una dimensión que yo no tenía de las cosas. Ahora, había también un grupo de cabros que hizo muy buena poesía, como Jorge Montealegre. Además, las mujeres empezaron a escribir las mujeres, que desarrollaron con fuerza la poesía femenina.
— Gonzalo Contreras, poeta y autor de Poesía Chilena desclasificada, sostiene que la poesía chilena fue una verdadera reserva moral durante la dictadura.
— Yo creo que eso siempre ha sido así. Al igual que el fallecido Patricio Guzmán, pienso que no hay filosofía chilena ni latinoamericana, sino que hay un pensar chileno que está en la poesía. Es ahí donde hemos plasmados los saberes, siempre con rebeldía y con dolor. Por ejemplo, para la Unidad Popular estábamos haciendo algo tan bonito, algo tan grande… y nos sacaron la chucha, nos mataron, nos cagaron. Y hoy seguimos en la misma, subsistiendo como poetas en resistencia.
ENTREVISTA MANUEL SILVA ACEVEDO:
— Han pasado 40 años desde el golpe de Estado en Chile, cuatro décadas que permiten la reflexión con la perspectiva que da la historia. ¿Cómo mira hoy todo ese proceso?
— Yo había sido militante del MIR (organización a la que había llegado de la mano del periodista Augusto Carmona) hasta el triunfo de la Unidad Popular. Luego, pedí la venia del partido para participar del proceso, ya que desde 1952 sentía una gran simpatía por Allende. Durante su gobierno, fui trabajador de la editorial Quimantú, por lo que mi participación en el proceso de transformaciones fue bastante activa.
El día del golpe de Estado logré llegar a la editorial en medio de un clima enrarecido, pues no se tenía certeza de lo que pasada. De todos modos, de antes ya se intuía que todo esto iba a reventar por algún lado, ya que la atmósfera era insostenible. Los niveles de violencia y de confrontación ya impedían la convivencia.
Bueno, la dictadura trajo consigo una serie de repercusiones a nivel país y a nivel personal. Mi ex señora, que también era mirista, tuvo que escapar y yo hacerme cargo de nuestra hija. Además, obviamente perdí el trabajo. Pero dentro de todo, tuve bastante suerte: no me detuvieron, no me fui al exilio, no me torturaron, como a muchos otros compañeros.
— Estos efectos traumáticos, a nivel personal y a nivel nacional, provocaron cambios en su poesía y en la de otros exponentes contemporáneos. Sin embargo, en poemas anteriores a 1973, como Manu Militari, ya se advertía la amenaza de una irrupción violenta y del quiebre de un proceso social.
— Claro, ahí están presentes textos como El Presidente en Terno Azul en terno de paisano, que coincidió con muchas cosas que luego pasaron. Por lo que pasaba en América Latina ya se podía avizorar que la salida iba a ser violenta.
— De hecho, hay quienes han interpretado Lobos y Ovejas como un poema profundamente premonitorio. Ignacio Valente dijo que era “un ferviente llamado a la sangre”.
—Ese poema simboliza muchas cosas. Lo escribí en 1972 y no pudo ser publicado por las circunstancias históricas.
— Y luego cuando fue publicado ocurrió un hecho simbólico que terminó por entregarle un carácter mítico, ya que se quemó en el atentado que sufrió la Galería Paulina Waugh en 1976. En relación a esto, ¿Cómo vivió el llamado Apagón cultural y cómo influyó en el quehacer poético de la época?
— Claro, es verdad. Eso sí, yo no me atrevería a decir que la galería sufrió el atentado por mi poema Lobos y Ovejas. Creo que eso fue un hecho simbólico de la represión que afectó a toda la creación artística. En lo que se vincula con la poesía, muchos autores debieron salir al exilio, sufrieron la persecución o la muerte. Los que nos quedamos aquí tuvimos que vivir un proceso de interiorización, nos tuvimos que empezar a juntar en pequeñas reuniones secretas. Debimos sortear la censura, utilizando recursos del lenguaje, fue todo un vuelco.
En este sentido, dos poetas mayores como Jorge Teillier y Enrique Lihn tuvieron un papel fundamental. Enrique optó por permanecer en Chile, ya que tenía un compromiso que no aflojó a pesar de no ser un hombre muy militante. El mismo Teillier, que era un tipo bohemio, hizo lo mismo. Es decir, los dos más grandes poetas de la generación antecesora nos abrieron las puertas de sus casas y sus bibliotecas para mantener viva esta tradición poética. Eduardo Llanos dijo alguna vez que fueron los dos pilares de un pórtico por el que las nuevas generaciones pasaron.
— Entre septiembre de 1973 y marzo de 1990, publicó Mester de Bastardía (1977), Monte de Venus (1979), Terrenos Diurnos (1982), Palos de Ciego (1986), Desandar lo andado (1988); es decir, gran parte de su obra la concibió bajo dictadura. ¿Cómo analiza ese paso de antes del golpe cuando los poetas eran personas respetadass y consideradas en el ámbito público a ser perseguidos, torturados e, incluso, asesinados?
