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Crítica literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 23 de Agosto al 13 de Septiembre de 2013



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Notas de un ventrílocuo
Germán Marín. Alfaguara, 2013, 143 páginas.
LUN, 23 de Agosto de 2013

Un conjunto de notas acerca de diversos momentos de una vida, como si fuese un diario, pero sin fechas; una suerte de testimonio de un sujeto que jamás ha dejado de ser un subordinado, cuya opaca y profunda figura es lo único que da unidad a un mundo donde todo se derrumba: Notas de un ventrílocuo es un volumen que permite ver los intersticios de una trama descompuesta, un relato áspero y cadencioso sobre la exhumación de una memoria fragmentada, que no pretende más que registrar la historia personal y, de paso, la de un país. La firmeza narrativa de Germán Marín se sustenta en un estilo amargo e irónico inconfundible, un sello particular de construcción de la memoria configurada como un resumidero de fracasos y derrotas.

El ventrílocuo es el protagonista de estos 198 fragmentos narrativos, que desde su vejez, viviendo en una pieza de un decadente hotel, salta temporalmente hacia sus años de gloria y a un presente ruinoso. Las enfermedades, la falta de empleo y la soledad delimitan el campo de acción del protagonista, un personaje construido más por ausencias y silencios que por literalidades. Trazos apenas marcados van dando lugar a esta figura que ha desempeñado un oficio poco común en la bohemia santiaguina de los sesenta al setenta. El libro recorre una época suprimida violentamente por la dictadura, que en su afán de destruir toda posibilidad de vida comunitaria termina matando la vida nocturna.

Para el narrador, sus escrituras sobre aquello que lo rodea constituyen minucias “gracias a las cuales la vida me resulta menos confusa”, atribuyendo a tal producto la imagen de un vertedero donde “los hechos en su nimiedad mueran por sí solos”, agregando que existe una relación entre su arte y la literatura, donde el muñeco es “el otro” del ventrílocuo tal “como el personaje que crea el novelista”. Pero al ventrílocuo lo acosa una incertidumbre atroz, la de ser el muñeco de un ventrílocuo ignoto, que le ha dado una vida equivocada en una ciudad “hecha para la derrota”.

Estos comentarios, que parecen realizados al pasar, contribuyen a consolidar el sitio ideológico del personaje, quien desliza una mirada radical sobre la ruina generada por el afán modernizador del país y el control económico ejercido por tres o cuatro familias “incestuosas”, que acumulan odio “preparándose para la cacería histórica”. Marín, de lleno en la crítica política, constata el hecho de vivir en un falso equilibrio democrático, que inevitablemente redundará en un vuelco social, en la reivindicación de los de abajo, aquellos que están sometidos a una cultura del desalojo que los reduce cada vez más a la marginalidad.

Una vez más Marín expone la solidez de su proyecto narrativo. En este volumen, sin abandonar el sarcasmo, vagabundea por la ira, la rebeldía y el conformismo desde una tonalidad filosófica cáustica para aproximarse a la memoria estallada y a un presente sin posibilidad alguna de redención.

 

 

Niños extremistas
Gonzalo Ortiz Peña. Sangría Editora, 2013, 143 páginas.
LUN, 30 de Agosto de 2013

Estamos en el Chile de los noventa, el oscurantismo dictatorial se mantiene, simbolizado por la prohibición del ingreso al país de Iron Maiden, y el desencanto atrapa a grandes sectores de la población al constatar que la promesa concertacionista comienza a diluirse. Los jóvenes arrastran una amargura laxa, una depresión naturalizada que parece mancharlo todo. Sin embargo, en medio de todo esto, logra sobrevivir un residuo que no agota su fuerza rebelde. Desde un voluntarismo salvaje, los personajes que protagonizan esta novela nos aproximan a un pequeño territorio de insubordinación, levantando rabiosamente un discurso y acciones orientadas a revertir el cansino y falso orden de las cosas a costa de lo que sea.

