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Entre el silencio y la estridencia[1]
Por Patricia Espinosa H.
Publicado en Pterodáctilo, N°3.
University of Texas at Austin (undated)
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A Carlos Olivarez
Roberto Bolaño irrumpe en la literatura chilena como un enajenado. Una bestia que produce y produce textos notables, que se mueve entre la poesía y la narrativa, una máquina de ficciones, donde compitiendo consigo mismo cada obra parecería superar a la anterior. Antes de 1996, antes de La literatura nazi en América, su presencia en nuestro país[1] era definitivamente escasa. Por eso que en principio este libro[1] podría leerse como un homenaje apresurado. Pero no es un homenaje. Aunque sí bien podría serlo, cuando pienso en el entusiasmo desbordante de mis alumnos en cada uno de los cursos de literatura que he dictado los últimos cuatro años. Entusiasmo que obviamente comparto. Entonces sí, digamos también que es posible leer este texto como un homenaje aun a costa del posible desprestigio. Los altares literarios se han sobre poblado tanto que se derrumban a cada rato bajo el peso de los egos, los premios, las traducciones infinitas, la presencia en los medios, las superventas o la marginalidad elitista. Por ello, los agentes culturo/mercantiles continuamente tienen que volver a levantar esos altares/estrategias de venta. No, no vamos a poner a Bolaño en ningún altar.
Resulta principalmente una incógnita este personaje que escribe desgajado del ambiente camarillesco nacional y que parece renunciar y a la vez asumir de un modo particular su condición de latinoamericaneidad deslocalizada. Mítico se ha vuelto ya su artículo en la revista Ajoblanco en torno a la visita realizada al hogar de la connotada escritora Diamela Eltit. A partir de entonces y mediante opiniones en la prensa, escupe al establishment literario nativo ganando con ello no sólo fama de bocón sino de divo. Consecuencia: una especie de pacto tácito para ignorarlo desde diestra y siniestra, además de cierto sector ex deconstructivo y hoy post-post deconstructivo. Esta actitud se acrecienta con la publicación de Nocturno de Chile (2000) texto en el que se dialoga con la omnipotente figura del crítico literario más renombrado de la Era Pinochet y cuya recepción crítica llama la atención por lo mezquina.
Entonces, la idea fue gestar simplemente un encuentro en torno a sus libros y no una retahíla de empalagosas lisonjas. Pensé el libro a partir de la idea del "recorte", eliminando de plano cualquier posible filiación de aroma antológico.
Realicé de tal manera, una convocatoria lo más amplia posible, eludiendo ejercer el "legítimo" derecho al autoritarismo que impone siempre el hacer crítico. Acostumbrados a un campo cultural donde cada persona que tiene una cuota de poder lo ejerce con violencia segmentadora, decidí hacer un gesto obviamente retrógrado. La idea ha sido invitar, incluso a los supuestos ‘enemigos’ de Bolaño, y exponer sus escrituras a la confrontación. No resulta casual, en todo caso, que un importante número de narradores y críticos chilenos se haya negado a participar bajo mil y a veces entendibles excusas. Gestos que sin duda revelan una miopía extrema, pero cuyas causas profundas tienen mucho que ver con el estado actual del quehacer crítico. La convocatoria, muestra o recorte nos enfrenta a un pequeño espectro de aproximaciones críticas que van desde el nunca bien ponderado impresionismo, pasando por el estructuralismo, su renovación post y, por supuesto, el cruce con las fractalidades que impone el rizoma. Así, se hacen presentes enfoques metodológicos casi nunca puros, la mayor parte de las veces cruzados, dando cuenta de una interacción teórica que siente como deber el eliminar la definición o, en su defecto, el postergarla indefinidamente. ¿Sería posible asimilarnos pulcramente a una historia que asuma la postcrítica o el postestructuralismo? Más importante que eso resulta constatar que el hacer crítico desde Latinoamérica intenta operar a partir del desmontaje, la perlaboración, la construcción o rearmazón de lugares excéntricos y periféricos que permitan reabordar tanto los metatextos como la producción literaria, ambos en crisis frente a la irrupción tematizada de recursos devenidos de los mass media.
