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Crítica literaria
Por Patricia Espinosa
En Las Últimas Noticias, 15 mayo al 12 de junio de 2015
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El tren marino
Daniel Villalobos.
Libros del Laurel, 2015, 296 páginas.
LUN, 15 de Mayo 2015
El sur (2012), la primera novela de Daniel Villalobos, se caracterizó por una prosa regulada y sutil al exponer la intimidad de su protagonista, demostrando cierta precisión estilística poco usual en autores novatos. Pues bien, Villalobos ha decidido, en ésta, su segunda novela, arrasar con su breve pasado literario, desarrollando una propuesta radicalmente distinta. Este accionar puede leerse como un riesgo, una exploración, pero también interpretarse como un caso ejemplar de quien va probando en el camino, tanteando sin tener nada muy claro. No sería extraño que en el futuro Villalobos, siguiendo los giros de una brújula enloquecida, sin la más mínima intención de construir una estética personal, se arriesgue con la novela rosa o policial, en la que no se encuentre ni la más mínima huella de sus anteriores publicaciones.
El tren marino es una novela fantástica donde predomina un estilo muy limitado, infanto-adolescente. La anécdota y la disposición de la historia y los discursos son de una simpleza inalterable. El relato confronta el bien y el mal a través de tres personajes. Por el bando de los buenos, Catalina, de doce años, quien ha perdido misteriosamente a su hermano, y Helena Gómez Pereira, ilustradora de cuentos infantiles, cuyo pequeño hijo ha muerto en un accidente casero. Por los malos, un tren que secuestra a los niños de Chile. Helena se involucra en estos eventos debido a su labor profesional; ha ilustrado el libro infantil El tren marino, cuyas imágenes se tragan a los niños lectores y los arrastran hacia el interior de la máquina. Ambas mujeres iniciarán un viaje de aventuras hacia el sur de Chile, en el que tendrán que enfrentar a disímiles entidades malévolas enviadas por el tren.
La historia es tremendamente farragosa, insoportable en la reiteración de los hechos. A pesar de la enorme diversidad de aventuras a las que se enfrentan Helena y Catalina, el relato parece estar comenzando una y otra vez, lo que, sumado al constante espejeo de los hechos, clausura la anécdota. El volumen insiste en privilegiar una agotadora y casi excluyente función narrativa: las dos mujeres deben escamotear el mal. En definitiva, la narración se reduce a un extenso juego de acechanzas y escapadas cada vez más sobrecargado de símbolos inútiles.
A mediados de la segunda parte, la novela se disloca sin retorno, se habla del tren o del barco marino, da exactamente lo mismo, y aparecen personajes sin ninguna pertinencia, como el revolucionario o el niño inválido. Es tal la pérdida de rumbo, que hasta se incluyen dos minuciosas secuencias ultraefectistas de abuso sexual. Además, para darle espesor ideológico a esta pegatina de aventuras, el volumen relee la historia de Chile, desde la Colonia hasta la actualidad, a partir de una secta de conjurados y de brujos malhechores.
Este tipo de novelas requiere extrema precisión; sin embargo, acá hay contradicciones en la anécdota, conflictos irresolutos, olvidos trascendentales, como la adolescencia de la ilustradora y la cacería policial tras secuestrar a la niña, las consecuencias de la muerte de la editora y los operativos militares ordenados por el gobierno en busca de la monstruosa entidad.
En un acto desesperado y de última hora, el autor intentará dirigir la historia hacia una suerte de alegoría oscura y catastrofista. Sin embargo, nada puede salvar esta descoyuntada novela, un ejercicio en prosa elemental, rebosante de indecisiones y desaciertos estructurales irremontables.
Cordales. El dolor de ser adulto
Alfil Gómez. Emergencia Narrativa, Valparaíso, 2014, 143 páginas.
LUN, 22 de Mayo de 2015
“Los cordales, o molares del juicio, marcan un hito importante en la vida. Desde ese momento se deja de crecer y todos los sistemas ya se encuentran maduros […] ¿Qué significa esto? Que desde ese momento ya no somos jóvenes, sino adultos […] comienza ese largo camino a la decadencia, que termina con la vejez y la muerte”. La cita anterior, resume en buena parte el trasfondo de esta primera novela de Alfil Gómez, llamada precisamente Cordales. El dolor de ser adulto, que aborda las andanzas de un estudiante de odontología, a quien la aparición de sus muelas del juicio le recuerda que vive sus últimos años de juventud.
