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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 30 de Enero de 2015, al 27 de Febrero de 2015.
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Black-out
Tania Ulloa. Ceibo, 2014, 84 páginas.
LUN, 30 de Enero de 2015
El desarraigo y la tensión permanente entre la realidad y la ficción son las preocupaciones centrales de Tania Ulloa en ésta, su primera novela. Black-out nos aproxima a la conmovedora historia de una mujer quebrada por la dolorosa experiencia del exilio político durante la dictadura, el que aún se mantiene pegado a su presente, negándole cualquier posibilidad de reconstitución identitaria.
El libro se abre con un accidente de tránsito sufrido por el personaje, que la deja en un estado de conciencia alterado, permitiéndole abrir su memoria hacia zonas de profundo dolor. Es precisamente dentro de la conmoción que van surgiendo múltiples secuencias narrativas referidas a sucesos dañinos ocurridos en diversos tiempos y lugares y que determinan el presente de la mujer.
La protagonista se encarga de aproximarnos a su intimidad de modo cercano, incluso amigable, intensificando la función comunicacional y estableciendo un contrapunto entre sus reflexiones y su orden cotidiano. Es así como se logra configurar un personaje acogedor, comprensible en sus fracturas y ciertamente verosímil. Es traductora de alemán, independiente, y sus experiencias y desplazamientos están en directa relación con el trabajo realizado. Incluir el relato de las actividades laborales de la traductora resulta de gran importancia para la conformación del personaje y de sus condiciones de sobrevivencia. El trabajo se convierte así en una particular forma de arraigo para ella; más allá del caos en que se encuentra, esta mujer, que no posee nombre, cumple de modo impecable con sus funciones profesionales.
Ulloa explora en la conciencia de su personaje, mostrándolo siempre alerta y debilitado en lo emocional. La protagonista es expuesta desde el temor, la inseguridad y el miedo. En cada uno de sus viajes, tanto al sur chileno como a Bremen en Alemania, se radicaliza su miedo a la soledad, la falta de afectos y, en lo central, la conciencia de no pertenencia. Sus relaciones amorosas se basan en el no compromiso y su familia se encuentra dispersa y lejana; por lo mismo, ella depende únicamente de sí misma y debe enfrentar la vida con una simulada actitud de seguridad.
La narración maneja con cautela y de buena forma el recurso de concitar lo fantástico o la posible pérdida de cordura de la mujer. Las dos posibilidades alimentan con fuerza la idea de caos que atrapa al personaje cada vez más arrinconado por su memoria. En este proceso de proliferación de recuerdos, su familia aparece desligada de responsabilidades.
Ulloa se desvía de una tendencia importante en el desarrollo literario de la posmemoria nacional, ya que no encara a sus padres, sino al país: es Chile quien exilió niños y los declaró “no gratos”.
Tania Ulloa nos presenta a una mujer marcada por las pérdidas y las ausencias, perturbada por una intimidad dolorosa y sin salida posible a su condición. En Black-out la realidad se diversifica en relatos, sensaciones e imágenes de acoso que van minando cada vez más la fortaleza del personaje. Mediante un original punto de vista y una disposición de enfoques cercana al cine, la novela consigue construir una atmósfera opresiva, que no da tregua a la conciencia torturada por el desarraigo permanente de la protagonista.
Tsunami
Juan Ignacio Colil. Das Kapital, 2014, 243 páginas.
LUN, 6 de Febrero de 2015
A diez años del fallecimiento del poeta Emilio Fontana en la pequeña localidad sureña de Pelluhue, la alcaldía del lugar decide homenajearlo con una pomposa ceremonia en la que participarán algunos decadentes personajes del mundillo cultural nacional. Con más de un cadáver y múltiples posibilidades de asesinos, esta novela de Juan Colil pudo ser un sólido policial, ya que en principio expone una atractiva trama criminal y una mordaz crítica a la institucionalidad cultural provincial. Sin embargo, la narración se reblandece debido a severos problemas estructurales que desestabilizan el género policial y que, fundamentalmente, demuestran alta impericia a la hora de hacer una novela.
