Error de continuidad
Ernesto Garratt. Áurea, 2020, 151 páginas.
LUN, 9 de abril 2021
Este libro parte tan mal, pero tan mal, que se hace dificil esperar una mejoría; sin embargo, logra remontar. Error de continuidad de Ernesto Garratt es una novela tragicómica de género fantástico, abarrocada, a ratos con un humor delirante y con un fuerte componente crítico a la contingencia nacional.
El viejo e inmortal tópico de los mundos paralelos es la base de este volumen protagonizado y narrado por Daniel Villanueva, chileno que trabaja en la industria del cine como encargado de continuidad en películas. Además, es casado, padre y está cesante debido a la pandemia. Si el objetivo era representar al chileno medio, Garratt lo logró a cabalidad.
La escena que abre el libro es excesivamente efectista. Villanueva arroja a la mascota de su hija contra un muro. Este mal paso derivará en la apertura de un portal hacia otras realidades, donde va despojándose de su identidad. Su desdoblamiento podría ser un castigo, no sabemos si divino o luciferino, que lo llevará al triunfo, pero también a la derrota.
Cuando el protagonista ingresa a la realidad 2, su esposa e hija no existen. Ambas representaban una carga para el protagonista, una molestia, principalmente la niña. Si bien el relato aborda con mesura el desagrado que significa la familia, resulta bastante atractivo que el personaje se atreva a poner en entredicho el afecto y paciencia que debe tener con su hija. Garratt no había demostrado en sus anteriores narraciones esta gracia: despotricar sin miramientos, aunque se podría decir que se quedó un poco corto, porque faltó insistir en sus ataques contra la familia.
Donde no hay cortapisas es en la autoflagelación del protagonista. Todo tiende a rebajarlo, incluso sus pequeños triunfos. En la realidad paralela es contratado por mucho dinero por una productora de cine estadounidense para una película tipo Volver al futuro, citada hasta el hartazgo por el personaje. De este segundo nivel de realidad, salta a un tercer escalón, donde se convierte en el protagonista de la película.
Garratt mantiene de su primera publicación, la gran novela Allegados, el resentimiento social. Este aspecto ayuda a levantar el nivel intelectual del personaje, consciente de vivir en un país clasista y de representar a un sector social golpeado. El caso es que la ideología rabiosa del personaje permite que la historia vaya más allá del juego intertextual o de la narrativa metacinéfila. Porque si hay algo agotador son los enormes segmentos donde el autor
nos cuenta sobre la industria del cine y sus filmes preferidos.
Hay un aspecto tremendamente interesante en este volumen. Se trata de las notas a pie de página. Citas para idiotas, podría decirse, ya que traducen del inglés, términos como "yes", "e-mail" y similares. En principio este recurso parece una mera ridiculez, sin embargo cruza toda la narración con una finalidad específica. Mostrar lo estúpido del personaje, su arribismo y su errada idea de lo que es ser inteligente.
A la segunda y tercera realidad le sobran páginas. Sin embargo, bien vale hacer notar que con mucho humor Error de continuidad abre los fuegos hacia la rabia de una clase media arribista y muy resentida, lo que no es fácil. Garratt escribe con aceleración, al borde del delirio y con disparadas metáforas de encierro que, de una u otra forma, le aseguran un lugar destacado en la literatura de pandemia.
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Ernesto Garratt, periodista y crítico de cine, nació en Santiago en 1972. "Error de continuidad" es su tercera novela", tras "Allegados" y "Casa propia". También publicó "Tardes de cine", un conjunto de entrevistas a destacados directores de -claro- cine.
Iluminación artificial
Cristofer Vargas Cayul. Provincianos, 2021, 103 páginas.
LUN, 16 de abril de 2021
Esta novela de Cristofer Vargas Cayul, Iluminación artificial, conforma un binomio perfecto con Corte de Felipe Reyes (La Calabaza del Diablo, 2015). Ambas tienen protagonistas niños que habitan una población; aunque en diferentes épocas, los problemas de base son los mismos: la pobreza, el abandono y la falta de expectativas y de oportunidades son expuestas desde una voz ingenua, incapaz de identificar responsabilidades de su malestar ni sentir una pizca de resentimiento.
Sin embargo, el libro de Vargas Cayul se aleja del realismo sucio de Reyes: los niños no han perdido la ingenuidad, poseen algo de magia y de encanto en sus miradas, sin caer en ninguna romantización (hecho que tampoco sucede en Reyes). Y eso que el autor tendría todo el derecho de tomar esa perspectiva como una forma de combatir los estigmas criminalizadores que acosan al sujeto popular, pero el volumen va por un camino diferente y expone la niñez desde un punto de vista no idealizado, para mostrar a estos niños expuestos a la violencia. Una violencia que les llega de manera progresiva y naturalizada desde diversas zonas, el barrio, la familia, hasta de las grandes estructuras sociales, bosquejadas como las principales responsables del drama en que viven.
