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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 22 de julio al 19 de agosto de 2016


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Acerca de Suárez
Francisco Ovando. Libros del Pez Espiral, 2016, 59 páginas.
LUN, 22 de Julio de 2016

Una plaquette o plaqueta, un cuento que también se puede leer como novela breve, apenas 59 páginas que le deben demasiado en su extensión al gran interlineado y a una tipografía generosa: Acerca de Suárez demuestra la importancia radical que puede llegar a tener el poco valorado diseño, al tiempo que se plantea como un indicador del tránsito que está realizando su autor, Francisco Ovando, quien prueba la mano en vivo, explorando con bastante inseguridad y mesura en el terreno de lo fantástico, es decir, sólo en pequeñas y controladas dosis, insuficientes para sortear el perfil de ejercicio de estilo.

Es ésta una historia que, pese a sus desniveles y más allá del soporte, tiene momentos interesantes, ya que reactualiza el realismo mágico y el tópico del pueblo isla con una estética postapocalíptica y una perspectiva alegórica: el territorio abandonado a su suerte, un pueblo nortino chileno, forma parte de un programa de destrucción masiva mayor, cuyo objetivo central será eliminar a la comunidad.

La voz principal es la de Jiménez, quien cumple la labor de observar el tráfico en la carretera cercana, intentando recabar noticias del mundo exterior. Su función refuerza el aislamiento del pueblo y el deseo de saber qué pasa más allá de sus límites. Pero Jiménez no sólo controla la carretera, sino todo aquello que sucede en la narración, haciendo uso de una actitud participativa y testimonial, enjuiciadora respecto a su contraparte: Suárez, el cuidador del consultorio, a quien los habitantes llaman “doctor”. Un sujeto, para el narrador, desconfiable, ambicioso, extraño.

Jiménez descubre con mucha lentitud la rareza de Suárez, proceso que se acompaña con una diversidad de situaciones representativas del agobio que experimenta el pueblo: la considerable sequía, los cortes de electricidad y –lo principal– la presencia de una peste mortal. El daño, primero en el espacio y luego en los individuos, confirma la eficacia del proceso y despierta sospechas que recaerán en Suarez.

El excesivo dominio del punto de vista del narrador, el autoritarismo de su perspectiva, niega todo contrapunto, toda ambivalencia, todo contraste. Cuando todo tiende a la aniquilación, sólo Jiménez se mantiene en pie, representando el bien, y, en un segundo nivel, Suárez, asociado siempre al mal. Esta configuración polar simplifica la novela, restándole independencia a Suárez, quitándole peso a su actuar, impidiendo que su discurso surja de modo autónomo. A lo anterior habría que sumar el débil tratamiento de la temporalidad. Ovando no sale de la linealidad y es incapaz de manejar varios focos, traicionando con ello el caos que pretende representar.

Un caso particular es este volumen. En su condición de libro objeto, o fetiche, ignora al lector, usando una tipografía brillosa de tono cobrizo, que puede verse atractiva, pero que resulta un absoluto escollo al momento de leer. En lo que se refiere a la narrativa en sí misma, Acerca de Suárez ejecuta un movimiento paradójico del que no consigue sobreponerse. Se aboca a la construcción de un proceso destructivo y paranoide, pero controla excesivamente su prosa y el modo de disposición de su escritura, lo que le da al relato una marcada rigidez. Este excesivo resguardo convierte a Acerca de Suárez en un libro siempre a punto de colapsar en sus contradicciones.

 

 


Si ellos vieran
Nicolás Poblete. Furtiva, 2016, 255 páginas.
LUN, 29 de Julio de 2016

Una obra narrativa amplia pero irregular ha venido construyendo Nicolás Poblete, quien ahora publica su libro más contundente. Si ellos vieran es una novela donde logra desarrollar una prosa oscura, minimalista, con una técnica depurada, por medio de la cual consigue llenar el espacio de lo no dicho con una violencia atroz, imparable en su amenaza de exterminio tanto a los recuerdos como a la superficie de los hechos presentes.