El volumen se abre con una gran sección centrada en el caso en el que se ve involucrado el protagonista y narrador, Juan Colil, escritor autocatalogado de mediocre que se interroga una y otra vez por qué lo han invitado, ya que apenas conoce la obra del poeta homenajeado. Su curiosidad lo lleva a inmiscuirse en una oscura historia, que se inicia con un encuentro casual, en un bar del pueblo, con otro de los invitados al homenaje, Fernando Montenegro, quien esa misma noche desaparece de escena, dando lugar a múltiples interrogantes sobre su paradero.
Siguiendo las convenciones de un policial, el relato se sostiene en dos interrogantes: quién fue realmente el poeta Fontana, sobre el cual empiezan a aparecer turbios rumores, y qué sucedió con Montenegro. Estos dos hechos dan suficiente fuerza al despliegue de Colil, quien al modo de un detective recoge indicios y se encarga de unificarlos. Si bien el estilo policial del libro es simple y convencional, no es menos atractivo, ya que el autor sabe aderezarlo con el tono burlesco del protagonista, que se siente lejano y superior al ambiente cultural del poblado y del resto de los invitados, quienes están ahí por ganarse unos pesos, más que por valorar al fenecido Fontana. Hasta aquí, la narración posee un evidente valor literario, más aun cuando parece concluir con un final abierto y múltiples interrogantes por resolver, todo lo cual logra dar cuerpo y consistencia a la historia y al protagonista.
Por desgracia, sin embargo, viene la catástrofe: después del aparente final de la historia centrada en los escritores Colil y Montenegro, vienen cuatro segmentos, donde surge no sólo un nuevo estilo de escritura, sino texturas compositivas que dan lugar a una diversidad de personajes y preocupaciones ajenas a lo que hasta el momento había sido el núcleo argumental de la novela. El autor pierde el foco al incluir con apuro lo que podrían ser restos o sobras del relato principal.
Con estos segmentos, mal desarrollados y equívocos en términos narrativos, Colil, el autor, intenta compensar las ambigüedades o silencios del policial inicial. Así, se incluye una cronología sobre Fontana, cuatro monólogos de personajes anodinos que al pasar mencionan al viejo poeta homenajeado, y un archivo judicial con testimonios de habitantes del pueblo sobre Juan Colil. El desorden formal incide en la irrelevancia de una información erróneamente dispuesta y que traiciona al proyecto inicial, ya que sin necesidad alguna fragmentariza una correcta novela lineal.
Juan Colil es un narrador destacado en el ejercicio del relato breve, pero este intento se le va de las manos. Convengamos en que la literatura es bastante más que entretener con una historia y que una arquitectura tan dañada sólo puede llevar al libro al fracaso, como sucede en esta ocasión.
Cuentos de inmigrantes
Pía González Suau. Cuarto Propio, 2014, 134 páginas.
LUN, 13 de Febrero de 2015
La migración es una realidad con la que difícilmente va lidiando la racista sociedad chilena, la que distingue entre extranjeros de primera y segunda clase. No es una novedad, pero bien cabe consignarlo debido a la gravedad que implica, que el país de procedencia y el color de la piel inciden en la aceptación del extranjero; no es lo mismo para los chilenos que un migrante venga de Europa que de la costa sudamericana del Pacífico. Cuentos de inmigrantes encara el creciente multiculturalismo que experimenta el país y el contradictorio comportamiento de la aceptación o el rechazo de los emigrantes, actitud transversal a todas las clases sociales. Pía González Suau, la autora, pone en escena la experiencia de la migración y sus repercusiones adversas en la vivencia cotidiana.
Veintiún textos breves conforman este libro organizado a partir del espejeo de personajes, que en un relato ocupan un lugar secundario o incidental y en otra narración asumen un rol protagónico. Esta estructura de cruces tiene siempre como centro la figura de un extranjero, en especial de Perú y Colombia, que llegan a un país extraño en busca de trabajo, pero no dispuestos a todo.
Por lo mismo, la dignidad de los pobres es lo que más relevancia adquiere en el volumen. Este conjunto de historias adquiere su fortaleza en la elaboración de personajes no heroicos, atrapados por la pobreza, desamparados pero dignos y claros en sus convicciones. Las narraciones proponen personajes retraídos, sin amigos, alejados de circuitos de emigrantes que les permitan atenuar el desarraigo. Sin colectividad, sin solidaridad identitaria, cada uno de los individuos sobrevive sin apoyo alguno.