Niños extremistas de Gonzalo Ortiz logra construir atmósferas con extrema velocidad, por instantes incluso hay cierto estilo de cómic, dejando fluir diversos enfoques para reelaborar la historia nacional de la derrota desde una minúscula gesta, cargando con un aura de heroísmo a sus personajes en medio de un tiempo que parecía ser sólo fracaso en la lejana provincia. La narración acontece luego del regreso del personaje denominado Cineasta, tras seis años de ausencia, a Penco, lugar donde se reencuentra con sus amigos de infancia.

Un aspecto favorable del volumen lo constituye la configuración de los tres protagonistas; son figuras enigmáticas al mismo tiempo que simples, hermanados en su belleza simbólica y la ingenuidad de sus discursos. Sin una entidad partidista, sin un discurso unitario, ni una programática de acción, Jim –el poeta–, Ángel –el extremista– y el Cineasta conforman un grupo que comparte su empatía con las demandas de los sectores populares y el rechazo absoluto a toda estructura de dominio. El relato es llevado principalmente por el Cineasta y en menor medida por Jim. El texto de este último es, en todo caso, fundamental para la construcción de la novela, ya que contiene su testimonio autobiográfico y da cuenta del origen del grupo de amigos.

La narración fomenta con efectividad la interacción de dos artistas y un combatiente. El Cineasta, en principio, sólo proyecta realizar un video experimental hasta que constata una complicidad esencial y casi muda con Ángelo, descolgado del FPMR que representa la rabia, y Jim, cercano al lautarismo y la épica inmediatista. Sin mediar planificación alguna, rápidamente se ven insertos en una cadena de acciones violentas que van desde dinamitar unas torres del tendido eléctrico y asaltar un banco hasta enfrentamientos armados con policías. Concepción y sus alrededores son presentados como sitios devastados, incluso con un aire de posguerra, en un presente degradado y sin utopías.

Niños extremistas es una novela que se hace cargo de la reflexión política desasida de la épica y en un contexto donde sólo la derrota parece posible. Desde personajes invisibles para la gran historia, el libro nos aproxima con entusiasmo y una profundidad contenida a la tensión dramática de tres jóvenes que viven en un ejercicio de sobrevivencia al límite, donde pulsa la rabia, la locura y el goce.

 

 

Mecánica celeste
Gonzalo Contreras. Seix Barral, 2013, 305 páginas.
LUN, 6 de Septiembre de 2013

La novela rosa o sentimental suele asociarse a la autoría de una mujer, pero no siempre es así, ya que los varones también cultivan el género y, a veces, dominan sus claves al revés y al derecho. Algo así intenta demostrar Gonzalo Contreras con su nueva novela, Mecánica celeste, aunque temblequea en la ejecución de aquel vilipendiado tipo de literatura, porque ha involucionado hacia una escritura básica y obsecuente, centrada en las tensiones del amor desde un imaginario masculino nervioso e histérico ante todo aquello que conspira en su contra.

Mecánica celeste, en lo medular, ronda la existencia de Francisco Bertrán, un arquitecto de clase alta, cercano a la cincuentena, atrapado en permanentes crisis amorosas y, en un grado mínimo, conflictuado por su labor profesional. Su historia es abordable con extrema facilidad, ya que se configura como una maraña digna del peor y más trivial de los culebrones. La narración comienza cuando Bertrán, el protagonista, ha finiquitado su matrimonio con la bella Diana, quien ahora se encuentra casada con un archimillonario. En este período llega a Chile el médico Pascal Bertrán, hermano mayor del arquitecto, acompañado de una también bella amante, Muriel Radeau, oriunda de la africana posesión española de Ceuta, y de su hijastra Bárbara, una adolescente que acaba de dar a luz y que jamás logra justificar su presencia en la historia. Pascal se suicida y Muriel se convierte en amante del arquitecto. A toda esta gama de estereotipados personajes, hay que agregar otros dos: una amiga de Muriel, Susan, gringa excéntrica que disputa con Bárbara el título de aporte cero, y Rudy, un adolescente ignorado por sus padres exiliados, que entabla amistad con Bárbara y termina de allegado en la casa de Bertrán, al igual que Muriel y Bárbara.

