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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 4 de marzo al 1 de abril de 2016



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Cuartos oscuros
Jorge Marchant Lazcano. Tajamar, 2015, 238 páginas.
LUN, 4 de Marzo de 2016

No hay términos medios para el protagonista de esta novela, un escritor chileno que emigra a Estados Unidos cuando siente que ha tocado fondo, porque ya no tiene más que perder o alcanzar. Si bien el viaje, el cambio de vida, de sociedad, no detienen su derrota, el deseo no merma. De todas las novelas de Jorge Marchant Lazcano, ésta es la más intensa y violenta en la denuncia de formas de segregación, pero también la más apasionada en la defensa del erotismo como última energía vital.

Mediante una prosa activa, la narración opta por ensuciar la realidad, conjugando el carácter intimista con el thriller metafísico. El autor se ubica en la orilla del desgarro, privilegiando el transcurso interno de su personaje y su discurrir en torno al desgaste del cuerpo, específicamente viejo, masculino, enfermo, que ha dejado atrás la seducción, pero que aún mantiene vivo el deseo.

Es así como desde una primera persona surge la torturada voz del protagonista, un tipo ultra consciente de lo que representa y que no tiene conmiseración por sí mismo ni menos por los marginales que lo rodean. Por eso, es usual que en su discurso fluya la antipatía y la displicencia, rasgos tan propios de la clase media chilena, cuando le toca relacionarse con latinos, emigrantes o afroamericanos. Su desprecio social, al igual que su arribismo, lo vuelven detestable, odioso, aunque verosímil en sus prejuicios y contradicciones.

Tras vender todos sus bienes en Chile, el solitario personaje, amante de Dashiell Hammett y Manuel Puig, narradores que se vuelven parte esencial de la novela, se instala en Harlem. Allí arrienda una escuálida habitación en la casa de una familia colombiana con la que apenas cruza palabras. Al borde de la mendicidad, asiste todos los días a un comedor gratuito para homosexuales enfermos y cada tanto al servicio médico, también estatal, debido a que tiene VIH. Luego se encierra en su habitación a escribir o se dedica a recorrer las calles que conociera en su juventud ochentera. Esta secuencia se rompe cuando conoce a un ciego que asiste al comedor gratuito, personaje que materializa la necesidad de arraigo que poco a poco surge en el protagonista.

El escritor es un hombre al borde de la ancianidad, desgastado por su enfermedad; sin embargo, el deseo sexual, tal como el personaje lo percibe, es lo único que le otorga vida; se masturba y anhela tener sexo con aquellos seres que la sociedad desecha. Por lo mismo, un aspecto fundamental en este libro es el tratamiento de la vejez.

Nuestra sociedad denomina como “abuelito” o “abuelita” a todo aquel que se acerca a la sesentena, infantilizándolo, condenándolo con ese ridículo apelativo al banco de plaza o a escuchar la Nueva Ola. Por eso la representación de la vejez que hace Marchant Lazcano se vuelve tan potente. No hay nada de dulce o tierno en estos viejos, sólo deseo, particularmente sexual, y una disposición transgresora constante.

Marchant Lazcano explora con desenvoltura en la homosexualidad burguesa y su tránsito hacia la marginalidad, desplegando un discurso punzante, doloroso y obsceno.

Cuartos oscuros es una novela contundente en sus denuncias, donde la exclusión y la derrota son abordadas con virulencia, eliminando cualquier tono compasivo y mirada benevolente.

 

 

 

El ciego y los tuertos
Braulio Fernández Biggs. DscnTxt Editores, 2015, 119 páginas.
LUN, 11 de marzo de 2016

Al modo de un ejercicio de estilo escribe Braulio Fernández Biggs, apropiándose de intertextualidades de alta cultura, desplegando variados formatos narrativos y líricos por medio de un lenguaje depurado, elementos que en su conjunto demuestran estar al servicio de un proyecto estético definido que bien vale considerar.