En Chile nos hemos acostumbrado al monólogo y al silencio, las más consolidadas formas de marginación. El principal método de censura hoy en día, es la exclusión por medio del silenciamiento o la neutralización de los discursos contrarios. En cada Congreso Literario, por ejemplo, se pone una y otra vez en ejercicio la maquinaria de la indiferencia. Los borregos leen y leen aun cuando nadie parece escuchar, hasta que viene el café y comienza el pelambre de pasillo, el ninguneo que evita cualquier exposición pública, dejando lugar a la poderosa voz baja, la pequeña traición en medio de una semisonrisa entre "colegas": monólogo a varias voces dado por la uniformidad de criterios entre los cómplices. El horror a la frontalidad, más el discurso desviado, el silencio desconfiado ante lo que descoloca: herencias de la dictadura que la "intelligentzia" chilena ha internalizado de forma atroz. Los textos críticos no convocan al diálogo. Se trata solamente de escenificar o espectacularizar un debate por medio de la exposición de textos, eliminando el grado dos: es decir, la crítica de la crítica. Este fenómeno abarca gran parte del ámbito cultural nacional. Resulta decidor que desde las artes visuales y el periodismo cultural la estridencia esté ganando cada vez más adeptos. Así se ‘descubre’ la trata de blancas llevada a cabo por Matilde Urrutia, el lesbianismo de la Mistral o las perversiones de Adolfo Couve, además surgen obras que desmitifican a los "padres" de la patria, se exponen animales taxidermizados intervenidos con banderas chilenas, autorretratos desnudos de una chica de la high society y hasta la performance de una casa de vidrio que reproduce los ritos del habitar cotidiano a una multitud callejera ansiosa por ver –en vivo y en directo– el duchazo mañanero de la protagonista, sin contar que hace un tiempo un gran número de poetas fueron paseados en un barco de la propia Armada por las costas chilenas. El estridentismo actual, no ese movimiento de vanguardia mexicano al cual, desde otro registro, también perteneció la poeta Cesárea Tinajeros de Los detectives salvajes (1998), se ha vuelto el mecanismo más eficaz para llamar la atención ¿sólo para alcanzar los codiciados quince minutos de fama? A veces sí, pero también debemos pensar que en cada sector se impone ese gigantesco muro de silencio que va generando desesperados intentos por llamar la atención o por concitar –en definitiva– a la tan esquiva crítica. Así silencio, monólogo y estridencia son las figuras que dominan el campo cultural en la actualidad. De ahí el apresurarnos a debatir la obra de Bolaño, antes que sobre él caiga la sombra de indiferencia que cubrió a Emar, Teillier, Linh, y a tantos otros cuya memoria pervive a duras penas.
Acerca de la posible extinción de la crítica literaria
En términos de crítica y debate, la prensa desempeña hoy un rol central, y es precisamente en este espacio donde se visibiliza toda nueva producción literaria; material que a largo plazo nutre al ámbito académico. Creí necesario recuperar la función crítica, recoger escrituras cuyos tonos, paradigmas, recurrencias, desvíos y contradicciones nos permitan advertir cómo se articula hoy la crítica y desde dónde y cómo se lee a Bolaño. Pero también la idea del libro surge pegada a la idea de visibilización de una nueva formación (entiéndase "formación" a la Raymond Williams y no "generación") de críticos literarios, demostrarles a quienes con una mueca de asco se niegan a reconocer las mutaciones, las transiciones, la multiplicidad. En su conjunto este libro nos enfrenta a un territorio en constante desestabilización, un espacio crítico que lee a partir de un único eje común: el entusiasmo por Bolaño.
La dictadura (1973-1990), entre muchos otros males, produjo una crisis epistemológica que solo con la llegada de la democracia logró percibirse en su total cabalidad. El caso particular de la narrativa y la crítica constituyen zonas especialmente devastadas por la represión impuesta en el período militar. La narrativa optó por ligarse a la problemática de la denuncia, adoptando estrategias donde lo cifrado y simbólico constituyen la herramienta más eficaz ante la censura previa determinada por la Comandancia en Jefe. La política dictatorial impulsó la despolitización, la banalización de los massmedia, el individualismo, el temor al otro, la uniformidad de pensamiento y, por ende, la erradicación de toda crítica.