Con una clara tendencia a la historia de carácter ejemplar y, por lo mismo, con una evidente intención pedagógica, los cuentos están mayormente enfocados en mujeres sometidas al abuso laboral. Una trabajadora peruana de casa particular, puertas adentro, se expone a ser despedida cuando resguarda su derecho a tener un domingo libre. Algo similar le ocurre a otra muchacha emigrante cuando rechaza la sensual vestimenta que se le impone para acceder a trabajar en un café con piernas. Es frecuente que los personajes se vean enfrentados a situaciones sin salida, que en más de una ocasión los llevan a decisiones polares, el suicidio o el conformismo exacerbado.
La brevedad sumada a la excesiva cantidad de narraciones juega en contra de este libro: las anécdotas se comprimen en exceso y se reiteran puntos nucleares en varios relatos, lo cual tiende a homologarlos en su estructura profunda y en el desarrollo de los hechos. Pese a esto, González acierta al abordar con ironía la ridícula chilenidad racista y al confrontar el tema de la violencia y el abuso en la migración femenina. Su mirada se agudiza al aproximarse a mujeres expuestas no sólo a la explotación laboral, sino también sexual. Cuentos de inmigrantes es un esfuerzo sencillo, pero que no carece de efectividad a la hora de denunciar la cruda realidad de las trabajadoras pobres y extranjeras que han elegido Chile para buscar una mejor vida.
La caja vacía
Alberto Aguilar. Contragolpe, 2014, 68 páginas.
LUN, 20 de Febrero de 2015
El tópico del escritor en busca de inspiración y angustiado por el acto de escribir es habitualmente el templo principal al que concurre todo autor que pretende filosofar desde la podrida alta cultura literaria.
Esa idea del arte ha sobrevivido imperturbable en muchísimas novelas nacionales, incluso al aparecer remozada en aquellas narraciones que incurren en la llamada metaliteratura.
La caja vacía, de Alberto Aguilar, podría haber sido simplemente un eslabón más de esa penosa cadena; sin embargo, tiene un rasgo diferenciador: mediante el humor logra alivianar la concepción de la literatura como “casa del ser” y del escritor como un santón cargado de aura.
La novela nos enfrenta al relato del escritor Simón Gálvez, quien anda tras los pasos de Carlos Ojeda, narrador de culto ya fallecido, autor de un libro vanguardista similar a uno de James Joyce, que cambió el modo de hacer literatura en Bahía Desolación, ubicada en la provincia chilena.
Matilde, la hija del vanguardista, le cuenta a Gálvez que su padre lo estimaba profundamente, razón por la cual ella lo invita a su casa. La vanguardia en un pueblo mísero y perdido, y la existencia de una obra sin crítica, con no más de un puñado de lectores amigos del escritor, constituyen elementos que contribuyen a dar un tono de oscuridad a la historia.
No obstante, este tradicional tinglado se resquebraja por la ridiculización a la que es sometido el protagonista. Aguilar interviene la severidad de su personaje, Simón Gálvez, quien pena y muere por la literatura, representándolo como un tipo histérico.
De ese modo, lo que aparenta ser una bacanal de metatextualidad, resulta ser no más que una coraza frágil donde se filtra de modo constante el tono burlón del volumen. Así, el severo y paciente escritor agobiado por no producir nada hace más de diez años, comienza a mostrarse como un sujeto nervioso que suele salirse de sus casillas en cada situación que no calce con sus expectativas.
Pues bien: a fuerza de ironizar con los tópicos literarios, el libro va permitiendo que los deseos elevadísimos y grandilocuentes del protagonista deban convivir con su desmejorada economía y su alterado carácter.
A partir del viaje en micro hacia el poblado, el escritor se ve enfrentado a diversos personajes que lo maltratan o provocan. En principio guarda silencio y sólo divaga en la odiosidad que le generan, para luego reaccionar con exaltación, manifestando sus discordancias y exigiendo derechos.