Al modo de una tragicomedia, con un atolondrado y alocado protagonista, la novela presenta a un personaje incapaz de reflexionar con algo de tino o llegar a resoluciones equilibradas, que se entromete en múltiples atolladeros amorosos y que carga una enorme dosis de dramatismo en su aproximación a lo cotidiano. Manu, tiene veinticuatro años, estudia odontología y su madre lo mantiene, por tanto tiene bastante tiempo para derrochar. El libro construye a un joven irresponsable, consumidor más o menos habitual de drogas y alcohol, cuya única preocupación es el amor. Acostumbrados, en una sociedad patriarcal, al relato amoroso desde una perspectiva femenina, resulta un tanto llamativo que esta vez quien lloriquee sea un hombre, quien, además, no se satisface sólo con sexo.
Alfil Gómez escribe con extrema sencillez, usa un lenguaje coloquial, estructura su novela de modo lineal y presenta un personaje en primera persona, reconocible e incluso estereotipado en su apego a la juerga, confusión e inseguridad. Las microhistorias en las que se involucra, se centran única y exclusivamente en tres mujeres: Begoña, Antonela y Nuria. La primera representa el amor platónico; la otra, ingenuidad; y la tercera, sensualidad. Sin embargo, sólo una de ellas es su obsesión. Begoña, la chica más sexy de la universidad, a quien conoce desde el colegio, juega con Manu y le da esperanzas fatuas, ya que en paralelo mantiene un noviazgo formal.
En medio de este embrollo sentimental, surge la madre del protagonista logrando elevar la historia. La mujer es mucho más compleja como personaje, además mantiene una ambigua relación afectiva con su hijo. La secuencia donde se narra la fiesta de fin de año, uno de los mejores momentos del volumen, permite visualizar la inutilidad del rito y la agresividad de cada uno de los miembros de la familia.
Únicamente un pequeño hecho consigue evitar que esta novela de formación se pierda del todo en la banalidad. En medio de una protesta universitaria, el protagonista se mantiene como un mero espectador, fumando, apoyado en un muro y señala: “Qué ganas de haber estado ahí corriendo, qué ganas de haber tenido algo por qué protestar. En mi generación, pocos tenían compromisos políticos”. Manuel manifiesta el anhelo de un sentido que vaya más allá de sus conflictos amorosos, dando lugar a una representación social: es uno de muchos sujetos indiferentes al mundo, limitados en su forma de ver el mundo por la imposición de un discurso romántico.
Cordales es una novela sencilla e inocente, con pequeños chispazos de complejidad y un protagonista caracterizado por una necedad bastante verosímil, razón por la que jamás atisba la salida para su unidimensional existencia.
Antecesor
Rodrigo Torres. Librosdementira, 2014, 129 páginas.
LUN, 29 de Mayo de 2015
Un conjunto de narraciones que se apegan a un formato convencional de cuento conforman este primer libro de Rodrigo Torres. Antecesor se inscribe en el realismo cotidiano, donde destacan pequeñas historias en las que es recurrente la presencia de personajes atrapados por la derrota y una existencia rutinaria.
Ocho relatos breves contiene el volumen, en el que los protagonistas, casi siempre en primera persona, jamás reflexionan en torno a su condición. Es así como cada una de estas historias presenta un personaje sumido en un fracaso que no pretende revertir, ya que ha naturalizado la decadencia. Esta modorra vital genera existencias que a primera vista resultan inconmovibles.
Torres parece tener claro su proyecto. Sin embargo, el libro resulta irregular. Aun cuando en la mayor parte de los cuentos predomina una atmósfera dramática y personajes fracasados, hay un par de narraciones en las cuales surge un tono humorístico. Así sucede en “17 de octubre”, donde un matrimonio de cuarentones decide revertir su sensación de vejez, optando por la infidelidad. El relato deja la tragedia para convertirse en una comedia de equivocaciones que aliviana y vuelve risible cualquier dolor.
