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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 28 de Febrero al 21 de Marzo de 2014
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La bella muerte
Natalia Berbelagua. Emergencia Narrativa, 2013, 111 páginas.
LUN, 28 de febrero de 2014
Atrás ha quedado el humor fácil, el efectismo y la presencia de maqueteadas mujeres sufrientes: en La bella muerte, Natalia Berbelagua ha conseguido superar gran parte de los desaciertos de su primer libro y seguir una ruta algo más definida al configurar un conjunto de narraciones necrofílicas donde conviven el placer y la infelicidad.
Es éste un volumen de relatos donde la muerte es una amenaza que se corporiza en los individuos, conviviendo con éstos, pero no constituye ningún clímax narrativo; los momentos álgidos siempre se dan antes o después de que alguien muere. Así, en “El arte de las sonrisas”, es posible ver una historia cercana al policial psicológico, protagonizado por una mujer que adquiere el hábito de atisbar a su vecino. El énfasis está en el proceso obsesivo que ella experimenta respecto al anciano del departamento contiguo, situación que logra contrarrestar el peso que tendrá un desenlace inevitable.
Todos los personajes del libro parecen estar atrapados en lógicas de control y vigilancia, y aun cuando el persecutor por excelencia es la muerte, diversos sujetos asumen un rol similar. En especial son las mujeres a quienes corresponde la oscura función de mediadoras de la muerte. Un caso extremo es “La bella muerte”, donde se establece un vínculo entre el amor y el dominio físico extremo. Protagonizado por una mujer que utiliza y ejerce la violencia hacia lo masculino como parte de su plan amoroso, el relato expone el proceso interno de una psicópata que ve marcas de su amor en cada hueso roto, cada magulladura de su amante.
Los cuentos en torno a familiares acosados por la muerte conforman una zona especial dentro del conjunto, ya que se caracterizan por exponer arrebatos sentimentales. Dejando de lado la racionalidad inherente a los personajes de este libro, las pasiones se desatan al momento de ingresar al pequeño universo de las rencillas filiales. En “Última cena”, una mujer narra su relación con la muerte de su abuelo, rematando en un acto de homenaje tribal. Este relato, aunque cansino, incluso ingenuo, experimenta un giro trascendental en su insólito desenlace. Un gran punto para Berbelagua es que generalmente consigue aproximarse con destreza tanto a la suciedad que implica un cuerpo enfermo como a cierta putrefacción que experimentan los seres vivos ante la cercanía de la muerte.
Once epitafios que rinden homenaje a diversos muertos hermanados por haber alcanzado cierto grado de fama cierran el libro: Isidore Lucien Ducasse, Agota Kristof, Jorge Matute Johns o Hans Pozo. Los epitafios resultan prescindibles, ya que desvirtúan el estilo, derivando hacia un discurso apologético rimbombante y simbolista.
Este inquietante volumen de once relatos, a pesar de tener un claro centro organizador, se desequilibra por el forzado encuentro de formatos diversos y lejanos en su funcionalidad, lo que perjudica lo que pudo ser una llamativa apuesta y un paso mayor en la configuración del estilo de Berbelagua. Aunque con evidentes avances, todavía estamos en presencia de una mano que no logra afirmarse y que sigue revelando una cuota demasiado alta de inseguridad discursiva, estilística y estructural, lo que conduce a la toma de decisiones equivocadas.
Piel de gallina
Claudio Maldonado. Ediciones Inubicalistas, 2013, 170 páginas.
LUN, 7 de marzo de 2014
“Coco, coooo, pia, pia, pia, piapiapiapiaaaaa, coooo, cooooooo”, “piaaa-aaaaaaaa, co, cooooo, cooocooooccco”, “¡¡Cooooooooo!! ¡¡Coooooooooooooooooaaa-aaaaa!!”, expresan los pollos que tienen un rol central en esta novela de Claudio Maldonado. Piel de gallina es una fatigosa y precaria alegoría, no sólo por su blandengue anécdota, sino por su debilidad crítica y desnutrición estructural.
Maldonado no encontró nada más original que organizar su relato en torno a la figura de un profesor cuya principal característica es la mediocridad. Lizardo Melgarejo tiene cincuenta años, arrastra una larga carrera en un colegio público provinciano y su mayor deseo es jubilarse. El personaje no es nada más que un compendio remasticado de características negativas, sacador de vuelta, falto de carácter, amargado y limitado intelectualmente, ya que incluso se dedicó a la pedagogía porque no le dio la cabeza para más.