El relato intenta parecer fino, elegante, lo cual lleva al autor a construir escenarios donde predominan el lujo y el buen gusto. De más está aclarar que la belleza, para el autor, es absolutamente canónica, manteniéndose a una distancia considerable de lo que podría denominarse “vulgaridad”, lo que no quita la presencia de casas fastuosas, jardines exultantes, bellas noches estrelladas y sinuosos cuerpos femeninos. Respecto a lo femenino, el narrador asume que las hembras son un enigma constante, que poseen una “dulce sangre fría”, les fascina visitar guaguas recién nacidas y que entre ellas se observan con desmesura el color de las uñas y el teñido del cabello.

Engolosinarse con personajes de poco brillo, generando microrrelatos inconducentes e infértiles para tratar de apuntalar una historia que se desmorona a cada rato, es la principal estrategia narrativa de Mecánica celeste. La seguidilla de aburridas peripecias del protagonista jamás logra escapar de una temática sentimental que carece de toda dramaticidad, salvo en el apurado final, donde surgen ligeros guiños al género policial.

 

 

Había una vez un pájaro
Alejandra Costamagna. Cuneta, 2013, 71 páginas.
LUN, 13 de Septiembre de 2013

Si bien a estas alturas puede sonar majadero, hay que insistir en eso de que las explicaciones sobre intencionalidades del autor valen bastante poco, por no decir nada, al momento de la lectura o de la crítica. Más aun, si un libro requiere que el autor se materialice aclarando sus intenciones y buenos deseos es porque el libro no logra sustentarse en sí mismo. Por eso resulta innecesario el gesto realizado por la autora de este volumen al agregar unas páginas que pretenden aclarar algunas circunstancias de la elaboración del libro.

Alejandra Costamagna comenzó a publicar a finales de la década de los 90, pero su escritura generalmente pulcra y austera jamás ha perdido el aire de primer libro, aunque ya cuenta a su haber cinco novelas y dos libros de relatos. Había una vez un pájaro, su más reciente volumen, conserva el sello de la prudencia al abordar lo que a estas alturas es su obsesión: el mundo de la infancia y en especial la relación hija-padre.

Tres relatos conforman este volumen: “Nadie nunca se acostumbra”, “Agujas de reloj” y “Había una vez un pájaro”. “Nadie nunca se acostumbra” ya había sido publicado el año 2011 en el libro Animales domésticos. “Agujas de reloj”, con una extensión de página y media, es el único texto completamente inédito, ya que, tal como señala la autora en la nota al final del libro, el relato “Había una vez un pájaro” surge como una relectura de su novela En voz baja, de 1996.

En su conjunto, las tres narraciones se centran en la figura de una niña o mujer en permanente conflicto con la movediza vida familiar, por donde circulan parejas al borde del quiebre y padres que establecen una relación afectiva con sus hijas mucho más intensa que las figuras maternas, en medio de silencios, murmullos y un entorno donde se advierte la represión dictatorial hasta en los detalles más nimios de la vida cotidiana.

Lo más destacable es sin duda el relato final, que da título al libro. Un texto llevado por la profunda y aguda voz de una niña, la menor de dos, que experimenta el distanciamiento de sus padres, dedicados a complementar con grandes dificultades su labor familiar con la política. Costamagna ingresa con propiedad técnica a una temática poco elaborada en la narrativa chilena: la de los hijos de luchadores políticos desde la estética de una infancia acosada.

Por desgracia, se ha vuelto una tendencia forzar publicaciones, quizás debido a la imperiosa necesidad de ocupar un lugar en la escena literaria. Este volumen se incluye en tal corriente; sin embargo, logra desmarcarse y justificarse debido única y exclusivamente al valioso, aunque moderado, relato final.



 



 

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"Notas de un ventrílocuo", Germán Marín; "Niños extremistas", Gonzalo Ortiz; "Mecánica celeste", Gonzalo Contreras; "Había una vez un pájaro", Alejandra Costamagna.
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