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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 20 de noviembre al 18 de diciembre de 2020




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Nostalgia de la madre muerta
Federico Zurita Hecht. La Pollera, 2020, 140 páginas.
LUN, 20 de noviembre de 2020

Marcados por una pérdida irreparable, cuatro generaciones de hombres recorren esta novela. Nostalgia de la madre muerta, de Federico Zurita Hecht, es una historia donde los conflictos y crisis de sus personajes derivan de la ausencia materna y de la obsesión por encontrar el modo de restablecer los vínculos post mortem.

La narración pone en escena a un linaje apesadumbrado, conformado por el bisabuelo pintor, su hijo biólogo, el nieto actor y dramaturgo, y finalmente el bisnieto. Todos han vivido la muerte temprana de sus madres y cargan un deseo incomunicable. Además, se criaron con padres distantes y ensimismados. La ausencia de la madre implica una fractura afectiva tan potente que ninguno de ellos logra sobreponerse a ello, conviniéndose en seres mustios y confundidos.

Aun cuando todo este ramillete de personajes tiene voz, destacan las del biólogo y su hijo actor-dramaturgo, quienes tienen más de un rasgo común. Ambos se apasionan con el teatro y creen haber encontrado ahí un lugar donde concretar el encuentro con su progenitora. Su objetivo sería volver al "útero", recuperar el refugio y la seguridad de la etapa de gestación, determinante según ellos para la vida de un ser humano. Sin soporte religioso alguno, estos personajes quedan entregados al delirio, la superstición o la creencia enfermiza en sus intuiciones.

Casi un siglo recorre esta novela, y pese a los enormes procesos históricos que ocurren en el país, los personajes viven confinados en sus pequeños mundos, concentrados en sobreinterpretar la realidad y sus indicios de conexión con los muertos. Y si bien el registro del texto es realista, poco a poco se van agregando pequeños elementos sobrenaturales hasta derivar en un desenlace fantástico que logra instalar la duda respecto a que el nieto haya podido encontrar la puerta para establecer una comunicación con los que no están.

Zurita tiene buenas ideas, en especial la del teatro como una especie de aleph o portal de comunicación interdimensional. Sin embargo, el libro termina por malograrlas al llevarlas a una historia donde las reflexiones de los personajes son prácticamente iguales, no solo en cuanto a tema, sino por el punto de vista. Lo peor es que la insistencia en el ciclo de eterno retorno anula toda expectativa. Quizás uno de los mayores problemas sea la disposición alternada de las voces, que resulta rígida, al igual que los discursos de los personajes. Solo el biólogo consigue en ciertos momentos de esparcimiento social soltar la mano del tono ceremonial y aproximarse a un habla menos almidonada.

Además, hacia el final del texto se instala un tema que parece engullirse todo lo narrado. Se trata del teatro expuesto al modo de una teoría que lo convierte en un arte privilegiado, lo cual cambia el eje del libro, pues relega la búsqueda de conexión con la madre, privilegiando la extraordinaria potencialidad de la obra teatral. A estos vaivenes de la novela, que revelan inseguridad en el proyecto narrativo, hay que agregar la majadera intención de victimizar lo masculino e idealizar lo femenino.

Nostalgia de la madre muerta posee un carácter extraño. Aborda un tema culturalmente cargado de emotividad, pero no hay un solo momento donde sea posible conmoverse, lo que se debe a la evidente intención de elaborar una novela de tesis, es decir, probar una idea, más que hurgar con intensidad en algo tan enorme, y casi siempre terrible, como la muerte de la madre.


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"Nostalgia de la madre muerta" es la tercera incursión narrativa de Federico Zurita Hecht, tras "El asalto al universo" y "Lo insondable". Nacido en Ancaen 1973, el autor también ha escrito varias obras dramáticas y ejercido la crítica teatral.

 

 


Detector de metales
Carmen Duarte. Emecé, 2020, 114 páginas.
LUN, 27 de noviembre de 2020

Esta es una novela más de las que siguen el camino fácil, reuniendo música, rebeldía, sexo, alcohol y drogas. Pero, pese a todo, sus personajes son moderados, incluso en su romanticismo, obedientes al tópico de la juventud perdida, ocupada sin más en mirarse el ombligo.

La narración se organiza en una serie de capítulos que remiten a lugares de Viña del Mar, Valparaíso, Suecia y Noruega, por donde circulan Mónica y Ramón, que son pareja, durante el 2002. Las voces directas de ambos son alternadas con la de una tercera persona, la que no funciona, pues su mirada externa no logra diferenciarse de las de los protagonistas.