Lizardo sufre un accidente y queda en estado de coma. En esta circunstancia transita –al modo de una pesadilla– hacia un mundo infernal. Para regresar al mundo de los vivos, es obligado a desempeñarse como profesor durante una semana en un colegio de pollos que serán faenados para el consumo de los humanos. El mayor problema es que la confrontación de los dos mundos no sirve para nada, debido a la incapacidad para construir puntos de calce y distanciamientos; todo es tan obvio que vale la pena preguntarse para qué se hizo el esfuerzo de construir un mundo paralelo tan parecido al “real”.
Desprovisto de un desarrollo interesante, el volumen cae en un exagerado descriptivismo. En no más de veinte páginas, el autor concentra los elementos centrales de su historia, para luego atosigar con personajes que rellenan la anécdota. Los monólogos del protagonista, por su parte, carecen de toda profundidad, se centran en problemáticas insulsas y exponen un lenguaje pueril, con un mínimo valor literario. Qué decir de los diálogos, pretendidamente crípticos, que se caen a pedazos, ya que apenas constituyen un intercambio de enunciados torpes e inconducentes.
Y si la salida a tanto desacierto pudo haber sido el humor, nos encontramos sólo con enormes segmentos dedicados a construir un forzoso anecdotario extravagante y prescindible. Así resulta ser el caso del encuentro del protagonista con una mosca que se alimenta de caca y que está enamorada de la cocinera, o el diálogo del profesor con un militar convertido en virgen, quien, vestida de novia, tiene un orificio en el pecho debido a que consumió un exceso de leche de burra.
Piel de gallina tiene un mensaje imposible de no comprender; en realidad, habría que tener media neurona para no advertir que los pollos representan a estudiantes que son educados con la finalidad de convertirlos en carne de cañón. Sin embargo, lo anterior no es suficiente para evitar que el libro se hinche de trivialidades en torno a un insustancial protagonista. Haciendo gala de una fantasía mediocre, un conjunto de herramientas literarias tremendamente básicas y una mirada en extremo candorosa, este libro sólo confirma que el autor no tiene ni un dedo –al menos por ahora– para el piano novelístico.
Letradura de la Rara
Virginia Vidal. Ceibo, 2013, 298 páginas.
LUN, 14 de marzo de 2014
Una genealogía de la mujer obrera realiza Virginia Vidal en este magnífico relato. Letradura de la Rara es una novela conmovedora por su profunda configuración de una estirpe de mujeres obreras que comparten su tiempo con la intensa vida familiar, en el contexto de pobreza radical que marcó la primera mitad del siglo XX.
El libro da cuenta de una rigurosa investigación sobre el período, abordando minuciosamente revueltas sociales, terremotos, costumbres, lenguajes y el estilo de vida de la élite en contraposición al mundo de los pobres. Relegadas a conventillos, donde impera un espíritu solidario, enormes masas de desposeídos sobreviven explotados o en la miseria absoluta debido a las altas tasas de cesantía.
Un aspecto tremendamente destacable lo constituye la mirada que la novela sostiene respecto a los pobres y la dura explotación laboral en que transcurren sus vidas. Lo anterior incide en especial en los personajes femeninos, que, viudas o abandonadas por sus parejas, deben criar a sus hijos sin apoyo económico alguno. En estas mujeres no hay lugar para sentimentalismos ni autocuidado; al contrario, se caracterizan por su severidad, rudeza y pragmatismo, volcando toda su afectividad hacia la maternalidad.
Tres personajes de una misma familia protagonizan este volumen: la abuela Marga, su hija Mercedes y la nieta, hija de Mercedes. La narración se aproxima a las dos primeras desde su adscripción al ideario anarquista sin eslóganes ni estridencias, que se materializa en una forma de vida basada en la austeridad, la preocupación por el otro y, en lo fundamental, una imbatible conciencia de clase.
Marga y Mercedes están conscientes de su pobreza, pero se muestran orgullosas de sus oficios y de su lucha cotidiana. Cuando Mercedes tiene una discusión con su “hermano de leche”, con quien compartió nodriza, señala: “Eres de izquierda para tranquilizar la mala conciencia... ¿Qué sabe de clase obrera un revolucionario de hocico y sobaco? Pije de mierda, metido a comunista, eso le dije”.