Imposible no sentir complicidad con el chico de trece años que protagoniza esta narración, situada a finales de la década de los 90. Imposible no tener empatía con su pequeño hermano y su mundo privado o con la abuela que los cría tras el abandono de los padres. Estos tres personajes son construidos con una enorme delicadeza, con
afecto, pero sin un sentimentalismo desbordante.
La metáfora de la luz, como en tanto relato de los últimos tiempos, desde Nona Fernández hasta Benjamín Labatut, es permanente. La población es parte de una toma, así que están siempre en posibilidad de ser expulsados; por lo mismo, carecen de energía eléctrica; es más: el municipio usa el corte de electricidad como una más de las herramientas de acoso a la colectividad. El progreso no llega y la falta de luz, como símbolo, es una amenaza diaria, que los limita a ver sólo lo más cercano.
Frente a esa realidad extrema, el volumen no sólo construye delicadamente a sus personajes, sino también impregna de sutilezas el contexto. Vargas Cayul escribe con parsimonia, apegado a una temporalidad quieta, una suerte de eterno presente, aguzando la mirada, deteniéndose en aquello que a simple vista resulta imperceptible. Podría decirse incluso que el niño protagonista mira como poeta, ya que los elementos contextuales, pese a su degradación, condensan una extrañeza, una particularidad que los transforma en especiales.
Las formas en que estos niños se niegan a la pérdida es todo un acierto. Con una naturalidad impresionante, la historia logra desplazarnos por sus rutinas, imaginería, afectos y miedos, pero también sus modos de sobrevivencia. Cada minucia en este relato tiene un sentido doble: por un lado, reforzar el deseo de sobrevivencia y, por otro, exponer la grandeza de una mirada pequeña, aunque abierta a reflexiones filosóficas enormes, que muchas veces no tendrán respuestas, pero que revelan la paradojal riqueza de los personajes.
El derecho a pensar desde abajo, sólo atisbando que hay algo más allá de la casa, la familia y el barrio, es el gran mérito de los hermosos personajes que circulan por estas páginas.
_______________________________ "Iluminación artificial" es el primer libro de Cristofer Vargas Cayul, quien en 2019 obtuvo el primer lugar en los Juegos Literarios Gabriela Mistral por su cuento "Parque del Recuerdo". El autor nació en Santiago en 1993.
La muerte viene estilando.
Andrés Montero. La Pollera, 2021, 129 páginas.
LUN, 23 de abril de 2021
Las narraciones orales, aquellas que pasan de voz en voz y de generación en generación, son reelaboradas con un interesante espesor en La muerte viene estilando, un muy buen ejemplo de una novela que al mismo tiempo opera como un conjunto de cuentos. Andrés Montero, el autor, es un prolifero contador de historias alimentadas por la memoria popular, donde convergen lo divino, lo demoniaco y lo humano. Y, lo más importante, lo hace sin la intención manifiesta de dejar una enseñanza ni menos construir una estampa criollista.
Muerte y vida son parte de estas historias en la que hay un espacio importante para lo sobrenatural. La existencia de hechos que escapan a la razón está elaborada con tal verosimilitud que una vez dentro no hay posibilidad de cuestionar la extrañeza. Montero construye con gran habilidad personajes que vienen de vuelta —hombres y mujeres que arrastran mucha vida—, sin convertirlos en ningún momento en emblemas acabados de sabiduría. Es un acierto humanizar al máximo las reflexiones sobre el sentido profundo de la existencia y demostrar que siempre habrá zonas de incertidumbre y de actos erráticos que confirman la condición humana.
En seis capítulos, historias o cuentos se divide este volumen, interconectados por los temas y por los personajes, en algunos casos como protagonistas, en otros con una función secundaria. Esto redunda en que hasta el más nimio de los personajes está siempre aportando a la globalidad del libro.
Si hay algo categórico en esta novela es la división social y el rostro unidimensional del patrón de fundo.
Es el mal en estado puro; su salvajismo y el de su estirpe maldita no tienen reveses. Más aun, sus acciones no quedan impunes: algún castigo habrá como una suerte de compensación para sus víctimas. Sin embargo, resulta interesante que Montero limite la presencia de un posible destino por medio del comportamiento de personajes que deciden racionalmente y por voluntad propia cómo actuar.
