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200 años de vilezas
Impuesto a la carne, de Diamela Eltit. Seix Barral, 2010, 187 páginas

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 27 de Agosto de 2010


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Una vez más la alegoría es la forma elegida por Diamela Eltit para desarrollar su ficción. Una forma literaria que en cada uno de sus signos alude a otra realidad, una escritura en clave cuyo fin es, en la propuesta estética de la autora, la denuncia de un sistema de represión que opera de manera doble: en el interior de la estructura familiar y en el orden nacional. Se trata, como se ve, de generar una reflexión literaria en torno a los sistemas de dominio y sus consecuencias.

Impuesto a la carne es un relato centrado en el monólogo de una mujer enclaustrada en un recinto hospitalario junto a su madre, ambas denominadas por la hija como anarquistas. Son dos ancianas que acusan en su cuerpo y sus palabras las huellas de doscientos años. Este par de mujeres son el bicentenario de la marginalidad, dos siglos donde la figura femenina se manifiesta como el lugar de la represión, la humillación y la derrota.

El hospital es un organismo  dominado por la todopoderosa figura de los médicos y sus fans, porque el poder requiere de una pléyade que lo celebre, que lo enaltezca y contribuya a consolidarlo en su autoritarismo. Un lugar putrefacto donde se trafican sangre y órganos, en el cual las pacientes –el relato no se refiere a enfermos masculinos- se encuentran detenidas en una suerte de tiempo eterno a la espera de la muerte o, lo que es peor, de la infinitización de su tortura.

Es la hija quien lleva el relato; su habla tiene la resonancia de un lamento, una palabra de moribunda, de perdedora; una palabra que representa con fidelidad a quienes estarán siempre en el lugar de los dominados, violentados en su dignidad en cada instante de su existencia. La narradora interactúa tormentosamente con su madre, que parece aborrecerla, pero que a la vez no puede vivir sin ella. Hay una dependencia enfermiza entre ambas mujeres, una relación marcada por la fiereza de la progenitora y la sumisión de la hija.

El monólogo de esta última, de una potencia notable, es un flujo discursivo macabro y frágil, saturado de imágenes obscenas extremadamente reconocibles en lo que podría denominarse la genealogía de los marginados. La grandeza de esta novela radica en mostrar la historia bicentenaria del avasallamiento, de las vilezas ejercidas desde la patria o la nación, como señala el texto, hacia sus pobres, hacia los que no tienen más patrimonio que su cuerpo. Y es el cuerpo el que precisamente ocupa acá un lugar central. Los cuerpos corrompidos por la enfermedad y entregados a un sistema de sanidad que los desprecia, que los maltrata y prepara para la muerte porque ya no sirven a esta modernidad que se alimenta sólo de cuerpos vigorosos.

En estos días donde la palabra anarquismo ha cobrado una relevancia estigmatizadora, en estos días donde 33 mineros han sido víctimas del lucro deshumanizador, la novela de Diamela Eltit se transforma en una ficción-documento excepcional en torno a la barbarie en que estamos sumidos.



 


 

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Impuesto a la carne, de Diamela Eltit. Seix Barral, 2010, 187 páginas
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 27 de Agosto de 2010