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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, 12 de Enero al 9 de Febrero de 2018
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Vermouth
Esteban Salinero. Edicola, 2017, 157 páginas.
LUN, 12 de Enero de 2018
Esfuerzo, apogeo, caída y vuelta a empezar son fases corrientes en las ficciones sobre el mundo pugilístico. Esteban Salinero también las incluye en esta novela de acontecer lento, carente de tensiones, demasiado cautelosa en resguardar la intimidad del protagonista y, sobre todo, debilitada en la culminación de las tramas.
El relato surge desde la voz de Vieira, solitario, alcoholizado, que ha dedicado toda su vida a entrenar boxeadores y buscar talentos. Entre sus discípulos destaca El Martillo Ávalos, coprotagonista, a quien el entrenador llevó, en el pasado, al sitial de campeón continental en la categoría semipesados. Ahora, Avalos, alejado del box, es amparado por el entrenador, ya que tras un feroz match en Corea queda con secuelas mentales que le impiden seguir peleando e incluso llevar una vida normal. Sus decadentes vidas son interrumpidas por un promotor, El Rucio Polanco, quien ofrece a Vieira que su pupilo dispute una última pelea con un rumano de fracasada trayectoria deportiva.
Vieira narra el proceso de entrenamiento de Ávalos, además de dar cuenta de su visión de la vida y del box. Su mística por el oficio es elogiable; sin embargo, al mismo tiempo llega a ser inverosímil por lo ingenua. El viejo, que de zorro tiene bastante poco, es capaz de comparar la labor de un boxeador con la de un escritor, ya que ambos golpean "siempre a mano limpia". Este tipo de cándidas sentencias corrobora la actitud crédula del coach y de todo su relato, que se orienta a limpiarse éticamente. Para el entrenador, el boxeo en sí estaría alejado de cualquier turbiedad. Esto implica el blanqueo extremo de su imagen, con excesos de corrección política, entregando pistas mínimas sobre sus actuaciones vergonzantes. Por lo mismo, evita explorar en las razones que lo llevan a subir al ring a Ávalos, un despojo humano incapaz de articular siquiera una frase coherente.
El discurso del protagonista carece de matices y resulta atrapado por la discreción. Esto implica que se forme un mundo polar bastante elemental donde se privilegia la mirada idealista del entrenador frente a la del promotor, un comerciante sin escrúpulos. Aunque Vieira acumula y acumula cavilaciones sobre su quehacer y el mundo del box, la novela no logra despegar, quedando detenida en trazos de reflexión gruesos que terminan impidiéndole alcanzar algún clímax, situaciones culmines o intensidades que
obliguen al narrador a salir de su morosidad.
Salinero escribe una novela que no sale de los moldes convencionales respecto del tema pugilístico: personajes de esfuerzo que vienen del mundo popular, que gozan del éxito y que terminan aturdidos por el entorno. Lo anterior resulta correcto pero opaco, sin vida y particularmente sin sangre ni sudor. Esto redunda en que Vermouth cometa un error argumental insalvable respecto a lo que un lector aficionado al box, a los relatos sobre box, puede esperar, ya que elimina sin más el gran clímax. Nada de información al respecto, ni una frase, ni siquiera una palabra sobre el después. Un corte que es todo un golpe bajo para los lectores.
Esta primera novela de Salinero tiene bastantes errores, pero también momentos interesantes, como la construcción de los personajes y los ambientes degradados. Transgredir las pautas del género requiere un poco más que la mera eliminación de secuencias.
Maratón
Macarena García Moggia. Cuneta, 2017, 101 páginas.
LUN, 19 de Enero de 2018
En principio, esta novela parece sencilla, de compostura fácil, pero tras esa fachada resulta mucho más compleja. Macarena García Moggia realiza aquí un preciso calce entre una superficie nimia y común, marcada por reflexiones sobre la vida, un presente sin futuro, y una capa secundaria, en conexión con el proceso mismo de generar ficciones o, en última instancia, de explorar en las fases que darán lugar a una escritura a partir de una individualidad femenina.