El relato que abre el libro no solo es tremendamente inquietante, sino que además condensa, en clave, todo aquello que vendrá. "El velorio" presenta a un hombre que se ofrece al jefe de la empresa para ir a recoger a un socio extranjero al aeropuerto. Es de noche, toma un desvío, el auto se queda sin bencina. A partir de entonces nos internamos en un juego de confusiones. El hombre llega a un velorio y es recibido con sorpresa porque le atribuyen otra identidad, la del patrón de fundo, que impensadamente estaría asistiendo al velorio de su ex amante. La historia es precisa en su extrañeza, en el modo de llenar de incertidumbre al personaje y a quien lee. Lo abierto del desenlace permite que este segmento funcione como un umbral respecto al resto de las narraciones.
Montero controla los tiempos y mantiene siempre la ambigüedad en sus personajes. Solo cuando aborda mujeres se vuelve simbólico; así, aparecen más adelgazadas en su profundidad y roles, siempre víctimas, sabias o con el don de la videncia.
Uno de los grandes momentos del volumen es el relato final, "Flor y truco, forastero", centrado en el hijo de un pescador que decide emigrar del pueblo, para años más tarde restablecerse allí, junto a su madre viuda. El joven, hastiado del sentido de la vida, pregunta a su madre cuál es el sentido de existir cuando sabemos que todo se perderá en el olvido. La respuesta de la madre es tremenda, una muestra perfecta de la grandeza de la sabiduría de los seres anónimos, que cargan con una delicada y profunda visión de lo que significa el sentido de vivir.
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La novela que aquí se reseña es la tercera de Andrés Montero; las anteriores son "Tony Ninguno" y "Taguada". Nacido en Santiago en 1990, el autor también ha publicado varios libros de índole juvenil y, quizás porque es un narrador oral, el ensayo "Por qué contar cuentos en el siglo XXI"
Es lo que hay
Begoña Ugalde. Alfaguara, 2021, 174 páginas.
LUN, 30 de abril de 2021
Un loop que se vuelve angustiante, la reiteración de momentos, de escenas, de personajes que cambian sus nombres y escenarios, sin que muden su esencia: es lo principal en Es lo que hay, de Begoña Ugalde.
Estos relatos tienen como centro la voz de mujeres jóvenes agotadas, en su mayoría desgastadas por las labores de hogar y que han desplazado sus estudios universitarios, su interés por la literatura o el feminismo. Además, estas mujeres casi siempre son madres y pueden o no tener pareja, lo cual vendría a ser lo mismo, ya que su sensación de desamparo es constante. Los hijos y las parejas son una carga, dos moles que las reprimen, violentan y condenan a una vida tediosa y carente de expectativas. Las historias ocurren en Chile, España o Argentina, variantes que poco afectan a la médula de las narraciones.
La figura literaria de la reiteración sirve en estos cuentos para remarcar la terrible exigencia de ser madre-adulta-responsable y otras cosas agregadas a los roles impuestos, obligaciones que para las diversas protagonistas son imposibles de sobrellevar. Lo importante es cómo el libro construye vidas mínimas, es decir, mujeres como muchas, sometidas a rutinas que parecen no ser tan pesadas, pero que las van minando hasta casi destruirlas. Sin embargo, no las destruyen, y he ahí el punto, porque sobreviven y con pequeños gestos buscan una salida a su encierro.
Ugalde ha escrito un volumen de feminismo mainstream, donde denuncia una condición de mujer diezmada por su madre, su padre, sus hermanos, su pareja y sus hijos. Una mujer, en cierta medida, derrotada, asumida en lo que ya no fue e incapacitada para salir de este foso. Respecto al feminismo mainstream, vale señalar que resulta loable que la literatura feminista se abra a lectores y lectoras no académicos, que intente construir un público sin privilegiar discursos teóricos o consignas, sino que opte por exponer una vida que fluya desde una verosimilitud excepcional, como sucede acá.
Más aun, Ugalde escribe con sencillez, linealmente, sin opacidades, sobre un tipo de mujer joven de clase media alta, vegana, tatuada, de cabello colorinche, que viaja, flirtea, se divierte a medias y que siempre termina siendo víctima de algún tipo de violencia, incluso por el simple hecho de no calzar con los estándares familiares cuicos. Es importante señalar que estas narraciones se
focalizan en un grupo social muy específico, donde de una u otra forma las preocupaciones materiales no son extremadamente importantes. Así, el modo de comportarse, hablar y pensar de estas mujeres aparece demasiado condicionado por su pertenencia social. Esto lleva a desaciertos como calificar a los pobres como seres deformes y peligrosos (el vecino chileno de Barcelona o un mendigo en un terminal de buses). De todas formas, la autora elabora un feminismo marcado por la clase, que bien vale conocer o reconocer.