Algo similar ocurre en “Carnotauro”. Aquí, la tragedia es absorbida por situaciones divertidas que perjudican la intensidad emocional del trío de personajes: un profesor universitario torturado por la culpa, su seductora mujer en silla de ruedas y el joven y trepador ayudante de cátedra.
En “La entrevista”, “Malas juntas”, “Cacaraco y la teoría del no cambio” se confrontan personajes triunfadores versus fracasados. En el volumen, ser ganador es tener poder, dinero, estatus y una actitud avasalladora. El perdedor, por su parte, está asociado a seres introvertidos, con dificultades discursivas, sin asertividad, incluso con actitudes cercanas a la limitación intelectual. Claramente el autor pretende exponer a los marginados como víctimas de un sistema competitivo en lo económico y gélido a nivel de relaciones humanas, pero la falta de autoconciencia y el exacerbado mutismo de los derrotados, contribuye a que pierdan peso simbólico y profundidad interior.
Torres consigue, pese a todo, construir algunas narraciones valiosas. La que abre y da título al libro, “Antecesor”, pone en escena un caso familiar y criminal de modo oscuro y cifrado. También destaca “El ojo”, focalizado en la infancia impregnada de maldad, y “El grito del zorzal”, un relato de una tristeza inconmensurable, en torno a la sutil relación de convivencia entre una madre y su hijo adulto, solitario y encerrado en sí mismo.
El volumen construye territorios urbanos en los que prioriza al derrotado, al cesante ilustrado o al trabajador anónimo encerrado en sus emociones, apabullado por una sociedad que sólo abre sitio a los ambiciosos, a los desesperados por escalar a costa de lo que sea.
Antecesor es un primer libro y se nota por los severos desniveles entre los relatos elegidos. Aun así, puede apreciarse un estilo que parece estar en proceso de consolidarse con mayor fuerza.
Las bolsas de basura
Enrique Winter. Alquimia, 2015, 188 páginas.
LUN, 5 de Junio 2015
La primera página de esta novela incluye un poema de Marcela Parra, que señala: “un artista / diseca quiltros despedazados por las ruedas de los autos. / Los encuentra a la orilla del camino / a modo de animitas, los encuentra siendo su propia tumba / el recordatorio de toda pérdida, de todo sangramiento / de todo sentimiento de atropello”.
Los versos citados pueden ser considerados el oscuro origen de Las bolsas de basura, una historia de huidas, pérdidas, quiebres y recomposiciones fallidas.
Enrique Winter, hasta ahora dedicado sólo a la poesía, elabora un particular relato sobre las fracturas del individuo y sus procesos de reconstrucción. Es así como resulta imposible encontrar siquiera alguna zona que logre descomprimir la incertidumbre permanente de los dos personajes principales, condenados a vivir de acuerdo a sus obsesiones.
Brenda y Miguel estudiaron veterinaria y tuvieron una relación que derivó en un distanciamiento irremontable. Miguel se marcha, ya que pretende comenzar una nueva vida. Debe alejarse de un vínculo amoroso que considera sin destino posible y se instala en Coquimbo, donde consigue un trabajo menor. Brenda, mientras tanto, se queda en Talca. A veces piensa en Miguel, pero sus días están dedicados a recoger perros muertos en accidentes para descuerarlos en un minucioso proceso. La taxidermia es para Brenda un placer oculto, el único goce que la mantiene con vida y le otorga el poder de enfrentar a la muerte.
Aun cuando el relato privilegia a Miguel, un individuo en permanente estado de exaltación y melancolía, también se enfoca transitoriamente en una pequeña serie de personajes satelitales que lo rondan, que comparten con él la soledad, que al igual que Miguel guardan un secreto y que evitan reflexionar sobre su pasado. Así, aparecen Brian, un joven y suspicaz travesti, y Eugenio, su pareja, que muere en un accidente callejero. La vida del protagonista no será la misma tras esa muerte que lo hostiga y lo convierte en una segunda víctima.
Winter elabora una prosa subjetivista, con ciertos rasgos neorrománticos, intervenida por una diversidad de imágenes secas, sombrías y decadentistas. Construye, además, perfiles sinuosos, escenas mesuradamente morbosas e intimidades torturadas.
