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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 8 de abril al 6 de mayo de 2016



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No te ama
Camila Gutiérrez. Penguin Random House, 2015, 130 páginas.
LUN, 8 de abril de 2017

Joven y alocada es el nombre de una catastrófica película (2012) y de un libro (2013) igual de malo, pero de gran resonancia mediática. Ambas producciones se originaron en el blog de Camila Gutiérrez, quien ahora ha publicado un nuevo libro, una suerte de continuación del anterior: No te ama tiene a la misma protagonista, esta vez de veintitantos años, independizada de sus padres, laboralmente exitosa y en una búsqueda afectivo-sexual importante. Pero, más allá de sus aventuras, lo fundamental en esta propuesta es el modo en que el personaje central enfrenta el drama y se mira a sí misma.

Camila –o Cami– se ubica en el 2015 y relata sus dos últimos romances. Vietnam y Bolivia, sus novias, son dos personajes demasiado parecidos; ambas son indiferentes, frías y distantes a cada una de las etapas por las que transita la protagonista, quien se proyecta aislada, introvertida, perdida y sin posibilidad de lograr algún vínculo profundo. Esto incide en un estado permanente de desolación y una actitud insegura respecto al lesbianismo, ya que incluso Camila resulta involuntariamente embarazada.

La escritura de Gutiérrez es sencilla, ingenua, casi oral, con muy pocos recursos estilísticos; sus diálogos son escuetos, las reflexiones y los conflictos se resuelven con apuro, sin mediar análisis ni un buen poder de síntesis. Por lo mismo, la historia resulta en extremo comprimida, apenas unas cuantas páginas cubren años de la vida de la protagonista. A pesar de esto, es llamativo el modo como la protagonista se construye a través del relato, calificándose de acuerdo a etiquetas o hashtag como triste, razonable, contenta, mala, imprecisa, aburrida, inconstante, etcécera, tal como se acostumbra en las redes sociales.

En realidad, podríamos decir que estamos ante una novela selfie. Camila es un personaje omnipresente, jamás sale de escena, es siempre el eje del cuadro, y su discurso se sostiene en lo literal, directo, sin posibles ambigüedades o subtextos. Además, su visión del mundo es plana, simplificada al máximo, y, por sobre todo, la joven intenta restringir el acto interpretativo, volverlo unidimensional. Este formato intenta condicionar y controlar los significados recurriendo a secuencias breves que tienen como norte la construcción de un perfil, en ningún caso una identidad, que sirve al personaje para representarse con seguridad en el mundo.

Aun cuando la novela da un paso importante al naturalizar el lesbianismo, al eliminar la presencia de contrapuntos homofóbicos, la sanción existe y se ubica en el propio personaje protagónico, quien incluso llega a desear ser hombre. Este anhelo, que es resuelto, como todo, con extrema facilidad, confirma un tipo particular de mujer, carente de un discurso de género, despolitizada en su diferencia sexual, adherida a los condicionamientos masculinos que confinan el placer al binomio pasivo-activo.

Pese a sus limitaciones, Camila Gutiérrez consigue exponer una tendencia, que se impone cada día más: simular a toda costa que el dramatismo no existe, que todo daño se puede revertir mediante la risa, la ironía, la burla y la banalidad. Si bien a ratos esta actitud puede sonar idiota, resulta tremendamente necesaria para restar solidez a la microtragedia cotidiana y al peso de la realidad que acosan a la protagonista y a tantos. Proponer este modo de sobrevivencia es el mayor mérito del libro.

 

 

 

 

Krumiro
Pavel Oyarzún Díaz. Lom, 2016, 117 páginas.
LUN, 15 de abril de 2016

Lo que pudo haber sido una interesante historia, que en un relato de formación pretendía mezclar lucha política, deseo y fracaso de las utopías, termina siendo devorada por el acopio de anécdotas sexuales. Krumiro, de Pavel Oyarzún Díaz, es una novela centrada en un personaje y dos derroteros, el sexo y su pertenencia al Partido Comunista, en un arco temporal que comienza en su infancia –a fines de los setenta– hasta avanzado el nuevo siglo.

La resistencia, la dinámica partidaria, la lógica de subversión a la dictadura desde el lugar de un militante menor en la estructura se constituyen como aristas poderosas, pero es de tal magnitud la misoginia del protagonista, que todo termina pareciendo el diario de un revolucionario psicópata, que al pasar de los años parece sentirse bastante orgulloso de sus conquistas.