La posibilidad de armar una memoria familiar rota, destruida por los silencios, resulta tan espeluznante como los mismos crímenes que se ocultan. Cuando el responsable sobrevive, se mantiene expectante, siempre alerta en el resguardo de su pasado; por lo tanto, el que se entrometa a hurgar se constituirá en un peligro constante. Así le ocurre a Victoria Salas, protagonista de este relato –una joven que ha vivido la mayor parte de su vida en Argentina–, al regresar a Valparaíso; específicamente a la casa de Eugenio, tío materno, antiguo fotógrafo y ahora instructor de yoga cuya máxima es vivir un eterno presente. La motivación del viaje de ella es reconstruir su pasado, con todos los costos que esto implicará.

Victoria y Eugenio se relacionan, al comienzo, con aparente normalidad y calma, pero progresivamente van dejando entrever el temor en el que viven. Ambos son celosos de su privacidad, así que el hecho más gravitante en sus existencias es abordado con rodeos e insinuaciones. Los padres de Victoria murieron quemados en un incendio. Eugenio, junto a su cuñado, vivió muy de cerca el horror de la dictadura, trabajando en lo que ahora lo atormenta.

Tanto la recopilación de pistas que realiza Victoria como el proceso de apertura que experimenta su introvertido tío se inscriben en una temporalidad dilatada. La información sobre el pasado surge dispersa y desprovista de un sentido dramático; ambos personajes se mantienen herméticos e inexpresivos. Sin embargo, el mundo interno de Victoria se encuentra fracturado. Sufre, se altera, vive una permanente expectación, se desespera incluso al corroborar la distancia que, pese a todo su esfuerzo, tiene respecto a su niñez. Su única opción es que el tío le cuente los pormenores del incendio y la muerte de sus padres, ya que su búsqueda es un continuo fracaso.

Es tal la inquietud que experimenta Victoria que su percepción de la realidad deriva hacia lo paranormal. La casa del tío adquiere vida propia, hay voces que vienen desde lo profundo, desplazamiento de objetos, sombras que para ella constituyen signos de la violencia que alguna vez se ejerció allí. Es así como la casa no sólo representa su inconsciente, sino que también se espejea con la versión personal de Victoria sobre la historia del país.

La novela es pródiga en escenas quietas, acciones lentas, reiteración de cuadros que remiten a una simbología de la violencia. La verdad surge con paciencia, adscrita a un ritmo moroso. No obstante, predomina una atmósfera cargada, ya sea de culpa o miedo y, en un momento particular, cobardía y locura. Poblete, además, otorga a su prosa un tono mortuorio y purulento, demostrando con ello que todo tiende a la descomposición.

Más que respuestas, Si ellos vieran plantea preguntas e instala problemas sobre un país temeroso de desentrañar la verdad. La incertidumbre es precisamente la mayor virtud de esta novela, donde la recomposición de la memoria se verá enfrentada al fracaso y a la imposibilidad de conciliación.

 

 


Escucha, corazón
María Eugenia Lorenzini. Forja, 2016, 157 páginas.
LUN, 5 de Agosto de 2016

Larga ha sido la historia del relato por entregas, esas narraciones que, ocupando variedad de formatos y soportes, han pretendido seducir a la mayor cantidad de público posible. Durante décadas despreciado, hoy el relato en serie experimenta un auge impresionante, debido a la calidad que ha adquirido desde el soporte audiovisual. Tal como el folletín y las teleseries, el radioteatro ocupó un lugar importantísimo en la entretención de las masas y generó un entusiasmo que elevó a los actores y actrices que lo interpretaban a figuras de primer orden. La década del 50 (no la del 60, como señala la contratapa del volumen) es abordada en esta novela de María Eugenia Lorenzini por medio del filtro de un radioteatro.

Escucha, corazón nos aproxima a una historia romántica de alto calibre. Estamos frente a un melodrama en serio, donde no faltan pasión, conflicto de clases, sufrimiento a raudales; aunque hay algo más en esta novela, porque consigue armar un cuadro de costumbres sobre la sociedad chilena de la época, con la presencia de los mismos males del presente, como el doble estándar, el arribismo y, particularmente, la represión que experimenta una mujer que se rebela a la doctrina burguesa y al estilo de vida que ésta le impone.

Cada uno de los diez capítulos que conforman el volumen es antecedido por los retazos de una radionovela cuya heroína es Rocío, quien sufre por amor y el control paterno. La actriz que la encarna a la joven Rocío es María Graciela de Valle, personaje central de libro. En términos gruesos, Escucha, corazón establece un contrapunto entre la historia de Rocío y la de María Graciela, quien toma conciencia de su represión y busca una nueva vida.