El despliegue de un pensamiento libertario donde la utopía –a pesar de los constantes apremios– no se manifiesta como un sueño inalcanzable lleva a estas mujeres a torcer una gran determinante del sistema patriarcal: la asignación de roles. Progresivamente, los personajes femeninos que protagonizan la narración se van desentendiendo de su dependencia hacia lo masculino. La tercera generación de esta familia de matriarcas es una joven ávida de conocimientos, a quien le gusta leer y vagabundear por un Santiago nocturno, valorando su autonomía para configurarse un destino mejor que el de sus predecesoras. La educación y el trabajo son las armas que, tal como insistió su madre durante la infancia y adolescencia de la muchacha, le permitirán enfrentar un nuevo orden no sólo individual sino también colectivo.
Virginia Vidal, quien ha dedicado su vida a la escritura literaria y periodística, ha creado una hermosa novela, coherente, sólida en el discurso político y profundamente humana, donde el mundo de la pobreza es mostrado con una dignidad sublime, sin caer en ningún momento en la mitificación. Obreros, matarifes, artesanos, pequeños comerciantes, poetas y luchadores sociales, que se han autoeducado en el orgullo y la intransable seguridad de sus principios, proliferan en estas páginas, donde las mujeres están ubicadas en el centro de una historia de rebeldía y fuerza subversiva.
Operación Betulio
Luis Valenzuela. La Calabaza del Diablo, 2013, 115 páginas.
LUN, 21 de Marzo de 2014
Luis Valenzuela ha venido publicando, cada tres años, su tetralogía constituida hasta hoy por Jueves, La risa del payaso y, ahora,Operación Betulio. Son textos centrados en la caída de la épica, la heroicidad menor, la amistad y la recuperación de la fiesta, donde el alcohol se convierte en un elíxir que permite el acceso a una felicidad que oscila entre el frenesí y la tristeza.
El detonante de esta nueva novela de Valenzuela es el viaje que el boliviano Betulio emprende hacia su país de origen el 13 de diciembre de 2006. Sus amigos Julia y Fresno, de edades indefinidas, deciden ir en su busca realizando una travesía desde Santiago hasta Antofagasta, en un camión conducido por Maturana, donde continuarán el recorrido.
Al igual que en Jueves, en este volumen el registro de fechas y horas condiciona una narración que pareciera surgir precisamente del combate contra la fuerza inmisericorde del tiempo. El relato de Fresno comienza el 25 de diciembre de 2006, explicando motivaciones generales de un viaje que luego será narrado al modo de una bitácora, que se inicia el 26 de diciembre a las 8.33 horas y finaliza a las 22.25 del día siguiente. Fresno configura el trayecto a través de tramos denominados “Panamericana Norte”, “The Party” y “La culpa”. Entre cada uno de esos tramos se intercala por un segmento titulado “M”, centrado en Maturana.
El viaje es el gran tema de este libro, un viaje que implica recuperar el mito grupal, materializado en el reencuentro con Betulio, y el viaje íntimo del narrador. Porque Fresno no sólo persigue el símbolo de la amistad, sino que se debate en un proceso de búsqueda existencial. Fresno es un gran personaje, un tipo configurado desde el fracaso, no sólo por su condición de escritor inédito, sino porque pasa por la vida de forma anónima, opaca, que teme a las fiestas con desconocidos y que sólo logra tener un lugar en su grupo de amigos. Es por ello que el personaje enarbola una sinuosa teoría en torno a la ética de la amistad, a la noción de pertenencia sustentada en códigos de confianza extrema, donde los largos silencios dejan de incomodar, donde se puede palpar la solidaridad, “tener una entrega hacia el otro”, y fundamentalmente “Ver en cada encuentro una posibilidad de celebrar”.
Maturana es el otro gran personaje de esta breve pero profunda novela de carreteras que se abre con un epígrafe de Perdita Durango, de Barry Gifford, el cual debería leerse como una señal de alerta, ya que esto no es un desenfrenado viaje a lo Gifford. Operación Betulio anula la acción y privilegia la simbólica de sus desamparados personajes. Así sucede con la figura de Maturana, un tipo parco, ensimismado, que no deja de oír rancheras y el programa de “Pablito Aguilera”. Los segmentos en que Maturana es sólo M nos aproximan a su soledad, a su falta de expectativas, mostrándose a tal punto desarraigado que sólo adquiere verdadera consistencia en la cabina de su vehículo.
Operación Betulio opta por la cadencia de los silencios, las frases entrecortadas y una reflexividad que se expulsa desde una temporalidad quebrada. La timidez y los equívocos del protagonista dejan entrever un estilo de vida sostenido en el fracaso y el conformismo asumidos como valores anacrónicos, incrustados en una existencia que se alimenta de los rastrojos de lo que ha sido la caída de una modernidad, que parece haber dejado, como único sitio de sobrevivencia, lo menor.