Los primeros personajes son construidos como inadaptados y provienen de familias donde los ignoran. Ramón tiene una enfermedad sensitiva, no puede oler —dato que no tiene utilidad alguna—, y es fanático del metal, en particular de origen sueco, de donde provienen sus ancestros. Mónica, cuya madre es una hippie adinerada, se viste de manera desmadejada y actúa con impostada violencia.

Los dos pretenden representar a una juventud noventera, o más bien a un estereotipo de la juventud noventera; es decir, estos muchachos son de pocas palabras y nula reflexión. Su inmovilidad es interrumpida con un viaje de Ramón a Suecia, y sus referencias musicales, que operan como banda sonora, le propinan cierto ritmo a esta desganada historia.

El carácter forzado de las secuencias y de los perfiles de los personajes atraviesa todo el texto. La relación amorosa, los encuentros en bares del puerto, las escenas de sexo, el viaje de Ramón, donde se encuentra con su primo (obviamente una suerte de vikingo, sociable y afectuoso), parecen fotogramas gastados, extraídos de una mala y maquetada película que intenta pasar por cine de autor.

Mónica es un personaje pasivo, sobreactuado, llano y para colmo incapaz de tomar alguna decisión que no pase por su pareja. Él, por su parte, es un tipo que proyecta una imagen de ido, distante, indiferente a todo. Ya se ha vuelto tendencia la intención de elaborar una novela generacional a través de la música, pero aquí pudo explorarse mejor, abordando la música metalera como algo más que solo una lista de bandas.

Ciertamente esta narración tiene un protagonista-héroe que, como en el mito, realiza un viaje sin olvidar que tiene un lugar de origen alivianado, carente de valor; aun así, Ramón termina siendo el eje del libro porque protagoniza el único acto que le da un poco de tensión a la historia: ¿regresa o se queda al otro lado del mundo?

Carmen Duarte tiene talento para otorgar ingenuidad a todo lo que se le cruza, adoptando una perspectiva discreta y asequible. Redacta, además, con agilidad, porque su modo de frasear es directo, sin desvíos, pese a lo cual nada impide la lentitud de su relato. La rigurosidad en el encuadre de la narración es excesiva, por evidente y rígida, como si estuviera exhibiendo la escaleta, el diseño de la estructura.

Detector de metales es una novela de amor adolescente, dulzona, que victimiza a sus personajes con saña, donde se apuesta por adelgazar la acción y la reflexión, dando como resultado un relato al borde del vacío.


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Carmen Duarte nació en Viña del Mar en 1980. Durante los últimos quince ha años ha escrito sobre música en numerosos medios de comunicación. "Detector de metales" es su primer libro.

 

 


Némesis
Mike Wilson [Sin sello], 2020, 151 páginas.
LUN, 4 de diciembre de 2020

Un libro donde no hay complacencia con quien lee. Una prosa desbordante en imágenes que nos hablan del enfrentamiento entre lo sagrado y lo profano, del origen de la humanidad, de su putrefacción y su castigo, pero por sobre todo de la desesperanza. Némesis es una novela alegórica, aterradora y desmesurada, que funciona al modo de una transmisión en vivo de la catástrofe final del mundo que habitamos.

Mike Wilson ha experimentado en cada una de sus obras a través de escrituras enfocadas en el mal, el tiempo, la fe y la destrucción de la humanidad. Por lo general mediante un narrador absoluto, en el sentido de poseer no solo la mirada total sobre todo lo que ocurre, sino también una suerte de descaro perverso para ir comentando aquello que relata. Némesis sigue esta línea de manera mucho más radical.

La destrucción del planeta y específicamente de la llamada "ciudad chueca" es el centro de esta novela compuesta de cuarenta y cinco capítulos que marcan la ruta de la devastación. Es inevitable asimilar este volumen a la pandemia que vivimos. Si bien no aborda directamente esta catástrofe, el autor expone una humanidad sometida al ensañamiento de la naturaleza, como resultado de sus guerras, la caída de la moral y la justicia, la adoración de dioses falsos. Sin embargo, no hay un dios responsable, "el dios que redime y castiga ha sido desalojado por la pequeñez de los humanos". Solo queda así, el ser humano, sin memoria en este caso, sometido al dominio de Leviatán.

El volumen posee un estilo bíblico, con un narrador atronador, admonitorio, profético, que detalla la debacle final con todo el tiempo del mundo, con toda la minuciosidad posible. Una vez conformado el contexto, emergen de a poco los personajes. Un hombre gigante, aliado de las fuerzas del mal, con una potencia descomunal que destruye todo a su paso. Luego, "la coja", "el niño asesino", dos "hermanitos" y un prisionero, los últimos sobrevivientes del cataclismo. La historia explora en ellos desde un tono compasivo y siniestro, destacando en su mirada cierto erotismo malsano, que encuentra belleza y placer en la muerte y descomposición de los cuerpos.