María Graciela pasa los cuarenta años, pertenece a una familia adinerada y está casada con un hombre también rico, Rubén; no han tenido hijos y su relación es fría y lejana. Con esfuerzo, ya que el marido es su más fuerte opositor, ha logrado cierta independencia trabajando en el radioteatro. La protagonista, quien tiene todo en su contra, actúa con vehemencia, mostrándose siempre a punto de descarrilar, tanto así que sus intentos de liberación la llevan a tomar una serie de decisiones equivocadas.

El territorio del melodrama, que explícitamente reivindica esta novela, es construido por la autora cumpliendo con los requisitos del género, sin abusar del tono almibarado ni la cursilería amorosa. Sin embargo, el volumen tiene dos aspectos que lo desequilibran. En primer lugar, la presencia de un narrador omnisciente que, si bien puede leerse como un símbolo de dominación, ahoga demasiado a María Graciela, coartando el relato de su intimidad y de la crisis por la que atraviesa. Un segundo desnivel corresponde al tratamiento del coprotagonista. Al comienzo, la historia le da gran importancia a José Antonio, joven provinciano, dispuesto a todo con tal de trepar socialmente, pero luego lo abandona, relegándolo a cumplir la función de premeditar el descalabro de la protagonista.

Lorenzini ha escrito una historia sencilla y articulada correctamente; además, y esto resulta importante, jamás roza lo ridículo, ya que hubiese sido bastante fácil caer en la ampulosidad o buscar una salida por el lado de lo grotesco o paródico. En todo caso, lo que más juega a favor de la autora es la orientación del libro hacia una pedagogía feminista que, devolviéndose al relato ejemplar sencillo, resulta eficaz en la exposición de la violencia históricamente ejercida contra las mujeres.

 

 

 

El espíritu de la escalera
Raúl Ruíz. Ediciones Universidad Diego Portales, 2016, 252 páginas.
LUN, 12 de agosto de 2016

Una novela, una gran novela, cierra la amplísima producción artística de Raúl Ruiz, fallecido en agosto de 2011. El espíritu de la escalera revitaliza con impresionante fuerza y entusiasmo dos de las máximas obsesiones del inclasificable cineasta: la muerte y lo real. Para combatir la tiranía de la realidad impuesta y del racionalismo sofocante, el autor despliega todo su arsenal ficcional, como los múltiples quiebres del punto vista narrativo, la acumulación disparatada de relatos que buscan su autonomía, los cambios de ritmo e intensidades, los juegos de contrapunto, las fracturas temporales.

A través de una médium y una ouija, un grupo de espiritistas convoca durante siete veladas a un particular espíritu. Se trata de Karl August Flanders, también llamado “el Belga” por su lugar de origen, nacido irónicamente el 18 de septiembre de 1810. Flanders es un fantasma que vive bajo una escalera, que oficia de “agatopeda” o fabricante de bromas que operan con efecto dilatorio, “como una bomba con retardador”.

Flanders es una especie de dandy posromántico y decadentista que no sólo responde preguntas para probar su veracidad, sino que recuerda fragmentariamente su pasado, presente y futuro. Su relato rompe con la linealidad y se disocia de los espiritistas, construyendo una zona de intimidad accesible únicamente al lector, donde surgen extraños personajes que reproducen acertijos y liberan claves en torno a qué es la realidad y qué es la muerte.

En la séptima velada, la historia entra en un clímax delirante, un estado de arrebato donde se fragmentan el tiempo y la realidad, conformada por planos y portales que permitirían la circulación libre de un individuo. En su peregrinar, el protagonista transita por diversas épocas y regiones, constatando en un momento clave la existencia de más de treinta dobles suyos. Esto implica un recorrido no lineal, una existencia construida de ficciones, que se regeneran de modo constante, rompiendo con todo lo que pueda sonar a origen: un planteamiento que despiadadamente pone en jaque el concepto de muerte, en tanto fin. Así, la muerte es propuesta al modo de una vida, una muerte vívida, conformada por voz, cuerpo, imagen, relato, cadenas de ficciones, que conforman una experiencia a la que no se accede a través de la memoria –ya que resulta “impotente para visitar el pasado”–, sino por medio de la imaginación, encargada de liberar al individuo del tiempo secuencial y de la oposición vida/muerte.

