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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 10 de abril al 8 de mayo de 2015
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Piezas secretas contra el mundo
Carlos Labbé. Periférica, 2014, 221 páginas.
LUN, 10 de abril de 2015
Un tono mesiánico, histérico, verborreico, atraviesa cada una de las páginas de este nuevo libro de Carlos Labbé, una novela experimental elefantiásica constituida por innúmeras ficciones, que se agotan en la reiteración de un hecho desde variaciones mínimas de perspectiva. Esta multiplicación de narraciones intenta poner en duda los conceptos mismos de realidad, ficción e interpretación, aunque con un autoritarismo tal que el lector se debería sentir miserable por desear tonteras como sentido, linealidades y causalidades.
La estrategia escritural pretende descentrarlo todo, pero se cae. Antes, eso sí, plantea una pequeña anécdota que opera como eje: una indeterminada comisión universitaria europea encarga a un sujeto hacer un informe sobre el guión de un videojuego cuyo autor ha terminado atentando contra su lugar de trabajo. Sin embargo, la novela diversifica las autorías presentes en el libro, junto con exponer variados tipos de textos como el comentario o el diario. De esta forma, al acumular discursos y voces, el volumen pretende erigirse como una megarreflexión sobre los más variados tópicos, donde no hay diferencias entre realidad, textos y comentarios.
Así, la realidad, la política, el texto, la literatura, el sentido, el autor, la intertextualidad, la metatextualidad, el futuro de la globalización, el comportamiento de organismos biológicos simples, la realidad virtual, los videojuegos y, cómo no, el amor desfilan por estas páginas, que tienden a convertirse en un manual de teoría literaria y cultismos, con los obvios decorados de saberes helénicos y filosofías variadas. Hay aquí un exhibicionismo de la condición de letrado, un fastidioso supranarrador enciclopédico posmodernizado que espectaculariza el conocimiento y convierte en una piltrafa el género novela.
El costo de esta deriva infernal es la inmovilidad y el esquematismo global de la narración, ya que el volumen cae en un descalabro de microhistorias desde el interior del videojuego, desde fuera del videojuego, desde diversos sujetos, múltiples lugares y numerosas temporalidades. Debemos entender lo anterior como la loable negación de los presupuestos convencionales de una novela, pero que en esta oportunidad dirige al libro hacia la categoría del arte por el arte, fuego fatuo o ventosidad culturosa.
Labbé parece estar consciente de la necesaria convivencia entre política del texto y política extratextual, pero se le escapa de las manos la articulación de ambas políticas. Cuando Piezas secretas contra el mundo confronta los intereses económicos del Primer Mundo con los del Tercer Mundo, ya es tarde: la preocupación metaliteraria ha hecho puré el pretendido sentido político de la novela.
La guinda de la torta es una tesis conspirativa hollywoodense que viene a explicar lo que ha sido la totalidad del relato. Esta solución, que vincula al videojuego con políticas económicas mundiales, pierde peso ideológico, porque la propia novela se ha encargado de aplastarla bajo toneladas de barro conceptual.
La muerte es una vieja historia
Hernán Rivera Letelier. Alfaguara, 2015, 204 páginas.
LUN, 17 de abril de 2015
Con un desparpajo impresionante ingresa Hernán Rivera Letelier al policial; sin embargo, basta un par de páginas para advertir su falta de oficio en el desarrollo del género. Esta es una novela donde las claves detectivescas en torno al crimen son desbancadas por un tierno relato amoroso en el que se terminan enfrentándose experiencia y virtud.
Esta simplísima propuesta novelesca insiste con lo que ha sido la marca de fábrica del autor: situaciones y personajes estereotipados, anécdotas cursis, resabios de realismo mágico, lenguaje empalagoso y una enorme fragilidad técnica. No obstante, de un tiempo a esta parte, Rivera Letelier ha manifestado un importante cambio: la extensión de sus obras ha ido decreciendo. Sus narraciones se han vuelto cada vez más escuálidas, pareciéndose más a cuentos forzosamente inflados que a novelas.