Cada personaje parece estar siempre comenzando a vivir, intentando desligarse de cualquier lazo afectivo, disociado en una exterioridad donde aparenta tranquilidad, pero que oculta la desazón interna. Este enfermizo desgaste del ámbito íntimo implica la desposesión y la clausura total de cualquier expectativa tanto para Miguel como para Brenda.
Dejando a un lado el desenlace, que aproxima en exceso la historia a una simbología referida al mundo animal, Las bolsas de basura es una primera novela destacable en su fragmentado montaje, el despliegue de una atmósfera enfermiza donde se logra cierto placer en la pérdida y el uso de un lenguaje acertadamente comprimido.
La muerte, en este contexto, se asume desligada de reflexividad, una presencia cierta con la cual se convive y que incluso puede ser fetichizada.
Las variables cataclísmicas
Patricio Urzúa. Planeta, 2015, 231 páginas.
LUN, 12 de Junio de 2016
Si hay algo en común entre Nunca, la primera novela de Patricio Urzúa, y ésta, es la noción de catástrofe. Sin embargo, también hay una gran diferencia: Las variables cataclísmicas se aleja de toda contención y cae en excesos narrativos innecesarios.
“La vida distante”, el segmento que abre el nuevo libro, expone un par de historias centradas en la vejez y la sofisticación, totalmente prescindibles y desligadas de la globalidad del volumen. En la primera, un hombre que viaja desde Europa hacia Chile recuerda a su ex pareja y diversos encuentros sexuales con ancianos. La segunda se centra en la rutilante Margrethe, una ex astrónoma, con varios intentos suicidas, que pasa sus días en un hogar de ancianos escribiendo su pasado, poseída por delirios que patentizan el horror que la circunda.
Un giro fundamental experimenta la novela en el segundo y más extenso segmento, “Continentes imaginarios”. Desaparecen aquí la ex astrónoma, el tipo que se estimula con ancianos y el tono de refinación cosmopolita. Además, se cambian el estilo de escritura, el contexto y el eje de narrativo. Predomina una prosa más flexible, un lenguaje menos severo. Los hechos ocurren en Santiago de Chile y el protagonista es Pablo Salvatierra, un taxista, casado, hijo único, quien tras dar con el cuerpo calcinado de su padre desparecido hace décadas comienza a investigar el pasado. El relato sobre la crisis del taxista es el más extenso del volumen y se constituye como el eje de la novela.
Variables cataclísmicas podría comenzar sin problema con esta pequeña nouvelle conformada por 199 fragmentos, que sin lugar a dudas son lo mejor del libro. Urzúa consigue elaborar con un estilo enérgico y personal un contrapunto narrativo profundo, solvente en el devenir del mal en la historia chilena, complejo en el despliegue de la perversidad. Y, por sobre todo, logra construir dos personajes intensos, delirantes y enigmáticos: Pablo, el taxista, y Rubén, su padre.
El segmento que sigue, “Los idiotas”, continúa en cierta medida con el vuelo expuesto en la trama anterior, pero con mayor énfasis en el realismo social. Esta vez el protagonista es el Cortahuesos, un joven punk neonazi, con una crisis familiar que en gran parte justifica su agresividad. Aun cuando el relato tiende a victimizar en exceso al protagonista, resultan destacables las escenas de violencia callejera y los sueños sangrientos del personaje, donde se demuestra con minuciosidad la ausencia de límites.
Urzúa persigue un proyecto ambicioso, donde experimenta con el montaje y la multiplicidad de voces, pero necesitaba mantener la autonomía de los segmentos, dejando al lector la tarea de rastrear los vasos comunicantes. Sin embargo, lo que pudo ser una interesante propuesta contiene un error garrafal: intentar unificar las distintas historias, en el segmento final “Las variables cataclísmicas”, dándoles una organicidad innecesaria, que simplifica la complejidad del volumen y que deriva en la anulación de la fragmentariedad.
Solo por el acertado segmento sobre el taxista y su padre, ligado a diversas formas del terror, bien vale considerar esta novela, la cual, por contraste, es un gran avance en el trabajo que viene realizando Urzúa, quien, por momentos, logra exponer lo mejor de su escritura.