Los catorce relatos de El ciego y los tuertos por lo general se concentran en personajes angustiados por la religión, la costumbre o las pasiones. Mediante una formulación que privilegia la concisión, el ritmo descriptivo y el desmontaje de las secuencialidades, se rompe con la cronología y la causalidad de la anécdota. Esto último se impone con tal fuerza que el volumen íntegro puede leerse a partir de la tensión entre el fragmento, la unidad y la multiplicidad de voces. Cuatro segmentos, de los catorce que conforman el libro, logran con eficacia ocultar sus ejes, al desanclar los elementos vinculantes que los convertirían en una sola historia. Ocupando diversas posiciones, surgen tres relatos y un poema, “Tiresias”, “Omphalus”, “Berthe” y “El poema de Moss”, que plantean una perspectiva diferente respecto a una tragedia de amor y muerte. Esta construcción modular de la historia es protagonizada por Berthe, Moss y Lou, personajes aterrados, fantasmales, descoordinados en sus acciones, condenados a la catástrofe e imposibilitados de cambiar algo así como un sino.

La ejecución dramática de los textos señalados, más la cuidada escritura y técnica narrativa, la convierten en un terreno particular dentro del libro. Estos cuatro segmentos perfectamente podrían haber constituido una nouvelle impecable. Sin embargo, en los diez textos restantes se atenúan el tono trágico y la tensión dramática lograda, abocándose al equilibrio y la templanza. Surgen así historias cotidianas, sostenidas en la armonía familiar, donde reina el tono indulgente. Es en estos relatos, cuando el protagonista expresa felicidad, donde se desequilibra el volumen.

Literatura y felicidad pocas veces dan buenos resultados y ésta no es precisamente la ocasión donde se revierte el tópico. En “La guerra de las mariposas”, un padre relata el orgullo que siente por su pequeño hijo; mientras que en “Soneto 20” un marido describe unas agradables vacaciones con su mujer en Buenos Aires como un breve remanso que interrumpe y da aire a la vida hogareña. En “Miami Dade”, por su parte, nuevamente la nostalgia cubre al narrador, quien recuerda un viaje a Miami, marcado por una placentera vida social y gratas sensaciones de la rutina vacacional. Solo “Calendas” consigue abordar con mayor fuerza el tedio del protagonista, un hombre casado, ante la reiteración de la rutina familiar.

Fernández Biggs utiliza una poderosa batería de referentes –Joyce, Shakespeare, Eliot– al modo de un ejercicio de apropiación y traducción. Favorablemente su escritura clasicista consigue trasuntar zonas impuras, oscuridades que sus personajes temen siquiera nombrar, con lo que evita caer en el foso del purismo irritante. Sería interesante ver si algunos de sus relatos lograrían sostenerse fuera de la Catedral de Worcester o Fort Royal, dejando de llamar criadas a las asesoras domésticas o Frank, Chaveski o Linda a sus personajes. Por el momento, El ciego y los tuertos se constituye como un libro experimental bastante llamativo en su globalidad.

 

 

Manual para robar en el supermercado
Daniel Hidalgo. Hueders, 2015, 188 páginas.
LUN, 18 de marzo de 2016

Año 2011: Daniel Hidalgo publica Canciones punk para señoritas autodestructivas, relatos sobre la marginalidad con una prosa dura y una mirada cargada de violencia. Año 2015: Daniel Hidalgo publica esta novela y, aunque mantiene algunas temáticas de su anterior obra, cambia de estilo, lenguaje y punto de vista: Manual para robar en el supermercado es un libro blando, amoroso, dulce y tierno, ajeno a cualquier propósito contracultural, que funciona como una fábula de integración social donde lo más intenso es el permanente escarnio de los idearios antisistémicos.

Al protagonista le dicen Manu, por Manuel, y es un joven de clase media que vive con sus padres en un cerro de Valparaíso, lugar calificado con orgullo como infierno, uno de los grandes tópicos de los últimos narradores porteños. A Manu le gusta dibujar, escuchar punk y vestirse ad hoc, con tal rigor que pasa a ser un punk fashion, para quien la imagen es todo. La novela deja en claro que para Manu ser punk es parte de una etapa adolescente, fuertemente marcada por el valor exhibitivo, o sea, no es más que un posero redomado. Así, su aspecto ideológico pasa a ocupar un lugar tan secundario que apenas se cambia de ropa y peinado se acaba el punk y comienza el éxito.

Mediante una estructura simple, lineal, ordenada en su secuencialidad, el chico solitario cuenta sus gustos musicales, costumbres y anécdotas sobre sus compañeros de curso. Sin embargo, el volumen es capturado por una chorrada sentimental. Al comienzo, el mayor pesar del personaje es la falta de una chica a quien amar; luego, cuando la encuentra, se dedicará a lloriquear por los entuertos que le traerá el romance.