La muerte es una vieja historia se centra en las andanzas del Tira Recaredo Gutiérrez, detective privado, con mínimas capacidades inquisidoras, y su ayudante Tegualda, una joven y avispada evangélica, experta en seducir con recato, no por nada todos los hombres de la historia se rinden a sus encantos, incluido el protagonista, que se complace en provocarla con relatos de doble sentido. Los diálogos entre ambos parecen una rutina de humoristas decadentes, donde uno lanza la talla picarona, mientras el otro le responde con inocencia y ternura.
El caso que perturba a la pareja es el de un violador serial que ataca en el cementerio de Antofagasta. Es en este sitio y sus alrededores donde los protagonistas despliegan su rudimentario oficio para descubrir al criminal. Lo cierto es que, a pesar de quedarse siempre en la superficie y de seguir una ruta investigativa exclusiva, ningún indicio les falla y todas las pistas los conducen sin inconvenientes a la resolución del caso.
Al modo de un manual para aprendices de escritura detectivesca, el relato se mantiene con rigurosidad atado a un esquema básico: presentación de los protagonistas, descripción del caso, recolección de indicios, búsqueda de sospechosos y llegada a la meta. Rivera cree firmemente que el policial debe resolver los hechos con toda claridad y dejar bien amarrado el desenlace. Un aspecto fatal en esta secuencia de etapas dispuestas sin el menor dinamismo es lo obvio que le resulta al lector identificar al posible hechor, ya que el texto se lo entrega en bandeja; sólo faltó que anduviera con una camiseta que dijera “soy el violador”.
En un intento vano por dar algún tipo de espesor a esta tela de cebolla narrativa, el autor menciona al pasar las protestas estudiantiles, la corrupción de los políticos y la presencia de colombianos atiborrando las calles de la ciudad. Más allá del toque xenofóbico, la presencia de lo contingente no es más que un leve decorado, un accesorio tan prescindible como el propio hecho policial. En última instancia, la novela instrumentaliza el ambiente detectivesco, lo convierte en el escenario ideal para exhibir el coqueteo entre sus protagonistas.
A duras penas logra sostenerse esta narración, protagonizada por un debilucho personaje, donde prima la falta de reflexión, la superficialidad en el tratamiento de los crímenes, de las víctimas y los victimarios. La muerte es una vieja historia consigue con facilidad, y esto sí constituye un mérito, ubicarse en el primer lugar de las peores obras de Rivera Letelier.
Renoval.
José Joaquín Saavedra. Imbunche, 2015, 97 páginas.
LUN, 24 de abril de 2015
Inseguridades varias tiene José Joaquín Saavedra con su primer libro de ficción. Así queda claro en su inútil epílogo, donde intenta aclarar qué fue lo que quiso decir. Probablemente, esta temerosa actitud deriva de la voluntad de experimentalismo que posee el volumen, que su propio autor supone inentendible. Más allá de sus dudas, Renoval es un libro bastante logrado, en el que se cruzan géneros y las voces se multiplican, al igual como los niveles del tiempo y las realidades narradas, al modo de un testimonio desmembrado. Tan desmembrado como la historia de una comunidad originaria violentada por la colonización y la modernidad.
Saavedra construye una cosmogonía oscura, rebosante de símbolos y mitos en torno al fundamento cultural del archipiélago de Chiloé. La naturaleza emerge como una potencia inconmensurable, antropomórfica, dispuesta a operar incluso con violencia extrema al momento de defenderse. En este ejercicio de resguardo de lo propio, la naturaleza se agenciará con una constelación de seres sobrenaturales, brujos y espíritus, para castigar y expulsar todo aquello que desestabilice el orden ancestral.
La idea de fondo que sostiene el volumen es el deseo rabioso de recomposición del tiempo mítico y, por tanto, de negación y expulsión de lo foráneo. Esta postura resulta importante en un contexto como Chiloé, mercantilizado por el turismo con color local, que termina convirtiendo en un fetiche aquellas comunidades que alcanza. Por lo mismo, se plantea aquí el resguardo y la sacralización de lo propio, rechazando cualquier figura extranjera, dado que siempre terminará profanando el equilibrio mítico.