Es lo que hay es un volumen que, si bien roza el lugar común, consigue crear momentos profundos, donde el dolor es imposible de amortiguar. No es un libro rupturista ni arriesgado, pero que puede resultar atractivo para sumergirse en el drama, muchas veces oculto, del sometimiento femenino en un segmento social acomodado.
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Begoña Ugalde (Santiago, 1984) es autora de varios volúmenes de poesía ("La Virgen de las Antenas" y "Poemas sobre mi normalidad", entre ellos) y de unas cuantas obras teatrales ("Toma" y "Lengua materna", por nombrar dos). "Es lo que hay" es su debut en la narrativa, al menos en forma de libro.
El fallo muscular
Cristian Cristino. Noctámbula, 2021, 84 páginas.
LUN, 7 de mayo 2021
Al relacionar literatura con fisicoculturismo, es inevitable pensar en Mishima y su grandioso ensayo El sol y el acero (1968), donde el cultivo del cuerpo y la filosofía siguen una misma línea. Marcando las necesarias distancias, Cristian Cristino, en El fallo muscular, también vincula el cuidado del cuerpo con un modo de concebir la vida. Lo llamativo aquí es la mirada que se autocensura en su erotismo, en sus ganas de poseer el cuerpo del otro, y los límites de esa mirada, incapaz de ver fallos en el ser amado.
El fallo muscular es una novela interesante, original si se quiere, aunque con algunos desniveles. Tan importante como lo que se dice es aquello que se silencia, ya que marca un derrotero hacia el afuera de la narración. Esto es nada más y nada menos que la época, el contexto. Eso puede explicar que el homoerotismo aparezca encubierto en la amistad, en un supuesto deseo de pureza y perfección.
El objetivo central de la trama es configurar a Rodrigo, labor ejecutada por el narrador, su amigo personal. Ambos se dedican al fisicoculturismo, aunque cuentan con mínimos recursos para sostener una dieta, adquirir vestimentas e incluso comprar drogas que les permitan aumentar su rendimiento e hiperdesarrollar la musculatura. Los cuerpos expuestos en esta narración se convierten en una metáfora de cómo funciona el biopoder, imponiendo estándares de una masculinidad que opera como una carcasa y de un trabajo quirúrgico en pos de construir una corporalidad para la exhibición y el consumo.
Así, el narrador presenta a Rodrigo como su ideal de amistad, su ejemplo de vida; sin embargo, tras esto hay deseo de carne, músculos, cuerpo. Rodrigo no advierte las inquietudes de su amigo, dedicándose por completo a trabajar su físico. Más que Rodrigo, resulta importante la figura del narrador, que va más allá de ser una voz: es, derechamente, el verdadero protagonista. Este narrador-personaje fracasado en todos sus intentos, pero que idolatra al triunfador Rodrigo, sigue una ruta similar a la de su héroe. Ambos caen de igual forma, ingresando a un camino sin retorno de destrucción y autocastigo.
Hay dos aspectos valiosos en este libro en cuanto a la estructura. Cristino divide su novela en segmentos asociados a posturas del cuerpo. Esta segmentación permite que la historia, al igual que el cuerpo, aparezca encuadrada en un esquema rígido. Pero la escritura sigue un camino distinto, es flexible, cercana, conversacional. De hecho, el narrador se dirige siempre a una entidad innomi-nada que anda tras los pasos de
Rodrigo.
El segundo aspecto valioso es la tendencia a la anáfora, es decir, una retórica que reitera palabras, frases, información, como si fuera una muletilla; su sentido aquí es marcar un eje y un ritmo. Así es posible leer una y otra vez que el narrador conoció a Rodrigo a los 21 años, recién llegado del sur, decidido a triunfar, que arrendó una pieza y que al año siguiente participó en un torneo en la disco Luxor.
En El fallo muscular el final es fundamental, pues permite torcer la imagen de Rodrigo de manera total, dando cuenta con esto que era más que un cuerpo y un deseo de ser leyenda. Entre los desniveles cabe mencionar el desenlace exiguo, la inexistencia de la voz de Rodrigo y algunos problemas técnicos en los cambios de narrador. Finalmente, la homosexualidad pudo haber sido tratada de manera más queer, un poco menos reprimida. Pese a esto, la novela no deja de ser sugerente.
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Cristian Cristino (Santiago, 1982) es autor de varias obras de teatro, entre ellas "Yucatán", "Lucecitas en el cielo" y "Devórame otra vez". "El fallo muscular" es su primera novela.
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Crítica Literaria Error de continuidad,
Ernesto Garratt; Iluminación artificial,
Cristofer Vargas Cayul; La muerte viene estilando,
Andrés Montero; Es lo que hay,
Begoña Ugalde; El fallo muscular,
Cristian Cristino.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias del 9 de abril al 7 de mayo de 2021