De buenas a primeras, lo que está ahí, en la línea inicial, son dos narraciones intercaladas. Una, dedicada a las etapas y condiciones de un maratón, una corrida profesional por la calles de Santiago durante una calurosa mañana de domingo del mes de noviembre. Este relato en tono informativo, al modo de un manual de buenas prácticas, se divide en segmentos que apelan al recorrido, formas de entrenarse, alimentación, actitud psicológica, hasta finalizar con los nombres de los ganadores de la carrera y sus respectivos tiempos.
La narración paralela a la del maratón se centra en Laura, quien tiene el protagonismo, y Diego, instalados en el pequeño y céntrico departamento de ella. El relato cruza la voz de un narrador, muy cercano a Laura, en una suerte de indirecto libre, con los diálogos de la pareja y retazos de sus reflexiones individuales. Estos movimientos de voces generan una gran flexibilidad al diversificar las perspectivas, los encuadres, porque todos los capítulos del volumen operan como escenas o episodios cuyo eje es la pareja encerrada por voluntad propia en el departamento y que juega a ser un par de desconocidos. Sus diálogos resultan centrales en tanto escamotean datos que contribuyan a anclarlos en una época y, en particular, a una historia, un pasado. Se configuran así, con mínimos elementos, identidades diversas, diferenciadas, donde lo único seguro es ese encuentro sin expectativas ni origen.
La carencia de tensiones es el mayor mérito de este libro, que con una naturalidad extrema se abre hacia una segunda lectura. Una mujer que traza líneas en la página en blanco, prueba derroteros que puede asumir su historia, escribe, crea un yo y un otro, siempre Laura y Diego, la pareja enfrentada a un presente continuo, un estar permanente en el inicio de una relación, asumidos en la clausura del incierto futuro. En última instancia, lo único seguro es que la ficción de Laura y Diego opera como una puesta en escena, que prefigura la escritura y, de paso, a la escritora.
García Moggia construye cuadros, escenas que se van
ligando con plasticidad, escribe con frases breves, fluidas, adjetiva con mesura, no recarga con descripciones inútiles sino que opera en función estricta con lo narrado. Su escritura es comprimida pero siempre abierta a la sugerencia; sus diálogos tienen un dejo de ironía bastante acertado en su derivación lubrica, ya que el deseo sexual es permanente en esta pareja sin proyectos, como si estuvieran detenidos en el tiempo, traicionando la esencia de un maratón, porque no tienen ruta ni meta que cumplir.
Maratón es una novela sustanciosa y resuelta en su estructuración de una realidad que sólo puede surgir a partir de flashazos, donde lo femenino se condensa en el acto de crear un espacio propio y donde la escritura tiene un lugar mayor respecto a una masculinidad secundaria, casual, instrumentalizada por los deseos eróticos. García Moggia ha conseguido escribir una primera novela que destaca por su complejidad, su rigor en la ejecución y su profundidad.
El judío y la pornografía
Gregory Cohen. Desatanudos, 2017, 219 páginas.
LUN, 26 de Enero de 2018
La falsificación, la simulación, el imposible encuentro de la verdad, y por lo tanto la multiplicación de lo real en infinitud de relatos que se disgregan, dando lugar a una red de ficciones donde lo único que queda en pie parece ser la posibilidad de fabular, de convertirse en narrador de una historia siempre nueva, seductora e inquietante: en ésta, su tercera novela, Gregory sostiene una trama policial y de conspiraciones multiculturales en la que confluyen la Europa de posguerra con el Chile de la dictadura y pos-dictadura.
En términos formales el libro juega una partida doble. Por un lado, está Kolia Kogan, escritor judío avecindado en Chile y, por otra, Ingrid, una anciana alemana que intenta recuperar una pieza importante de su pasado. El relato centrado en Kogan enmarca la historia de la veterana, la que amenaza con devorar el volumen, convirtiéndose casi en el único eje, para finalmente encontrarse ambos personajes, el oscuro escritor y la no menos turbia anciana, en una zona de tortuosas coincidencias, ya que han compartido el honor y sucios códigos de sobrevivencia.
La novela se concentra claramente en la memoria y la polémica distinción entre víctimas y victimarios; desde ahí emergen narraciones generadas por una subjetividad empecinada en sumergirse en las culpabilidades propias y ajenas. La historia se construiría, así, al modo de ficciones personales, donde lo más relevante es el subtexto, el indicio que sostiene el entramado de afirmaciones e incertidumbres. Por lo mismo, la construcción de dos relatos, al modo de bucles que se rizan de manera individual y luego en conjunto, resulta un recurso formal bien elaborado, discreto pero elocuente en su objetivo de permitir la interacción de dos personajes y dos visiones, que arrastran mundos en principio imposibles de conciliar.