La llegada democrática generó expectativas de renovación. Sin embargo periódicos y revistas que ayudaron a la nueva democracia, terminaron cerrándose sin apoyo alguno. Más aun, en doce años de Concertación han surgido muy pocos medios que permitan asegurar una tribuna de apertura crítica, además ninguno de ellos ha logrado cambiar el panorama hegemónico impuesto por los dos grandes conglomerados periodísticos ligados al conservadurismo.
El ámbito académico, por su parte, se ha orientado, en general, hacia una burocracia investigativa y la no renovación curricular. Se publica para la pequeña comunidad académica, se asiste a cuanto Congreso literario se ofrezca en USA y se reiteran marcos teóricos estructuralistas levemente rizomatizados. En las escuelas de literatura opera no solo el tardío interés por los objetos literarios contingentes sino que, además, hay un fuerte inmanentismo analítico. Es decir, una generalizada tendencia a percibir la literatura y lo literario como áreas autónomas y no vinculadas con ideología, política, filosofía, historia, etc. El intraexilio de los académicos, punto de engorde según Douglas Coupland, los lleva a una vida intelectual retirada del mundanal ruido. Y si en dictadura existía la voluntad de ocupar los massmedia como plataforma de lucha, actualmente rige un desprecio absoluto por instalar escrituras en espacios poco legitimados o ligados a la "baja cultura". Muchos intelectuales de "avanzada" solo transan con la masa publicando en un par de revistas "culturales" o en páginas web. El academicismo es en nuestro país un filtro para cualquier posición intelectual subalterna, ya que sustenta criterios de canonización privados tanto o más dañinos que los ejercidos por la canonización inmediata y pública que impone la prensa. Además, la escasez de oportunidades para formar parte de la élite académica se contrarresta con pequeñas migajas como el título vitalicio de ayudante de cátedra, la nota o reseña al final de las publicaciones oficiales o la contratación de un anónimo estudiante-investigador. El estudiante, magíster o doctor en literatura conforman un gigantesco batallón de jóvenes envejecidos, expectantes y siempre dispuestos. La fosilización del academicismo permite que el debate literario se traslade a los medios masivos, donde el mercado se impone.
La crítica literaria en medios de comunicación de masas, no presenta un panorama más promisorio, ya que la mayor parte de ella adquiere la fisonomía de una paráfrasis o resumen del texto original. Actualmente la crítica en medios, impone el subjetivismo del crítico, su reacción particular frente al texto desde lo emotivo o pasional. La impresión es el punto de partida y llegada para explicar la obra a partir de generalidades en torno a su anécdota, uniendo siempre el texto-fuente con la biografía del autor. La crítica se ha vuelto hoy, tal como alguna vez señalara Alone, una exhibición del perfil de un individuo, de su amor o cólera frente a un libro. Pero esto no es solo un problema de formato que los medios quieren imponer, sino que es un reflejo de las incapacidades de los que escriben. Extrañamente quienes tienen formación universitaria han desarrollado una especie de pánico escénico en su mostración de metalenguaje o mirada teórica, se trata de que no se les note el estigma de tener una formación de especialista. Tras cada egresado de literatura que escribe en los medios se puede ver un arrepentimiento, un por qué no estudié periodismo, y una venganza, parecen querer olvidar todo lo que aprendieron en la alguna vez idealizada Facultad. Ciertamente, la seducción que genera un medio pasa por la continua exposición, algo que definitivamente la Academia pocas veces da, y, por tanto, se hace necesario plegarse a sus códigos en términos de formato e ideología. La crítica literaria publicada en medios periodísticos, aparece intervenida por el mercado como entidad canonizadora y legitimadora. Un mercado que actúa no sólo a partir de estrategias superestructurales, en tanto entidad abstracta, sino que como todo poder impone una praxis concreta, verificable en el editor/director que recuerda los compromisos publicitarios o políticos y el público objetivo a quien está dirigido el medio. Seamos enfáticos, el mercado o el flujo comercial de los libros, requieren de la eliminación del crítico. El crítico no es más que una opacidad que necesariamente debe ser sustituida por el mediador literario, el sujeto que se dedica a sintetizar el libro y dar unos brochazos de valoración a partir de algunas frases golpeadoras.