Es en este tenso contexto donde circula el afuerino, personaje que se alza como el protagonista de la novela, autor del relato que leemos y partícipe directo de la mayor parte de los acontecimientos. El afuerino posee dotes paranormales y códigos que van más allá de la razón. Habla con la naturaleza y manifiesta como único anhelo una “búsqueda sin nombre”, un “viaje sin objeto” por el terrorífico cosmos chilote. Sumido en una permanente tristeza, se mantiene a la espera “de lo inefable”, atormentado por interrogantes sobre lo que cataloga como un territorio desgarrado. Su obsesión por esa tierra, al carecer de lógica y de origen, resulta en apariencia mera trayectoria, únicamente desplazamiento; pero su viaje contiene un sentido que se oculta al lector. Descifrar ese sentido que se escapa, permitirá no sólo desentrañar la motivación del personaje, sino también la violenta respuesta que el propio territorio alza.
Renoval es una novela que acierta al construir un personaje torturado, dejando abiertas dos opciones: la irracionalidad (locura) o el ingreso a un universo fantástico. De igual modo, resulta atractiva la proliferación de microrrelatos y personajes ligados al tiempo mítico, que le disputan protagonismo al afuerino, símbolo absoluto del fuera geográfico e ideológico. La figura del escritor, por su parte, es asociable a la memoria, el lugar donde pervive la turbulenta historia de un pueblo y que será inaccesible para todos los afuerinos posibles.
Si dejamos fuera el barroquismo en el fraseo, el epílogo absolutorio y el prólogo academicista, esta obra de Saavedra resulta auspiciosa en el tratamiento multifocal de la trama y la puesta en escena del colonialismo y la resistencia, esta última incrustada en una cosmovisión que, llamativamente, parece rechazar con audacia un multiculturalismo asociado a la pérdida de identidad.
La misma nota, forever
Iván Monalisa Ojeda. Sangría, 2014, 90 páginas.
LUN. 1 de mayo de 2015
El travestismo ha sido abordado en nuestra narrativa generalmente desde el equívoco juicio que lo asocia a desviación o patología. Por lo mismo, resulta importante este primer libro de Iván Monalisa Ojeda, donde tiene un lugar prioritario la figura travesti. Sin embargo, el autor se acerca peligrosamente al estereotipo, escapando sólo a medias de la mirada estigmatizadora dominante en nuestra sociedad.
La misma nota, forever es un conjunto de nueve relatos que pareciera apelar al fácil recurso del efectismo al instalar sexo, drogas y homosexuales pobres en el gran territorio neoyorquino. Esta intención “golpeadora” se mantiene a lo largo del volumen, el que sólo en algunos segmentos logra desviarse hacia una zona más interesante, especialmente cuando insiste en los aspectos sociales que enmarcan la vida de los personajes, que en su mayoría son travestis latinoamericanos, relegados a un gueto de migrantes que se ganan la vida ejerciendo el comercio sexual.
Las travestis son presentadas como trabajadoras expuestas a la violencia, al deterioro físico y a la muerte. Frente a esta realidad, y de manera paradójica, los personajes se deslizan por la vida creando una suerte de ficción risueña y banal, desde la cual intentan sobrevivir y rearmar sus vidas, abandonando, por ejemplo, el consumo de drogas. Así sucede con el escritor protagonista de “El fan club de la Turner” o con Charlotte en “Lo que necesito es dinero”, quien anhela entablar una relación de pareja y dejar la coca.
Un par de relatos destacables son “El chico de al lado” y “Estas son nuestras banderas”. El primero, quizás el mejor del volumen, es protagonizado por una travesti envejecida, pobre y solitaria, pero que aún gana sus pesos prostituyéndose. Arrienda una pieza y entabla una relación con su vecino, un atractivo chico centroamericano. Es interesante que el vínculo no requiera palabras, nombres, datos biográficos ni confesión de afectos. A pesar de contar con total libertad, ambos personajes optan por experimentar la sexualidad como un ritual por etapas. “Estas son nuestras banderas”, a pesar de su dispersión y constantes desenfoques, es el único que aborda directamente el activismo. El deseo de la protagonista es participar en la Gay Parade, marchar por el centro de Nueva York desde su condición de latinoamericana y travesti latinoamericana. En su alocución final señala: “Me acuerdo de Chile. Me acuerdo de Santiago. A nuestro pasar, la Quinta Avenida se transforma en una ancha Alameda”. El personaje afirma la libertad de género, la ocupación de un espacio público sin trabas a su identidad, pero aún se manifiesta atada a su retrógrado lugar de origen.