Hay que remarcar la mirada que otorga Wilson a su narrador, que nos lleva a sospechar en qué lado se ubica: ¿en el del mal o en el del dios compasivo? Porque constata y se compadece de los sobrevivientes, pero hay en él un tono sentencioso al narrar lo inevitable, una intención ejemplar, que parece extraída de un texto sagrado. Sin insistir abiertamente en la enseñanza, el énfasis está puesto en exponer hechos, en constatar una sumatoria de desvíos que derivan en el fin de los tiempos. Un hecho importante es que la divinidad es un discurso, una voz que se ve obligada a observar y no intervenir en una posible batalla final.

Claramente, la categoría de excesivo se podría aplicar a este volumen, no por su cantidad de páginas, sino por la falta de compresión. Sin embargo, su exceso es fundamental, porque solo mediante una voz hiperbólica, desmesurada, que busca siempre saturar y reproducir la violencia, se torna posible configurar la rigurosa potencia de un mal que excede, que supera, del cual es imposible escapar, porque no hay esperanza alguna.

Wilson, nuevamente ha escrito un espléndido libro, a partir de una lectura donde los textos sagrados son desmontados pero no desechados.


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Mike Wilson nació en 1974 en St. Louis, Estados Unidos, y está radicado en Chile desde 2005. Ha publicado una docena de libros, entre los que destacan las novelas "Leñador" "Rockabilly" y "El púgil", y el ensayo "Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas".

 

 


Carcasa
Diego Armijo. La Calabaza del Diablo, 2020, 67 páginas.
LUN, 11 de diciembre de 2020

Durante los últimos años nos ha caído encima una avalancha de narraciones situadas en la Quinta Región sobre jóvenes universitarios que deambulan sin rumbo y encuentran algo de sentido en uno que otro encuentro amoroso (entre otros autores, Rodrigo Hidalgo, Carmen Duarte, Felipe González, Iván Maureira, Natalia Berbelagua, Nicolás Campos). Es impresionante la similitud de estas escrituras que, con mínimas variaciones, parecen responder a un mismo diseño e, incluso, parecen haber sido escritas por una misma mano. El esquema es simple: introspección depresiva, rollo romántico y estampa feísta de Valparaíso e inmediaciones. Incluso ya se podría hablar del subgénero del amor y carrete juvenil en un Valparaíso siempre decadente.

Ahora, Diego Armijo reclama su lugar en este grupo. Sin embargo, su novela Carcasa se desvía satisfactoriamente de la sobajeada poética del puerto. No tanto por su temática, sino porque reviene el escenario narrativo mediante un viraje hacia la multiplicidad de voces y la irrupción de lo político La historia logra subordinar el romanticismo bajo una búsqueda de sentido que le permite romper las constreñidas individualidades del habitual relato sentimental.

En Carcasa la acción transcurre en torno a tres personajes, Camila, Ricardo y Luis, quienes expresan individualmente lo que podría llamarse su atormentado mundo interno, donde lo más evidente es la soledad y carencia de afectos. Sus vidas son configuradas como rutas juveniles, atrapadas en la rutina y desvinculadas de cualquier indicio de cambio.

La monotonía de sus sentires y reflexiones podría haberse traspasado a la narración si no fuera por la presencia de comentarios sobre el personaje central de cada capítulo. Estas suertes de "intervenciones" quiebran el relato por medio de breves párrafos, lo que permite, por momentos, movilizar dos voces, una externa y una interna, sobre un mismo sujeto. Por ejemplo, el capítulo dedicado a Camila dice: "En medio de la descompensación por el copete tuve un sueño lúcido en que intentaba jotearme a la Carey Mulligan, que tenía el atractivo aspecto de Daisy Buchanan en El gran Gatsby" . El recurso hace que la narración se desvíe, en apenas un pestañeo, enriqueciendo la perspectiva totalizante, aunque sin llegar a prescindir de ella.

Esta es una de esas novelas donde el capítulo de cierre lo es todo, ya que ofrece una oportunidad a los personajes y a la trama. Los tres protagonistas experimentan un giro sustancial. Por sobre ellos está "la Organización", que los persigue y recluta para infiltrar espacios públicos y realizar atentados. El objetivo de esta entidad es despertar conciencias ante la "injusticia general". Su líder es denominado "la voz", nombre que puede ser entendido al interior de la lógica conspirativa, pero también como una autodenuncia del propio narrador omnisciente, una autoridad o poder que ejerce el control total, del que sería imposible desvincularse.