Traducida impecablemente del francés por Mauricio Electorat, El espíritu de la escalera destila un conocimiento profundo de la ficción gótica, simbolista, surrealista y patafísica; su prosa es rebosante, enfebrecida y perentoria, tanto que se convierte en una suerte de apasionada reivindicación del género fantástico, obligando a resituarlo en la historia de la narrativa chilena. Mediante la técnica de la cita larvada y manifiesta, establece un diálogo estético e ideológico con Lautréamont, Nerval, Mallarmé, Cocteau, Schwob, Borges, Emar, Hernán del Solar, Donoso, Bolaño y E. T. A. Hoffmann, quien tiene un lugar preponderante con su teoría del doble infinitizado. Ruiz cierra y abre un ciclo con esta novela, que es, al mismo tiempo, una poética desafiante, rabiosa y tremendamente irónica, capaz de descabezar paradigmas, asediando seguridades con un sentido lúdico y una imaginación desbordantes.


 

 

Memoria de la carne
Pablo Ayenao. Bogavantes, 2015, 84 páginas.
LUN, 19 de Agosto de 2017

Este libro no contiene la tan usual página de agradecimientos que se ha vuelto casi una norma para los novelistas chilenos debutantes, y cuya principal función parece ser remarcar el lugar social que ocupa el autor en este pequeño mundo. Página en la que se puede leer una frase idiota del tipo “mira, lector, tengo amigos importantes, dicen que mi libro es un manjar”. Por lo mismo, resulta valioso que una novela corra sola, que se sostenga en nada más y nada menos que en su escritura, hecho que le da puntos extras a este relato de Pablo Ayenao, que viene silenciosamente a ubicarse dentro de la mejor narrativa local reciente.

Memoria de la carne es una novela donde hay una clara intención alegórica y un marcado interés por desarrollar una prosa poética cercana al formato dramatúrgico. Ayenao escribe con contención, redacta con delicadeza y cuida cada uno de sus enunciados, privilegiando su cadencia y resonancia. La pulcritud se mantiene incluso en el planteamiento de la violencia como tema central de este volumen sobre una eternizada infancia en ruinas, sin un antes ni un después redentor.

La pregunta sobre los modos de sobrevivencia está siempre presente en los frágiles ángeles malditos Tobías y Rafael, gemelos y protagonistas de la historia. Ellos se encuentran condenados a vivir en la exclusión y las carencias, ya que su padre, en principio, está siempre fuera del hogar y luego los abandona definitivamente. El libro elimina toda referencia de época, aunque señala que el padre de los gemelos ha estado encarcelado y que se escucha el constante pasar de helicópteros. Ambos hechos permitirían suponer que hay un estado de guerra o de conflicto mayor.

Ayenao trabaja con recursos mínimos, lo que que no impide la profundidad de los perfiles, el itinerario minucioso de la anécdota, el funcionamiento eficaz de la tensión, las expectativas que se renuevan constantemente. Sin embargo, el énfasis mayor está en las voces de ambos personajes –tanto en sus diálogos como en sus monólogos–, enfocadas en dar cuenta de la represión y la violencia en todas sus inflexiones. Tobías y Rafael sólo han conocido un modo de vínculo con el otro, el daño corporal, y se entregan a reproducirlo. Se maltratan, pero cuando encuentran mínimas zonas de goce, se erotizan, para luego, de un modo animalesco, volver a golpearse y lamer sus heridas. Los gemelos obedecen a su propia ley de la sobrevivencia, donde sólo les queda probar a tientas la confluencia del bien y del mal.

Más allá de la clara dependencia de la escritura de Diamela Eltit, quien aparece citada, y de Agota Kristof, Pablo Ayenao experimenta con acierto en su particular homenaje a las poéticas de las autoras mencionadas, dando pasos enormes en construir una escritura propia, donde confluyen candor y perversión. Su prosa insiste en imágenes de tristeza y dolor, alusiones a la sincronía entre una intimidad que se descompone a medida que el entorno tiende a despedazarse.

El mayor acierto de Memoria de la carne es haber logrado una escritura flexible, móvil, donde se establece la distinción de las voces de uno u otro gemelo, para luego anular la diferencia de sus individualidades, ahora unificadas en un flujo discursivo lírico, una cadencia ingenua y sensible. Este aspecto es parte medular de una propuesta que despliega el casi imposible diálogo del mal con la inocencia.


 

 

 

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Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 22 de julio al 19 de agosto de 2016