El judío y la pornografia es
una novela con un importante sesgo de humor negro y personajes al filo de lo caricaturesco, pero que también convoca la tragedia que impone la guerra, la imposible recomposición del orden personal y familiar, permitiendo reinstalar una suerte de debate respecto a víctimas y victimarios y sobre cómo llegar a la verdad, al punto de origen y destino de una catástrofe. En este sentido, Cohen cruza la historia de sus personajes con una camuflada reflexión filosófica; esto es, carece de altanería intelectual, de prepotencia analítica, ya que en última instancia deja al lector la iniciativa de continuar su ruta o poner en entredicho su reflexión, entregada de manera dispersa, evitando la parrafada y el tono autoritario.
Cohen escribe con fluidez y seguridad, echando mano al concepto de pornografia en su doble faz: ligado a lo sexual, sí, pero también a la exposición brutal de lo oculto. Mostrar sería una forma de combatir, por lo bajo, el uso del eufemismo y las buenas formas, una plaga que, tal como señalaba la madre de Kogan, "se ha instalado como estilo de vida [...] que se desliza por las víctimas y victimarios". Además, el autor sabe estructurar con naturalidad, mover con astucia y con una actitud siempre provocadora a sus personajes, para elaborar una novela sobre la imposibilidad de reconfigurar el pasado, revelando tácticas obscenas de sobrevivencia y un mundo infernal que opera en lo cotidiano con total descaro.
Virgen
Yuri Pérez. Narrativa Punto Aparte, 2017, 159 páginas.
LUN, 2 de Febrero de 2018
Un monólogo de 159 páginas, emitido por un tipo que no brilla ni por su intelecto ni por su locura, termina por agotar toda paciencia. En realidad, ya en las primeras páginas es posible advertir la enfermiza monotonía de la historia, no sólo por su perspectiva siempre unilateral, sino también por la reiteración majadera de un tópico que pretende ser golpeador. Yuri Pérez, el autor, acude a un tema básico, de primerizo, aunque supuestamente atrevido: un hombre incapacitado de usar su pene aunque se encuentre casado. Un fatigante relato, descoordinado, tedioso, inseguro y desprolijo.
Virgen es la cuarta novela de Pérez, quien además ha publicado una extensa cantidad de poesía, destacando por todo lo contrario a lo que aparece en este volumen. El estilo oscuro de sus anteriores libros, su minuciosa capacidad para construir personajes limítrofes en atmósferas cargadas de malestar y un potente discurso sobre la ruina han sido barridos con saña en esta ocasión. Todo parece filtrado por un barniz de superficialidad, de acercamiento somero a unos reducidos hechos, los que pudieron funcionar mejor comprimidos más que forzosamente extendidos.
El feo y petiso Daniel Quiroga, el narrador, trabaja como cuidador de los baños de un centro comercial y vive junto a la rubia Bárbara, su cónyuge, en una precaria casa en la localidad de Putaendo. Su conflicto radica en que Quiroga es virgen y Bárbara le impide romper tal condición. Ella, por su parte, tiene un amante, Julieto Manríquez, obviamente una máquina sexual, a vista y paciencia del marido. El hecho es de público conocimiento; más aun, ella parece no guardarse ningún secreto. Así que la tensión recaería en el marido engañado, pero él se demora demasiado en manifestarse celoso y enfrentar al amante.
Por mientras, el libro se da vueltas y más vueltas en el mediocre discurso de Daniel. Su victimización es redundante, tanto como ilimitada es su
paciencia, casi inverosímil, para aguantar en su cara la infidelidad y, por sobre todo, mantenerse virgen. Todo tiende afirmar su autoimagen depresiva, encerrada sobre sí misma, lo que se agota en unas cuantas páginas. Sin embargo, la novela insiste en ello, al igual que en la configuración bestial y sádica de Bárbara. Ella representa un universo de características negativas, donde la principal es bloquear su vagina al miembro masculino del cónyuge. La perspectiva
misógina es evidente, quizás hasta sea posible considerarla su centro, ya que lo femenino es el foco del mal y el disparador del descalabro mental del protagonista. Claro, sin Bárbara no hay narración, pero ella no es más que su vagina, objeto del deseo que administra según sus despiadados intereses.