De ese modo, no es sólo la perspectiva negativa hacia las mujeres lo que arruina la narración, sino el impresionante abismo entre la autocrítica política y la nula autocrítica respecto al tratamiento de las mujeres. Se trata de una mirada que se autoimpone un perspectiva excluyente frente a los acontecimientos, lo que impide el diálogo necesario entre pasado y presente, entre la vida sexual y la vida política del personaje. Así, revolución y machismo pueden ir por carriles diferentes, sin que uno moleste al otro o interfiera en él.

Eso sí, esta novela tiene momentos inolvidables, todos en el ámbito de la violencia y el desprecio hacia las mujeres por parte del protagonista. Se trata, sin más ni menos, que de odio, el más pleno y absoluto de los odios que le generan las mujeres, aunque se muestren complacientes y serviles al extremo.

Lo anterior llega a tanto, que la primera experiencia sexual está narrada desde el punto de vista de un joven depredador, que vigila, persigue y acosa a su víctima como un verdadero profesional, hasta lograr su objetivo. Así se refiere a la muchacha indígena en que fijó sus ojos: “indiecita, yámana”, “guanaca caliente”, con “fuerza de canoera, directa de la Edad de Piedra”, “le hice puntería a una indiecita de orfanato”; “No recuerdo bien su nombre cristiano. Su apellido no cuenta. Pertenecía a una etnia muerta”. Al hombrecillo no le basta el desprecio étnico, sino que también lanza el de clase, “no era la gran cosa” y tenía “manos de lavandera”, hasta llegar al deseo de violencia total: “Le deseé una muerte de perra. La hubiese desollado viva”, “Me dan ganas de golpearla para que grite con razón. Estoy a punto de darle un puñetazo en el hocico”. Las relaciones que vendrán después estarán siempre marcadas por esta violencia de base.

Por lo menos la mitad del volumen se orienta única y exclusivamente en las andanzas amorosas y la afirmación de una masculinidad siempre victoriosa en el terreno genital. Habrá que esperar el segundo tramo, más breve que el anterior, para que la novela aproxime al personaje a la derrota política e histórica.

Oyarzún tiende a reiterar descripciones, estados emocionales, escenas y perspectivas, perdiendo el equilibrio estructural. Cabe señalar que aun cuando la intención hubiese sido construir un personaje bestial, o sea exponer la denuncia de este psicópata, el modo como la novela se engolosina con la violencia de género no hace más que reforzar y reproducir la ideología patriarcal dominante; un carro al que hace bastante rato se subió una buena parte de la narrativa chilena.

 

 

 

 

La extravía
Nina Avellaneda. Ediciones del Desierto, 2015,116 páginas.
LUN, 22 de abril de 2017

El territorio de los sentimientos ha sido culturalmente asignado casi siempre a las escritoras; sin embargo, este conjunto de relatos se hace parte de esa repartición de un modo particular. La extravía es un libro introvertido, emotivo, donde la protagonista expone inflexiones de la violencia y jamás se da por vencida, abortando con ello la insistente condena al fracaso que le lanza la realidad desde los más diversos flancos.

Nina Avellaneda habla de una interioridad quebrada y de un personaje al límite que muestra sus derrotas y aguanta con terquedad. La protagonista, Ana, es un personaje tenso, ansioso, agotado, harto de su familia, de su soledad. Por esto se refugia en ensoñaciones, un terreno que le permite compensar en parte todo aquello que se arruina a su alrededor.

La escritura de Avellaneda es más bien austera, concisa, con rasgos líricos. Estos relatos son aproximativos, rondan más que van al centro de un estado emocional, de un conflicto específico. Además, la autora tiende a marcar la escena donde ocurren los hechos con datos mínimos, ya que otorga mayor importancia a la reflexión de los personajes. Predominan, en todo caso, los espacios interiores y las alusiones a una naturaleza tan ensombrecida como la narradora. Ana, en permanente asombro, carente de maldad o mala intención, constata dramáticamente que los amores no alcanzan para organizarle la vida.

Los relatos se ordenan en tres secciones en torno a tres etapas en la vida de Ana. En el primer segmento, “Irene”, las seis narraciones se remiten a la relación entre Ana, en sus años de estudiante, y una mujer mayor, Irene. Ambas mujeres exponen su convivencia, los distanciamientos y el reencuentro. El texto que cierra este apartado incluye un femicidio que no sólo denuncia la violencia de género, sino que también funciona como un importante recurso anecdótico.