— Yo creo que se ha desvalorizado todo lo que es humanista, y particularmente, nuestra poesía, pues es un oficio ajeno a las mayorías. De algún modo, como dicen por ahí, “el secreto se protege solo”. La poesía nunca ha sido masiva y tampoco pretende serlo. Si lo logra, es mérito de la educación, que difunde la literatura. Pero hoy tenemos que la asignatura de Castellano ha pasado a llamarse Lenguaje y Comunicación, suprimiendo los textos literarios. A grandes rasgos, es un problema de una sociedad con una economía neoliberal que ha vulgarizado todo, la vida, el arte, las relaciones humanas.
— ¿Qué rol le otorga al poeta en contextos tan violentos y adversos?
— El deber de todo revolucionario es hacer la revolución y el deber de todo poeta es hacer su oficio, más allá de si su trabajo tiene resonancia o no. Hoy veo a algunos poetas jóvenes muy ansiosos por figurar, pero lo importante es la obra en sí misma, no la figuración. En ese sentido, creo que el rol del poeta siempre debiese ser el mismo y, para mí, lo importante es resguardar el fuego.
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POEMAS
Hotel de las nostalgias, de Óscar Hahn
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Música de Elvis Presley
Nosotros
los adolescentes de los años 50
los del jopo en la frente
y el pucho en la comisura
los bailatines de rock and roll
al compás del reloj
los jóvenes coléricos
maníacos discomaníacos
dónde estamos ahora
que la vida es de minutos nada más
asilados en qué Embajada
en qué país desterrados
enterrados
en qué cementerio clandestino
Porque no somos nada
sino perros sabuesos
Nada
sino perros
Nunca salí del horroroso Chile, de Enrique Lihn
Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes, que no son imaginarios
tardíos, sí -momentos de un momento-
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me infligió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo con ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.
Aviso Clasificado, de Eduardo Llanos
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In memorian, de Floridor Pérez
. . . . . . . . . . . . . . . A un campesino de Mulchén
Todavía me pregunto por qué tú
-por qué tú y no yo-
por qué tú que alzabas gordos sacos
y cargabas camiones
eras fuerte, degollabas carneros
¿por qué no te aguantaste ese viaje
en un camión cargados como sacos
y te tiraron muerto junto a mí,
con tu poncho de pobre,
como un carnero blanco degollado
¿por qué tú, por la cresta, y no yo,
que ni me puedo el Diccionario
de la Real Academia en una mano?
Adios al Fuhrer, de Jorge Teillier
Adiós al Führer, adiós a todo Führer
habido o por haber.
Adiós a todo Führer verdadero o falso,
buenas noches, le digo, buenas noches
con una íntima tristeza reaccionaria.
Adiós al Führer que engullía tortas de selva negra
mientras sus tanques se alimentaban de caminos de Europa.
Adiós a todo Führer que ame a Wagner o la Giovinezza
ya sea lampiño, barbudo o bigotudo.
Adiós al Führer que en submarino huyó a Buenos Aires
tras matar a Eva y a Blondi, su fiel perro.
Desde los hielos lo oye llamar Miguel Serrano
mas ni por mar ni por tierra podrán encontrarlo.
Adiós a todo Führer que nos ordene sepultarnos con él
tras contemplar cómo arden las ruinas de su Imperio,
y entretanto no deja a nadie dormir tranquilo
aunque no hayamos violado, ni robado, ni asesinado.
Adiós a todo Führer que obligue a los poetas
a censurar sus manuscritos o mantenerlos secretos
bajo pena de mandarlos a su Isla o Archipiélago
o a cortar caña bajo el sol de la Utopía.
Adiós al Führer de la Antipoesía
aunque a veces predique mejor que el Cristo de Elqui.
Es mejor no enseñar dogma alguno, aunque sea ecológico,
cuando ya no se puede partir a Chillán en bicicleta.
Adiós al Chico Molina, cruel Führer de Lo Gallardo
donde escribió El Lobo Estepario antes que Hermann Hesse,
aunque N.S. Jesucristo murió por él según lo dice Anguita,
y adiós por quienes desean que demos el sí cuando amamos el no.
Adiós a todo Führer a quien no le importa perder cuarenta o cuarenta mil hombres
con tal de invadir islas pobladas por ovejas,
y tras la derrota se acoge a general jubilación
a oír Silencio en la noche ya todo está en calma.
Adiós a quien un tiempo fuera nuestro secreto Führer
y nos recomendaba abstinencia botella de whiski en mano,
y con desprecio abandonó su Bunker frente al cerro
para conquistar Venezuela como sus antepasados.
Adiós al pícaro que pretendía ser Martín Bormann:
Enrique Lafourcade, conde de la Fourchette.
Lo verán pasear un ridículo perrito
sin poder alcanzar ni al Parque Forestal.
Lo verán alimentarse, fantasma rubicundo,
de pálidas y frágiles palomitas nocturnas.
Lo verán recorrer los más perdidos pueblos
buscando firmar autógrafos a Alcaldes y parvularias.
Lo verán sollozar pensando en sus Días sin Dieta
con patitas de chancho en Los Buenos Muchachos.
Lo verán derramar una furtiva y valetudinaria lágrima
mientras canta Yo soy el Rey creyéndose Pedro Vargas.
Y ya no habrá nadie de la Generación del 50
para entonar a coro Yo tenía un camarada.
Adiós a todo Führer que nos dé duro con un palo
y también con una soga
creyendo que como él somos apenas sensitivos.
Y buenas noches, amigos, buenas noches,
hasta que un día nos volvamos a encontrar
en la hora soberbia y enloquecida de los esqueletos.