Ella es Lucía pero le dicen Lucy, una chica rematadamente punk. Vestida de acuerdo a las circunstancias, anoréxica, se autolesiona con pequeños tajos, roba en supermercados y vive en una casa okupa. Si bien Manu al principio de la relación ya había manifestado un interés poco evolucionado por el historial sexual de Lucía, el intenso amor dura hasta que ella es infiel, momento en el cual Manu deja lo contracultural de lado y se muestra misógino y celópata.

Uno de los grandes problemas de esta escritura es la intención de construir, por sobre todo, una anécdota que entretenga, que corra facilita, desdramatizada, donde reinen el chiste fácil, la reflexión adelgazada y una mirada banal sobre la adolescencia. En lo formal, la prosa se atasca al limitarse a la frase pragmática y al intento de aproximar al lector por medio del coloquialismo. A ello hay que sumar la apropiación de una retórica romántica decimonónica que aliviana el discurso de los personajes y los convierte en caricaturas. En cuanto a imágenes, la debilidad es de tono mayor, ya que no hay ni una que logre algo de lirismo, sea sublime o sucio. Además, la falta de control programático es total: hay improvisación, no mixtura, al momento de optar por la comedia o la tragedia o de mitificar o ridiculizar a Manu.

Hidalgo opta por un mensaje conservador, dedicado a iluminar a padres confundidos a través de un discurso que aconseja paciencia, porque la rebeldía es cosa de adolescentes. Es éste un libro edificante que enseña que, al final, sólo hay que obedecer y retomar la normalidad, la configuración por defecto, que según Foster Wallace está“enraizada en nuestro ser desde que nacemos”.

 

 


Italia 90
Juan Manuel Silva. La Calabaza del Diablo, 2015, 109 páginas.
LUN, 25 de marzo de 2017

La precisión del verso y cierta pulcritud en el lenguaje han caracterizado la escritura poética de Juan Manuel Silva; sin embargo, al momento de ingresar el autor a la narrativa con este libro, realiza un giro sorpresivo hacia una estructuración rudimentaria y una prosa tosca y descuidada.

En términos históricos, las narraciones sobre el mundo futbolero han tenido poquísimo eco entre los escritores chilenos. Por ello, de entrada, una novela sobre un Mundial, sumada al concepto de derrota histórica permanente, resulta una propuesta llamativa. En Italia 90, Silva intenta establecer un contrapunto entre la derrota deportiva y la derrota de un individuo; pero la propuesta se descompensa, ya que el fútbol pasa a ocupar un lugar muy secundario ante la enorme cadena de fracasos del protagonista.

Así, el Mundial del 90 pasa a ser nada más que un marco fosilizado, un lugar adonde el personaje central vuelve constantemente, recordando siempre un mismo hecho, la destrucción de su álbum con láminas de futbolistas por parte de la madre en uno de sus tantos arrebatos maritales. Es relevante el significado que esta escena tiene para el protagonista, no sólo porque expone su visión de un femenino castrador, sino también su verdadero interés por el fútbol. La colección releva el regreso incesante a una imagen fija. Es precisamente ésa la mirada del narrador a su pasado: una imagen quieta y repetitiva, el punto de vista que condiciona la totalidad de la novela.

Pero este volumen también trae autoficción, ya que el personaje en cuestión se llama Juan Manuel Silva, aunque no se advierte la utilidad de este recurso, más allá de la necesidad de autodenunciarse (o incluso vanagloriarse) respecto de un buen número de excesos y miserias vividas por el autor-protagonista. Y si bien es cierto que la derrota es el tema central, el fracaso del personaje no logra convencer, ya que sus niveles de reflexión se sostienen en la superficie de los hechos y sensaciones adheridas a la pérdida. Esto implica acudir a una puesta en escena típica del fracasado, que ya parece norma en el narrador chileno, y que pasa en lo esencial por insistir en caracterizar al personaje central como un tremendo consumidor de drogas y alcohol, ingestas que generalmente no van asociadas ni a liberalismo ni a subversión ideológica.

Como para matizar el realismo, en el momento preciso en que la narración se cierra sobre sí misma, Silva interviene el relato con el registro fantástico. Aparece así el doble del protagonista, cuya principal función es culparlo de arruinar la existencia familiar e insistir en aquello que se ha dicho hasta el cansancio: que este poeta, porque el Silva personaje también escribe versos, no es más que un triste perdedor, incapaz de superar su mediocridad. Todo parece indicar que, al contrario de lo que se había dicho, estábamos frente a un personaje inofensivo, cuyo mayor pesar es haber derrochado la oportunidad de ser provechoso para sus papis.