“Fragmentos del diario de Ana o La enfermedad”, el segundo tramo del volumen, contiene ocho narraciones, donde el cuerpo enfermo tiene un sitio central. Ana se esfuerza por ocultar sus males, desempeñándose como trabajadora, mostrando su vínculo con los niños del colegio en el que es profesora, su relación con el jefe y un entredicho con un taxista que prefigura el crimen acontecido en el capítulo anterior.

Finalmente, hay cinco historias donde el mundo onírico se dispara: “El amor o Los sueños fulminantes” muestra a la protagonista dentro de innumerables sueños, donde las relaciones amorosas siempre terminan fracasando. Destaca el relato que cierra esta sección, en torno al asesinato de la amante de Ana. Se trata, otra vez, de un femicidio, con evidentes ecos mistralianos, que desarma a la protagonista, dando lugar positivamente a una atmósfera vehemente y a una actitud desgarrada que en el resto de los relatos aparece más moderada.

La extravía es un libro que va creciendo en la medida en que avanza, y, si bien las derivas oníricas pudieron condensarse, consigue distinguir con acierto planos varios de la realidad, elaborando, además, mediante quiebres temporales, una historia de vida fragmentaria, donde lo femenino y lo lésbico no pueden escapar a los códigos de la represión y el desastre. En este sentido, el volumen parece un evidente aporte a la invisivilizada literatura homoerótica escrita por mujeres.

 

 

 

 

Sudor
Alberto Fuguet. Random House, 2016, 604 páginas.
LUN, 29 de abril de 2016

Dos novelas han inaugurado una nueva etapa en el historial literario de Alberto Fuguet, quien se ha centrado ahora en la homosexualidad, zona inexistente en sus obras previas, por completo asexuadas. Sudor, la más reciente de ellas, intensifica el discurso amoroso expuesto en la anterior, No ficción, y refuerza el estereotipo zorrón-triunfador-arribista-frívolo expuesto en ésta. Sin embargo, lo más llamativo de la nueva publicación son sus rotundos problemas estructurales, su recargada prosa y una pueril intención provocadora, que tiene como base un imaginario erótico preinternet, cuando el porno homosexual era de circulación restringida. En el presente, habría que haber hecho un esfuerzo mayor para intentar escandalizar con imágenes de dos hombres teniendo sexo.

Como sea, el aspecto capital en Sudor es su debilidad estructural, ya que al autor le importa menos que cero desplegar un diseño acorde a los focos narrativos. Más bien opta por lo fácil: una breve primera parte, donde se configura al protagonista; luego, un segundo y enorme tramo en el cual se desarrollan y resuelven los conflictos del personaje central; y, finalmente, un epílogo que aclara las dudas. Nada de hacerse problemas con la disposición, ya que el libro parece exigir un lector con capacidades limitadas.

La novela presenta un período de la vida de Alfredo Garzón –o Alf, como le dicen sus cercanos–, editor en una multinacional, de clase media, alienado y trepador. Instalado en el 2015, Alf recuerda hechos acontecidos hace dos años, cuando la editorial le encargó acompañar al joven Rafael Restrepo Jr., colombiano, seductor, poeta fashion, hijo de un escritor famoso que visitó la Feria del Libro de Santiago. A pesar de ser mencionado antes, el poeta recién ingresa a escena en la página 398, por lo que hay que amarse de una paciencia feroz a la espera de algún contrapunto. Hasta ese momento, el volumen amontonará descripciones de la vida social santiaguina y los encuentros sexuales de Alf, que no logran aplacar su deseo de tener “algo más” que sexo. La llegada de Rafael permite que la historia cambie dramáticamente de ruda a romanticona, porque Alf se enamora y saca a relucir su lado sentimental y conservador; en fin, se las daba de duro y resulta un tierno.

En el protagonista resalta su actitud predecible, su palabra débil y su pensamiento blandengue. El pobre fracasa hasta en su condición de libertino, porque es culposo e ingenuo, y carece de la más mínima mirada crítica que le permita juzgar su entorno, más allá de una cierta impostura cínica. Pero no sólo Alf es inseguro a morir: el libro mismo parece contagiarse de esa inseguridad. Ello explicaría la constante mención de personajes reales del ambientillo cultural santiaguino, lo que funciona, al modo de las páginas sociales, nada más que como la necesidad de exhibir la pertenencia a un lugar de privilegio.