Escribir sobre la figura travesti, en el contexto chileno, desligándose del potente estilo lemebeliano, es todo un desafío. Iván Monalisa Ojeda intenta construir un camino propio a pesar de la tendencia a la elipsis que comprime el ritmo, el desarrollo algo tosco de las anécdotas, la tendencia a perder el foco y dispersarse en demasía, y el cierre abrupto de sus relatos. Su mayor yerro es encerrar a sus personajes en el estereotipo de la loca, carente de profundidad y reflexión. Sus mejores momentos son aquellos en que libera a sus personajes de una forzada liviandad y conformismo, permitiéndoles dejarse llevar por la tristeza, la sentimentalidad y el resentimiento.
Un crimen de barrio alto
Mario Valdivia. Planeta 2015, 286 páginas.
LUN, 8 de mayo de 2015
En uno de los sectores más conspicuos de Santiago, se produce un asesinato y un robo de valiosas obras de arte. La víctima, Clarisa de Landa, seductora y exitosa profesional, arrastra una vida llena de enigmas que deberá ser investigada por el comisario Óscar Morante, protagonista de esta novela. Un crimen de barrio alto es un policial tradicional, donde prima el trabajo aplicado, el peso de la institución policial a la cual pertenece el detective y la crítica a las élites corruptas.
A través de un convencional narrador omnisciente, surge la atractiva figura de Morante, lector de Proust, solitario, depresivo y volcado obsesivamente en su trabajo. Su mujer lo acaba de abandonar y él no logra explicarse las motivaciones de la ruptura tras 25 años de convivencia. Su perfil de rudo y buen profesional sólo se quiebra en la intimidad del hogar, donde se dedica a beber y reflexionar sobre el sentido de su vida. El detective lleva el caso con extrema dedicación junto a un equipo de jóvenes policías a quienes exige rigor y trata en muchos casos con displicencia. Un personaje enigmático es Adriana Vallejos, una joven psicóloga forense, quien forma parte del grupo de investigadores, pero que tiene una relación mucho más cercana y personal con Morante.
Valdivia construye personajes atractivos, en particular su protagonista y centro absoluto de la novela, al que describe desde diversos ángulos. Enriquece la narración el detallismo, la profundización en la intimidad del personaje. Morante expone una visión amarga y desencantada respecto a la historia del país, la contingencia nacional y su propio oficio. Vive en un permanente estado de crisis, que acrecienta su reflexividad; sin embargo, no es un investigador rutilante, de aquellos capaces de armar intrincados racionamientos. Por el contrario, es un tipo que se apoya, quizás demasiado, en su equipo, el cual tampoco está formado por sujetos brillantes. En suma, todos están configurados como seres comunes, en extremo normales, cercanos incluso a la mediocridad.
Un aspecto llamativo son los constantes fracasos del equipo policial. La narración avanza y avanza, y no logra afinar una línea investigativa contundente. Si bien estos fracasos logran dar verosimilitud al proceso y al protagonista, continuamente reprendido por sus jefes debido a su ineficaz labor, en algunos momentos sólo consiguen que la historia se detenga, volviendo a un improductivo punto cero.
La novela cae, pues, en una suerte de rigidez estructural, al regular en demasía la entrega de datos provechosos, afectando el ritmo de tensiones y distensiones, lo que termina perjudicando la resolución de la historia. Así, Morante, quien parecía tener todo el tiempo del mundo, comienza a desesperarse, aprieta a sus detectives, hasta que por fin logra armar una red de sospechosos.
Un crimen de barrio alto consigue insertar la contingencia nacional al abordar en detalle la corrupción de los poderes económicos. Sin lugar a dudas, Morante es un personaje con futuro. La historia resulta eficaz, aunque dilate la etapa investigativa primaria, aquella que lleva a la recolección de pistas y posteriores sospechosos. Valdivia construye un relato policial dramático, que se permite ciertas cuotas de ironía en un momento radicalmente importante para la historia que se narra. Además, resulta muy llamativa la forma como esta novela termina dialogando con el policial en formato audiovisual.