Dentro de los desequilibrios de esta novela, el mayor es la falta de indicios respecto al rumbo que tomará el relato hacia el final, cuando el volumen adquiere matices oscuros, donde pulsa una inminente catástrofe, con personajes disociados del romanticismo, alejados del monólogo emotivo, insertos ahora en una trama ajena, movilizada por el contraste entre individuo y utopía social.

Aparte de eso, Diego Armijo ha apostado por la innovación al interior de un esquema gastado, se ha arriesgado, y del intento ha salido de pie.


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"Carcasa" es el segundo libro de Diego Armijo, quien el año pasado publicó el conjunto de relatos "Glorias navales". El autor nació en Viña del Mar en 1994 y es profesor de historia.




Descuerados
Cucha Cusacovich. Universo de Letras, 2020, 393 páginas.
LUN, 18 de diciembre de 2020

La modernidad asoció el concepto de novela con la idea de nación y familia. Aunque este vínculo o relación se ha ido borrando, ello no ha significado el fin de la narrativa familiar, pero ha derivado en un espacio marcado por la crisis y la decadencia. Y es precisamente eso lo que le preocupa a Cucha Cusacovich en este libro. Descuerados es una novela familiar y también una novela sobre la violencia. Atada al realismo mágico, logra entretener y de paso mostrar las zonas más ocultas y vergonzosas de la idealizada noción de familia.

La autora escribe con sencillez, casi como un relato oral sin pretensiones literarias. La acción es permanente, jamás dejan de suceder hechos graves que cambian las vidas de los personajes. Pedofilia, prostitución, endogamia, estafa, abuso sexual y suicidio son temas que el relato expone de manera brutal. Lo más llamativo es el modo en que estas brutalidades son contadas, con exuberancia y naturalidad, como si el narrador tuviera clarísimo que hay una naturaleza humana tendiente a la corrupción.

Cusacovich utiliza un narrador en tercera persona focalizado en la intimidad de dos familias, lo que le permite dar a conocer sus deseos más guardados, sus planes y, por sobre todo, el proceso de pudrición valórica que experimentan. Tomando en cuenta que estamos en el 2020, resulta relevante y casi risible que el narrador omnisciente —no los personajes— emita juicios "fachos". Habla por ejemplo de "pronunciamiento militar" o de la amenaza de "los terroristas". Asimismo, cuando se refiere a una trabajadora mapuche y su hijo Lautaro los nombra como "la india", "el nativo" o "el indígena".

Los Sánchez Montenegro son la familia protagonista. Pequeños empresarios, dueños de una curtiembre, viven en calle Recoleta, en un caserón heredado de los abuelos oriundos del País Vasco. Ahí están Casimiro y Piedad, padre y madre; sus hijos, Soledad, Martín y Consuelo. Además, por el lado paterno, los abuelos Aranza y Alonso.

La segunda familia que participa en esta novela es la de los detestables Muñoz García: Encarnación y Antonio, padres de Toñito y Paco. Esta patota, que viene de España por poco tiempo, se instala en la casa de la primera —sus primos— y desata el caos.

Un símbolo fundamental en esta escritura es la casa. La decadencia de los personajes corre en paralelo a la ruina y desaparición de ese espacio. El otro símbolo es el espíritu de la abuela, quien vivió siempre bajo la condena de haber sido bailarina de cabaret y trabajadora sexual. La anciana muerta permite que la historia se abra hacia lo mágico, marca las decisiones familiares con sus consejos y le entrega la cuota de humor al volumen.

La estructura coral le da movilidad a esta trágica narración que nos remite, al modo de una metáfora, a un espejeo entre la familia y un país cargado de prejuicios, condenado a la violencia, las corrupciones, la homofobia, el desprecio de clase. Pese a todo, las mujeres mantienen el deseo de reconfigurar el orden.

Descuerados no da para top ten de nada, claro, pero consigue entretener y además exponer las miserias del país, en cualquier época en que nos situemos. Exceptuando a las asesoras del hogar y el hijo gay de los Sánchez Montenegro, el libro descuera a sus personajes sin medida ni clemencia, mostrándolos como irredimibles en su condición despreciable.


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Cucha Cusacovich —cuyo real nombre de pila no es ese, desde luego— nació en Chillán en 1964. "Descuerados" es su segundo libro; el anterior, "Viejo, mi querido viejo", una novela con tintes autobiográficos, fue publicada en 2017.



 

 

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Crítica Literaria:
Nostalgia de la madre muerta, Federico Zurita Hecht; Detector de metales, Carmen Duarte; Némesis, Mike Wilson; Carcasa, Diego Armijo; Descuerados, Cucha Cusacovich.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 20 de noviembre al 18 de diciembre de 2020