Si bien la homosexualidad tiene una presencia menor en la conservadora literatura nacional, no basta con instalar a un personaje gay para generar un contradiscurso. El tratamiento que esta novela le da a ese tema es esencialista, ontológico, dependiente de la heterosexualidad. El solo hecho de connotar como negativas y desprovistas de sentido las prácticas sexuales promiscuas lo demuestra.

Sudor es un nuevo paso en falso de Fuguet, una novela aplastada por una perspectiva convencional y autoflagelante, lo cual, sumado a su fragilidad estructural y discursiva, ofrece como resultado un guisote indigerible, pegoteado, cuyo único destino, a fin de cuentas, quizás sea tratar de sobrevivir en el cacareo extraliterario.

 

 

 

Canciones espectrales
Christopher Rosales. Abducción, 2015, 82 páginas.
LUN, 6 de mayo de 2016

Cultivan el satanismo y, si bien no tienen rasgos de secta, conforman una pequeña comunidad, apegada a rituales y a un sistema de normas que legitima su pertenencia a la banda Monroy’s Destruction. La pequeña historia de auge y decadencia de este grupo de cultores del death metal es la base de Canciones espectrales, de Christopher Rosales, novela sobre la marginalidad, la derrota y la desesperación por creer en algo más que los códigos heredados.

Concisos dieciocho segmentos conforman este volumen, donde la principal preocupación de los personajes es la muerte, asumida como única seguridad y esperanza. El detalle de esta historia de fracasos es llevado por uno de los jóvenes miembros de la banda. Su función será aproximarnos a la decadencia del grupo y a las etapas de tal proceso, según se van deteriorando como colectivo. Sin embargo, el ideario que los unió y les otorgó identidad no parece naufragar. Se trata de la fe satánica, lo cual implica, en este caso, más que la adoración al demonio, la atracción y mitificación de la muerte. En tal contexto, la música constituye el único canal para expresar sus fatales anhelos.

Pese a ello, la narración incluye sacrificios animales, visitas al cementerio, conexiones con espíritus malignos: un conjunto de prácticas, intervenidas por una actitud particular de los personajes, manifiesta en expresiones como “nos urgimos” o “nos dio miedo”. Estos dichos son capitales en el modo de asumir y comprender el mal, acotado al deseo de morir y adorar la muerte, más que a ejercer el mal a otros. De esta forma, el relato de orienta hacia la ritualidad sacrificial. Así, Emanuel o el Guatón, vocalista de la banda, ejemplo de compromiso absoluto con el ideario grupal, se suicida, cómo no, en un cementerio. Este acto, que marca el inicio del fin del grupo, esta precedido por el mito del difunto Monroy, a quien la agrupación conoce a través de un sepulturero “medio borracho”. Se dice que Monroy se suicidó en su mausoleo y realizó un pacto con Satanás, hechos que lo convierten de inmediato en el líder espiritual de la banda, asumiendo que deben difundir su palabra.

Rosales escribe lo justo, no se excede en la configuración diabólica de sus personajes ni en el ocultismo. Además, restringe la construcción de los perfiles de cada miembro de la banda y de su filosofía metalera, aunque con su personaje central ocurre un fenómeno diferente. Cuando se focaliza en sí mismo, el protagonista se vuelve dilatorio, dramático y cargado a las imágenes oscuras, que intensifican la conmoción y el inconformismo. Otro aspecto destacable, considerando que es un primer libro, es la percepción narrativa; el autor opta por la mirada directa, la descripción sin adornos, rompiendo con todo aquello que suene a sorpresa o secreto, ya que desde un inicio la novela lanza todas sus cartas argumentales sobre la mesa.

Aunque en apariencia la novela parece dedicada al segmento juvenil, el lenguaje más bien formal y las expresiones altisonantes en torno a la muerte, como corresponde al relato de un mito, amplían el rango lector. Rosales consigue exponer un narrador que se vuelve cercano y verosímil, capaz de presentar un interesante registro del conjunto de “metaleros tercermundistas”, barriales, desvinculados de la gran escena metalera. La banda, a fin de cuentas, funciona como una metáfora de comunidad, de microcultura, que intenta rendir tributo y resignificar la muerte como contrapartida a la aplanadora que inevitablemente le pasará el mundo de afuera.


 

 

 

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Crítica Literaria:
"No te ama", de Camila Gutiérrez; "Krumiro", de Pavel Oyarzún Díaz; " La extravía", de Nina Avellaneda; "Sudor", de Alberto Fuguet; "Canciones espectrales", de Christopher Rosales.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 8 de abril al 6 de mayo de 2016