Pérez lanza indicios muertos como el gusto de su personaje por Pasolini y Murakami. Esta vertiente, que podría decirse "cultural", no es más que un leve maquillaje orientado a otorgar cierto espesor al torpe protagonista. Torpe porque no da ni para psicópata, encerrado en su caricaturesco delirio y en su fijación con su inactivo pene.
Sin prisa ha sido escrita esta novela llena de malogrados absurdos, poco atrevida, que machaca con una mirada castigadora hacia la mujer. Virgen, que no daba más que para un cuento levemente grotesco, sepulta el distintivo y sobresaliente estilo lúgubre y reflexivo característico de la anterior narrativa de Yuri Pérez.
Gol de oro
Nibaldo Acero. Los Perros Románticos, 2017, 117 páginas.
LUN, 9 de Febrero de 2018
La vida cotidiana nunca ha dejado de arrasar como el material principal de la narrativa. Es ahí donde se sedimenta el lugar que ocupa el individuo en la historia, su construcción de mitos y la conformación de una memoria individual y comunitaria. Esto implica regenerar utopías y por tanto resignificar el desencanto y el entusiasmo. Un ejemplo destacable de esta trayectoria lo constituye Gol de oro, de Nibaldo Acero, una novela sobre el fútbol como alegoría nacional, a través del contrapunto entre el juego, la política y la sobrevivencia diaria.
En la narrativa televisiva y también, aunque en menor medida, en la literatura, se ha intentado construir los años ochenta como una época donde la dictadura se constituye como un marco negativo, pero que no influye decisivamente en las vidas de las familias "apolíticas". Así, ya está casi establecido como verdad que existió una historia para los militantes, perseguidos, asesinados, y otra para los indiferentes o silenciosos, que pudieron, pese a todo, tener una vida familiar más o menos en paz. Esta perspectiva, que sirve para difuminar y hasta justificar el atroz legado de la dictadura, es revertida por Nibaldo Acero. Aquí, los ochenta y la infancia son observados como una época aterradora u hostil para todo un país.
La novela recorre casi cuatro décadas en la voz de un personaje nacido en la década de los setenta, de familia popular, fervoroso jugador de fútbol de barrio, cuya existencia ha estado marcada por la pasión y la derrota. Por lo mismo, la escritura trasunta vehemencia, al modo de un intenso relato de un partido de fútbol donde proliferan los metaforones y las continuas hipérboles, más las comparaciones dislocadas y citas de viejos relatores de fútbol. La aceleración constante de la retórica futbolera aplicada a la vida diaria funciona bastante bien, ya que le otorga al narrador un aire de entusiasmo, impregnado de candor y sentimentalismo, pero también una actitud rabiosa, comprometida con aquello que va construyendo.
El volumen se conforma de tres segmentos: "Segundo tiempo", "Des-Cuentos" y "Alargue". En el primero, el narrador recuerda la vez que asistió a la mítica despedida de Carlos Caszely, en 1985, el mismo año en que el protagonista comienza a jugar en segunda división. El relato autobiográfico se mezcla con el relato del partido en que se enfrentan un equipo represor y otro antidictadura. Este extenso segmento es el más débil del libro. Aunque se cierra de una manera notable, bien pudo comprimirse y atenuar en parte algunas ironías sobre personajes heroicos de la resistencia política. El capítulo que sigue, sin duda lo mejor del volumen, se centra exclusivamente en la biografía del protagonista. Su discurso es descarnado para abordar los abusos sexuales de toda una generación de niños pertenecientes al mundo popular, en paralelo a las formas diversas de resistencia doméstica a la dictadura. En el último capítulo confluyen, con gran acierto, las dos líneas narrativas ya abordadas.
Gol de oro no es una novela más sobre la devoción que inspira el fútbol, pues se ofrece como un testimonio político sin complicidades sobre la dictadura y el retorno a la democracia, manifestando con arrebato un deseo robusto de cambio social que demasiadas veces parece tener lugar sólo en la ficción.