Italia 90 es una novela que se orienta a la desacralización del triunfalismo, que levanta a un personaje extraviado para luego dejarlo a la deriva, situación que, si bien pudo resultar atractiva, termina perdiéndose en una discursividad monotemática. A Juan Manuel, el protagonista, le sobran méritos para expresar carencias, pero su discurso se vuelve reiterativo, falto de eje, redundante en desbordes emocionales infantilizados y desprovistos de mayor interés.

 

 

Si te vieras con mis ojos
Carlos Franz. Alfaguara, 2015, 369 páginas.
LUN, 1 de abril de 2016

Una mujer de la élite chilena, intelectual, intensa, casada y atrapada por un siglo XIX provinciano fue Carmen Arriagada (1807-1900), quien vivió un tormentoso y largo romance con el pintor alemán Johann Moritz Rugendas. Esta relación sirve de base a Carlos Franz en Si te vieras con mis ojos, novela donde, por desgracia, el autor no pudo ir más allá de reeditar la imagen que ha rondado desde siempre a las mujeres que exceden las normas.

El relato, que cubre los años 1834 a 1900, tiene cuatro extensas secciones, enmarcadas por un narrador en segunda persona que permite el surgimiento de las voces directas de Carmen Lisperguer de Gutiérrez y Rugendas. Si embargo, en términos de voz, Carmen cumple durante la mayor parte del volumen una función acotacional, pues el foco del discurso es más bien el de Rugendas. Esta diversidad de voces podría haber funcionado como un intento por complejizar los puntos de vista, agregando nuevas perspectivas, pero el devenir sentimental de la trama lo impide. La razón principal de la falta de matices es el sometimiento de la protagonista al amor romántico. La mujer, así, es llevada a una situación extrema donde anula su diferencia, para responder por completo a la construcción masculina.

Cada una de las etapas de la relación amorosa es narrada con extremo detallismo y siguiendo una ruta cronológica. El único quiebre se refiere al encuentro en Inglaterra entre el artista y nada menos que Darwin, veinte años después de haber vivido una intensa aventura en Chile. En realidad el libro desperdicia la figura de Darwin no sólo como notable científico, sino también por no haber podido usarlo como contrapunto racionalista del romántico y apasionado Rugendas. La debilidad discursiva de ambos personajes es extraordinaria: ni una buena conversación, nada que pudiera darles algo de espesor.

Franz convierte la novela en un artefacto decimonónico en lo que respecta a su ideario. Creyendo salvar la mirada estandarizada respecto a la mujer, la narración incluye constantes escenas eróticas donde la protagonista es muy activa. El liberalismo sexual de Carmen no es más que la confirmación de la mirada sexista que considera al personaje, en tanto mujer, un receptáculo de pasiones y afectos. Por el contrario, el relato exalta la masculinidad arriesgando matices en su configuración que, aunque no hayan sido bien tratados, dan cuenta de individualidades amplias y diversas en sus intereses.

Llama la atención que Franz, uno de los autores chilenos más preocupados por la formalidad y la seriedad en lo que a escritura se refiere, explore algunas zonas de humor por medio de cierta picantería sexual con chistecitos referidos al pene de Rugendas (“morito”) o al del científico (“Darwin lo tiene tan largo como su picoroco”).

El académico Leonidas Morales señala, en su impecable libro Cartas de amor y sujeto femenino en Chile, que los textos históricos nacionales reducen a la demencia a las mujeres que desoyen las convenciones sociales. Carlos Franz, a pesar de todas las libertades que se toma, sigue esta tradición, dando lugar a una propuesta retrógrada en sus bases intelectuales, que resuelve la trama de crisis existencial recurriendo a la locura. Con ello, no hace más que acelerar de un paraguazo el desenlace, justificando la estructura utilizada y el objetivo último de su protagonista. Lo que, pese a todo, se termina por agradecer.


 

 

 

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"Cuartos oscuros", de Jorge Marchant Lazcano; "El ciego y los tuertos", de Braulio Fernández Biggs; "Manual para robar en el supermercado", Daniel Hidalgo; "Italia 90", de Juan Manuel Silva; "Si te vieras con mis ojos", de Carlos Franz.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 4 de marzo al 1 de abril de 2016