¿Podríamos afirmar entonces que vivimos un proceso de virtual desaparición de la crítica literaria y por ende, del sujeto crítico? Desde el punto de vista de las demandas/deseos del mercado sí, ya que este solo requiere de un propagandista. Pero, sin duda, tal amenaza no sólo deviene del mercado. También deben tenerse en cuenta el currículo universitario, la pasividad, la burocratización del trabajo académico, la lentitud en la readecuación de los modelos teóricos para enfrentar realidades nuevas, y la falta de sitios donde ejercer la crítica literaria sin censura.
La última de nuestras utopías, de algún modo, se convierte en un saldar las cuentas pendientes. Creo que estamos en un proceso de metamorfosis, o mejor dicho de mutaciones, que implican que la crítica sea reemplazada o fagocitada por la crónica literaria ascéptica, el mediador de lectura, la reseña que no daña, la entrevista que todo le cree al entrevistado, la mera información. Aunque sabemos que siempre queda el refugio universitario, el Museo, donde colgar un buen metalenguaje, un tecnolecto capaz de cautivar a un grupo reducido pero fiel y también una técnica, un método que me permita encerrarme y pensar que la ciudad de las letras sigue intacta a pesar de que en ella se haya instalado un shopping.
Reitero que hablar de la crisis de la crítica literaria, pasa por contextualizarla dentro de la crisis nacional en torno a la crítica y a los saberes. Nos enfrentamos a la multidisciplinariedad, a la yuxtaposición de conocimientos, a las narrativas liberadas de las formas tradicionales del cuento y la novela, a la conformación del juicio estético a partir de la lógica de la pantalla. Creo que la actual situación, requeriría de un crítico que analice y lea textos, pero que también sea capaz de ejecutar trayectoriedades culturales. Es decir, que resista y posibilite la resistencia que la literatura y los libros oponen a las dominancias culturales, sin eludir emitir un juicio, sobre la obra y todos los fenómenos que ella concita. Así mismo, la legitimidad de la práctica crítica actual ya no pasa por el medio o soporte. El surgimiento de medios on line, publicaciones alternativas de corta existencia ligadas a lo cultural y pequeños reductos en prensa diaria constituyen hoy el espacio donde habita la crítica literaria ejercida por un grupo de sujetos que vivió su adolescencia durante la última década pinochetista, formados en la Academia y que sobreviven mediante la docencia o la escritura periodística. Sus textos reciben los influjos teóricos del estructuralismo y el post-estructuralismo, asumen el trabajo mediático desde la mitificación de sus objetos de análisis y desde la ideología del soporte escrito. Abordando lo literario a partir de la incorporación de subjetividades que retoman el hilo impresionista decimonónico, cuestionan además, profundamente el elitismo que segrega la incorporación académica, así como las directrices teórico-formales que sustentan el hacer crítico que ésta impone. Discursividad que, en su mayoría, los lleva a mantener una doble militancia: entre la academia y los medios; entre la visibilidad y la desaparición. En términos de formato la reciente formación de críticos alega por desafiliarse de la convención hermenéutico-estructural intentando virar hacia lo que podría denominarse la crónica literaria. Texto que dialoga fuertemente con el registro periodístico y que a ratos hasta puede entrar tenuemente a intersectarse con otras disciplinas, para así volver luego al objeto primero, la literatura, el libro. Estamos en una etapa ni estructuralista, ni deconstructiva, ni culturalista. Más bien, todo ello en una dispersión o ausencia de organicidad que aún no logra perfilarse como algo definitivo.
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Notas
[1] El presente artículo es un fragmento del estudio preliminar del libro Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño. Santiago: Frasis, 2003. Pterodáctilo publica el texto editado con el consentimiento de la autora.
[2] Nota del Ed.: Roberto Bolaño y Patricia Espinosa H. son de nacionalidad chilena.
[3] El libro en mención es Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño del que la autora es compiladora.