Sin abandonar su actitud de bien portado y pusilánime, Simón Gálvez experimenta un severo cambio de personalidad, que dota al relato de cierto tono fantástico que permite releer todo su periplo desde un desplazamiento de lo real.
La caja vacía no es para desternillarse de la risa, pero consigue que conviva lo ceremonioso con escenas de cierta comicidad manifiesta en pequeños actos estrafalarios al contexto en que se ubica el protagonista.
La reflexión intraliteraria, que logra sacudirse su pedantería implícita, y el uso de un humor centrado en un escritor enfermo de literatura y enfermo de ridículo, son los dos ámbitos donde mejor se desenvuelve Alberto Aguilar en ésta, su segunda novela.
Lanza internacional
Eduardo Labarca. Catalonia, 2014, 270 páginas.
LUN, 27 de Febrero de 2015
Pisoteando décadas de discusión literaria, sociológica, culturalista y, lo que es peor, todos los debates que han apuntado a diagnosticar los peores errores de la modernidad, Eduardo Labarca, dueño de una larga trayectoria en el periodismo y en la resistencia durante la dictadura, entrega una novela típicamente naturalista y, en consecuencia, lógica, determinista en su visión del otro. Lanza internacional construye la vida de Elías Segovia Riquelme, alias el Flecha, un delincuente chileno, desde una mirada externa y sancionadora, remarcando que proviene de una familia de delincuentes, es decir, que lleva el delito en la sangre.
Una matriz importante en la narrativa chilena es la perspectiva degradante en torno a la diferencia. Nuestra historia es extensa en lo que se refiere a la construcción de un sujeto popular descrito como lacra, fuente de todos los males, poseedor de una naturaleza pervertida que lo conducirá inevitablemente a un destino funesto. Así ocurre con esta novela, que enjuicia sin piedad al protagonista y a los miembros de su colectividad, los habitantes de la población Santa Estela.
El narrador omnisciente inscribe a cada uno de los personajes en un circuito de violencia constante, donde los afectos son mínimos y las posibilidades de morir o asesinar son cotidianas. La sexualidad es expuesta de manera animalesca; hasta las niñas de corta edad se ofrecen sexualmente a los hombres adultos con extrema naturalidad. Las abuelas manejan la cuchilla con destreza e incluso las embarazadas consumen pitos sin miramiento alguno. En este mundo de pudrición, se encarga de remarcar el relato, sólo sobrevive el más “vivo”. Para Labarca, no hay dignidad alguna en este mundo lumpenesco; es más, al parecer ni siquiera la cárcel es capaz de redimir a esos seres inescrupulosos y viciosos.
Tres de los cuatro capítulos que conforman el volumen están dedicados a la vida del delincuente en Chile y sólo en el segmento final los hechos acontecen en Francia. Esta descompensación temporal aletarga al libro, le resta importancia al periplo europeo, en especial cuando desde la primera página sabemos que el personaje regresa de este viaje cargando un botín. El exceso de descriptivismo es uno de los grandes equívocos de esta narración, tal como la falta de profundidad de los personajes, que sólo operan como comparsa del protagonista.
Un aspecto definitivamente inaceptable en esta relato es la debilidad que asume el contexto histórico. La dictadura es apenas un dato muy menor, dándose a entender que el protagonista y su colectividad viven de acuerdo a sus propias normas, inmunes a la contingencia política.
Más allá de la ideología de izquierda o derecha donde se ubique el autor, este tipo de novela se asienta con firmeza en la reproducción de un imaginario que tiene como base la mirada degradada del otro, que aparece simplificado y reducido a sus aspectos más negativos. El Flecha es un antihéroe débil intelectualmente, chapucero en sus acciones, desleal, poco intenso en sus afectos y arribista. Más que como un “choro” ejemplar, es configurado como un vulgar y limitado “pato malo”, incapaz de elaborar siquiera un resentimiento hacia la policía.
El personaje, a fin de cuentas, funciona como un ratón de laboratorio, una figura ideal para corroborar todos los prejuicios posibles sobre el mundo delincuencial y popular. Labarca desperdicia un gran tema y lo que pudo ser una tremenda historia, porque no logra salir jamás de la mirada que juzga, que sólo ve la superficie, obturando la diversidad de capas del personaje y la lógica profunda de la delincuencia.